El manifiesto del desprendimiento
No evalúes cada día por los frutos que cosechas
sino por las semillas que siembras.
—Robert Louis Stevenson
*Título formulado por Roberto Ramos Perea
El miércoles 21 de agosto, Silverio Pérez nos convidó a Roberto Ramos Perea y este servidor a un conversatorio sobre Lucha cultural y política en el contexto del verano del 2019 en la Casa Soberanista del Movimiento Unión Soberanista, en Hato Rey. Ante casa llena, Silverio presentó una sinopsis de los acontecimientos de pasado verano y doce preguntas que se desprenden de los diálogos entre nosotros tres, y las que hemos tenido con múltiples pares y allegados.Las preguntas que pretendieron provocar un intercambio con la audiencia fueron: ¿Qué movió a la gente a tirarse de forma masiva a la calle? ¿Cuál era la emoción predominante en esas manifestaciones? ¿Cuáles son los espacios ideológicos, si algunos, que tenemos en común con la mayoría de la gente que manifestaba? ¿Qué debe esperarse del futuro de un movimiento orgánico como fue este? ¿Qué papel jugaron los artistas y demás representantes de la cultura en el V-19? ¿Cuál es la visión que predomina en la izquierda de lo que es arte y de su función en esta lucha? ¿Qué papel juega el purismo y el sectarismo en el antes, durante y después del V-19? ¿Qué efecto tiene la apropiación de ciertos sectores de la izquierda radical de las causas de pueblo? ¿Cuan realistas somos; cuánto autoengaño vivimos? ¿Qué papel juegan las asambleas de pueblo en la construcción de un proyecto político para el 2020? ¿Qué posibilidades tienen las alianzas en camino a las elecciones del 2020? ¿Qué liderato surge de esta llamada revolución del V-19?
El trasfondo es por todos conocido. El 19 julio del 2019, el pueblo de Puerto Rico —y en esta ocasión las cifras confirman que fue el pueblo real y no el que se adjudican todos los partidos— se tiró a la calle a cesantear al primer mandatario. Los de su propio partido sabían que se trataba de un señorito sin experiencia ni cualificación alguna, como advirtió Pedro Pierluisi, que no fuera el apellido de su papá, sus ojos azules (símbolo eurocéntrico y hollywoodense de inteligencia, solvencia y habilidad para vencer los más atemorizantes desafíos), y el recuerdo de que, a pesar de las sobre cuarenta convicciones por corrupción, durante la gobernación de su padre, “los chavos se movían”. El sobrepago a contratistas, el déficit permanente del Tren Urbano, la administración gananciosa del Coliseo en manos extranjeras, no vienen al caso. “Los chavos se movían”.
El chat fue el catalítico que hizo implosionar una realidad en claro e inequívoco conflicto con la ficción de la democracia que se vive en Puerto Rico. Esta es tan similar y contradictoria como la que viven los EEUU y gran parte de Europa, Latinoamérica y un puñado de países asiáticos y africanos. La ficción de la democracia resulta evidente cuando se lee detenidamente su generalizada definición por Abraham Lincoln: “un gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”. En el mundo actual, dominado por el neoliberalismo, muy pocos gobiernos pueden ufanarse de cumplir con esa afirmación. Las llamadas democracias modernas en el mundo desarrollado, representadas más concretamente por el G-7 (Alemania, Canadá, China, EEUU, Francia, Japón y Reino Unido), están regidas —con la excepción de China— por oligarquías que controlan la riqueza de sus respectivos países. Estas reclutan y subvencionan representantes del resto de la sociedad en parlamentos y legislaturas que ratifican leyes cuyos principales beneficiarios son las oligarquías y, lenta y paulatinamente, ceden derechos a las mayorías para impedir que se rebelen.
La ficción de nuestra propia versión de la democracia, se puso de manifiesto cuando María le arrancó el verde y la venda de los ojos al país, y pudimos ver cómo representantes de diversas agencias gubernamentales descaradamente depredaban, cual aves de rapiña, tanto las ayudas como los fondos federales y privados que se enviaron para aliviar la tragedia y el dolor de cientos de miles de sus compatriotas. El colmo se manifestó en la cifra de 64 muertos reportada por el gobierno, obviando los 4,645 identificados por diversas entidades privadas estadounidenses, y culminó con el cinismo de bromear con la carne de los cadáveres en su infame chat.
La manifestación de un millón de puertorriqueños que despidieron al funesto gobernador no obedeció solamente a las expresiones homofóbicas, misóginas, racistas y hasta criminales que el niñato de Guaynabo y sus secuaces compartieron en son de broma. El chat tuvo el efecto de estremecer y despertar a cientos de miles de ciudadanos de todas las ideologías. El gobierno bipartita durante sobre cincuenta años ha estado engañando, endeudando y, como dijeron Ricky y sus doce secuaces, “cogiendo de pendejos” a todos menos a sus fraternos de clase y privilegio. No les importaron las preferencias políticas, las condiciones de sus viviendas y comunidades, y menos aún las bondades y honradez ciudadana de quienes les endosaron y de quienes han tributado con sus apretados salarios, durante décadas. No les importaron sus vidas y menos aún sus muertos.
El diálogo del conversatorio giró alrededor de tres temas principales. Todo un pueblo cobró consciencia de lo que solo los adversarios del bipartidismo habían advertido durante décadas. Las denuncias no eran diatribas político-partidistas. Eran la verdad. Esa toma de consciencia no ocurrió dentro de líneas partidistas. “Penepés recalcitrantes”, comentó una persona de la audiencia, junto a jóvenes pelús o encapuchados, personas mayores en andadores, parejas con niños en coches, amas de casa con cacerolas, profesionales sin corbata, estudiantes, trabajadores, personas de a pie, todos respondieron al llamado de René Pérez, Ricky Martin, Bad Bunny, de desconocidos y vecinos, y gritaron al unísono: “Ricky: ¡Renuncia!” y al bandolero no le quedó otro remedio.
El segundo tema más abordado fue el “¿qué hacer?” con ese pueblo levantado en indignación pero no en armas. ¿Cómo canalizar todo ese deseo de cambio dentro de un sistema organizado para favorecer a solo tres partidos? ¿Con qué mecanismos contribuir a modificar la Ley Electoral para permitir la participación de alianzas, de ciudadanos legisladores que puedan ser electos sin pertenecer a un partido político, para sanear tanto la legislatura como el ejecutivo, desde un gobierno controlado por dos partidos y un tercer partido cuyos intentos de cambio son cancelados sistemáticamente? En fin, ¿qué hacer?
El tercer tema, de alguna forma, pretendió confrontar a la audiencia, a los sectores soberanistas-independentistas, a la llamada izquierda, con sus propios vicios divisionistas y limitantes. Se denunció el “purismo” de algunos sectores que, petulantemente, califican de ignorantes, agentes de la CIA, pitiyanquis, traidores, vendepatrias y otros epítetos peores, a todo el que difiera de su particular diagnóstico de la realidad y su inventario de remedios. Se desafió a la audiencia a plantearse cuántos de todos nosotros, no participamos de esa misma práctica. Se invitó a cavilar hasta qué punto el mensaje de “la izquierda” tiene el mismo efecto que los evangelios de Juan, Lucas, Mateo y Marcos en los millenials y la generación “X”. Se planteó que a la juventud, y probablemente a la mayoría del pueblo trabajador, le preocupa más el costo de vida, los menguantes salarios, los sistemas de salud y educación, la cada vez más cara vivienda que una independencia que, como dijo otro participante, les parece tan lejana como “la salvación eterna”.
Si en las elecciones pasadas solo participó el 55.5% de los hábiles para votar, y aun así Alexandra Lúgaro obtuvo el 11.6% y Manuel Cidre el 5.6% de los votos, ¿cuántos de los que se quedaron en casa prefirieron no votar por desconfiar de los cuatro partidos inscritos, dos de los cuales eran pro-independencia? ¿Cuántos de los independentistas “realengos” se quedaron en casa porque no creen o en el mensaje o en los mensajeros de la liberación nacional? ¿Cuántos se hubiesen podido sumar a los votantes de una alianza –aunque la ley electoral no lo permita– de apoyar candidatos de los otros partidos con tal de aumentar las posibilidades de lograr una mayor representatividad y comenzar a cambiar Constitución y gobierno desde dentro?
Hay un pueblo ávido de cambios y esos cambios probablemente se pueden englobar en dos conceptos: transparencia y justicia. Pedirle transparencia a los dos partidos principales significa pedirles que traicionen, no solo su trayectoria, sino su futuro. Los intereses creados y viabilizados a través de bufetes, compañías de consultoría, cabilderos y agencias de publicidad, pueden descarrilarles las candidaturas y puestos, o asegurar su permanencia para su beneficio los de los nombrados, sus familiares y sus allegados.
Pedirle justicia, implica pedirle que renuncien a prebendas, contratos a corporaciones (muchas de las que contratan a familiares y cercanos), al apoyo para sus campañas eleccionarias, que aseguran prebendas y contratos a corporaciones, etcétera, etcétera, para que legislen en favor de los más necesitados aunque signifique restarle beneficios, exenciones y privilegios a quienes se los pueden sufragar.
En este momento histórico, planteó uno de los presentes, hay una organización que busca inscribirse, que ha asumido como estandarte un gobierno transparente y de justicia, y ha demostrado su compromiso con no responder a intereses particulares renunciando al fondo electoral, convirtiéndole en un partido apoyado predominantemente por ciudadanos. El Movimiento Victoria Ciudadana, sin embargo, necesita inscribirse y al presente, en parte por falta de voluntarios y en parte por obstaculización dentro de la Comisión Estatal de Elecciones, no ha completado los endosos necesarios para quedar inscrito para las próximas elecciones.
Surgieron interrogantes en cuanto a cuan “elegibles” son algunos de los líderes de la organización, por estilos, edad, reconocimiento de parte de los electores, y la escasa difusión de un programa de partido que plantee qué hará y cómo implantará cambios que las mayorías se encargarán de obstaculizar. Sin embargo, hubo consenso en que en este momento histórico, dada la configuración de nuestro sistema eleccionario, el MVC y el PIP son los únicos partidos que pueden representar y trabajar conjuntamente para intentar lograr una paulatinamente mayor transparencia y una progresivamente mayor justicia. Sin embargo, si el MVC no queda inscrito, entonces no hay desde dónde comenzar a transformar lo que todo un pueblo rechazó en el verano del 2019, y ese pueblo ávido y comprometido con el cambio volverá a quedarse en su casa el día de las elecciones o votarán, posiblemente a regañadientes, por los de siempre.
Roberto Ramos Perea hizo dos planteamientos que, a mi entender, resultan medulares al planteamiento que se le hace al pueblo independentista. El primero es que, al igual que el Partido Unión de 1904 a 1928, el germen de la confrontación interna como resultado de las fórmulas que el MVC acepta para la descolonización, augura que la organización terminará desbandándose como lo hizo el Partido Unión. Un argumento que contrarresta su acertada lectura de las luchas internas del Partido Unión, es que el MVC acogió las fórmulas de descolonización que aprobaron las Naciones Unidas, y que si “el estatus no está en issue”, el apoyo al partido será mayor y sería posible comenzar a resquebrajar el binomio PNP-PPD desde la legislatura, para lograr una mayor transparencia y adelantar la causa de la justicia.
Su segundo planteamiento, es el que le da título a este escrito. Los que aspiramos, pretendemos, luchamos por un futuro alterno para Puerto Rico, necesitamos adoptar una permanente cultura de desprendimiento. Necesitamos aceptar —con generosidad, no con condescendencia— las diferencias cosméticas de nuestros correligionarios y fortalecer los lazos con que nos unen nuestras coincidencias. Necesitamos aceptar sin sumisión pero con humildad que no tenemos todas las respuestas, que nos equivocamos, que todo lo que aprendimos cuando escogimos este camino que tantas zozobras personales, económicas y familiares nos ha causado no es inflexiblemente incuestionable medio siglo más tarde, que necesitamos a esa mayoría que no piensa como nosotros, que si pensamos que nuestras soluciones son las mejores para todos, y no solo para mi propia peña, agenda, partido, entonces resulta indispensable entender lo que piensa, siente y aspira ese millón que nos representó a todos en el expreso, el 19 de julio, y formular alternativas que tomen en consideración lo que quieren, a lo que aspiran, por lo que lucharían, al igual que nosotros.
Necesitamos poner la vista en el horizonte y no tirar por la borda al que empuña el otro remo de otra forma, porque no piensa igual, o no actúa igual, o no le rinde pleitesía ni a nuestros aleccionadores e irrefutables (léase prepotentes y petulantes) planteamientos o al sitial que pensamos que nos merecemos por tantos años de lucha. Miles de puertorriqueños, dominicanos, cubanos, haitianos, jamaiquinos (por quedarnos solo en el Caribe) trabajan de sol a sol, y dejan de comer para alimentar y educar a sus hijos, y no logran una centésima de lo que se merecen aunque no lo sepan, y no andan tratando a los que no hemos sufrido tanto como ellos como si fuéramos menos.
Solo practicando ese desprendimiento podremos verdaderamente aunar fuerzas y esfuerzos, pensamientos y voluntades, individuos y comunidades enteras para trabajar por un fin común, por un bien común, por un futuro alterno del que nos sabemos capaces. Lo contrario es cederle al adversario, al explotador, al cínico la razón de que, como demuestran los resultados, somos incapaces.