El mercader de Venecia y Triple S
No sé si se le echará la culpa a los vientos huracanados de Isaac o si la culpa recaerá sobre algún ladronzuelo local, aduciendo que realizó su fechoría al aprovechar la suspensión de energía eléctrica antes de que cayera un centímetro de agua de nuestra más reciente tormenta platanera. Pero a alguien habrá que echarle la culpa de que la medalla de bronce del vallista olímpico Javier Culson fuera usurpada de su lugar. No me refiero, claro está, a la medalla que el deportista se ganó en Londres, sino al masivo ornamento color bronce que el Municipio de Ponce colocó como guindalejo sobre la letra C de la igualmente enorme tipografía 3D que alerta al conductor, o más bien le vocifera, que su auto acaba de entrar a territorio ponceño. Cuando conducía en dirección al oeste observé la robusta pieza colgante; cuando volví, pasados los días libres gubernamentales, ya no estaba en su lugar. Para transportarla, supongo que por fin le dieron uso a las monumentales grúas y sistemas de elevación de carga del Puerto de Ponce, que hasta ahora sólo se habían utilizado para recoger las latas de cerveza que el último festival de La Guancha dejó en el lugar. Confieso que me gusta la idea de que un evento olímpico ocurrido en tierras británicas reverbere en nuestra isla. Y sólo puedo imaginarme, e incluso desear, que el espíritu que se apoderó del director artístico de la ceremonia de apertura de las Olimpiadas, Danny Boyle, se dé una vueltita por esta isla caribeña y nos dé un par de sugerencias, a ver si acaso los promotores de espectáculos, caciques regionales y burócratas gubernamentales les infunden un poquito de más conciencia histórica y cultural a nuestras actividades nacionales. En esta columna imaginaré las ideas que Danny Boyle sugeriría para realizar un espectáculo similar ajustado a la fantasía boricua.
Dos momentos memorables con libro en mano
Entre los muchos elementos que disfruté de la ceremonia de apertura de los juegos, hubo dos que me tomaron por sorpresa y tocaron mi fibra espiritual. La presentación de la Revolución Industrial como un pandemonio –literalmente así llamado–, y el homenaje que el pueblo británico hizo a una de las piezas claves de su sistema de bienestar social, su Servicio Nacional de Salud. Me conmovió escuchar los versos de Shakespeare de la voz del actor Kenneth Branagh, quien personificaba al británico industrialista Isambard K. Brunel, precisamente el hombre cuya foto aparece en la portada del libro La Época del Capital escrito por el historiador marxista Erik Hobsbawn. Aquel pandemonio industrial no fue otra cosa sino el lugar turbulento, ruidoso y pertubador, que fue habitado por los violentos e inmisericordes demonios del capitalismo salvaje del siglo 19, quienes resquebrajaron ante nuestros ojos la sociedad y el paisaje bucólico británico para convertirlos en un conjunto de fábricas y chimeneas en que los obreros fundían un torrente de hierro dentro de un gran andamiaje industrial, rodeado de protestas de sindicalistas, cartistas y mujeres sufragistas. El industrialista, con su libro en mano pegado al pecho, recitó las palabras de Calibán en la obra La Tempestad:
No temas; la isla está llena de sonidos
y músicas suaves que deleitan y no dañan.
Unas veces resuena en mi oído el vibrar
de mil instrumentos, y otras son voces
que, si he despertado tras un largo sueño,
de nuevo me hacen dormir. Y, al soñar,
las nubes se me abren mostrando riquezas
a punto de lloverme, así que despierto
y lloro por seguir soñando.
Igualmente emocionante fue ver la secuela dedicada al Servicio Nacional de Salud de Inglaterra, fundamentado en un pagador único, financiado con las contribuciones generales de sus ciudadanos, en el cual no existen como intermediarios las compañías de seguros de salud, ni primas, ni copagos, ni deducibles y cuyos costos resultan ser, proporcionalmente hablando, una fracción del injusto sistema de salud puertorriqueño. Aquel sistema de salud se fundamenta en el principio de que el estado es responsable de garantizar que cada persona reciba la atención de salud que necesita, de acuerdo a su condición médica, independientemente de su capacidad de pago. Esta secuela del espectáculo, en la que participaron como actores los propios empleados del Servicio Nacional de Salud y alguno que otro niño hospitalizado, fue precedida por la lectura de un libro de literatura infantil, en voz de la propia J. K. Rawling, la autora de Harry Potter, quien puso a los niños del planeta a leer libros de 300 páginas en el primer tomo y de 700 páginas en su última entrega. Rawling, como si estuviese leyendo un cuento a una niña recluida en un hospital, leyó un pasaje del libro de Peter Pan:
De todas las islas maravillosas la de Nunca Jamás es la más acogedora y la más comprimida: no se trata de un lugar grande y desparramado, con incómodas distancias entre una aventura y la siguiente, sino que todo está agradablemente amontonado. Cuando se juega en ella durante el día con las sillas y el mantel, no da ningún miedo, pero en los dos minutos antes de quedarse uno dormido se hace casi realidad.
Quienes nos dedicamos a labores de enseñanza e investigación reconocemos que pocas cosas tienen un potencial tan transformador como un libro, ya sea La Tempestad de Shakespeare de 1611 o el Peter Pan de J. M. Barrie de 1911. Tomando la alusión a los sueños en los libros mencionados, me da con soñar los elementos del espectáculo que Danny Boyle sugeriría para representar nuestro sistema de salud. Creo que comenzaría por plantearse un espectáculo de presupuesto modesto y con sólo dos escenas, pues ya que nuestro sistema de salud es en gran medida responsable por el endeudamiento gubernamental, esta producción artística no podría contribuir más a nuestra espectacular embrolla nacional.
Primera Parte – Industrialistas y capitalistas
El lugar del industrialista Isambard K. Brunel será tomado por el Presidente y Principal Oficial Ejecutivo de Triple-S Management Corporation. En lugar de sostener La Tempestad de Shakespeare en sus manos, junto a su pecho, tendría otro tipo de tempestad, el libro de las cuentas corporativas de Triple-S. Este pregonaría a la audiencia una ristra de números que corresponden a su compensación del año 2011, parafraseando los versos de Shakespeare:
No temas; la isla está llena de dinero
y finanzas suaves que deleitan y no dañan.
Salario, $700,000;
acciones, $1,100, 010;
“non-equity incentive plan compensation”, $336,323;
“change in pension value and non-qualified deferred compensation earnings”, $775,000;
otras compensaciones, $125, 453;
total de compensaciones por un año de servicio, $3.0 millones.
Aquí entrarían los demás ejecutivos de Triple-S, quienes recitarían en secuencia:
Unas veces resuena en mi oído el vibrar
de mil acciones, y otras son compensaciones
que, si he despertado tras un largo sueño,
de nuevo me hacen dormir.
Vicepresidente de Finanzas, $1.1 milllones;
Contralora Corporativa , $0.2 millones;
Presidenta de Triple-S Salud, $1.9 millones;
Presidente de Triple-S Vida, $0.7 millones;
Presidenta de Triple –S Propiedad, $1.1 millones.
Para aquellos que no tengan gran habilidad en escuchar claramente las cifras, aparecería en pantalla electrónica una tabla con el detalle de las compensaciones de los ejecutivos de Triple-S.
*La compensación total incluye salario + bono + acciones + “non-equity incentive plan compensation” + “change in pension value” + otras compensaciones. FUENTE: Summary Compensation Table – Oprima aquí para ver el documento público original .
Segunda Parte: La comparsa de los tullidos
La segunda parte no podría iniciarse en un hospital, con J.K. Rawling leyendo un cuento a una niña en su cama, pues al haber privatizado nuestros hospitales públicos, hoy nuestros enfermos deambulan por las calles. Creo que Boyle sugeriría iniciar esta parte con una gran manifestación estilo comparsa bullanguera con los tullidos, mancos, cojos, enfermos, tecatos y decrépitos deambulantes, quienes por no tener un plan de salud exhiben sus múltiples dolencias en los semáforos del país, algo así como en retribución al conductor que nunca se unió a un reclamo por cambiar nuestro sistema de salud. La comparsa seguiría con una trulla de viejitas humildes, de esas que hacen fila frente a uno en la farmacia y uno las escucha con desespero y con un nudo en el corazón, cuando ellas preguntan al farmacéutico cuál es el costo de la mitad de la receta a ver si tienen dinero suficiente y si se la pueden despachar. Por último se asomaría en la comparsa un tropel de personas en sillas de ruedas, representando a aquellos que por no tener un plan de salud pospusieron su oportuna visita a un médico, cuando sufrían alguna pequeña o mediada dolama, hasta que algo inoportunamente les explotó o se les regó por dentro y en sala de emergencias les dijeron que muy poco se podía hacer ya y les increparon con menosprecio que por qué no habían acudido antes a la oficina del algún médico. A pesar de múltiples esfuerzos, en la comparsa no se podría reclutar a aquellos que se matan trabajando horas adicionales en megatiendas, después de su trabajo regular, aunque ninguno de sus dos patronos les ofrecen plan de salud. Estos usan parte de este dinerito adicional de horas extras para ayudar a sus hermanos a pagar el asilo de la tía que nunca tuvo hijos y hoy padece de Alzheimer. Justo después saldría Titi Chagua leyendo:
De todas las islas maravillosas del Caribe la de Nunca Jamás es la más acogedora y la más comprimida. En esta isla, nunca jamás tendrás derecho a la salud, a menos que lo puedas pagar con dinero de tu bolsillo. No se trata de un lugar grande y desparramado, con incómodas distancias entre un tratamiento y el siguiente, sino que todo padecimiento sin servicios de salud está insufriblemente apelotonado.
Shakespeare contraataca
Me encantan las ideas de Danny Boyle pues puedo entender cómo un británico tendría tales ocurrencias; al venir de un sistema de salud con acceso universal, entiende que dejar a un grupo de puertorriqueños sin acceso a servicios de salud equivale a tratarlos como mendigos callejeros. Pero más me gustó su acertada idea de dar a conocer las millonarias compensaciones de los ejecutivos de Triple-S, lo que tímidamente sugiere que existe una relación causal entre la opulencia de unos pocos y las necesidades del montón.
Supongo que como parte de la preparación de los actores profesionales que personificarán a los ejecutivos de Triple-S, estos se preguntarán si esos salarios y millonarias compensaciones son justas, si esto implica negarle servicios de salud a algún boricua o si simplemente es parte de un contrato legal, y como tal, no requiere de cuestionamientos ni controversias. Ya con la fiebre que me pegaron con toda esta cosa de la literatura inglesa, quisiera ofrecer una explicación a dichos actores aduciendo a Shakespeare y a su Mercader de Venecia.
Una controversia suscitada entre un judío prestamista y un cristiano mercader, llegó a la corte del Duque de Venecia, quien tenía ante sí la decisión de hacer cumplir un contrato bajo el cual el mercader accedió a comprometerse a ofrecer una libra de su propia carne, de la parte más cercana al corazón, si no pagaba un préstamo en fecha predeterminada. Habiéndose vencido el tiempo, y con noticias de que los barcos con el cargamento del mercader habían naufragado, el judío prestamista –quien había vivido despreciado y humillado por el mercader y la nobleza veneciana– exigía el cumplimiento del contrato y no aceptaba que le devolvieran con tardanza el dinero prestado, ni aún con usureros intereses.
Aduciendo a las palabras de Porcia, la mujer que en un acto de travestismo, no inusual en su época ni en su clase, se hizo pasar por un joven hombre estudiante de derecho, para auxiliar al Duque de Venecia en la controversia, creo que sería infructuoso esperar clemencia y compasión de los ejecutivos de Triple-S. Quienes no pueden descifrar en la miseria de nuestras calles y semáforos que los rostros y cuerpos prematuramente envejecidos denuncian que el derecho a la salud es incompatible con sus altos salarios y millonarias compensaciones, estarían como el judío prestamista, jurando que “no hay lengua humana que tenga bastante elocuencia para cambiar [su] voluntad” ateniéndose al contenido de sus contratos de trabajo. Valga la aclaración, en este caso más que parecerse a un judío vilipendiado del 1600 en Venecia, los altos ejecutivos se parecen más a Peter Pan, un niño que nunca crece y su inmadurez se traduce en un deseo imperioso de satisfacer sus inmediatos reclamos.
Qué hacer sino citar directamente a Shakespeare:
Detente un instante; hay todavía alguna otra cosa que decir. Este pagaré no te concede una gota de sangre. Las palabras formales son estas: una libra de carne. Toma, pues, lo que te concede el documento. Pero si al cortarla, te ocurre verter una gota de sangre cristiana, tus tierras y tus bienes, según las leyes de Venecia, serán confiscados en beneficio del Estado de Venecia. (Acto IV, Escena 1).
¿Se hace justicia manteniendo un sistema que honra salarios y compensaciones millonarias si éstos derraman tan sólo una gota de sangre puertorriqueña? En suelo británico se resolvió esta controversia desde el 1948 con la adopción de un sistema de pagador único, con acceso universal y sin compañías de seguros intermediarias. Todo residente de Inglaterra, quien por ley está cobijado bajo su Servicio Nacional de Salud, entiende que la existencia del multimillonario capital de las compañías privadas de seguros de salud es evidencia de lo que decía otro vecino de Londres para el 1867:
“Si el dinero, como dice Augier, ‘nace con lunares de sangre en un cachete’, el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”.