El password nuestro de cada día
Foucault ubica las sociedades disciplinarias en los Siglos XVIII y XIX y adquiere mayor relieve en el Siglo XX. Estas sociedades organizan los espacios de encierro en grandes equipamientos institucionales (la escuela, el ejército, la familia, el trabajo, el hospital, etc.) cada una con sus propias normas de disciplinamiento de los cuerpos. En ellas las instituciones elaboran una distribución y administración del espacio y del tiempo para producir determinados cuerpos y sus respectivas subjetividades, articuladas éstas en un modo de administración de la vida. Deleuze, por su lado, se nutre del trabajo de Foucault pero reconoce que este modelo va cediendo su paso a otro. Después de la Segunda Guerra Mundial ya no tenemos una sociedad disciplinaria sino que más bien estamos –dice Deleuze– en una relación generalizada de crisis en relación a todos los espacios de encierro, estas crisis no paran a pesar de los interminables intentos de reforma. A estas sociedades Deleuze las ha denomiado “sociedades de control” y están en el proceso de suplantar las llamadas sociedades disciplinarias. Mientras el encierro era “moldes”, los controles son “modulaciones” donde lo único permanente es el cambio. Deleuze nos dice que mientras en las sociedades disciplinarias siempre estábamos comenzando algo (hablamos por ejemplo, del paso de la escuela, al ejército, a la fábrica, etc.) en las sociedades de control uno nunca termina con nada. El concepto de adiestramiento perpetuo, incluso a lo largo de la vida, ha suplantado a “la escuela”. El llamado trabajo flexible que en parte remite al concepto de trabajo precarizado en distintas modalidades –aquel que no permite seguridad o permanencia ni a corto ni a largo plazo– se inserta igualmente en este esquema. En contrapartida, podríamos decir igualmente que tal vez hoy tenga más vigencia que nunca el concepto de “revolución permanente” aunque vaciado de los imperativos trotskistas y rellenado del flujo permanente de resistencias políticas que asumen una gama amplia de modalidades.
En las sociedades de control lo que aparece como importante no es tanto la firma o el número, sino el código como password o contraseña. El sujeto resurge como una ondulación, en un network contínuo (flujo de banco de datos y estadísticas de todo tipo). Añado que la identidad digital es una que nunca existe en singular y su alto nivel de abstracción permite dificulades a la hora de establecer equivalencias entre esta identidad digital y la persona concreta de carne y hueso. Lo que genera un horizonte de ambivalencia. Por un lado, el concepto de “password” aparece como el código de seguridad por excelencia. Por otro lado, tanto vínculo identitario difícil de establecer de manera inequívoca padece igualmente de una gran vulnerabilidad. Es tan precaria la seguridad del password o contraseña que cuando la persona la quiere establecer hay plataformas que indican el “nivel de seguridad” del password seleccionado que no es otra cosa que señalar el riesgo permanente del “robo de identidad”.
De manera que en este network uno de los circuitos más prominentes en nuestra vida contemporánea está dado por el imaginario del riesgo. Por ejemplo, hemos pasado de ser pacientes de cáncer a participar en grupos de riesgo a partir de una codificación que enreda base genética y estilos de vida y que tiene como propósito la prevención más que la identificación de la causa y la erradicación de la enfermedad. Se trata de una especie de Minitory Report (película del 2002, dirigida por Steven Spielberg que trata sobre los inconvenientes que podrían surgir en una sociedad donde la policía pudiera intervenir en crímenes que aún no se han cometido) pero en el campo salubrista. Se ha convertido en una práctica naturalizada en el tejido social. Estar expuesto en la sociedad de control exige una identidad digital, una identidad que nos protege y al mismo tiempo vulnerabiliza de formas complejas. Otra pregunta sale al paso, ¿se vive igual esta experiencia en todos los sectores poblacionales.
Hardt y Negri en una publicación reciente –Declaration– retoman el trabajo de Deleuze para reflexionar sobre la actualidad sociopolítica. Nos dicen que en las sociedades contemporáneas somos “reclusos” y “guardias” al mismo tiempo. La vigilancia emerge como una condición general de la sociedad como un todo. Los autores lanzan dos preguntas: “¿por qué usted acepta esto, porque no está consciente de que lo vigilan? ¿o porque usted cree que no tiene alternativa?” Piensan que las razones posiblemente sean ambas, pero igualmente ambas denotan miedo. Dentro de esta reflexión cabría preguntarse por el programa de control del ámbito doméstico o familiar en el que la mujer históricamente ha tenido un rol fundamental, tanto como sujeto activo en el proceso de organización y administración de “lo doméstico” como en tanto objeto de esa misma disciplina pues su ubicación en este entorno moldea sus posibilidades de inserción social, cultural, política y económica.
Tomando como punto de referencia la situación de las mujeres en Puerto Rico, tenemos que, a pesar de toda la invisibilización de la que ha sido objeto la contribución de las mujeres en el ámbito social general y familiar, la literatura que las ubica como piedra angular del desarrollo social es vasta. Los datos censales indican un aumento en la cantidad de jefas de familias (mujeres que viven solas), y una disminución del hombre como jefe de familia para el 2006 cuando se compara con años anteriores. En este mismo año realizamos una investigación sobre el uso del teléfono celular dentro de la población estudiantil en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, el total de participacion en la encuesta fue de 628 personas del que la gran mayoría eran mujeres (484). Esta encuesta reveló que tanto hombres como mujeres expresan una preocupación por los niveles de criminalidad y riesgo que la persona puede asumir mientras está en la calle. El teléfono celular aparece como un medio que se inserta en la tensión riesgo/seguridad como un instrumento de protección en caso de peligro. Sin embargo, es interesante notar que sólo las mujeres expresaron el mismo temor estando en el interior de la casa. Tal parece que el hecho de vivir solas o con sus hijos o hijas, añade temor y un sentido de estar en riesgo de ser víctima de la criminalidad. Una de las entrevistadas lo expresa de la siguiente forma: «Yo misma por ejemplo, duermo con el celular al lado de la almohada y no es lo mismo –si pasara algo, Dios no lo quiera– levantarse y coger el teléfono, no es lo mismo que tenerlo ahí al ladito o quizás hasta me ofrezca seguridad el tener eso ahí… «. El teléfono celular aparece casi como un arma de defensa que brinda “seguridad” a la mujer en el entorno doméstico, entorno éste ya no tan familiar.
Si bien el imaginario del miedo al interior del domus en la experiencia de las mujeres no es nada nuevo, aparece con más visibilidad dado el aumento en la cantidad de mujeres que viven solas y el aumento de las estadísticas de crímenes contra las mujeres y su despliegue mediático. El ambiente domótico (término que se refire a la reconfiguración de la vivienda a partir de sistemas tecnológicos computarizados que son capaces de automatizar algunas funciones, tales como: la gestión energética, seguridad, formas de bienestar y formas de comunicación al interior de la casa, así como con el exterior, etc.) ha devenido un tipo particular de hábitat donde la persona se aísla y “protege” sólo para quedar expuesta a través de sistemas computarizados: sistemas de alarmas, cámaras de seguridad, webcams, sistemas computarizados de asistencia en el hogar, celulares, etc. Todos estos aparatos son funcionales en la medida en que están ligados a una identidad digital –distintos niveles de código de acceso– a partir del cual se gesta la red y su sentido. El término “sentido”, lo empleo en su doble acepción como significado, pero también en tanto vínculo sensorial con el cuerpo. Se promueve no solo una experiencia corporal particular sino que además la misma está mediada por la producción de los imaginarios que tal vínculo permite.
Maria M. López en el 1992, en su ensayo, “El miedo nuestro de cada día: El imaginario de la inseguridad y la militarización de la vida cotidiana en Puerto Rico” ejemplifica los sistemas de vigilancia de la siguiente forma: la popularización del uso de diversos sistemas de seguridad, el aumento en las brigadas de protección públicas y privadas, el auge en los cursos de artes marciales y defensa personal, así como la portación de armas y la existencia de diversos programas cívicos de vigilancia vecinal para control del crimen. Estas prácticas del siglo pasado –que aún están presentes en nuestra cotidianidad– constituyen sistemas visibles y presuponen una relación diádica entre el vigilado y el que vigila, vistos éstos como roles donde, según López, cada uno de nosotros puede convertirse no solo en víctima sino también en policía. Sin embargo, el control de los sistemas del siglo XXI a los que aludimos en el párrafo anterior, tiene cierta ubicuidad lo que hace no tan visibles sus mecanismos y formas de funcionamiento. En este sentido, es importante señalar que nunca estuvo más presente que ahora el cuerpo y la técnica, o mejor aún el cuerpo/técnica como eje fundamental para el análisis técnológico. La dinámica entre control/riesgo/seguridad habría que enmarcarla en una red de relaciones donde aspectos técnicos, de género, de etnia, sector social, y otras particularidades de la existencia tendrían que tomarse en consideración.
La identidad de “la mujer que vive sola” queda transformada en tanto los aparatos tecnológicos le asisten en la construcción de otras formas de ser/estar. (nuevas formas de agencia en y fuera del domus). El 86.2% de las mujeres encuestadas online informan mantener su celular encendido de 21 a 24 horas, en contraste con un 78% en el caso de los varones. El uso del teléfono celular dentro de la casa es notable, 78% de las mujeres y 70% los hombres. El 40% de las mujeres informan sentirse “preocupadas” sin su teléfono celular y el 15.9% “desamparadas”, en contraste con un 22.7% y 9.7% en el caso de los hombres, respectivamente. Una entrevistada nos dice: “El celular es como parte de mí. Se ha vuelto parte de uno como quien dice. Es algo que uno trata de no salir de la casa sin el celular.”
Pero también el aparato –aquella “arma de seguridad”– también se convierte en objeto de temor, de peligro y riesgo. Entre las entrevistadas este miedo se expresó en relación a llamadas insistentes de números desconocidos, llamadas desde números que aparecen “bloqueados”, ofertas no solicitadas, mensajes de hostigamiento sexual, sentirse “monitoreada” por alguien a través del teléfono, incluso… ver su número telefónico publicado por alguien en un cintillo de algún programa televisivo. Nótese que en todas estas instancias la presencia del network comunicacional aparece como teniendo una agencia propia que se desarrolla a partir de una cadena de eventos. Entonces, los eventos desatan en las personas toda una suerte de maniobras para recobrar el control sobre el aparato y de alguna manera desviar o cortar temporalmente los flujos comunicacionales del network: cambiar de número de teléfono, vencer la tendencia compulsiva a contestar la llamada sospechosa, incluso denuncias policiales, establecer todo un protocolo para seleccionar a quién le da el número telefónico, etc. En la medida en que el celular es portado por la persona a cada lugar que va, cuando ocurren estas situaciones, el temor invade el espacio vital de la persona en toda su cotidianidad, penetra el esquema corporal y lo reconfigura a través de la técnica para asumir el riesgo aunque contradictoriamente esto suponga nuevas formas de control y vigilancia. Por eso las relaciones con las tecnologías digitales de información y comunicación no pueden verse al margen de sus usos concretos como tampoco los análisis sociales pueden prescindir de consideraciones sobre aspectos técnicos de estos sistemas. La falta de atención dedicada a estos aspectos tal vez sea lo que explique las opiniones tan vagas que oimos y leemos en la televisión, la radio, la prensa en Puerto Rico cada vez que a un entrevistador o entrevistadora se le ocurre hacer la pregunta sobre cómo se ve cualquier fenómeno a nombrar en el contexto de las tecnologías de información y comunicación.
Quizás esta falta de atención también explique la vaguedad con la que Hardt y Negri enfrentan su propia pregunta sobre qué hacer con las nuevas tecnologías que producen, según sus palabras, un sujeto “mediatizado”. Para este sujeto –nos dicen estos autores– las complejas narrativas de la situación vital en temas de “pertenencia” y “deseos” quedan reducidas a las típicas preguntas tales como, ¿dónde te encuentras ahora?, ¿cuál es tu estatus? o ¿qué estás haciendo? Los hábitos que otroras se dedicaban al delicado cultivo de la amistad en el tiempo quedan ahora reducidos a los procedimientos de acumulación de amigos (“friending” en lugar de “friendship”) en las llamadas redes sociales. Los autores no necesariamente demonizan estas tecnologías, pues también reconocen la función de estas redes, por ejemplo, en la movilización social. Sin embargo, al querer en su Declaración pronunciar una agenda de resistencia, se limitan a decir que el sujeto debe relacionarse con estas tecnologías de otras formas. ¿Cuáles otras formas? Mutis total, ni siquiera pueden apuntar hacia la tremenda contradicción de establecer la necesidad de “nuevas formas” y al mismo tiempo publicar la Declaración con “derechos reservados” (“All rights reserved. No part of this book shall be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, …”). Una licencia Creative Commons que permita copia sin restricciones reconociendo la autoría, hubiera sido más que suficiente para relacionase “de otra forma” con los “nuevos medios”. Con esto no quiero desvalorizar esta publicación de Hardt y Negri, sino más bien apuntar hacia la constante falta de vinculación de ciertos críticos y pensadores de teoría social contemporánea con temas que atañen precisamente a aspectos técnicos, de funcionamiento tecnológico y de implicaciones para la ingeniería psicosocial que estos aparatos suponen. Más aún, esta práctica remite al hábito de no asumir nuevas formas de relacionarse con estos aparatos. Un tema vinculado íntimamente a éste último asunto es la crítica que hace Garry Hall en radical philosofy Pirate Radical Philosophy –y también retomado por Carolina Gainza en manzana mecánica– Por un cambio en la práctica académica en la producción y distribución del conocimiento.
En el marco de la 95Cyberconference le hice una entrevista a Geert Lovink, una de las figuras más importantes como teórico, activista y crítico de la red desde la red que fue publicada en la extinta revista bordes en el 1997. En esta entrevista Lovink apuntaba precisamente hacia la urgencia de un diálogo con los sectores técnicos sobre los aspectos técnicos del funcionamiento de los sistemas. Lovink criticaba la renuencia de personas inmersas en los discursos de la cultura, la política y las ciencias sociales en general a entablar diálogos sobre aspectos tecnológicos con el sector técnico. Al preguntarle sobre una crítica severa que había lanzado a Baudrillard, respondió: “En el caso de la crítica de Baudrillard, yo pienso que no hay ningún diálogo con la técnica, solo mira las superficies. […]” Al nivel local es la misma historia pero con un agravante, en Puerto Rico ha habido un retraso importante a la hora de asumir el tema de las tecnologías digitales en su íntima vinculación con el tejido social. Ahora que no se puede obviar más el tema, es tiempo ya que se asuma el mismo sin tanta externalidad, vaguedad y superficialidad.