El malestar en la mascarilla: ultraderecha, fundamentalismo y libertad perversa
Las mociones pulsionales insatisfechas son las fuerzas
impulsoras de las fantasías, y cada fantasía es una satisfacción
de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria.
Sigmund Freud
[P]arafraseando a Freud, se puede preguntar: «¿cuál es el quantum de pulsión de muerte que una civilización puede admitir sin que sus cimientos se vean socavados?»
Jorge Alemán
1. Fidel
A FINALESde los 80’s, recuerdo una conversación recurrente entre mi padre y abuelo materno.
– Hay que salir de la mafia de Rafael Hernández Colón, es un pillo y no impone orden. La corrupción arrasa en el país.
– Es que ya no responde al partido de Muñoz, el que me ponía los zapatos de niño. Ha destruido al partido.
– Aquí lo que hace falta es un Fidel Castro.
– Eso mismo, de acuerdo (mientras bajaban un buche de Budweiser).
Arrastrados por la propaganda estadounidense, ambos creían que Fidel era un dictador. Esta aparente tregua con Fidel llevaba consigo una especie de esperanza subliminal que expresaba un deseo: el anhelo de mayor orden y autoridad. Para alcanzar tales objetivos y hacer valer esta extraña fantasía, se estaba dispuesto a tolerar una pizca de autoritarismo en detrimento a la limitada y maltrecha democracia colonial puertorriqueña.
2. El malestar
El nuevo malestar en la cultura hoy encuentra su leitmotiv en la emergencia de un movimiento social que resiste utilizar la mascarilla, acatar medidas sanitarias (distanciamiento y paralización parcial de la actividad económica) y validar la efectividad de las vacunas para enfrentar el Covid-19. Se trata de una rebelión y un movimiento social, con todo lo que eso implica y a contracorriente de nuestros deseos y voluntades; sobre todo de aquellos quienes nos consideramos de izquierda y alguna vez hemos militado en movimientos sociales. Y como toda rebelión en los libros de historia, ésta también la motiva el poder. Aspiran a construir poder. Este punto es importante porque nos saca de los rieles normativos que hemos heredado y reproducimos con mucha facilidad (de nuevo, me refiero a la izquierda, a la nuestra, en la que he militado): ¡Ignorantes! Y se inunda la Red de memes que alimentan nuestra pretendida superioridad moral frente a la figura de un Otro-diferente que niega la vacuna, la mascarilla y el saber científicamente validado.
«Arrastrados por la propaganda estadounidense, ambos creían que Fidel era un dictador. Esta aparente tregua con Fidel llevaba consigo una especie de esperanza subliminal que expresaba un deseo: el anhelo de mayor orden y autoridad».
La postura de miles de puertorriqueños que resisten la vacunación y la mascarilla poco tiene que ver con el consabido epíteto que les acusa de analfabetas e ignorantes. Se trata de una rebelión y en ella no juega tal cosa como la ignorancia; al menos no en términos epistemológicos. Una rebelión pone en juego y disputa las relaciones de poder prevalecientes: aquellos discursos que, sobre todo, insisten en mantener el business as usual; es decir, la normalidad. Es curioso, hoy día la derecha lo quiere cambiar todo mientras que las fuerzas progresistas se resisten al cambio.
Creo que es importante preguntarnos la razón por la cual la ultraderecha y el fundamentalismo cristiano se han convertido en el vehículo político del malestar contemporáneo. Debemos aceptar que nos hemos conformado en observar como mero espectáculo las prácticas discursivas del fundamentalismo puertorriqueño. Y dejémonos de juegos porque al final somos nosotros quienes nos terminamos creyendo, más que los mismos apóstoles y apologetas fundamentalistas, el cuento teológico. Detrás del templo ideológico de la religión hay hombres y mujeres de carne y hueso, con muñecas tatuadas de Rolex, que están decididos a disputar hegemonía. Como ilustra magistralmente el thriller argentino “El reino” (The Kingdom): los movimientos fundamentalistas les interesa mucho menos propagar falsedades que en realidad llegar a construir hegemonía. Les interesa el poder y materializar su particular visión del mundo. Da cuenta de ello la exitosa y concurrida manifestación del 14 de agosto pasado en contra de lo que llaman la “ideología de género” o cuando invitaron a Agustín Laje, un neofascista argentino, para dirigirse a sus huestes locales. También se han radicado múltiples demandas contra el Estado invocando la libertad de culto para declarar la inconstitucionalidad de la vacunación compulsoria.
¿Cuáles son los dispositivos distribuidos socialmente a los cuales apela este movimiento rebelde para adelantar su santa cruzada? Jorge Alemán sugiere que aflora en este sector una especie de pulsión de muerte desde la cual un sujeto se asume en un período apocalíptico y que, marcado por la angustiosa austeridad neoliberal, lo da todo por perdido. Dice Alemán: “También se puede entender que las derechas ultraderechizadas sean una especie de emanaciones de la nueva pulsión de muerte neoliberal pues, si sus dispositivos hablaran, podrían proferir lo siguiente: «ya que nunca saldrás de la lógica amenazante y siniestra, te ofrecemos estar del lado sádico de los castigadores»”.
A la afirmación de Alemán le acompaña un lado B al disco rayado que apalabra esa pulsión de muerte: esta rebelión conduce el malestar a través de una especie de venganza entendida desde la óptica freudiana en la que el hijo regresa al padre para matarle: el sujeto que enarbola la bandera de la libertad para negar la mascarilla, el tratamiento de la vacuna y demás medidas sanitarias, lo hace para matar a uno de los aparatos de poder que le dominó y excluyó durante los últimos dos siglos: el paradigma científico moderno. Claro, no hay liberación real meramente con matarle: el hijo al mismo tiempo que mata al padre lo consume, internaliza y se reconcilia con sus líneas más represivas o autoritarias. Algo así como cuando Beatrix Kiddo se reconcilia con Bill al momento en que éste muere a manos de la vengativa novia.
El paradigma científico moderno planteó una distancia entre su saber profesionalizante y el saber popular. Se trata de una distancia ficticia, de un paradigma científico arrogante – como le llama Boaventura de Sousa Santos – que ha negado por siglos el sentido común del que es partícipe la gente común. Sin embargo, aunque sea ignorado por científicos de carrera, esta distancia encubre un antagonismo constitutivo desde el cual se reprodujo la superioridad de ese poder-saber científico, con calado esencialmente burgués, que ha invisibilizado sistemáticamente el saber popular. Negar su validez equivalía a un tabú. Negar su universalidad equivalía a negar el progreso y la civilización. Negarle equivalía a morir con el peor de los castigos: sufrir el olvido, exclusión y la reprensión del padre.
Parafraseando a Pierre Bourdieu: el hermetismo que supone el campo científico, de por sí un campo agrietado del que participan agentes igualmente fracturados (los científicos) que legitiman y sostienen un acuerdo forzado (la ciencia normal le llama Kuhn), ha dejado fuera y cada vez con menos lugar al sujeto de la doxa: es decir, aquél sujeto portador de un saber popular que no es validado como científico. Me refiero a la exclusión sistemática de la gente común de los paraísos epistemológicos que reconoce la ciencia moderna. La susodicha rebelión la compone gente enfurecida, excluida de los circuitos modernos de legitimación, sean éstos jurídicos o epistemológicos.
3. Los nuevos jacobinos y la perversa liberté
Como toda rebelión, ésta fundamenta su identidad y acción colectiva en la libertad. Se trata de una libertad perversa. Este movimiento rebelde esgrime varias razones para no utilizar la mascarilla o negar la vacunación. Para ello jerarquizan, dependiendo el caso, el tipo de libertad al que aludirán. Por un lado, se encuentran aquellos que articulan un discurso sobre la libertad de forma negativa: cuando se reta una prohibición o un mandato impuesto por el Estado. Reproduce, así, las incipientes consignas libertarias que condenan todo tipo de regulación o asistencia estatal y que reflejan, su vez, la hiper-individualidad promulgada por el neoliberalismo. Es un tipo de fobia al estado como advertía Foucault: un desdén antipolítico hacia la cosa pública que en última instancia legitima y reconoce que las únicas leyes orgánicas e invariables en la naturaleza – por ende, aceptables – son aquellas propias de un laissez-faire tanto económico como social. Prevalece la ley del más fuerte o del organismo viviente que mejor se adapte a circunstancias austeras (el sujeto resiliente). La traducción política de esta antipolítica sirve de plataforma para el encuentro entre dos vertientes ideológicas no necesariamente compatibles en primer término: fundamentalismo cristiano y neoliberalismo. Se trata de una operación compleja que al menos en EEUU ha encontrado su nicho político en el trumpismo y la transformación radical del Partido Republicano. En Puerto Rico es probable que esta traducción se materialice en el partido Proyecto Dignidad y en un creciente conservadurismo social y político.
El segundo eje de esta libertad perversa se centra en el modo en que la derecha y diversos sectores conservadores han echado mano de uno de los pilares discursivos que el feminismo de izquierda ha invocado históricamente para hacer valer los derechos reproductivos de la mujer: el derecho a decidir sobre el cuerpo. My body, my choice. La situación esquizofrénica no encuentra parangón, sobre todo cuando recientemente el Tribunal Supremo de los Estados Unidos se ha rehusado acoger un recurso legal que retaría una ley en Texas que posibilita a que cualquier persona pueda acusar y demandar legalmente a una mujer o persona involucrada en el procedimiento de un aborto – wait for it – realizado de forma legal. Lo que subsiste de esta tragicomedia es el mismo pilar ideológico que une a este fundamentalismo libertario: Si te enfermas de Covid-19, es tu problema porque no has llevado una vida saludable, conviértete a la religión del veganismo y haz crossfit. Si eres pobre, es tu problema, emprende y reinvéntate. Si te preñas, es tu problema porque has decidido libremente tener relaciones; – ¡Ah pero! – hasta ahí llega tu poder para decidir sobre tu cuerpo.
La santa tríada del fundamentalismo, libertarianismo y neoliberalismo se sostiene en una creciente reconfiguración de los códigos morales – o del espíritu diría Max Weber –del capitalismo contemporáneo. Un espíritu que, a su vez, promueve una despolitización plena de la vida, incluyendo la de algunos sectores progresistas – entre ellos diversos sectores feministas y/o comunidades autogestionadas que tendencialmente abrazan algunos postulados neoliberales–. Esto supone un paso decisivo en el espíritu del capitalismo: donde su fundamento ético –más allá de Weber – ya no se encuentra exclusivamente en el valor ideológico del trabajo fuerte que rinde frutos (capital) insertado en una dinámica moral –que incluye al patriarcado y a la familia tradicional– supuesta a sostener las relaciones de producción económica propiamente capitalistas. Hoy nos encontramos ante otro tipo de espíritu. Guy Debord en 1967 nos daba algunas pistas: se ha superado la racionalidad instrumental que distinguía al capitalismo industrial por la sublevación del espectáculo, de la imagen, de un conjunto de creencias, discursos y representaciones de la realidad cuyos marcos de referencia se encuentran refrendados en el malestar generalizado en la cultura y en la producción del mismo espectáculo. Se trata de un nuevo mundo “donde el mentiroso se miente a sí mismo” dice Debord.
«Guy Debord en 1967 nos daba algunas pistas: se ha superado la racionalidad instrumental que distinguía al capitalismo industrial por la sublevación del espectáculo, de la imagen, de un conjunto de creencias, discursos y representaciones de la realidad cuyos marcos de referencia se encuentran refrendados en el malestar generalizado en la cultura y en la producción del mismo espectáculo».
No hay nada de nuevo o místico en lo que algunos han llamado posverdad o la era de los hechos alternativos –inspirada en la célebre declaración de Kellyanne Conway. La posverdad encuentra su fundamento en la sociedad del espectáculo, en la fetichización de la imagen; en el plus de goce que ofrece el espectáculo frente a una creciente precarización de la vida social y el pronunciado declive de las condiciones materiales para la reproducción de una vida vivible como le llama Judith Butler. La posverdad espectacularizada canaliza el tipo de venganza que he descrito arriba.
4. Desdemocratización y el autoritarismo neoliberal: entre la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal
Ni mi padre ni mi abuelo, al filo de 1989, estaban en la onda fundamentalista que acabo de describir. Mi abuelo murió hace 11 años. Mi padre no simpatiza con los fundamentalistas cristianos y anti-vacunas, aunque sigue pensando que Fidel era un dictador y que Dios existe. Ahora bien, ¿qué subsiste de aquellas conversaciones en el balcón de la casa de mis abuelos a fuerza de Budweiser? Subsiste el malestar y éste no se expresa meramente de forma negativa, sino que se materializa en una proposición: Necesitamos mano dura en este país.
Nótese el tiempo que ha transcurrido desde esta conversación: en las democracias liberales se observa el gradual avance de una subjetividad antidemocrática. Por su parte, Wendy Brown sugiere que, como resultado de la santa alianza entre fundamentalismo cristiano y neoliberalismo, nuestras sociedades atraviesan por un periodo de desdemocratización. En esencia se trata, dice Brown, de un periodo que se caracteriza por la existencia de un sujeto despolitizado que adolece de receptores cognitivos para leer la madeja de relaciones de poder en el campo de lo político. Sugiero, con Brown y más allá, las siguientes consecuencias: 1) Surge un tipo de sujeto que insiste en buscar soluciones individualizadas a problemas sociales; 2) Un convencimiento, hoy hegemónico, de que los asuntos y servicios gubernamentales, si es que no son privatizados, deben a lo mínimo ser manejados desde una óptica corporativa. Se promueve, incluso en círculos progresistas –como en el MVC–, la tecnocracia y la meritocracia como forma óptima en el manejo de los asuntos gubernamentales; 3) Emerge un sujeto que tiende no sólo a tolerar, pero también a desear prácticas autoritarias y antidemocráticas en el ordenamiento de la vida social y en los menesteres gubernamentales.
Y 4) Como resultado, desde el fenómeno emergente de la ultraderecha fundamentalista, se cuece un claro convencimiento de que la política por venir debe conciliar la compleja relación agustiniana entre Ciudad de Dios y Ciudad Terrenal. Sobre esto, dos cosas muy breves: a) Las religiones se abren paso en la lucha por ocupar el creciente vacío simbólico que va dejando el desgastado poder político de los Estados-nación a escala local; y en la escala global, tras el declive del imperio estadounidense; y b) Intentarán conciliar ambas ciudades bajo alianzas que aseguren a la burguesía el control de las relaciones de producción, mientras que la nueva estirpe clerical deberá conducir, con autoridad y mano dura, la vida moral de los súbditos. Parafraseando a Giorgio Agamben: la burguesía mantendría el management tecnocrático del Gobierno y la economía, mientras que los sectores fundamentalistas suplirían la Gloria.
Vivimos actualmente en una etapa política dictaminada por el verano combativo de 2019. Las fuerzas del cambio que salieron a la calle durante ese verano no han superado el tono esencialmente destituyente de esas protestas. Hemos hecho memorabilia de ese verano solamente expresando la deseabilidad de su repetición pura e idéntica, como el eterno retorno de lo mismo, sin articular un poder constituyente. Insisto, hemos sido incautos: la derecha pasa por un momento de reestructuración y reordenamiento de sus fuerzas también a raíz del verano de 2019. Ciertamente, tampoco hay que negar que esa derecha atraviesa por sus propias crisis orgánicas. Pero, contrario a las fuerzas del cambio de 2019, la derecha avanza en la formulación propositiva del malestar en la cultura; entendida esta formulación como rectificación de una realidad insatisfactoria. Aunque esta rectificación termine reafirmando y hegemonizando la pulsión de muerte que llevan crónicamente encostrada en sus tuétanos.