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Género, Prensa y Geografía del Deporte: representación y cobertura de la Selección Nacional de Puerto Rico en el Baloncesto Femenino (1993-2017)
Los objetivos del libro no se cumplen. El mismo, no logra demostrar su punto de partida. Al ceñirse a un equipo femenino en particular, en una fecha determinada, el autor cierra cualquier posibilidad de un marco referencial más amplio que le permita un juicio más equilibrado. El estudio de la Historia requiere un conocimiento comparativo y a largo plazo que equilibre pasiones y permita al investigador ejercer un juicio basado en evidencia documental, y científica, y no meramente un juicio que gravite entorno a un postulado único. La falta de objetividad, por lo tanto, es uno de los escollos del escrito, y esto se debe a una toma de postura que va guiando el texto en una sola dirección. Demostrar que la falta de cobertura sobre el equipo nacional femenino se debe a una visión estrictamente de género requiere un estudio más abarcador y más teórico, y no simples comentarios sentenciosos. Más aún cuando existe evidencia histórica que contradice esta postura.
Un examen desde la década de 1960 permitiría al autor visualizar la gigantesca cobertura que se le dio a Anita Lallande, y posteriormente a Angelita Lind en la década de los ochenta. También, al Equipo Nacional de Softball Femenino de los ochenta y noventa. De igual forma, el seguimiento que se le dio a Gigi Fernández entre 1983 a 1990, y a Mónica Puig en los últimos 15 años en diferentes medios de comunicación, prensa y radio fue contundente. Cada uno de éstos ejemplos contradice el argumento del texto sobre la supuesta falta de cobertura sobre las mujeres deportistas por razones de género. Se puede añadir la cobertura a las selecciones nacionales de voleibol desde la década del 1970, y a los equipos nacionales de baloncesto en tiempos de María Cusa Rivera y Cuca Cordobés.
El autor no exploró otras posibilidades de análisis, como lo pueden ser la construcción del deporte como mercancía, el deporte como invento de control de masas o emblema de clases sociales. Tampoco exploró la propia historia del deporte como un ejercicio de reciente formación en Occidente, que se crea dentro de los procesos en los cuales la industrialización y la clase obrera tienen que resignificar los nuevos sentidos de ocio y tiempo, así como recrear pasiones y acciones colectivas.
Medir el deporte a través de los medios cierra a su vez la posibilidad de analizar el impacto que el mismo genera en las comunidades. Ejemplo de este proceso son los deportes femeninos en pueblos como Maunabo y Patillas, donde los equipos son seguidos por miles de fanáticos y en los cuales pesa más la lealtad a lo local y comunitario, que cualquier otra visión. El autor no exploró esta solidaridad y estas manifestaciones.
Estudios de género como este necesitan mayor profundidad crítica. Una visión pastoral y moralizante impide calar en la riqueza que tiene este campo de estudio.
El deporte, como todo espacio social, está influido por el capitalismo. Estudiar cómo la exigencia del mercado ha impactado el deporte femenino hubiese sido una gran aportación investigativa. Preguntarse, por ejemplo, el por qué el softball masculino no es visto, y el softball femenino ha sido apoyado comercialmente brindaría la oportunidad de adentrarse a las matrices de cómo el capitalismo funciona para influir en las definiciones del deporte y de los roles sociales.
Dr. H. Acevedo