El Medioambiente y las Crisis Entrelazadas

Tony Capellán
Para muchos científicos, la crisis ambiental está vinculada a la compleja historia de la colosal alteración antropogénica del medio ambiente. Pero, como algunos críticos han argumentado, la narrativa antropocenista toma como punto de partida un Antropo abstracto, un sujeto genérico e indeterminado, no el Antropo concreto o históricamente delimitado. Además, muchos intelectuales antropocenistas olvidan que como nos recuerda el científico político Elmar Altvater el motor principal de la transformación y crisis ambiental no es una humanidad abstracta, sino por actores sociales viviendo en el contexto de una economía capitalista, un modo de producción guiado por un deseo voraz de acumulación de capital y marcado por una explotación excesiva y profusas de sus medios, fuerzas y condiciones de producción que resulta en graves injusticas y desigualdades sociales y ambientales. Las crisis y restructuraciones del capital suelen agravar esta situación.
Recordemos que, como plantea el eco-marxista James O’Connor, el capitalismo es un sistema plagado de crisis de las cuales también depende. Ante las crisis económicas, el capital, aparte de restructurarse, vuelve a acelerar la producción, aligerando la velocidad de lo que el sociólogo ambiental Allan Schnaiberg llamó la rueda de andar de la producción capitalista (treadmill of production en inglés). Al presente, y como respuesta a la desaceleración de la productividad provocada por la pandemia del coronavirus, el capital ya ha estado desarrollando formas de reanimar el crecimiento de la productividad. Cualquier aceleración de la producción capitalista, aun en el contexto de los remiendos de la modernización ecológica, el desarrollo sustentable y el capitalismo verde, exacerba y produce problemas ambientales, porque los esfuerzos para aumentar la acumulación o incluso para mantener un nivel determinado de riqueza sin duda resultan en mayores retiros y adiciones al medioambiente, lo que aumenta la conmoción y destrucción ecológica. Esto puede ocurrir en el lado de entrada o salida de la producción y hasta como un efecto secundario no intencionado de esta. En cualquier caso, la aceleración de la producción usualmente significa un incremento de las retiradas y adiciones ambientales, lo que produce impactos ambientales negativos, las llamadas externalidades. Por lo tanto, la aceleración de la producción es de muchas formas la aceleración del deterioro o ruina ambiental. La producción es, por supuesto, como lo demostró Karl Marx, simultáneamente circulación, distribución, intercambio y consumo, por lo que las retiradas y adiciones ambientales, así como el deterioro ambiental, ocurre en cualquiera de estos momentos. Y por supuesto, la rueda de andar de la producción es, al final, y según el sociólogo John Bellamy Foster, la rueda de andar de la acumulación de capital.
La rueda de andar está, por supuesto, vinculada a lo que Neil Smith llamó la producción capitalista de la naturaleza. Se trata del ámbito de la ecología capitalista, pues es el capitalismo. Como plantea Jason W. Moore, es también una forma de producir y organizar la naturaleza y su ecología. Y su forma de hacerlo ha contribuido enormemente a la crisis ambiental que enfrentamos. Esta crisis no puede entonces tratarse aisladamente del capital y sus crisis, ni de otras crisis que se entrelazan con esta, y entre sí, lo que ya había planteado el antropólogo Pramod Parajuli (1998). Este ya ha identificado algunas crisis superpuestas. Si bien él vincula estas crisis con el proceso de la globalización, planteo que estas crisis forman parte de una historia más amplia, de la historia longue durée de ese capital plagado y dependiente de crisis, una historia ligada a acontecimientos y procesos que incluso se remontan a la primera modernidad identificada por el filósofo Enrique Dussel.
Para Parajuli, la primera crisis es, por supuesto, la crisis ambiental antes mencionada. La segunda crisis es la desafortunada crisis de la justicia que sacude a numerosos pueblos de todo el mundo. Como han demostrado las investigaciones sobre las injusticias ambientales, el costo humano inmediato y directo de la destrucción ambiental generalmente ha afectado excesiva y desproporcionadamente a los menos capaces de hacerle frente, entre estos los pobres, las mujeres y las minorías raciales y étnicas. Además, son más vulnerables a los peligros y riesgos ambientales, obligados a soportar las condiciones características de una pobre calidad ambiental y forzados a vivir en lugares contaminados, peligrosos y explotados. Estos se ven asimismo obligados a sobrevivir en condiciones que limitan grandemente su acceso a los recursos y servicios ecológicos que tanto necesitan. Sin embargo, muchos pueblos de todo el mundo enfrentan la crisis de justicia y luchan continuamente contra las injusticias y desigualdades ambientales. Puerto Rico no está exento de esta crisis y allí muchos grupos, organizaciones y comunidades luchan por la justicia ambiental, como revelan las recientes luchas contra el Proyecto Vía Verde, el Gaseoducto del Sur, la planta incineradora en Arecibo, el vertido de las cenizas de carbón de AES en Peñuelas, y los pesticidas y organismos transgénicos de Monsanto. En la colonia, la creciente vulnerabilidad a los peligros y amenazas naturales como los huracanes, terremotos y los virus como el coronavirus, también apuntan a cuestiones de justicia y desigualdad ambiental.
Cuando se trata de la injusticia ambiental, la mayoría de las investigaciones se preocupan abrumadora y justificadamente por la raza y la etnia, el racismo ambiental. Estas investigaciones han demostrado que las minorías étnicas y raciales están definitivamente entre las más afectadas por el deterioro ambiental y el agotamiento de los recursos. Están además entre los grupos más vulnerables a los peligros ambientales. Muchos marxistas insistirían en que las consecuencias negativas de la producción capitalista de la naturaleza son, en gran medida, cuestiones de clase. Sin embargo, debo insistir, de acuerdo con O’Connor, en que las luchas y problemas ambientales son tanto cuestiones de clase como más que cuestiones de clase, lo que significa que también se trata de cuestiones de género, raza y etnia, entre otras diferencias sociales. El estudio de las intersecciones de raza, clase, género y otras diferenciaciones sociales, basado en un modelo más amplio que nos permita dar cuenta de las diversas jerarquías sociales y sus intersecciones, es preciso. Siguiendo a David N. Pellow, apoyo un giro de la injusticia y el racismo ambiental hacia lo que él llamó la «desigualdad ambiental». Este concepto nos permite centrarnos en las dimensiones más amplias de la intersección entre la calidad ambiental y las jerarquías sociales sin abandonar la cuestión del racismo y la justicia ambiental. También nos permite hacer hincapié en cuestiones más estructurales que se enfocan en la distribución desigual del poder y los recursos en la sociedad, así como en la distribución de las cargas, costos y daños ambientales. Además, el modelo propuesto por Pellow nos permite examinar y subrayar los vínculos entre tres puntos: la necesidad de redefinir la desigualdad ambiental como un proceso socio-histórico en lugar de simplemente verlo como un evento discreto; la necesidad de entender que la desigualdad ambiental involucra a múltiples actores con intereses y lealtades muchas veces contradictorios y cambiantes; y ver la ecología de la producción, distribución, intercambio y consumo peligrosos a través de un análisis del ciclo de vida, que nos permite vincular la desigualdad ambiental con la producción capitalista, la que implica, por supuesto, la producción capitalista de la naturaleza.
La tercera crisis es la aguda crisis de supervivencia a la que se enfrentan muchos productores y comunidades de todo el mundo, especialmente los indígenas, y los que dependen en gran medida del acceso directo a los recursos naturales, especialmente a la tierra. La explotación capitalista constante y excesiva de los recursos naturales conduce al agotamiento de estos o a restricciones a su uso, lo que provoca una crisis de supervivencia para muchas comunidades. Incluso algunas políticas ambientales, como la creación de áreas protegidas, a menudo limitan el acceso de diversas comunidades a los recursos naturales que necesitan. Estos grupos son además los más propensos a sufrir enormes pérdidas económicas debido a la contaminación, el deterioro ambiental y el agotamiento de los recursos naturales. Por lo tanto, para los pobres de todo el mundo, la preocupación básica no es sólo la conservación del medio ambiente, sino más bien la supervivencia. Tal es el caso de muchas comunidades indígenas de todo el mundo, así como el caso de muchas minorías étnicas. Un buen ejemplo es el caso de los pueblos indígenas de Ecuador. En 1967, la Corporación con sede en Estados Unidos, Texaco, descubrió vastas cantidades comerciales de petróleo en la región amazónica de Ecuador conocida como «el Oriente». El auge del petróleo que siguió fue y sigue siendo una fuerza importante de cambio, conflicto y deterioro ambiental en la zona. Además, desde los años noventa el auge del petróleo ha causado una gran pobreza entre los pueblos indígenas de Oriente al destruir los recursos naturales, especialmente aquellos que estos pueblos utilizan con fines alimenticios, medicinales, domésticos, artesanales, espirituales y de ocio, poniendo en peligro su sustento y supervivencia. Otro ejemplo es el caso de las comunidades afectadas por la extracción de litio en Chile, donde varias comunidades enfrentan los efectos sociales y ambientales negativos de tales prácticas mineras. En el Salar de Atacama de Chile, las actividades mineras han consumido el 65% del agua de la región. Su extracción y minería exacerban la escasez de agua, limitando considerablemente el acceso de las comunidades circundantes al preciado líquido. Además, la extracción de litio daña inevitablemente el suelo y contamina el aire. Esto está teniendo un gran impacto entre los agricultores y pecuarios locales, que cultivan quinua y manejan rebaños de llamas, en una zona donde algunas comunidades ya deben obtener agua traída de otros lugares.
La cuarta crisis es la «crisis de identidad» que ha dado lugar a diversos movimientos de afirmación nacional, étnica y cultural en todo el mundo. En Puerto Rico, la memorable lucha contra un enorme proyecto minero en la Cordillera Central hace algunas décadas fue articulada por muchos grupos en términos de una resistencia e identidad nacionalista. Actualmente, el valor de la afirmación cultural y la articulación de una identidad colectiva puertorriqueña sigue presente en las actividades de grupos como Organización Boricuá, la campaña “Nuestro Poder Puerto Rico”, y en los diversos esfuerzos para materializar un plan de recuperación para Puerto Rico diseñado por los propios puertorriqueños, no impuesto por el gobierno federal de los Estados Unidos. Se puede detectar, como bien señaló el experto en políticas ambientales Gustavo García López, una «descolonización desde abajo» en esos esfuerzos, que en muchos sentidos implican la construcción de una identidad colectiva ligada al medioambiente, su protección, conservación y restauración.
Otro buen ejemplo es la comunidad negra en la región costera del Pacífico colombiano, que ha resistido la embestida del desarrollo capitalista y su producción de la naturaleza en esa región. Libia Grueso, Carlos Rosero y Arturo Escobar demostraron que, frente a tales presiones, esta comunidad se enfrascó en una lucha desigual para preservar el control sobre el único espacio territorial restante sobre el que todavía ejercía un importante poder cultural y social. Al hacerlo, desarrollaron una importante concepción de la territorialidad que relaciona patrones de asentamiento, prácticas espaciales y el uso de recursos con su identidad colectiva y sentido del lugar. Se trata de la reafirmación de una identidad negra. Fue basados en esa redefinición del medio ambiente, del territorio y de su propia identidad étnica y racial que estas comunidades organizaron sus acciones en defensa de su autonomía, de su derecho al espacio, del conocimiento y culturas locales, de las economías alternativas, de su acceso a los recursos y de sus vínculos de solidaridad. Por lo tanto, al referirnos a las luchas de la comunidad negra en la región del Pacífico de Colombia, podemos referirnos a estas en términos de lo que Parajuli llama, «etnicidades ecológicas», lo que pone de relieve la relación entre la ecología y la etnia o la raza. Stephen Haynes también destaca la importancia de las etnicidades ecológicas en Colombia.
La última crisis identificada por Parajuli es la crisis de la gobernanza. La crisis de gobernanza surge cuando el Estado es incapaz de mediar entre los diferentes actores luchando por el acceso y la distribución de recursos escasos o cuando se alinea a intereses particulares, como los intereses corporativos o del capital. Es por esto, entre otras razones, que al presente muchas personas son cada vez más críticas y recelosas de los gobiernos, los partidos políticos, los Estados y las instituciones políticas tradicionales. Hoy, la mayoría de los movimientos sociales, incluyendo algunas corrientes dentro del movimiento ambientalista, comparten esa desconfianza, a menudo reafirmando su autonomía con respecto a las actores, instituciones y medios políticos tradicionales. Las luchas por la tierra y los recursos naturales en Bangladés son un buen ejemplo de esa crisis. Los pueblos minoritarios de Bangladés, los Khasis y los Garo, han sido sistemáticamente desplazados o expulsados de sus tierras. No solo se enfrentan diariamente a la represión estatal, el acoso y la discriminación sino además a la desposesión. Una estrategia del gobierno para despojar a estas minorías étnicas de sus tierras tradicionales ha sido la creación de «ecoparques», todos construidos en áreas habitadas por «tribus» no bengalíes. Estos grupos dependen en gran medida del acceso a la tierra y a los recursos naturales. Si bien el gobierno bengalí afirma que los objetivos del proyecto son ambos, el desarrollo económico y la conservación de la biodiversidad, no es difícil ver cuál tiene prioridad, no otra cosa que el “crecimiento económico.” Los grupos minoritarios, junto a diversos grupos y organizaciones, respondieron a esas prioridades desafiando la legitimidad del Estado, que nunca consultó a los Khasis y los Garo. Para diversos grupos y organizaciones, incluido el izquierdista Partido Gonotantrik Mazdur, los objetivos reales de la iniciativa de parques ecológicos son desalojar a los grupos étnicos minoritarios para luego privatizar sus tierras. Hoy, el Estado sigue sin atender las peticiones de estos grupos, que demandan parar y renegociar los términos de los ecoparques, detener la pérdida de sus tierras, y que el gobierno respete su autonomía y control de las tierras y bosques en cuestión. Para ellos la construcción de los ecoparques limita sus derechos, su acceso a los medios de subsistencia y su bienestar, todo agravado por su exclusión de la formulación de políticas y toma de decisiones al respecto.
Para reiterar, no se puede comprender y enfrentar la crisis ambiental aparte del estudio y manejo de estas otras crisis que se entretejen con ella, con las crisis del capital, y entre sí, a saber, las crisis de justicia, supervivencia, identidad y gobernanza. Hoy, estas crisis están tan entrelazadas que tal vez, como sugiere Jason W. Moore, estas no son en realidad varias crisis disímiles pero superpuestas, sino más bien algo así como una sola crisis polifacética.