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Inicio » Puerto Rico

El Coliseo

Jorge R. De Jesús Medina Publicado: 22 de junio de 2012



¡Esta es mi cancha, [email protected]! ¡ESTA ES MI CANCHA!
 Carlos Arroyo
5 de septiembre de 2009

Coliseo Roberto Clemente

Uno es nuevo, alucinante, y brilla día y noche no importa la tempestad. El otro es viejo, setentoso y permanece en penumbras durante el día más soleado y la noche de la súper Luna. Los vecinos de uno mantienen su buena apariencia y aires de grandeza. La vecindad del otro incluye solares baldíos, urbanizaciones en decaída y una fortaleza castrense. En uno los baños tiran la cadena a la menor provocación del sensor. Los baños del otro son perfumados con peste a garita del Morro. Uno es cómodo, atractivo y suavecito a la vista. El otro no tiene una silla acojinada, o muda, o placentera. Uno sirve como nuestra carta de presentación al Mundo. El otro es un vestigio de otra era; sus años de gloria son cosa del pasado. Uno sirve comida rápida, menú corporativo, platos con nombres y sabores mercadeables, y bebidas de lujo. El otro vende empanadillas, pizzas, pinchos; todo licor que allí se vende, hasta el más fino, sabe a Palo Viejo. En uno el fervor es enlatado, con instrucciones de cómo, cuándo, quién y qué celebrar. Las ovaciones en el otro son orgánicas, producto de la más sincera aprobación de las huestes. Los pasillos de uno callan si no hay evento. El otro es eje de recreación, deporte y ejercicio diariamente; cuando no, sus paredes retumban con las plegarias perdidas de fanaticadas (y aspirantes de reválidas) de antaño. Uno está perfectamente climatizado. En el otro…o te congelas o te deshidratas. Uno exude orden y cordura. El otro invita al caos. Uno es estéril, no tiene alma. El otro late.

En una de las escenas finales de Nixon, la cinta biográfica sobre el atormentado y trágico presidente estadounidense Richard M. Nixon, obra del cineasta estadounidense Oliver Stone, el personaje principal, protagonizado magistralmente por el inigualable Sir Anthony Hopkins, camina por los pasillos de la Casa Blanca aturdido y asediado por las repercusiones del escándalo Watergate. Mientras camina los pasillos de la Mansión Ejecutiva que abandonaría la mañana siguiente, Nixon se encuentra con el icónico y potente retrato de su acérrimo rival político, el fenecido presidente John F. Kennedy, obra de Aaron Shikler, donde el presidente que capturó la imaginación de una generación con la esperanza de un mejor mañana cruza sus brazos y mira al suelo concentrado, melancólico y resignado.((Me curiosea saber si ese retrato verdaderamente colgó en la Casa Blanca de Nixon. Los retratos presidenciales que se exponen en la Casa Blanca son aquéllos que el presidente de turno quiera allí tener. Algo me dice que Nixon detestaría la idea de tener a JFK en sus pasillos, menos aún un potente retrato que enalteciera y mantuviera viva su aura y mítica. Pero, al final de cuentas Oliver Stone es mucho mejor que yo contando cuentos y plasmándolos en la gran pantalla. Para todos los efectos prácticos, me lo hizo creer como un hecho incontrovertible. Seguimos.))

Nixon se postra frente al retrato, sube la mirada, busca los ojos de JFK, quizás sintiendo la misma melancolía y resignación que transmite el JFK retratado, aunque por razones diferentes, y le dice: «[w]hen they look at you, they see what they want to be. When they look at me, they see what they are.» Cuando te miran a ti, ven lo que quieren ser. Cuando me miran a mi, ven lo que son.

Cuando visito el Choliseo veo lo que, como Pueblo, aspiramos a ser: moderno, de clase mundial, limpio, ordenado, tecnológicamente avanzado. Un gusto y un placer de visitar y ser visitado. Una chulería. Nos sentimos orgullosos y contentos de tener esas facilidades en nuestra Isla. Es un manjar para los sentidos y sensibilidades, aún para las más exigentes. Todo luce como debe lucir, suena como debe sonar, huele como debe oler, se siente como se debe sentir, sabe a lo que debe saber. Todo está en su lugar, bien puesto y en orden. Coreografiado con tecnología de pies a cabeza para darte la impresión de perfección y diversión en un ambiente de algarabía controlada. ¡Que comience la fiesta tan pronto la máquina, las luces y la voz del altoparlante me diga!

Bandera amarilla.

El Choli también es soso. Desabrido1. El orden tiene su precio. Y no me refiero al costo de entrada, el cual es elevado. Me refiero a que con el orden, la estructuración y la coreografía se pierde el sabor de lo improvisado, lo inesperado, lo íntimo. Lo que está fuera del libreto no vale. ¡Qué terrible pérdida!

Cuando miro y visito el Coliseo Roberto Clemente veo quienes somos. Es el Puerto Rico 2012 encarnado. Funcional…al borde de no serlo. Lleno de fallas. Siempre mirando por encima del hombro, ojo avizor al tumbe o que alguien se cuele. Energía nerviosa abunda. Negativa y positiva. Alerta de Motín. Sazón. Pasión.

Y me siento en casa.

Por muchos años el Coliseo Roberto Clemente fue el escenario de mayor prominencia y trascendencia en la Isla, particularmente para el deporte bajo techo y la música popular.  La lista de eventos que se han llevado a cabo allí es impresionante. Si empezamos a nombrarlos, no acabamos.  La mejor manera de resumirlo es la siguiente: el Coliseo, para mi generación y la que me precedió, es lo que el Sixto Escobar fue para la generación de mi abuelo. Sede de evento grande o pequeño. La arena por excelencia. Tal es así que todo puertorriqueño nacido antes de 1980 simplemente se refiere al Roberto Clemente como «El Coliseo». EL COLISEO. El veintiúnico Coliseo.

Entrar al Coliseo es una experiencia compartida. Hay sentido de propósito colectivo: agarrar el aura de la expectativa, dejarte sentir, abrazar el calor del delirio fanático. Lo que hace el prójimo retumba en todos: sentir temblar el piso mientras otros se paran, caminan, saltan, gritan y lloran es lo cotidiano. Lo emocional y lo físico se entremezclan y confunden. La emoción que evoca su epónimo lo lleva a otro nivel. Miles de derviches giradores boricuas bajo un mismo techo.

El Coliseo recoge la pasión, la energía de la Gelito Ortega, la Arquelio Torres, el Pachín, la Pepín2y otros templos del deporte boricua del presente y del pasado. Magnifica y unifica la pasión por el deporte. Aun cuando era el hogar de los Cangrejeros en el BSN, el Coliseo nunca fue su gallinero exclusivo. Todo el que visitaba se sentía que le pertenecía. El Coliseo es el sitio mágico en Puerto Rico donde se vive e pluribus unum. Allí somos uno. Es la casa de todos. El Coliseo se deja querer. Allí se suda, se suspira, se grita y se llora. Allí se vive.

Los espectáculos artísticos son ejercicios de improvisación glorificados. Cierto es que cada espectáculo, salvo los doblados (paging Ashley Simpson), son únicos y especiales. Pero su inicio, trayectoria y desenlace están fríamente calculados. Puede variar de noche en noche su contenido y su público, pero la realidad es que el artista dará su performance, será ovacionado y ¡chau! Todo el mundo para su casa.

El deporte es una de las pocas formas de entretenimiento sin guión, sin final pre-determinado3. Es el máximo exponente del entretenimiento tipo reality; es un verdadero drama cuyo desenlace se desconoce. Ni dios sabe cómo ni cuándo acabará, o quién se agenciará la victoria y quién cargará con la derrota. Lo desconocido crea tensión en el aire; de esa que puedes cortar con tus uñas (por eso, quizás, te las comes). Ni tú ni yo ni el de al lado sabe a ciencia cierta lo que sucederá. La cancha tampoco lo sabe. Está a la expectativa, al igual que tú. Lo descubriremos todos juntos, tensos, excitados y nerviosos. Es una experiencia de compartir el uno con el otro y con el templo. El drama que se desata en el tabloncillo, el cuadrilátero y la malla requiere una comunión en un templo ecuménico del cuerpo, alma y corazón, de yo, tú y el otro, de todo y de todos.

Ese drama no se vive a plenitud en un escenario estéril o ajeno. Necesita ser un lugar conocido, infectado a nuestra imagen y semejanza. Donde me sienta cómodo y pueda expresarme adecuadamente. Necesito estar donde pueda cantarlas como son y sentirme como es.

Para conciertos y espectáculos, dame el Choli, con sus bombos y platillos.

Pero para deportes, el pellejo y el galillo mejor se dejan en el Coliseo.

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  1. Lo único sabroso del Choli es su apodo pueblerino, así bautizado a última hora por la triste partida del otrora comediante puertorriqueño José Miguel Agrelot justo cuando el recinto abría sus puertas, hecho seguramente resentido por sus administradores y gerenciales que probablemente salivaban (y, tal vez, todavía salivan) ante la posibilidad de bautizarlo, como es la costumbre moderna, con el logo e insignia del mayor postor. [↩]
  2. Los fanáticos Vaqueros tienen que admitir que tan chévere, moderno y grande que es el Coliseo Rubén Rodríguez, el cavernoso rancho jamás vibrará como lo hizo la Pepín en su día. [↩]
  3. Salvo la lotería del sorteo de novatos de la NBA. #Chiste #PeroEnSerio [↩]


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Autores

Jorge R. De Jesús Medina


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