El enigma de Haití: algunas lecturas
La Revolución Haitiana, lo sabemos, fue un evento inesperado para el mundo occidental: una sublevación de esclavos (y esclavas) que puso fin no solo a la esclavitud, como tal, sino al dominio colonial francés del país. Pero la revolución fue más allá y se proclamó defensora de principios humanos universales. Tiene mucha razón Aimé Césaire al decir que Haití fue la cuna de la negritud. Por supuesto, Haití no era el único lugar del Caribe o del mundo con una alta concentración de población de origen africano. En África, es obvio, había una población numéricamente mayor. En el plano de la cultura, Haití no era tampoco peculiar en sus formas culturales y artísticas. Allí se tocaban los mismos ritmos negros que, digamos en Cuba, Nueva Orleans, Brasil, Puerto Rico o África. La diferencia es que la revolución de 1791-1804 proclamó el derecho de los negros a constituirse en una nación independiente, en los mismos términos que cualquier país europeo o americano, dominados estos últimos por población de origen blanca. Es a esa afirmación de los derechos políticos de los negros, concebidos como emanados de principios humanos universales, a lo que se refiere Césaire al hablar de Haití como la cuna de la negritud. Además, es innegable que la evolución de la cultura afrocaribeña, con sus peculiaridades musicales y artísticas, tiene que ver, de forma directa, más con Haití que con África.
Sea como sea, la revolución haitiana de 1791-1804 era política, económica y conceptualmente inaceptable para el mundo occidental blanco. Tenía que ser destruida. Pero si miramos el periodo de 1804-1830, la verdad es que Haití contaba con fortalezas políticas y económicas considerables. En primer lugar, abundancia de terrenos fértiles. En segundo lugar, una vigorosa economía de pequeños campesinos independientes. Tercero, un raudal de puertos y conexiones con el mercado mundial. Incluso con la imposición de pagos de “reparación” a Francia en 1825, no estaba predeterminado que el país no pudiera sobrevivir e incluso cumplir con las abusivas imposiciones del imperio francés. Los conflictos internos consumían una gran parte de la energía social, pero la antigua población esclava se las arregló para desarrollar una economía de subsistencia que habría dejado impresionado, por su dinamismo, al propio Marx. Un elemento clave de esa economía era la cultura heredada de la revolución: énfasis en lo local, en la solidaridad social y en la prevención de las diferencias sociales marcadas. Todavía durante la década de 1860-1870 la experiencia haitiana era admirada por todas las poblaciones negras del mundo, en particular los negros libres en Estados Unidos. De hecho, Frederick Douglas veía en Haití el ejemplo a seguir en el sur de la nación estadounidense. Aunque la revolución haitiana dio paso a una sociedad respetuosa de la diversidad religiosa, el vudú siguió siendo la religión dominante, simplemente porque era un cuerpo espiritual más rico que otras religiones.
En 1860 ocurre un hecho que comenzaría a transformar todo lo anterior. Nos referimos al interés del Vaticano en convertirse en la religión estatal de Haití. Bajo el Concordato de 1860 el catolicismo devino una religión auspiciada por el Estado. Enseguida comenzó la distorsión y persecución del vudú. En un juicio local famoso, parecido a los eventos de Salem, Massachusetts, un grupo de seguidores y seguidoras de la religión haitiana fueron ejecutados por supuestamente practicar el canibalismo en sus ceremonias religiosas. Todo era una mentira; pero una que sirvió de justificación a los privilegios recién adquiridos por la iglesia católica. Haití fue presentado al mundo como una región enigmática, dominada por negros y negras poseídos por el Diablo que practicaban el canibalismo, particularmente de niños. Al vudú había que destruirlo. Pero este era demasiado rico para el formalismo vacío del catolicismo.
Fueron sobre todo la moda y el periodismo internacionales los que vendrían a dar un golpe severo a la visión que se tenía de Haití. En la década de 1870, cuando los poderes imperiales obligaron al país a endeudarse, la revista Dress and Vanity Fair publicó un artículo describiendo los supuestos horrores de apariencia física de la mujer negra haitiana. También se extendió en el tema del vudú y las inventadas ceremonias con elementos de canibalismo. El éxito de la publicación fue enorme. Esta sirvió de inspiración a un diplomático del consulado británico en Haití, Sir Spenser St. John. Este funcionario inglés trabajó en el consulado local entre 1863 y 1872. Su padre, James Augustus St. John, era uno de los periodistas más renombrados de Inglaterra. Pues bien, siguiendo los pasos de su progenitor, Spenser St. John publicó sus memorias sobre Haití, con el patrón sensacionalista de la revista Dress and Vanity Fair. Su libro Hayti; or, the Black Republic (1889) vendría a dominar la visión de Haití tanto en Europa como Estados Unidos por más de medio siglo. Además de las numerosas descripciones sobre la supuesta fealdad de la mujer negra haitiana, St. John habla también en su libro de la “afición” de la cultura haitiana al robo de niños y las ceremonias de canibalismo. Su conclusión, basada en relatos y datos no corroborados, era una afirmación racista de la naturaleza “salvaje” de los haitianos. De hecho, a él se debe la acuñación del término “degenerado” para clasificar antropológicamente a la población de Haití. La historia de esa nación, según él, no era más que “una serie de conspiraciones y de revoluciones seguidas de ejecuciones militares barbáricas”. Los haitianos eran incapaces de ser civilizados, a menos que se diera una intervención de los poderes extranjeros. Pues bien, este libro, cuya lectura es repugnante, dominó la producción académica sobre el tema de Haití en los países de Europa y Estados Unidos, a partir de su publicación. Eso se debió, en parte, a que la revista National Geographic tomó la noción racista de esa nación como un país “degenerado”, para todos sus artículos entre 1890 y 1920.
Ahora bien, este ataque ideológico, consistente en la creación maliciosa del mito del enigma de Haití, encontró respuesta de la intelectualidad haitiana. Uno de los exponentes más efectivos de la defensa del país fue el antropólogo Joseph Auguste Anténor Firmin. Su libro De l’égalité des races humaines fue publicado en 1885 y es considerado coherente con la visión moderna de la antropología crítica. Firmin, quien, dicho sea de paso, era colaborador de Ramón Emeterio Betances, fue también uno de los proponentes de la Confederación Antillana. Su trabajo antropológico versa sobre la relación entre raza y antropología física, sosteniendo el argumento de que no hay diferencias entre las razas, ni en virtudes ni en defectos. Pocos libros de su época concebían la antropología como una ciencia desconectada de las visiones racistas. Pero, aunque Firmin era miembro de La Société d’ anthropologie de París, sus investigaciones y escritos fueron ignorados por razones explícitamente racistas. De hecho, no es hasta el siglo XXI que se ha venido a reconocer su contribución a la ciencia moderna de la antropología. Para mantener la ideología del enigma de Haití, se silenció a quien era un antropólogo de avanzada y un gran humanista. En su libro, por ejemplo, Firmin concluye: “Todas las razas son iguales; todas ellas son capaces de elevarse a las más nobles virtudes, de alcanzar el desarrollo intelectual más alto; son igualmente capaces de caer en un estado de total degeneración. A través de todas las luchas que han afligido, y aún afligen, la existencia de la especie hay un hecho misterioso que sobresale para nuestra atención: El hecho de que una cadena invisible conecta a todos los miembros de la humanidad en un círculo común. Todo apunta a que, para progresar y crecer, los seres humanos están obligados a interesarse en el progreso y la felicidad de los demás seres humanos, así como a cultivar aquellos sentimientos que representan las más grandes conquistas del corazón y la mente”.
El supuesto enigma de Haití estuvo fundado siempre en motivos racistas y de tipo económico. Ni siquiera los pensadores más prejuiciosos, como St. John, ponían en duda la tremenda fertilidad de los suelos del país y su potencial para enriquecimiento. Lo que argumentaban era que por motivos de raza los haitianos eran incapaces de gobernarse a sí mismos y de sacarle beneficio a las riquezas naturales. Así, por ejemplo, St. John dice en el capítulo XI de Hayti; or, the Black Republic: “En el mundo entero no hay un país más idóneo para la agricultura que Hayti; ni otro en que los beneficios del trabajo sean más magníficos; con un suelo fértil y bien humidificado, y con un sol que, en efecto, parece atraer vegetación hacia sí con tal fuerza que el crecimiento de las plantas, aunque no sea como tal visible a los ojos, puede casi medirse día a día.” Esto, dicho en 1889, poco después de que Haití terminara de pagar las abusivas “sanciones” financieras impuestas por Francia.
Para los tiempos en que St. John y Anténor Firmin escriben, sin embargo, un poder imperialista tan o más pernicioso que el francés, mostraba su agresividad y avaricia hacia la rica Haití. Se trata, es obvio, de Estados Unidos. En las próximas décadas Haití experimentaría un proceso de retroceso que, bajo el poder financiero y militar estadounidense, colocaría a la nación antillana en condiciones políticas y raciales no muy distintas a las de 1804, o sea, previo a la independencia. Y, como era de esperarse, a partir de la llegada de los Marines en 1915, el enigma, de Haití, la supuesta incapacidad de los haitianos para gobernarse y ser “civilizados”, pasó a ser la excusa principal para el saqueo redoblado y la opresión más desmedida. De todas las revistas, la National Geographic, fue la que con más interés revivió la obra de St. John.
Por supuesto, no faltaron grandes pensadores haitianos que, desde una óptica antirracista y radical, dieran contestación en el siglo XX a lo que, sin duda, ha sido una de las campañas más viciosas para tergiversar la historia de un pueblo noble y combatiente. Nos referimos a intelectuales como Jean Price-Mars (1876-1969), Jacques Roumain (1907-1944) y Marie Vieux-Chauvet (1947-1973). Se trata de tres magníficos intelectuales haitianos que nos legaron, además de un tesoro literario inmenso, el ejemplo de sus vidas dedicadas a un Haití progresista y humano. También, de una historia de persecución por los regímenes racistas y conservadores que Estados Unidos estableció allí en el siglo XX, particularmente en los casos de Vieux-Chauvet y Jacques Romain. El estudio de estas tres grandes personalidades literarias del Caribe, junto a la obra de Anténor Firmin es mandatorio. Un banquete…
Más recientemente, han salido otros libros que invitan a la lectura, pues liquidan el manto ideológico que se ha proyectado sobre la historia del proceso haitiano. De particular importancia me parece el relanzamiento por la vía digital del libro La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias: 1915-1934, de la historiadora haitiana Suzy Castor. Este libro fue publicado originalmente por la Editorial Siglo XXI en 1971; pero, la Fundación Juan Bosch acaba de subirlo a su portal digital (www.juanbosch.org) para su difusión gratuita. Otro libro significativo, aunque en inglés, es Haiti: The Aftershocks of History, de la autoría de Laurent Dubois y publicado en 2012. Al igual que Castor, Dubois toma la lucha de clases y el imperialismo como ejes centrales para el estudio del proceso haitiano. Lo recomiendo también sin reservas, pues Dubois no solo tiene un vasto conocimiento de las fuentes primarias en francés, sino que su empatía y buen gusto al escribir son innegables.