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Inicio » Letras

Efraín Huerta o las fronteras entre el chiste y la poesía

Efraín BarradasEfraín Barradas Publicado: 20 de abril de 2012



Cuando lo vi de inmediato me pareció lógico o, al menos, razonable que comprara el libro de un tocayo, especialmente cuando el nombre que compartimos es muy poco común: ¿cuántos escritores conoce usted que se llaman Efraín? Como las posibilidades de que me acusaran de narcisismo eran tan limitadas que llegaba a ser inexistentes –¿quién se iba a enterar que adquiría el libro por tan vana razón?– y, especialmente y sobre todo, cuando ya había oído hablar de Efraín Huerta (1914-1982) como un  poeta importante en su literatura nacional, compré su recopilación de poemas, Poesía, 1935-1968 (México, Joaquín Mortiz, 1968) sin titubear. De eso hace añísimos y fue en la Librería Hispanoamericana, aquel paraíso que por años glorificó a Río Piedras.

Sí, sí titubeo al comprar libros. Así es porque los quiero todos y, como no puedo tenerlos todos, paso por el proceso de duda como un Hamlet bibliófilo: comprar o no comprar, he ahí el dilema. En esta ocasión mi hamletito interior decidió que se compraba: problema resuelto. Pero, más tarde, la lectura del libro, a primera instancia, me pareció problemática. ¿Cómo podía colocar a este poeta en el mapa que poco a poco me iba creando de la poesía mexicana? Ahora la cuestión era de otra índole: de dilema bibliófilo pasaba a un problema bibliográfico.

La ficha editorial del libro me ayudaba a resolver el nuevo problema. El hecho de que esta recopilación de poemas de Efraín Huerta apareciera en la Serie Volador de la Editorial Joaquín Mortiz es un dato revelador que se puede entender mejor si revisamos la trayectoria del poeta. Resulta que Huerta entró a las letras mexicanas en la década de 1930 y se asoció entonces con Octavio Paz, quien se convertiría muy prontamente en uno de los ejes centrales, si no el central, de la poesía de su país o en el punto de ataque de los que luchaban por no caer en el fuerte ámbito poético que creó y que llamo las redes pacianas. Huerta y Paz trabajaron juntos en la publicación de una revista literaria que marcó en su momento la poesía de México, Taller (1938-1941). Pero pronto los dos poetas se distanciaron y sus rutas poéticas y políticas se hicieron marcadamente dispares, cuando no francamente antagónicas. Mientras Paz, tras asociarse con los republicanos en la Guerra Civil Española, rompió con la línea soviética que imponía una fe ciega en el estalinismo y adoptó algo que podríamos llamar un socialismo romántico (aunque en su caso hay más de romanticismo que de socialismo), línea política que más tarde lo llevó a formular fieros ataques a la Revolución Cubana y a la Nicaragua sandinista, Huerta cayó en “los grandes pecados literarios del siglo (estalinismo, poesía panfletaria, el fárrago exaltado como retórica constante)”, según establece José Joaquín Blanco en unas breves pero excelentes páginas que dedica al poeta (Crónica de la poesía mexicana, México, Editorial Katún, 1983, p. 226).

Según ascendía la estrella de Paz, la de Huerta parecía descender o, al menos, éste parecía ser ignorado por los lectores mexicanos. Aunque consecuentemente aparecían sus poemas y sus libros, sólo fue con la publicación de esa recopilación de sus poemas en la Serie Volador, serie de libros de bolsillo baratos de una editorial que representa una alternativa al Fondo de Cultura Económica, editorial que determinaba el canon poético mexicano, que los jóvenes de su país llegaron a descubrir a un poeta que recreaba su realidad urbana, no la de un idealizado campo. También la fecha de publicación de la recopilación es clave: 1968 marca un cambio político y cultural en México, cambio que se precipita tras la Masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de ese año.  Poesía, 1935-1968 tuvo una gran repercusión entre los jóvenes lectores mexicanos que ahora podían conocer mejor al poeta. Al leer a Huerta descubrieron un mapa poético del DF porque, como señala Carlos Monsiváis, el gran cronista de la capital mexicana, Huerta, “[c]uando se apega a la ciudad, se eleva al realismo crítico. Es un hombre del alba y del crepúsculo, testigo y patrimonio de la implacable, sangrienta, ridícula, poética Ciudad Ideal de México”  (La poesía mexicana del siglo XX (Antología), México, Empresas Editoriales, S.A., 1966, p. 59). Monsiváis ofrecía esta apretada síntesis de la poesía de Huerta dos años antes que apareciera la recopilación de su poesía que lo establecía como poeta con quien había que contar. Pero en 1988, seis años tras la muerte de Huerta, aparece su Poesía completa en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica: la canonización entonces se completaba. Con esta otra recopilación de su poesía Huerta oficialmente se hacía parte del canon; no había duda de ello porque hasta la editorial cuyo catálogo es una especie de lista de textos magistrales aceptados, así lo avalaba con esta publicación.

Efraín Huerta ya para 1968 había dado poemas que marcaban el rumbo de cierta poesía mexicana: “La muchacha ebria”, “Declaración de odio” y “Avenida Juárez”, entre varios otros, eran textos claves y así lo confirman su lectura. Se ha convertido en clisé llamarlo el Neruda mexicano. Pero reducir toda su poesía a una sola temática es ofrecer una cara deformada de su producción. Muchas son las vertientes que conforman su poesía y, a pesar de que como Neruda mismo, Huerta es un poeta que produjo muchas piezas que son de poco mérito –él mismo irónicamente lo apunta: “Primero / Que nada: / Me complace / Enormemente / Ser / Un buen / Poeta / De segunda / Del / Tercer / Mundo”—,  no cabe duda de que es un escritor imprescindible para entender a México y su cultura durante los años que tan intensamente vivió y participó en el quehacer cultural mexicano. Pero sus lecciones poéticas son aplicables más allá de sus fronteras nacionales; por ello, entre otras razones, hay que leerlo, aun en nuestra isla, tan lejana y tan cercana, a la vez, de ese vórtice intelectual y estético que llamamos México.

Leí Poesía, 1935-1968 unos años después de adquirir el libro. (Otra confesión: muchas veces compro libros que no puedo leer de inmediato y pasan una temporada esperándome, hasta que por fin los leo y entonces se convierten en nuevos tesoros redescubiertos ahí, en las estanterías que pueblan mi casa y amenazan con tomar posesión de toda ella; es entonces cuando, en verdad, los adquiero.) En esa primera lectura de su poesía no descubrí los textos de Huerta que hoy más me interesan: sus “poemínimos”. Aunque en una hermosa antología de su poesía que se editó en Casa de las Américas en 1975 tuve acceso a un puñado de esos brevísimos poemas, no fue hasta que, por fin, leí su poesía completa que pude entender de verdad la arriesgada aventura estética que representan estos textos que varios poetas y algunos críticos descartan como algo sin importancia, como un mero juego de ingenio, como un chiste que nunca llega a ser poesía. Pero no es así en mi caso, quizá porque el humor tiene para mí un sentido y un significado mucho mayor que para muchos otros lectores. Por ello desde que leí sus “poemínimos” Huerta, El Gran Cocodrilo, como era conocido –“Yo no soy / Un poeta / Serio // Soy / Un poeta / Saurio” aclara con su gran sentido del humor, su forma de defenderse del dolor, personal o colectivo–, se convirtió para mí en un poeta mexicano de mayor relevancia de lo que había sido desde que lo descubrí con su colección de poesía de 1968.

Cuando comenzaron a aparecer los “poemínimos” empezaron a aparecer paralelamente las críticas y las burlas a estos poemas que algunos veían como meras expresiones del ingenio del poeta, como meros chistes, como textos sin relevancia. Huerta cuenta:

Los poemínimos: durante mucho tiempo, supuse con ingenuidad que estos breves poemas podrían ser algo así como epigramas frustrados. Error. Mi hija Raquel (8 años), al leer algunos declaró lo siguiente: “Son cosas para reír”. Poco después, en casa de un famoso pintor, Octavio Paz (58 años) los definió de esta manera: “Son chistes”. Me alegró en extremo que, separados por medio siglo de experiencia y cultura, Raquelita y Octavio hubieran coincidido.

 En estas palabras se evidencia su distanciamiento con Paz y su poética: el equiparar la astucia de su hija de ocho años que lee los “poemínimos” con ojos ingenuos, sin prejuicios, y el desprecio del gran poeta por esos textos como meros chistes –¿y por qué un chiste no puede ser un poema? ¿por qué la semejanza con un chiste es la degradación de un poema?– es una manera de exaltar a su hija y de atacar a su excompañero de labor literaria. Pero esta declaración de Huerta también nos abre puertas para comprender mejor los “poemínimos”.

Huerta asocia estos breves textos a los epigramas, poemas también breves, pero de larga historia y de asociaciones con la cultura clásica greco-latina: Catulo y Marcial fueron sus mayores cultivadores romanos. En nuestros días tenemos magníficos ejemplos de epigramas en la poesía de Ernesto Cardenal y en la de Roque Dalton, aunque para entender de verdad los de Huerta tuve que volver a los refranes y la cultura popular. También los epigramas de Quevedo fueron de gran ayuda para entender estos “poemínimos”. Tómese como ejemplo –con el perdón de los posibles lectores mojigatos y gazmoños– el siguiente ejemplo atribuido a don Francisco quien, en los versos que cito, ataca al Conde de Villamediana, notorio homosexual de esos tiempos:

Todas las coplas leí
y el culo me fui a limpiar,
pero me puse a pensar
que eran del Conde y temí.

 Quevedo, como buen epigramista, deja en su poema espacios en blanco que el lector debe llenar. Es ese logro –que sigamos al poeta en lo que no nos dice– que nos hace reír, a pesar que el poema esté estructurado a partir de la homofobia y lo que hoy llamamos el pánico homosexual, la excusa del heterosexual para atacar al homosexual por miedo: “que eran del Conde y temí”. En el poema, como en el chiste, el logro del lector, que nunca puede ser pasivo en su lectura, es saberse tan inteligente como el autor al entender lo que no se expresa directamente. Por ello, en parte, nos reímos. Es que nos reconocemos tan inteligente como el autor a través del chiste y el poema y eso nos trae la risa de la satisfacción.

El poema, como el chiste, establece, pues, una comunidad entre lector y autor, entre el oyente del chiste y quien lo cuenta. Por eso mismo es que cuando vamos a contar un chiste lo primero que hacemos es preguntarle al oyente si lo conoce: “¿Ya oíste el del pillo que huía y se encontró con una monja?”.  Y si la respuesta es afirmativa, no contamos el chiste.  Es que podemos decir un chiste múltiples veces, pero sólo se puede oír una. En ese sentido, un poema es un chiste que se puede repetir sin agotar su efectividad. En El arco y la lira Paz lo dice de otra manera: “El poema es el tiempo arquetípico, que se hace presente apenas unos labios repiten su frases rítmicas”. Pero todo ello, aun las palabras de Paz, no niega sino que reafirman los paralelismos entre algunos poemas –ojo, ojo, ojo: no todos los poemas funcionan de esta forma– y el chiste. Los “poemínimos” de Huerta nos ayudan a entender esas relaciones entre la poesía y el humor, y por ello fue que me interesaron tanto.

Veamos algunos de estos textos para entender mejor la aventura en que se embarcó Huerta cuando se inventó estos poemas que son hermanos o primos de los epigramas clásicos y también están emparentados con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna y con los haikú que tanto impacto han tenido en la poesía mexicana.

En general, en sus “poemínimos” Huertas presupone que el lector comparte con él un conocimiento cultural o histórico sobre el cual construye todo su juego de alusiones. Tomemos como ejemplo uno titulado “Luchavillismo”:

Encanecí
Otra
Vez
Entre
Tus
Brazos

 En el poema de Huerta – ojo, lector: cito aquí el poema entero; por eso es un “poemínimo”– se cambia una sola palabra (encanecí por amanecí) de una famosa ranchera. Ese cambio mínimo le da una mayor profundidad de sentido al verso de la canción popular de la que se apropia el poeta ya que éste habla aquí no de una aventura erótica pasajera sino de un amor que hace que el amante vuelva a vivir toda una vida con su amada. (Le recuerdo al lector que los textos de Huerta son de una heteronormatividad absoluta.) Pero aquí la economía poética es extrema y, por ello, como en otros casos, el título del “poemínimo” es uno de los elementos esenciales del poema; a veces el título es lo que completa el sentido de éste. Aquí el juego con el nombre de la cantante de rancheras, Lucha Villa, y el del caudillo de la Revolución Mexicana, Pancho Villa, es central para entender que el poeta habla en serio del amor a pesar de o por el chiste mismo.

Véase este otro ejemplo para que se entienda la importancia del título en estos poemas que muchos paralelismos tienen con los microrrelatos:

En
La
Calle
Deben
Pasar
Cosas
Extraordinarias
Por
Ejemplo
La
       Revolución

 Este texto cobra mayor sentido cuando vemos que se titula “Che” y también cuando hallamos una clara intertextualidad de la obra de Antonio Machado.  Sorprenden cuán eruditos pueden ser estos poemitas y cómo engañan por su aparente sencillez. Para entenderlos plenamente el lector tiene que acercarse a ellos con conocimientos previos de muchos campos: literatura, política, filosofía, historia. Confieso que hay “poemínimos” que nunca he podido entender porque no tengo las claves para así hacerlo. Esto ocurre especialmente con los que se basan en contextos culturales mexicanos muy específicos.

En la mayoría de los casos el “poemínimo” funciona por una ligera inversión –con una palabra basta para lograrlo– de una intertextualidad. Así en “Manriqueana” se presupone nuestro conocimiento del poeta clásico español y de sus versos:

Nuestras
Vidas
Son los
Ríos
Que van
A dar
Al
       Amar
       Que es
       El vivir.

 Pero los cambios –amar por mar, vivir por morir– representan inversiones pequeñísimas pero drásticas que cambian la interpretación de los conocidísimos versos del poeta español. Mientras don Jorge Manrique se concentraba en la fugacidad de la vida y en la inevitabilidad de la muerte, Huerta invierte esa visión y postula un hedonismo que invita al placer del amor y del puro erotismo. (Sé que el adjetivo “puro” puede parecer contradictorio junto al sustantivo “erotismo”. Pero lejos está de serlo: lo aseguro.)

Valdría la pena comparar este “poemínimo” con un epigrama de otro gran poeta mexicano, José Emilio Pacheco, quien en “Escolio a Jorge Manrique” –el DRAE nos ilustra: escolio es una “nota que se pone en un texto para explicarlo”— también vuelve a esos versos clásicos y los comenta directamente –“La mar no es el morir / sino la eterna / circulación de las transformaciones” (versión de 2000)– para darnos otra interpretación de esos versos clásicos. La comparación de esas dos versiones de los versos de Manrique -comparación que en el momento no podemos desarrollar y que se quedará como tarea pendiente– serviría para entender mejor a estos dos poetas que son lectura obligatoria para todos los que nos interesamos por México y su poesía.

Como otros poetas mexicanos –el caso ejemplar es el de Ulalume González de León– Huerta construye su poesía a partir de la apropiación de un texto ya existente. Estas apropiaciones en muchos casos son homenajes y, sobre todo, representan un cambio drástico de sentido, como ocurre en “¡Atención!”:

Cuidado
Amigos:
Las
Experiencias
       Engañan

 Abundan los “poemínimos” que se construyen a partir de la ironía y la crítica. Así en dos que llevan por título el nombre de una actriz del cine mexicano conocida esencialmente por su belleza y no por su agilidad mental, Lilia Prado, Huerta se vale de una metedura de pata lingüística suya para crear el “poemínimo”:

Si no
Fuera
Por mi
Buena salud
Ya me habría
Muerto

 ¿Cuántos poemas Huerta no hubiera podido escribir inspirado por los políticos puertorriqueños? Pero son muy pocos los “poemínimos” de este tipo ya que uno de los principios que observamos en éstos es que tratan de evitar la repetición, especialmente de los textos que se pueden ver como alusiones directas a personalidades del momento.

Hay muchos más “poemínimos” que están construidos a partir de un concepto más amplio, a partir de una idea que no quede limitada por algo concreto. Un excelente ejemplo es el que le dedica al dios azteca del agua, “Tláloc”:

Sucede
Que me canso
De ser dios
Sucede
Que me canso
De llover
Sobre mojado

 

Sucede
Que aquí
Nada sucede
Sino la lluvia
                                    lluvia
                                    lluvia
                                    lluvia

El poema, más allá de la alusión central a Tláloc, está construido a partir de un famoso verso de Neruda –“Sucede que me canso de ser hombre…”–, de una frase hecha –llover sobre mojado– y hasta se podría asegurar que también de una referencia a la poesía concreta o los caligramas de Apollinaire dada la colocación al final de la palabra lluvia en renglones paralelos. Estos préstamos literarios, culturales y lingüísticos quedan transformados en el poema y adquieren un sentido distinto al original; le sirven al poeta para hablar de elementos que usualmente no se asocian con su poesía que es concretísimamente material y materialista.

La inversión de la frase hecha o de la cita conocida es la base de muchos de los “poemínimos”. A veces esa apropiación invertida lo lleva a establecer paralelos con otros poetas aunque no los cite directamente.  Por ejemplo, véase “Propo”:

Un monumento
Para el
Que
Cometió
Un crimen
Con todas
Las de
La ley

 No creo que haya aquí una cita directa de Bertold Brecht, pero los paralelismos con el poeta y dramaturgo alemán son obvios.

Los “poemínimos” forman sólo una pequeña fracción de la totalidad de la obra de Huerta; escribió un poco más de un centenar de ellos. Hay algunos, muy pocos, que son más largos que los que aquí he citado, pero la mayoría son así de breves y están construidos a partir de “versos” de una palabra o dos.  En un cuerpo poético de gran extensión –Poesía completa consta de unas seiscientas páginas– estos brevísimos poemas ocupan físicamente una pequeña fracción del mismo. Pero su importancia, para la obra de Huerta y para la poesía mexicana, es inversa a su brevedad y a su limitado número en la totalidad de su producción. Los “poemínimos” introducen un elemento innovador –el humor– en la obra de un escritor que tiende a la seriedad y al dogmatismo político. En muchos de sus “poemínimos” Huerta le da rienda suelta al erotismo que, combinado con el humor, le sirve para atacar las visiones gazmoñas de la sociedad mexicana. El poeta llega hasta la aparente autocrítica de la híper-sexualidad, como hace en “La doncella”:

Verde
Que te
Quiero
Verde
Verde
Viejo
Viejo
Verde
                 ¿A qué
                     Hora
                            Vas
                            A
                               Llegar?

 Aunque como lector puertorriqueño al leer este poema no puedo dejar de pensar en la China Hereje en espera del senador Vicente Reinosa, más allá de esa lectura, lo sorprendente de este texto es que, valiéndose de una ingeniosa alusión a la poesía lorquiana, Huerta coloque a la voz poética en el muy poco digno papel del viejo verde. ¿O quizá está redimiendo ese rol que es bochornoso sólo a partir de la norma social?

Más allá de introducir ese tan necesario elemento humorístico en la obra del poeta mismo y en el contexto de la poesía mexicana en general, los “poemínimos” apuntan otras dos ideas relevantes para entender esos importantes cuerpos poéticos. Por un lado, estos breves poemas prueban la posibilidad –en verdad, la necesidad– en nuestros días de entender que la poesía se construye a partir de otros textos ya existentes  En ese sentido estos inocentes y breves poemas son una propuesta más radical de lo que parece ser a primera vista ya que vuelven a postular que la poesía no se crea en el vacío, que hasta el interior del poeta, aun del poeta lírico, está poblado de otros versos y que toda poesía se crea a partir de un texto ya existente del que poeta se apropia creativamente. Por otro lado, la lectura de estos “poemínimos” nos dan gana –gana, puras ganas, no deseos, hay que aclarar– de escribir nuestra propia poesía.

Y Huerta nos da la fórmula para escribir nuestro propio “poemínimo”; en “La ley”, poema que se convierte en una declaración estética, en un arte poética,  nos dice:

Todo
Cabe
En un
Poemínimo
Sabiéndolo
Acomodar

 El “poemínimo”, como tantas obras contemporáneas, parece decirnos que el arte es democrático, que cualquiera puede ser poeta. Pero lo difícil es saber hacerlo, saber acomodar ese todo que cabe en tan breve texto. El poeta mismo nos da el ejemplo. ¿Será difícil seguir su consejo, dejarnos llevar por su guía? Quien sienta la tentación que caiga en ella, porque como dice Huerta:

No hay
Peor
Poesía
Que la
Que no se
      Hace

 Los “poemínimos” son, en el fondo, una invitación a que hagamos nuestra propia poesía. Y esa es otra importante razón por la cual hay que leer estos pequeños grandes poemitas de mi tocayo Efraín Huerta.

Gainesville, 19 de marzo de 2012    

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Efraín Huerta


Efraín Barradas
Autores

Efraín Barradas

Es puertorriqueño, de Aguadilla específicamente, pero se siente de todas partes, aunque mire esas otras partes del mundo desde la perspectiva que la suerte le asignó en esta lotería vital. Por muchos años enseñó, para ganarse la vida, y lo hizo en diversas universidades, más recientemente en la Universidad de Florida, de la que es professor emérito. Lee, escribe, cocina, viaja y visita museos: hace todo eso para que sus amigos lo quieran un poquito más cada día.

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