El incierto futuro de la democracia
Laura Díaz es una joven periodista “freelance” que vive en la zona de Antón Martín en Madrid, España. El domingo, 13 de mayo pasado, volvía a su casa después de haber estado bailando en una discoteca esa noche.
Mientras caminaba de regreso a su casa se topó con un cordón policial que rodeaba la Plaza del Sol y sus calles aledañas y quedó atrapada en medio de la manifestación de los indignados del 15-M.
En una de esas calles aledañas fue detenida por la Policía y apretujada con fuerza contra un muro. Fue en vano su ruego al policía que la detenía para que dejara de hacerle daño, puesto que no estaba oponiendo ningún tipo de resistencia. De allí fue trasladada a una comisaría donde estuvo arrestada durante horas.
Ahora Díaz enfrenta un juicio por cargos de resistencia y desobediencia a la autoridad policial, junto a otros auténticos manifestantes que esa noche desafiaban el horario que le habían impuesto para disolver la manifestación en la Plaza del Sol. Para ella, cruzar la calle esa noche para llegar a su casa constituyó un delito. “Cuando cruzar la calle es ilegal, entonces ese país se ha ido al garete”, afirma la joven periodista.
Scott Olsen, es un joven estadounidense de 24 años de edad y veterano de la guerra de Irak. Nunca pensó que sería herido de gravedad en las postrimerías del mes de octubre de 2011 por un oficial de la Policía en su propio país por ejercer el derecho a la libertad de expresión que fue presuntamente a defender en una guerra en ultramar de la cual fue un sobreviviente.
Olsen salió de la Armada de Estados Unidos en 2010 y consiguió un trabajo en San Francisco como administrador de sistemas, con la ayuda de su amigo y compañero de piso, Keith Shannon, un ex Marine igual que él. Nunca pensó que el policía Scott Bergstresser, del Departamento del Sheriff de San Francisco, le dispararía a corta distancia una granada lacrimógena directamente a la cabeza mientras se encontraba parado pacíficamente a la cabeza de una manifestación de Occupy Wall Street en Oakland, California.
Olsen sufrió una fractura craneal y un edema cerebral que le ha afectado el habla. Estuvo en estado de coma y se temió por su vida. Convertido en símbolo de la represión policial contra las manifestaciones de los indignados en Estados Unidos, su nombre se convirtió por un tiempo en estribillo de los manifestantes, quienes gritaban: “todos somos Scott Olsen”. Su amiga Adele Carpenter reprocha la ironía de que alguien que sobrevivió a dos servicios militares en Irak haya sido gravemente herido por la Policía en su propio país.
La Asociación de Agentes de la Policía de Oakland difundió un comunicado de prensa en el que denuncia las contradictorias órdenes de la oficina de la alcaldesa Jean Quan, contra quien se ha desatado una campaña solicitando su destitución del cargo.
Las experiencias, tanto de la joven periodista española, como del ex marine Scott Olsen, son reflejos de que la crisis económica mundial está poniendo también en precario la democracia. Ese es el mayor peligro que acarrea este período económicamente recesivo.
Proporcional a la prolongación de la crisis, se acentúa el descontento y desafío ciudadano y el problema de ingobernabilidad. La democracia comienza entonces a restringirse paulatinamente y las libertades ciudadanas quedan constreñidas por acciones cada vez más autoritarias de los gobiernos.
El peligro consiste en que la crisis pueda tener la concomitancia de polarizar la sociedad. Inevitablemente, un sector se alineará políticamente con el autoritarismo gubernativo, seducido por el argumento de la necesidad de una rigurosa disciplina para salir de la crisis. Igual sucede con la criminalidad. Entretanto, otro segmento ciudadano reclamará cambios radicales de un nuevo modelo democrático.
Dependiendo de las proporciones de apoyo ciudadano a cada polo, es que quedará definido, por consiguiente, el tipo de sistema político que evacuará la crisis. Es la democracia con sus libertades ciudadanas fundamentales la que está en juego.
Indubitablemente, vivimos momentos de un trance histórico coyuntural de la humanidad. Cuán definitorio será el cambio social, político y económico resultante de esta crisis todavía está por verse.
Lo que nadie se atreverá negar es que un gran estremecimiento sacude el orden sistémico de las naciones del mundo. Se trata de una revolución espontánea forzada por las premuras de unos sistemas de gobierno que tienen muy poco que ofrecerle a la gente. No es una revolución con una tendencia ideológica bien definida de un tipo particular de cambio. El futuro todavía es muy incierto y es importante que se reconozca esta realidad.
Si el filósofo francés Jean Paul Sartre viviera, comprobaría que la juventud en el mundo está viviendo el humanismo existencialista propuesto por él de que el hombre es un proyecto que se realiza haciendo. Extendida a la sociedad esta teoría existencialista, la sociedad va viéndose cada vez más a sí misma como un proyecto que va forjándose libremente a través del hacer humano y de la consecución de sus aspiraciones y anhelos sin ningún corsé ideológico definido.
Es muy difícil predecir el futuro. Sólo el tiempo dará las respuestas que hoy se hacen tan difusas.