Lo insurreccional en la tradición hebreo-cristiana
A Luis Rivera Pagán, insurrecto ejemplar
Para escándalo de los no iniciados en el conocimiento de la veta insurreccional de la tradición hebreo cristiana, cito a una mujer incomprendida, cuyo mensaje ha sido encubierto en la historia de la Iglesia y peor aún, en la historia del feminismo: María, la madre de Jesús. Dice María en lo que hemos llamado el Magníficat, celebrando que Dios la haya escogido para ser la madre de Jesús:Mi alma alaba la grandeza del Señor. Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y desde ahora siempre me llamarán dichosa; porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. ¡Santo es su nombre! Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Ayudó al pueblo de Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo con misericordia; así lo había prometido a nuestros antepasados, a Abraham y a sus futuros descendientes. (Lc 1:46-55)
En la oración de María hay dos sentencias contra los ricos y poderosos y dos a favor de los pobres y hambrientos. La única maldad y la única bondad que se puede adscribir a cualquiera de los dos grupos en esta oración, es que unos son ricos y otros pobres. María entiende a Dios como aquel que subvierte el orden de los reyes y los ricos a favor de los pobres y oprimidos.
El término “deshizo los planes de los orgullosos” implica una confrontación de clase, mientras el término “derribó a los reyes de sus tronos” constituye un acto político revolucionario. Por si no queda claro, afirma en su oración que Dios “llenó de bienes a los hambrientos” y “despidió a los ricos sin nada”. María se presenta aquí como la sierva de un Dios subversivo.
Probablemente, no nos hemos detenido a examinar estas palabras, o nos hemos enfocado en mirar a María con los espejuelos de los pintores insípidos que la pintaron siempre como una mujer momificada en olor de santidad que sólo puede servir a la domesticación femenina. María es, en cambio, una insurrecta que anuncia la insurrección y se coloca en ella.
Las breves palabras de María revelan toda una comprensión teológica que genera, a su vez, una disposición a un compromiso de vida afín con el de su Dios. Encontramos en su comprimida oración la conciencia sobre la injusticia, la ilegitimidad del poder opresor, el carácter intolerable de las diferencias de clase y el claro entendimiento de que esa estructura de poder económico y político, que genera pobres y ricos, es ilegítima según los más íntimos designios de Dios, por lo cual deberá ser vuelta patas arriba.
Esa estructura de relaciones entre seres humanos no es legítima, natural ni querida por Dios. María aspiró a la democratización del poder, porque ante Dios todos somos iguales. La implicación inevitable e ineludible para los lectores de este texto, como para la comunidad que lo compuso y lo defendió en los primeros siglos de la historia de la Iglesia, es identificar de qué lado estamos: ¿del lado del Dios de los pobres o de los ricos y poderosos?
Esa definición de Dios, como el Dios de los pobres y oprimidos, la trae María de la tradición insurreccional de los profetas Amós, Isaías y Jeremías. Mas no se trata de subvertir un orden “espiritual”, sino uno económico y político de carácter histórico, objetivo y material que tiene implicaciones espirituales. La espiritualidad del asunto, como veremos más adelante, radica en acompañar a Dios o no acompañar a Dios en el servicio a los pobres y oprimidos.
Las palabras de María se inscriben en la sucesión teológica e ideológica de los profetas del antiguo Israel, donde hace alrededor de 2,600 años el profeta Isaías leyó desde la voluntad de su Dios la conducta religiosa de los que le buscaban por medios de sacrificios, cánticos y ruegos. A juzgar por su devoción, era gente comprometida con el templo, la oración y los ritos de la congregación.
Lo espiritual y la espiritualidad en la tradición hebreo-cristiana quedó definida para siempre desde los profetas, para quienes los ejercicios del espíritu están en la acción con los pobres y oprimidos. Es ahí, señalan, donde se practican los caminos de Dios y los frutos del espíritu, que son contrarios al dogmatismo, la sumisión religiosa e irracional de normas e instituciones humanas; la persecución de pobres y trabajadores sobre los que se impone el yugo de la represión; y la insensibilidad ante el pobre y desvalido.
Los frutos del espíritu, en cambio, son aquellas actitudes necesarias para, según señala el profeta, servir al desvalido, al diferente y al pobre. Para el profeta, Dios pide acciones sociales y políticas a favor del oprimido y lucha por destruir “todo yugo” que se manifiesta en leyes que corporifican la “maldad” contra los trabajadores y los pobres, destruyen sus derechos y laceran sus condiciones de trabajo.
Dios pidió a los falsos religiosos fundamentalistas del tiempo del profeta que inventaban ejercicios espirituales vacíos de actos de justicia, que le dieran “libertad a los quebrantados”, lo que en el lenguaje materialista de los hebreos significa libertad de la opresiones y explotación que causan quebranto, deterioro, perdida de los bienes, de la salud mental y física y de la esperanza. Finalmente, el profeta está pidiendo, en nombre de Dios, romper las diferencias de clase, compartir el pan con los que no lo tienen y recibirlos en la casa. Se trataba de romper con el sistema de explotación económica y con la opresión política imperante.
Por estas convicciones hay una actitud anticúltica en la religiosidad profética cuando el culto está vacío de justicia. Dice el profeta Amós:De justo desprecio vuestras fiestas… no quiero oír la salmodia de tus harpas… que fluya el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne es lo que quiero. (Amos 5:21-24)
El primer Isaías lo dice así:Harto estoy de holocaustos de carneros… me tapo los ojo por no veros… aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda… y si fueren rojos como carmesí (vuestros pecados), cual lana (blanca) quedarán. (Isaías I:11-20)
Según los profetas, el culto a Dios tiene que ser un culto de celebración de la justicia realizada al pobre y oprimido, al trabajador, a la viuda, al huérfano, a los forasteros desarraigados, que es la verdadera ofrenda a Dios. Es un culto contrario al de los falsos religiosos bien pagos y los sacerdotes de templos ricos, donde asisten los opresores e injustos. Lamentablemente, con el tiempo, el culto a María caerá en mano de sus propios adoradores.
Cuando se habla de injusticia o de justicia en los textos bíblicos de la tradición hebreo-cristiana se habla en términos históricos. En esta tradición el pecado es la injusticia y, claro está, la injusticia es siempre contra el prójimo, que es débil, no tiene poder, no tiene con qué responder. Esa injusticia-pecado es la que tiene que ver en la literatura profética con los pobres que han sido burlados por jueces vendidos, los que han sido engañados en los pesos y medidas de los productos, los que han sido expropiados de sus tierras, dejados huérfanos o viudas o quienes han sufrido violencia, engaño, hambre, sed, persecución y enfermedad a manos de los injustos. María y la comunidad que la formó venían de esa tradición.
Ejemplo especial es el texto inicial de Isaías, en el que tronaba contra la “explotación” de los trabajadores. El profeta Jeremías, por su parte, se enfrentó a los poderosos y empresarios de su tiempo cuando dijo:¡Ay del que edifica su casa sin justicia y sus pisos sin derecho! De su prójimo se sirve de balde y su trabajo no le paga. (Jer. 22:13)
Podemos observar, en consecuencia, que en estos textos la restauración del valor del trabajo es un acontecimiento central, dramático. Dice el hermoso poema del profeta Isaías sobre la creación de los nuevos tiempos:Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto. No edificaran para que otro habite, ni sembrarán para que otro coma. (Is. 59:17-25).
La restauración del valor del trabajo es un asunto central en estos textos. Decíamos que para los profeta la religiosidad tenía un carácter muy real, histórico, material, se trata de lo que se sufre en el cuerpo y repercute en el espíritu. En otras palabras, todas las injusticias bíblicas que tiene consecuencias “espirituales” tienen su origen en el sistema económico de explotación y en la política y cultura de insensibilidad que éste engendra. Es ahí donde ocurre la vida; donde ocurren las relaciones entre los seres humanos que, en última instancia, repercuten en el espíritu.
En el pensamiento hebreo, contrario al pensamiento platónico de los griegos, el espíritu tiene su asiento en el cuerpo material pero no se puede separar del cuerpo, como lo espiritual no se puede separar del prójimo. Para María y los profetas estuvo claro que la vida religiosa no se puede dar separada de la vida social sino que, por lo contrario, se da en la vida social toda vez que allí se manifiesta el espíritu del bien engendrado por el compromiso con el Dios de los pobres y oprimidos.
Allí también, advierten, se manifiesta el espíritu de la maldad engendrado por el sistema de explotación económica para beneficio egoísta de los que oprimen y explotan.
Frente a ese sistema se insurreccionan los que, como los profetas María y Jesús, tiene otra visión y compromiso con la vida. Por eso, la insurrección contra los ricos y los poderosos es un asunto del espíritu, un asunto iniciado y dirigido por Dios.
María no se agota en sí misma. Fue, como todas las madres, maestra de Jesús, su primera maestra. Así que el hijo no podía salir menos revolucionario que su madre. Dice Lucas sobre Jesús:Le entregaron el libro del profeta Isaías y desarrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: ‘El espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la buena nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro y se sentó… Comenzó a decirles: Esta escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy. (Lc 4:16-21).
Ahora podemos entender por qué lo crucificaron como “sedicioso”. En la misma tradición de los profetas, Jesús proclamó la noticia a los pobres, no a las autoridades del templo y del país, no a los honorables ni a los empresarios, sino a los pobres. Habló de la “buena noticia”, aquello que proclaman los heraldos de los reyes y príncipes cuando vienen a imponer un nuevo orden de relaciones y, desde luego, en contraposición al orden imperial de los romanos, querido por los judíos colonizados defensores de la presencia romana en Israel.
Como si no fuera suficiente, Jesús dijo que venía a proclamar la “liberación de los cautivos”, los que están en el presidio colonial romano (que generalmente son presos políticos) y libertar a los “oprimidos”, que es un término político y social porque se trata generalmente de los trabajadores, campesinos explotados, pescadores mal pagos e inquilinos abusados. También prometió vista a los ciegos en una cultura en que los enfermos desechados eran evidencia de condenación por sus pecados. Lo del “año de gracia” es grave todavía. Los esclavos se debían dejar libre, igualmente las cosechas, para que todos los hambrientos vinieran a comer sin pagar. Jesús proclamó la milenaria ley escrita en el libro de Levíticos: Declarareis santo el año cincuenta y proclamareis en la tierra liberación para todos sus habitantes.
Con este programa revolucionario, Jesús se echó la cruz encima desde el día de su presentación en el templo.
Seiscientos años después de Isaías, Jesús, el hijo de María, transitó por la misma línea del profeta. En su ministerio, va a proclamar que no hay comunión con Dios ni salvación sino es por vía del servicio a los pobres y oprimidos. En la parábola del fin de los tiempos y el juicio a las naciones, dice Jesús a los que heredarán el Reino de Dios: Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambrientos y te dimos de comer? Y él les dirá: en verdad os digo, que cuando lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos mas pequeños, a mí lo hicisteis.
Entonces dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber. En verdad os digo, que cuando dejasteis de hacer esto con uno de estos, mis hermanos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo. (Mt 25:31-46).
Lo que María aprendió de los libros proféticos y le enseñó a Jesús es que Dios está entre los pobres y oprimidos. La salvación está en el servicio a los rechazados y abandonados por el sistema, los enfermos, los encarcelados, los migrantes, los rechazados por su diferencia y no en el servicio a los empresarios que promueven la vida económica del país, ni a los gobernadores que mantiene el orden y la seguridad, ni a los legisladores que hacen las leyes para mantener el orden social.
Es importante señalar, a la altura de lo que estamos diciendo, que la ruptura más grande en el pensamiento religiosos de la evolución del hombre primitivo, pasando por las antiguas civilizaciones hasta llegar a nuestros días, es la irrupción en el Mediano Oriente de un Dios que no está al servicio de los reyes, los poderosos, los sacerdotes o la institución religiosa; sino uno al servicio de los pobres y oprimidos.
Si leer la realidad desde los profetas es duro, desde Jesús es más duro todavía porque éste reclamó un compromiso más radical. María, sin duda, debió haber sido una influencia muy fuerte en su hijo. Leer los evangelios, especialmente esos ocho incidentes entre ricos y pobres en el libro de Lucas, en la Biblia, es suficiente para tener claro la parcialidad del Dios que dio lugar a la formación de la Iglesia primitiva.
La cuestión de los pobres y oprimidos resalta, en forma radical, en el pasaje de Mateo 19 y Marcos 10 que también encontramos en el libro de Lucas, capítulo18, en el que el joven rico viene a preguntar a Jesús: Maestro bueno, ¿qué ha de hacerse para tener vida eterna?. A lo que Jesús dijo: Aún te falta una cosa, vende todo cuanto tienes y repártelo entre los pobres y tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y sígueme.
El joven se marchó entristecido porque tenía muchos bienes. Pero lo más sobresaliente es el comentario que Jesús hizo a sus discípulos:¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. (Luc. 18:18-25)
Las implicaciones socioeconómicas, políticas y religiosas de la predicación de Jesús para el orden establecido en Israel eran devastadoras. Los poderosos, empresarios, religiosos fundamentalistas y sacerdotes del templo convendrán en que fue necesario crucificarlo para evitar las consecuencias políticas y sociales del mensaje de este hijo de María, que comenzó a alegar que venía en nombre de Dios.
Jesús codificó en su ministerio la sentencia sobre ricos y pobres cuando pronunció el Sermón del Monte:Bienaventurado vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Más ¡hay de vosotros los ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Hay de vosotros los que ahora estáis saciados! Porque tendréis hambre. (Luc. 6: 20-26)
Jesús le hizo eco a la oración de su madre, María. Ante el asombro de sus discípulos, Jesús dijo: Para los hombres eso es imposible, más para Dios todo es posible.
Jesús también pensó en las alianzas que podían hacer los ricos en beneficio de los pobres. Ese es el caso de Zaqueo, un hombre que tras la búsqueda de su salvación dijo: Daré, Señor, a los pobres la mitad de mis bienes. A eso Jesús respondió: ¡Hoy ha llegado la salvación a tu casa! (Luc. 19).
En este caso en específico, Jesús abrió una posibilidad para judíos ricos, un ejemplo a seguir para los ricos en las sociedades de separación de clase, como es en nuestro caso la sociedad capitalista.
El Dios de la tradición hebreo-cristiana es el de los pobres y oprimidos. Habrá otros dioses, pero éste, según la Biblia, es el insurrecto, tal y como se expresa en el milenario Salmo 146: que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos; Yahvéh suelta a los encadenados, abre los ojos a los ciegos, a los encorvados endereza, protege al forastero, a la viuda y al huérfano sostiene.
Fuera de que es confiable y creó los cielos y la tierra, el Salmo no da otros atributos excepto los del Dios de los pobres. En la Biblia no hay nada de esos embelecos filosóficos que se inventaron los teólogos tardíamente. Nada de omnipotente, omnisciente y omnipresente. Sólo dice que es el Dios de los pobres y oprimidos y ya. Advertimos, además, que ese es el mismo catálogo de exigencias para sus seguidores, desde los tiempos de Isaías hasta los tiempos de Jesús y, lógicamente, hasta los nuestros.
Esta es la dimensión que yace en las raíces más antiguas de esta milenaria tradición religiosa, como manifiesta el Salmo 82:Se levanta Dios en medio de los dioses y juzga: ¿Hasta cuándo juzgaréis inicuamente y haréis acepción de los impíos? Juzgad a favor del débil y del huérfano, al humilde, al indigente haced justicia; al débil y al pobre liberad, de la mano de los impíos arrancadle.
Las consecuencias de entender a Dios de esa manera son enormes. Es desde esa concepción del mundo que la explotación, la opresión y la falsa religiosidad que la encubre se convierten en plataforma para la insurrección. A través de la historia, la iglesia institucional se ha desviado y contradicho de su propia tradición aunque la tradición insurreccional siempre regresa, como es el caso de la Teología de la Liberación.
A partir de la década de 1960, una gigantesca generación de sacerdotes, monjas, pastores y laicos católicos y protestantes, fundamentándose en esa tradición insurreccional, se levantaron para acompañar al pueblo en la confrontación a los regímenes capitalistas latinoamericanos. Una resumida lista de los movimientos más importantes nos da una idea de la amplitud de esa explosión insurreccional: Camilo Torres, a quien se le llamó el cura guerrillero; la acción católica brasileña; los movimientos estudiantiles cristianos protestantes; los obispos contestatarios bajo la dirección de Helder Camara, en Brasil; el clero brasileño de la Carta Abierta al Clero; la incorporación de cristianos a la guerrilla como la Madre Margorie Bradford, los padres Thomasa y Arthuir Melville y los 25 estudiantes de su colegio en Huehueteango; los jóvenes de la guerrilla del Teoponte en Bolivia que nos legó el Diario de Néstor Paz; el Movimiento Populaum Progressio; y los Cristianos Tupamos de Uruguay.
También se encuentran los 80 curas de Chile que pidieron la revolución en la Iglesia y el país; los teólogos y obispos radicales de la conferencia de Medellín; los Curas del Golconda, en Colombia; los 250 curas firmantes de la Carta a los Obispos del Tercer Mundo; la revista Cristianismo Revolución en Argentina; el movimiento protestante Iglesia y Sociedad de Bolivia; el movimiento de los Ochenta (sacerdotes) en Chile; y el magno Congreso Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo celebrado en Chile, en el año 1972.
Pero esto no se quedó ahí. Lo que pareció desaparecer con la muerte del Ernesto “Che” Guevara y el advenimiento de las dictaduras en América latina prendió por otro lado. Diversificando los sujetos revolucionarios y sus temáticas, hoy tenemos una teología de la liberación negra; una teología de la liberación mujerista; y la teología de la liberación africana y asiática.
Dos asociaciones de mujeres teólogas de la liberación, la africana y la asiática, publican numerosos libros a partir de su participación en la vida nacional muchos de los cuales se encuentran en la biblioteca del Seminario Evangélico de Puerto Rico, en Río Piedras.
Entendemos, entonces, por qué hay que seguir colocando a María tras el cristal de mujer domesticada. Paradójicamente, lo han logrado aquellos que han hecho de ella el centro de su devoción. Pero María, por el contrario, es portadora de un mensaje muchísimo más grande que el nicho en que han pretendido encerrarla. Ella encara la práctica insurreccional de la tradición hebreo-cristiana.
*Este artículo es parte de la Conferencia Magistral que dictó el autor durante la inauguración del Coloquio Académico que celebró la escuela de Derecho Eugenio María de Hostos el pasado 13 de abril de 2011, en Mayagüez.
*Samuel Silva Gotay es profesor en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Sus trabajos principales son en las áreas de historia y sociología de la religión, destacándose El pensamiento cristiano revolucionario en América Latina y el Caribe, publicado originalmente en 1981 y editado en español, alemán y portugués. También ha publicado Protestantismo y política en Puerto Rico; 1898-1930, Catolicismo y política en Puerto Rico, bajo España y Estados Unidos, siglos XIX y XX y en la actualidad trabaja en el volumen de Religión y política en Puerto Rico durante el período de la Guerra Fría: 1960-1990.