El equívoco de siempre tener la razón

[Politics has always been] “a mass of lies, evasions, folly, hatred and schizophrenia”.
– George Orwell
Si recurrimos a argumentos de factura moral, las seis referencias a la honestidad en la Biblia (Proverbios 11.13 y 16.28, Juan 1.6, Salmos 37.7, Santiago 3.17 y 5.12), que después de todo, es el principal referente de la cultura occidental, no han servido de mucho para quienes la profesan a tenor con una “verdad” que contradice los hechos, desde el Concilio de Nicea en el 325 d.C. hasta la duplicidad de la trata de niños y niñas por sacerdotes católicos, y ministros protestantes al presente.
Tal vez los dos ejemplos de renuencia a admitir equívocos de mayor impacto mundial ocurrieron en la antesala de las dos Guerras Mundiales. En agosto de 1914, tanto el comandante de las fuerzas armadas alemanas Helmuth von Moltke, como su equivalente francés Joseph-Jacques-Césaire Joffre, ignoraron los informes de inteligencia que advertían que sus planes de asalto confrontarían una mayor resistencia de parte del enemigo de lo que ellos habían concebido. El resultado fue la I Guerra Mundial en la que murieron 20 millones de personas. De estas, 9.7 millones fueron soldados y 10 millones civiles. Unas 21 millones resultaron heridas.
En la antesala de la invasión alemana de Polonia en el 1939, tanto el presidente francés Albert François Lebrun, como el primer ministro británico Neville Chamberlain, subestimaron los informes de inteligencia que advertían la inminente agresión de Adolph Hitler, de la misma forma que Franklin Delano Roosevelt supuestamente no avaló los informes del inminente ataque de Japón a Pearl Harbor. Como resultado, se estima que en la II Guerra Mundial murieron entre 75 y 80 millones de personas. Entre 50 y 55 millones eran soldados, y de 21 a 25 millones, civiles.
La práctica de no reconocer equívocos ante la opinión pública probablemente es tan antigua como la humanidad misma. Para los políticos y las masas que los apoyan con creciente ciega pasión, los hechos ya no son suficiente disuasivo para aceptar que tal política, postura o líder, ha actuado de manera equivocada, fraudulenta o falsa. Paradójicamente, a medida que se tiene más acceso a información, mayor es la renuencia a recurrir a los datos para, al menos, hacerse de una opinión documentada. Simultáneamente, a medida que aumentan las fuentes de “hechos alternos” como los llamó Kelly Ann Conway o los “fake news” como argumenta Donald Trump constantemente, para quienes no han tenido el privilegio de desarrollar una actitud crítica hacia lo que se dice y se hace a nombre del “pueblo”, lo que arguye el líder seleccionado, con frecuencia por motivos de familiaridad, se convierte en “LA verdad”, y el cuestionamiento de la misma, en herejía. La acusación del partido de gobierno en Puerto Rico de que las protestas contra Ricardo Rosselló fueron subvencionadas por Cuba y Venezuela no se hicieron esperar. Acusar al adversario de la “peor” de las ideologías es una estrategia rápida y barata para exaltar el apoyo de los correligionarios.
Este fenómeno, dicho sea de paso, no es exclusivo de los sectores conservadores y “la derecha”. El cuestionamiento de las prácticas represivas de Daniel Ortega en Nicaragua, la deficiente administración de Nicolás Maduro en Venezuela o el reconocimiento de que Cuba pudo haber implantado estrategias de desarrollo económico más efectivas fuera del radar del bloqueo y la amenaza de agresión militar estadounidense, convierten a quien “se atreve” a cuestionar los movimientos revolucionarios y “hacerle el juego” al imperialismo, en un apátrida tan reprochable como un cubano pro Revolución Cubana en Miami.
Tal vez en Puerto Rico hace falta un ejercicio de reflexión que nos lleve como país a reconocer los equívocos de nuestras posturas tradicionales sin renunciar a los valores y aspiraciones políticas que abrigamos honestamente, y no por conveniencias vinculadas al acceso al poder.
Aunque muchos de los que aspiran al mismo futuro alterno que yo consideran, por ejemplo, que la estadidad no es una fórmula descolonizadora, como ha decidido el Comité de Descolonización de la Naciones Unidas, sino la culminación del coloniaje y la destrucción de la nación puertorriqueña, no es menos cierto que aproximadamente la mitad del país favorece al partido que aboga por la estadidad, porque entiende que es lo mejor para Puerto Rico al margen de las consideraciones culturales, nacionalistas o identitarias. Y, aunque el partido de gobierno ha demostrado a la saciedad que la estadidad es la carnada, el “gancho” para obtener el voto de quienes temen por su seguridad económica, no es menos cierto que cientos de miles de puertorriqueños creen con total honestidad que su futuro y el de sus descendientes está mejor asegurado como estado de la unión americana. Tratar a todos esos compatriotas como ignorantes, colonizados, plebeyos y vendepatrias, ni los invita a considerar otras opciones, ni contribuye a que escuchen otros argumentos, otros planteamientos, otras posibilidades.
Lo mismo aplica a los cientos de miles de puertorriqueños que creen en el Estado Libre Asociado y en las conveniencias de tener “lo mejor de dos mundos” como dijo Celeste Benítez en una ocasión.
De igual forma aplica a quienes creen a pie juntillas en la independencia, y sus versiones intermedias, república asociada o soberanía vinculada a los EEUU, como solución final a nuestro centenario dilema político.
La invitación a reflexionar está dirigida tanto a unos como a otros. La mera premisa de que aplica a los otros dos pero no a mí/nosotros, tiene dos efectos nefastamente paralizadores: 1) Yo/nosotros tengo/tenemos la razón y nadie me la va a quitar; y, por lo tanto, 2) los posibles argumentos y cursos de acción que puedan surgir de los tres bandos, que cuentan con personas preparadas, honestas y comprometidas con el país, quedan fuera de toda consideración inmovilizándonos dentro del estatus actual. Este inamovilidad limita las acciones que se pueden tomar bajo el presente estatus que puedan contribuir a viabilizar el cambio que se prefiere y adelantar un desarrollo económico que haga dicho estatus sustentable para todas las partes.
Esta reflexión implica que necesitamos admitir que “nos equivocamos”. Nos equivocamos cuando elegimos a políticos de los principales dos partidos políticos que han creado la descomunal deuda que tendremos que pagar los asalariados. Nos equivocamos cuando no retamos al partido pro independencia por su indisposición a aliarse con otros movimientos independentistas para adelantar la causa. No pasa desapercibido que el “realenguismo” ha redundado en una merma electoral que transmite que los que creemos en la independencia somos una ínfima e irrelevante minoría.
Nos equivocamos cuando atacamos a los propios que no se ajustan a los dictámenes de los líderes que nos incitan a odiar, ningunear, marginar, reprimir a todos los que no se alinean con los preceptos y las posturas que esgrimen nuestros líderes de turno… de los tres partidos y otras organizaciones y movimientos. Nos equivocamos cuando acusamos a los que no piensan como nosotros de que no son puertorriqueños, que no quieren lo mejor para nuestra patria, que no se merecen nuestro respeto o nuestra consideración o nuestra solidaridad.
Nos equivocamos cuando le entregamos nuestra representación y nuestro bienestar a políticos de carrera que no han demostrado, ni nos han convencido con actos además de palabras, que anteponen el bien común a sus intereses personales. Nos equivocamos cuando no nos interesamos por las plataformas de los partidos que apoyamos para saber si verdaderamente nos favorecen. Nos equivocamos cuando no conversamos con vecinos y familiares sobre quién mejor representa nuestros intereses sino que recurrimos a atacarlos, en ocasiones violentamente, por traicionar al partido, al movimiento, a la ideología. Nos equivocamos cuando nos conformamos con insultar a los adversarios en vez de documentarnos sobre cuáles son las alternativas para aumentar correligionarios a nuestra causa y aumentar el caudal de apoyo a nuestras fórmulas.
Nos equivocamos al pensar que solo los demás se equivocan, que solo los demás tienen que reflexionar, que solo los demás están “del lado equivocado de la historia”, que solo los demás son deshonestos, aprovechados y corruptos. Nos equivocamos cuando pensamos que nuestras creencias nos inoculan de las mismas pasiones y las mismas tendencias de codiciar los bienes del prójimo, y las mismas acciones para acercar la brasa a la propia sardina. Nos equivocamos al pensar y sentir que somos superiores, que no nos equivocamos, que solo quienes concurren con nosotros son valiosos, son puertorriqueños de buena fe, son compatriotas.
Hemos experimentado dos catástrofes en los pasados dos años. María desnudó la isla de su flora y del esquema con que los dos principales partidos nos han engañado por décadas, para enriquecerse con el erario público y a costa del resto de nosotros. Tras María nos unimos y levantamos el país a pesar del pillaje, a pesar del desprecio por el sufrimiento de nuestros paisanos, a pesar de los descarados esmeros para allegarse ayudas, generosos donativos y transferencias federales.
La segunda catástrofe se venía fraguando desde antes, pero como con Trump en los EEUU, alcanzó su peor manifestación con la persona, la actitud y las acciones de Ricardo Rosselló. Las acciones realizadas para favorecer allegados y correligionarios se extendió hasta pocas horas antes de salir despedido de la Fortaleza. Las descaradas expresiones homofóbicas, racistas y misóginas, las conductas rayanas en la ilegalidad y su desfachatado desprecio hasta por los de su propia colectividad revelaron su verdadera naturaleza, la madera de que está hecho. Rosselló logró indignar y movilizar a todo un pueblo (un millón representa 31.35% del total de la población, incluyendo impedidos de ambular y niños) a renunciar al puesto donde 42% del electorado de nuestro pueblo lo colocó para que les protegiera, para que velara por sus intereses, para que atajara la Junta de Control Fiscal, para que adelantase el ideal de la estadidad.
Nos equivocamos. La anticipable lucha por demostrar que no nos equivocamos, solo logrará reducir la credibilidad de quienes insistan en defender lo indefendible. Los que se empecinen en esgrimir los mismos argumentos en contra de los mismos sectores, de igual forma, empeñarán su palabra y corren el peligro de perder la confianza, la confiabilidad que resulta imprescindible para allegar a quienes no comparten ideales, o trayectorias, o lazos de afecto.
El pueblo que se tiró a la calle, ese pueblo que todos los sectores se quieren adjudicar como verdaderos representantes de la totalidad, merece la honestidad de todos nuestros líderes al confesar que se cometieron errores y que el próximo paso es corregirlos, no auto justificarnos. Resulta imprescindible renunciar a la prepotencia de creer que solo nosotros tenemos la razón todo el tiempo sobre absolutamente todo, que somos lo más cercano a la omnisciencia, que somos, si no la encarnación del Ser Supremo, su manifestación sobre la tierra.
Necesitamos desvestirnos de ese individualismo liberal que tanto denunciamos, de ese narcisismo con que nos hemos revestido para tener la razón todas las veces. Necesitamos admitir que, en última instancia, queremos que sean los “nuestros” los que asuman el poder, armándonos de una amnesia selectiva para perdonar a los propios de los crímenes y desatinos que les adjudicamos a los “otros”. Necesitamos dejar de trivializar nuestras complejas contradicciones y compartidos desaciertos, recurriendo a la caricaturización, a la burla, a la palabra soez como proyectil que, lejos de ganarnos el respeto de quienes no piensan como nosotros, terminan caricaturizándonos a nosotros mismos, convirtiéndonos de vocingleros de dudosa seriedad ante nuestros enormes desafíos.
No se me malentienda, las expresiones de amplios sectores contra Rosselló fueron no solo merecidas sino necesarias. Ventilar la rabia, la frustración, la indignación, cumplieron con el doble propósito de exorcizar los hirientes efectos de sus palabras y acciones, y de devolver también con palabras y el acto más contundente de todos, su destitución, nuestra afirmación como pueblo, nuestro convencimiento del poder que podemos ejercer, y nuestra capacidad de crear las condiciones para una próxima etapa de nuestra historia.
Pero de cara a ese futuro, necesitamos comenzar a educarnos sobre nuestra Constitución, el sistema eleccionario, los derechos que nos merecemos y la forma en que vamos a armar nuestra representatividad sin depender solo de los partidos y prácticas tradicionales. Necesitamos re-educarnos. Necesitamos aprender que protestar es un derecho, no una práctica de reivindicación. Necesitamos asimilar que no podremos tener todo lo que queremos, que no podremos pretender imponer una sola forma de hacer las cosas, que necesitaremos llegar a consensos para escoger la mejor opción incluso con quienes no solo estamos en desacuerdo, sino inclusive sin el apoyo de aquellos con los que estamos de acuerdo. No podemos denunciar la tiranía y pretender que imponer nuestro criterio no amerita el mismo nombre. Si aspiramos a una sociedad justa, equitativa, inclusiva, necesitamos ser inclusivos, tratar a los demás con equidad, y convencernos y convencerlos de que la justicia no tiene bandos y partidos. La justicia necesita ser ciega, incluso a nuestras individuales preferencias.
Puerto Rico de muchas formas tiene un futuro alterno en sus manos. Pero depende de todos nosotros, los que creemos tener la razón y los que pensamos que no la tienen, para llegar a consensos y armar un sistema económico, político y social en el que solo merezca quedarse fuera quien no quiera aportar.
El país está contratando. Los requisitos son: preparación y/o experiencia en la disciplina que se ejerza, compromiso con la transparencia y la eficiencia, disposición a trabajar con otros que sean “diferentes”, anteponer el bienestar colectivo al individual y dar lo mejor de sí aunque al principio no sea lo esperado. Los que traigan hachas que amolar o referencias y agendas partidistas, no se molesten en solicitar.