El Macabeo: encuentros entre lo cool y lo popular
Algo inusual está sucediendo en los jangueos trendy’s de San Juan desde que en el 2008 una Orquesta de salsa llamada El Macabeo comenzó a tocar. Por ejemplo, se puede entrar a un local o club nocturno como la Respuesta en Santurce o El Cabaré en Río Piedras y ver a la gente cool metropolitana, vestidos con sus skinny jeans negros y camisas de los Sex Pistols, y chicas con trajes vintage y cortes de cabello con pollina a lo Christa Päffgen a.k.a Nico, bailando salsa. Y no es que nunca escucharan o bailaran salsa, pero en estos lugares es más común dar puños en un mosh pit, sacudir la cabeza descontroladamente mientras el cuerpo sigue erguido, o simplemente sentarse, con los ojos cerrados, y disfrutar de una pieza sonora. Sin embargo, desde que salió a la calle El Macabeo, una orquesta salsera compuesta en su mayoría por músicos de la escena punk, muchas y muchos nos hemos visto acoplarnos al ritmo caluroso del timbal, la conga y el bongó.
En una entrevista colgada en un blog, uno de los miembros del Macabeo dice que la gente se enfoca demasiado en decir que son rockeros tocando salsa. Y se sabe que no todos son rockeros, o que no todos tocan en bandas. Pero a mí no me deja de fascinar el hecho de ver al cantante de La Bella y las Bestias cantando un bolerazo, al batero de Lopo Drido azotando el cuero y al de Diente Perro hacer una descarga en el timbal. Y esa es la cosa, que aunque estén tocando salsa uno no puede dejar de ver a los punkos, a menos para los que conocemos de donde vienen. Por eso para muchos El Macabeo es Lo Podrido, Diente Perro, Tropiezo y Juventud Crasa.
Gran parte de esta generación creció escuchando salsa, casi siempre por vía de un padre cocolo que nunca dejó de sintonizar Z93 mientras nos llevaba en la mañana a la escuela, o los domingo cuando íbamos a la playa. Y si no pues, en la graduación, en los quinceañeros o en algún chinchorro o en cualquier lugar al que se sale de noche en busca de cervezas y billar, la salsa siempre va a sonar y uno entonces tiene dos opciones: amarla u odiarla. Aunque también se le puede pichear, pero con todo y eso uno comienza a tararear esos coros que de alguna manera se han inscrito para siempre en nuestro subconsciente. Como dice Juan Carlos Quintero Herencia en La Máquina de la salsa: “la salsa hace como que no moja pero empapa”.
Uno de los del Macabeo lo dice bien claro, “somos salseros pa’ rockeros, no rockeros pa’ salseros”. Por eso el Macabeo no suena en Z93 (hasta ahora, que yo sepa) y mi tío, cocolo de la mata, no los escucha. Mi hermano, otro cocolo fanático de Willie Rosario y el Cano Estremera, los escuchó y no le gustó, aunque a él tampoco le gusta Eddie Palmieri ni Barreto, pero le gusta El Gran Combo y la Sonora. Recordemos que ser cocolo no significa que a uno le guste toda la salsa, los cocolos, como los rockeros y demás, tienen su paladar particular que no se traga todo simplemente porque sea salsa. Los que sí escuchan la salsa del Macabeo, en su mayoría, son los mismos que escuchan a David Bowie, Iggy Pop, Dávila 666, Superaquello, The Smiths, Dead Kennedys o Björk. El Macabeo tampoco suena en SalSoul, pero suena en Radio Universidad y suena en las velloneras de El Boricua y de Nelly Landia, ese chinchorro de barrio que fue colonizado por hipsters, punks e indies desde que abrió a su lado La Respuesta.
Lo que quiero decir con esto es que El Macabeo, más allá de las intenciones y expectativas de cada uno de sus miembros, ha creado una nueva sensibilidad que apela a un oído muy particular. Al oído al que apela primeramente es a ese oído urbano “noventoso” o “dosmilsoso”, al oído que habiéndose criado o no con la salsa, se guisó su propio gusto, buscó su relativa autonomía respecto al sonido de lo que podría considerarse tradicional o popular y a través de ella se construyó una identidad cuyo valor primordial era lo nuevo, o al menos, lo diferente. Y obviamente, para poder ser diferentes había que rechazar ese sonsonete que suena a viejo, demasiado familiar, demasiado local que es la salsa y las demás formas de música llámense popular, tropical, caribeña, latina o local. Los medios de comunicación tienen que haber jugado un papel importante en ese proceso de construirnos una identidad juvenil y urbana que se diferenciara de la tradición local. La televisión por cable con MTV y luego el Internet, desplegaron el mundo de manera tal que lo vimos como un gran archivo de formas culturales, un archivo que se abrió para que pudiéramos escoger de aquí y de allá (aunque más de “allá”) y así agenciarnos nuestro flow, aunque fuera un flow hip hopero, metalero o punko, pero en ese momento, con tantas opciones, no creo que a ninguna ni ninguno se nos haya ocurrido ser cocolos. Eso hubiese sido, en definitiva, una charrería. Y no dudo que haya quien lo hiciera, siempre hay dos o tres charros que deciden ser clones de su papá. Pero la actitud de mucha gente era otra, la actitud juvenil mayormente se inclina hacia lo nuevo, uno casi siempre quiere ser cool.
El Macabeo lo que hace es que coge ese oído globalizado, y en ocasiones bastante elitista, y lo sensibiliza, no sobándolo, no dándole cariñito, sino azotándolo, lo sensibiliza a la fuerza y a las malas y lo hace que vuelva a escuchar el mismo sonido que escuchaban su madre y su padre. El Macabeo repite la salsa y la convierte en algo cool. Selecciona un género de música popular como la salsa y lo rearticula para que pase a ser parte de la escena de música underground, o como sea que se le quiera llamar a esos círculos urbanos cuyos contornos se van desvaneciendo cada vez más. Punks, indies, hipsters, watherever, ahora mismo da igual. Y al parecer esto está muy de moda. Por todas partes vemos como artistas, músicos, corillos de gente trendy, artsy, hipster, etc., no se preocupan por hacer algo nuevo. Su interés está más bien en “recuperar” formas culturales, formas que nunca han dejado de existir pero a las cuales no les habían prestado atención hasta ahora. O al menos no las habían considerado como formas válidas de representación porque eran muy tradicionales, porque eran charras. Otro ejemplo de esta moda se puede leer en un artículo recientemente publicado por Luis Rafael Trelles en donde habla de los Hipsterricans, un grupo de artistas puertorriqueños radicados en Nueva York y que se dedican, entre otras cosas, a hacer Dj’s sets en los que incorporan hip hop y funk con cumbia, merengue y otros sonidos de música tropical. Trelles describe esto como una “estética de lo charro”, y que no se limita a lo tropical sino que incluye “el pop descartado de los 80”. La artista Glorimarta Linares cuenta que en Nueva York “la gente está esperando el momento en que se toque Vico C y Lisa M. La gente quiere Jerry Rivera viejo, Juan Luis Guerra viejo…”. De esta moda forma parte también Rita Indiana, quien aborda el merengue, la bachata y otros sonidos de la música popular antillana a través de instrumentos con los que tradicionalmente se hace música electrónica o experimental.
A nivel internacional los ejemplos son innumerables y los va a abordar, en un libro próximo a publicarse, el crítico inglés Simon Reynolds, bajo el título Retromania: Pop Culture’s Addiction to its Own Past. Desconozco cuáles serán los argumentos de Reynolds en ese libro, pero el crítico Frederic Jameson explica este fenómeno diciendo que con el derrumbe del estilo de auge modernista -es decir, lo peculiar, lo original, lo inconfundible- los productores de la cultura no tienen hacia donde volverse sino al pasado: “la imitación de estilos muertos, el discurso a través de todas las máscaras y las voces almacenadas en el museo de una cultura que es ya global”. Surge así, según Jameson, una moda de la nostalgia. Es lo que llama también la canibalización al azar de todos los estilos del pasado, y la adjudica en parte a una “falta de estilo personal”. Pero si nos fijamos bien, en algunos ámbitos esa canibalización no se da tan “al azar”, por más que lo parezca, no creo que sea algo tan random, las formas que se escogen están bien pensadas y tienen una fuerte significación política y cultural.
Para mí esta “retromanía” habla primero que todo de una noción de identidad muy distinta a la que imperaba por ejemplo en los años 80, cuando cocolos y rockeros se entraban a cuchillazos en la playa de Isla Verde. Creo que hay cada vez más consciencia de que las formas culturales no pertenecen a nadie, que aunque evoquen cierta nostalgia, ciertos recuerdos, aunque hayan surgido en algún sitio específico, en realidad no pertenecen a ningún lugar, sino que las podemos habitar, estratégicamente y como nos plazca. Un hecho que con el deterioro ideológico y moral de las instituciones encargadas de delimitar los contornos y trazar las fronteras identitarias, se hace cada vez más y más evidente. Como apunta Alejandro Baer, “cuando las identidades individuales y colectivas se dan por hecho, el pasado no es un tema de interés. Sí comienza a serlo cuando los sistemas de referencia tradicionales se debilitan como fuentes estables de la identidad colectiva”. Al mismo tiempo puede verse en estas manifestaciones una forma, consciente o accidental, de romper esos mismo sistemas de referencia caducos, esos marcos que ya no nos sirven, que no nos contienen.
En Puerto Rico tenemos tres partidos políticos que dan asco, una izquierda que da risa, un Archivo General deteriorado, tenemos el cadáver de un Instituto de Cultura que se quedó anclado en el siglo XIX y dos museos de arte corruptos. Pero al mismo tiempo tenemos una herramienta como la red, tenemos Youtube, por irónico o estúpido que suene, tenemos Youtube y ese es nuestro gran archivo histórico digital. Un archivo sin mediadores que nos digan qué mirar o qué escuchar, qué es la cultura popular y cómo debe usarse. También hay una forma de memoria activa, una memoria muy característica de estos tiempos, una memoria cuyo recordar es, simultáneamente, representar. Y en el acto de representar se recuerda, pero lo que se recuerda con El Macabeo por ejemplo, o incluso con Rita o un Dj set de los hipsterricans, no es tanto el pasado o una instancia de él, sino unas formas de hacer que para la gran mayoría de los habitantes de este país nunca han dejado de estar presentes. Por eso, no estamos mirando hacia atrás, sino a los lados, dando una vuelva sobre nosotros mismos y mirando lo que nos rodea, que es, al fin y al cabo, lo mismo que siempre nos ha rodeado: El Charlatán, La Culpa, La Noche, El Supermercado, etc.