El velorio de la sobrepoblación
La isla de Puerto Rico nunca deja de asombrar a quienes en ella habitan. Un domingo por la tarde, al regresar de la peregrinación de la ruta de www.chinchorrospr.com, uno puede enfrentar la muerte con más probabilidad a causa de una carretera rural o metropolitana mal asfaltada que por complicaciones asociadas a la hipercolesterolemia. Los lunes por la mañana puede uno morir de un soponcio al conocer la nueva racha de legislación de privilegio fabricada y aprobada en las cámaras legislativas durante el fin de semana con la anuencia del partido de oposición. Ya a finales de la semana puede uno morir pisoteado encarando una turba furibunda de consumidores siguiendo el último especial estilo USA, precisamente en momentos en que uno se dirigía a la farmacia a comprar baterías AAA para un radio portátil para poder estar atento a los últimos abusos policiales en la Universidad de Puerto Rico. Pero si algo queda claro es que uno no se puede morir de aburrimiento en este país. El domingo 26 de diciembre la isla estaba sobrepoblada cuando salimos a chinchorrear y el lunes 27 cuando leímos la columna periodística del día anterior, nos encontramos con “La isla que se vacía”.
Los cambios demográficos, que usualmente son lentos y tardan décadas en consumarse, en Puerto Rico parece que acontecen en cuestión de 24 horas. Hace dos años un periodista norteamericano describió a la isla como sobrepoblada y hace unas semanas un periodista boricua se refirió a ella como que se estaba vaciando. La diferencia entre la descripción del primer periodista y la del segundo parece ser una cuestión de AC y DC; antes y después del censo de Puerto Rico del 2010. Parece ser que el censo 2010 se levantará como un parteaguas demográfico y albergo la esperanza, aunque no la certeza, de que sea un regalo de los dioses que nos traen el fin de la fabricada y fantaseada sobrepoblación de Puerto Rico. Estamos ante el velorio de la sobrepoblación, anhelando poder enterrarla.
La sobrepoblación incuestionada
Michael Janeway, profesor de periodismo de Columbia University y anterior editor en jefe del Boston Globe, publicó una columna en The New York Times con el título de «Puerto Rico’s Moment Under the
Sun» dirigida a explicar al electorado de Estados Unidos la extraña situación política de Puerto Rico en aquel verano de 2008, durante la primaria presidencial entre Hillary Clinton y Barack Obama. Siendo una isla sin derecho a voto en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, urgía explicar la extensión de la agitada primaria presidencial a este territorio tropical, que había ganado la concesión de participar en estas primarias a cambio de generosas y continuas actividades de recolección de fondos. El artículo afirmaba que Puerto Rico tendría su lugar bajo el sol con la visita de los precandidatos presidenciales y la correspondiente cuota de periodistas y camarógrafos, aun cuando la localización de la isla justo al sur del Trópico de Cáncer permitía que en esos momentos el sol apareciera totalmente vertical sobre nosotros al mediodía.
El artículo se refería a Puerto Rico como “un trofeo secundario de la Guerra Hispanoamericana”, el cual “ha estado en el limbo desde entonces”, “considerado extranjero en lengua y cultura” y lo que el periodista considera todavía peor, “sobrepoblado”. El artículo no proveía evidencia alguna para tal afirmación categórica, algo así como si fuera una verdad tan evidente o de conocimiento tan común que no requería de explicación alguna.
Por más de cien años, militares, políticos, periodistas y científicos han descrito a la mayoría de las islas del Caribe como sobrepobladas y desdichadas. En Barbados en 1871, el Gobernador Rawson, quien varios años antes fuera presidente de la Royal Statistical Society del Reino Unido, mencionaba que la emigración de dicha isla era la forma de evadir las inevitables y fatales consecuencias de la sobrepoblación. Para la década del 1920 en Puerto Rico, el Gobernador Yager consideraba que enviar boricuas a Hawai, Arizona y Georgia aliviaría nuestro problema de sobrepoblación.
No es de extrañar entonces que luego de tantos años de machaca ya la gente se haya creído ese cuento de la sobrepoblación y lo haya asumido como una verdad evidente. Después de todo, el cuento de la sobrepoblación parece ser congruente con una serie de realidades difíciles de negar, desde las históricas campañas de esterilización, la experimentación con la píldora anticonceptiva y la disimulada promoción de la emigración en la década del 1950, hasta los asuntos tan pedestres como el sofocón mental y físico de estar en el medio de un tapón o de encontrarse uno en algunos de los lugares más apartados e improbables del planeta y toparse con un grupo de pleneros que van camino a una fiesta boricua.
Los números de la sobrepoblación
Históricamente se le ha llamado sobrepoblación al exceso de población con relación a un recurso en particular, ya sea espacio, agua, comida o trabajo. Este concepto puede medirse numéricamente, al obtener la división entre la cantidad del recurso específico y la cantidad de la población (cantidad de recurso/persona) o su inverso (personas/cantidad de recurso). Otros indicadores de uso común en debates sobre sobrepoblación son la tasa de crecimiento poblacional y la tasa de migración. Mientras el primero operacionaliza la sobrepoblación al medir una de sus supuestas causas, el segundo mide una de las supuestas consecuencias de este fenómeno, el abandono del territorio por sus habitantes. La densidad de población, la división de población entre el área que ocupa, esto es cuántas personas hay por cada kilómetro cuadrado de territorio, suele ser el indicador que con más frecuencia se utiliza en los debates de sobrepoblación.
Nos dice Laura Briggs en su libro Reproducing Empire: Race, Sex, Science, and U.S. Imperialism in Puerto Rico que de las primeras menciones de sobrepoblación en Puerto Rico fueron las del gobernador Yager y que para las décadas del 1920 y 1930, el concepto de sobrepoblación se entendía como una caja de Pandora que esparcía sobre la tierra boricua multitud de males tales como la pobreza, la delincuencia, la prostitución y las enfermedades. No pasó mucho tiempo para que la Oficina de Estadísticas Vitales bajo el Departamento de Salud acogiera dicho término y lo identificara con una alta densidad poblacional, básicamente, éramos “muchos” en una isla pequeña. En 1930 en el libro Porto Rico and its Problems, informe realizado bajo los auspicios de la Brookings Institution, su autor, Victor Clark, le achacaba a la sobrepoblación –entendida como alta densidad poblacional– la terrible situación de pobreza de la isla.
Esta fórmula recogida por Pedreira en su libro Insularismo selló nuestra suerte, pues el clásico de la literatura puertorriqueña, utilizado como texto escolar, aseguró que el propio sistema de educación difundiera por las generaciones siguientes su imprimatur sobre nuestra condición de superpotencia de la superpoblación.
“El cinturón de mar que nos crea y nos oprime va cerrando cada vez más el espectáculo universal y opera en nosotros un angostamiento de la visión estimativa, en proporción al ensanche de nuestro interés municipal. Imantados hacia adentro, atropellados en una densidad de población de 485 habitantes por milla cuadrada [187 personas/km2], vivimos impasibles, fundidos en nuestra abulia, creyéndonos el centro del mundo, empotrados en este rincón de las Antillas, lejos de todo ritmo hispanoamericano.”
No es de sorprender entonces que para Pedreira el futuro próximo de la isla deparara una espantosa tragedia pues “Calva de minerales, de bosques, de fuerza hidráulica para iniciar industrias permanentes, la tierra no puede sostener sobre su agricultura a la ya inquietante superpoblación”. Si de utilizar la densidad de población como indicador de sobrepoblación se trata, a casi todas las islas del Caribe nos depara un futuro aterrador. Las islas-naciones y las islas-departamentos de naciones europeas exhiben la mayor densidad poblacional de las Américas: Barbados (654 personas/km2), Puerto Rico (446 personas/km2) y el departamento de las islas de San Martín y San Berthalamy (479 personas/km2).
Teóricamente, la razón de ser de la densidad de población como medida de la sobrepoblación consiste en la idea de que en un territorio con demasiadas personas pueda enfrentar la escasez de los recursos necesarios para sostener su población debido a la falta de espacio, lo cual sería el preludio para una calamidad malthusiana (asunto que amerita ser objeto de discusión en una futura columna). La experiencia actual de Mónaco y Singapur, los dos estados soberanos con mayor densidad de población en el mundo (16,923 y 7,148 personas/km2, respectivamente) contradicen la noción de que una alta densidad de población tenga consecuencias funestas para el desarrollo económico y el bienestar social.
Los geógrafos agrícolas propusieron variaciones a la fórmulas de densidad poblacional para poder corregir algunas de sus deficiencias, pues un país que tuviera a la mayoría de su población apretujada en unas cuantas ciudades podía tener una baja densidad de población si contaba en su territorio nacional con grandes extensiones de terrenos no habitables, tales como desiertos, montañas escarpadas o selvas impenetrables. Entre las variaciones a la fórmula de densidad poblacional se encuentran las siguientes, las cuales relacionan la cantidad de población a la capacidad del territorio para producir alimentos.
• Densidad de hombre-tierra, también llamada densidad fisiológica. Esta estadística consiste en determinar cuántas personas habitan un país con relación a las áreas cultivables. De esta fórmula se excluyen las áreas del territorio nacional que no son aptas para cultivos.
• Densidad nutricional. Esta estadística determina cuántas personas habitan el país con relación a las tierras bajo cultivo.
• Densidad agrícola. Esta estadística determina cuántos trabajadores agrícolas hay con relación a la cantidad de tierras cultivables. Cuando esta densidad es baja, se entiende que existe el potencial de futuro crecimiento de la producción agrícola.
Pedreira cuantificado
Para seguir con la monserga de la sobrepoblación se hace fundamental citar a un eminente sociólogo y demógrafo norteamericano, Kingsley Davis, pues los propios hombres de ciencia encontraron prueba cuantitativa que fundamentaba la fantaseada sobrepoblación. Su artículo de 1953, «Puerto Rico: A Crowded Island», comienza haciendo la afirmación categórica de que nuestra isla se puede considerar como “hacinada” (crowded) bajo casi cualquier definición. Aunque Davis utiliza un término que no conlleva la carga dramática del término sobrepoblación, para todos los efectos se refiere al mismo fenómeno.
Reconociendo que naciones como Bélgica y el Reino Unido a pesar de estar hacinadas son prósperas, Davis descarta el concepto de densidad de población como no tan importante desde el punto de vista económico. Utilizando el concepto de densidad hombre-tierra expresa cómo Puerto Rico sobresalía con relación a Estados Unidos, con 1,471 personas por milla cuadrada de tierra cultivable con relación a las correspondientes 220 de Estados Unidos. Y también aduce a la densidad agrícola, pues Puerto Rico tenía 170 trabajadores agrícolas por milla cuadrada de tierra cultivable mientras Estados Unidos sólo tenía 9.6. Y para rematar con los recursos no agrícolas, Davis afirmaba que nuestra isla estaba aún más hacinada pues no contaba con yacimientos de combustibles fósiles, tenía muy poco potencial hidroeléctrico y no contaba con minerales. “Bajo cualquier indicador…” concluye el científico “…Puerto Rico tiene una cantidad excepcionalmente alta de personas con relación a sus recursos”.
Falacia numérica
Pedreira hablaba de nuestro miedo insular al holandés, pero en Holanda —o más correctamente, en los Países Bajos— su legendaria alta densidad poblacional, reconocida por Pedreira, nunca fue objeto de alarma por su supuesta sobrepoblación. El libro The Population Explosion (1990) explica esta situación como la falacia de los Países Bajos, pues su alto nivel de vida enturbia cualquier aseveración de que la sobrepoblación pueda ser definida numéricamente como alta densidad poblacional. Si los Países Bajos podían sostener su población de 2,670 personas/km2 de aquella época, se debía a que ellos importaban anualmente millones de toneladas de cereales, más de 100 toneladas de aceite y cerca de medio millón de toneladas de legumbres. Por esta razón, los autores del libro, Paul y Anne Ehrlich concluían que la densidad de población era una estadística totalmente irrelevante en lo que respecta a sobrepoblación. La consabida fórmula de alta densidad poblacional, la piedra angular de nuestra condición puertorriqueña de sobrepoblación, resulta ser más ahuecada que las piedras del karso. Las estadísticas de densidad de población y sus variantes agrícolas, se fundamentan en la noción de autarquía, la autosuficiencia de una sociedad que se imagina capaz de autoabastecerse sin mayores contactos con el resto del mundo. La existencia del comercio internacional hace que estas medidas pierdan su validez.
En 1965 una serie de académicos promovió un estudio colaborativo que resultó en la publicación del libro Geography and a Crowding World. Los académicos utilizaron términos tales como “equilibrio entre población y recursos”, “desbalance entre el número de personas y sus necesidades”, “desajuste entre recursos y población” y los más enérgicos “sobrepoblación” y “sobrehacinamiento”. El libro afirmaba que aunque los académicos pudieran llegar a un acuerdo unánime a nivel conceptual sobre qué es sobrepoblación, todavía habría que contestar la pregunta en torno a cómo se mediría dicha sobrepoblación numéricamente. Se hace imperativo reconocer que cuarenta años después esta pregunta no se ha contestado satisfactoriamente y todavía hoy no existe fórmula estadística para identificar la sobrepoblación. Quien habla de que Puerto Rico está sobrepoblado se ve obligado a hacerlo sin ofrecer evidencia estadística alguna.
Velorio de la sobrepoblación
¿Por qué nos creímos por tanto tiempo el cuento de la sobrepoblación? Porque la comunidad científica de Puerto Rico, como comunidad, nunca cuestionó ni rechazó el concepto de sobrepoblación. Los puertorriqueños tuvimos que esperar a que el apabullante deterioro económico y social de la isla nos abofeteara en esta última década para entonces poder ver mejor la realidad. “La isla que se vacía” no es otra cosa que el oprobio de haber perdido en una década el 2.2% de nuestra población. Confío en que ahora nadie se atreva a sostener que seguimos siendo la superpotencia de la superpoblación.
¿Cuál debe ser nuestra actitud ante este momento en que deseamos enterrar el concepto de sobrepoblación? En el ensayo La Política del Duelo, Rubén Ríos Ávila nos indica cómo construir una reflexión política para elaborar una respuesta en momentos de pérdida y duelo que muy bien aplica a este velorio. Ríos Ávila nos llama a formular una “política del duelo, de la pérdida, de nuestra vulnerabilidad ante la pérdida y sobre todo de nuestra capacidad o incapacidad de formular una respuesta adecuada a esa súbita interpelación que nos salve de la violencia que el miedo a la pérdida suele provocar, una respuesta que sirva para armar los rudimentos de una comunidad posible, de un espacio de convivencia que nos ayude a resignificar y a edificar desde el vacío mismo de la pérdida, para que sea un vacío que prometa, para que sea un vacío del porvenir”.
Este momento exige de mayor capacidad para reconocer varias pérdidas y desde esos vacíos trazar nuevas rutas. Al perder la sobrepoblación, hemos perdido una forma de vernos a nosotros mismos y de justificar científicamente nuestros desmanes. La pérdida de la sobrepoblación tiene que servir para erradicar de una vez y por todas las explicaciones que atribuyen a causas naturales nuestro fracaso social. Ya sabemos que la ciencia y los científicos siempre pueden elaborar números que favorezcan a los privilegiados e imputen a las clases marginadas –y a su fecundidad excesiva– la responsabilidad por la suerte del país. Debemos asumir con dolor, e incluso con vergüenza, una de esas pérdidas al reconocer que nuestros académicos, científicos y profesionales no estuvieron del lado de nuestra nación y prefirieron validar las teorías adoptadas por la comunidad científica de Estados Unidos, aunque nos perjudicaran. Fueron múltiples las voces proféticas que denunciaron la fantasía de la sobrepoblación, entre otros, Pedro Albizu Campos, Juan Mari Brás, Frank Bonilla y Helen Rodríguez Trías, quienes fueron ignorados e incluso marginados por las organizaciones científicas. Que sirva esta experiencia para reconocer los agravios que resultan al ofuscarnos con teorías numéricas y despreciar nuestras voces proféticas.
R.I.P.
Sobrepoblación