El verdadero Bronx
Un amigo me contó de la leyenda de un fotógrafo, Robert Capa, que a los 22 años tomó esta foto, llamada “Falling Soldier” (Un soldado cayendo). Capa cubría la Guerra Civil en España y tuvo la “suerte” que en el momento en que se viró a tomar la foto, el soldado sufría el impacto de un disparo. Esta casualidad, en inglés “serendipity”, era tan favorable que hace varios años algunos observadores han acusado a Capa de inventar o escenificar el evento, y engañar el público.
Mi amigo hacía referencia a los 15 minutos de fama que viví después de que varias fuentes de los medios me citaron como el bloguero que destapó a J-Lo en el acto de engañar el público con un comercial que reclamaba que López, la estrella boricua más grande del planeta, era callejera, street-fighter de pura sepa.
Cuando vino el equipo a filmar el anuncio de Fiat, yo estaba molesto porque no pude estacionar en mi calle un carro que había tomado prestado. Y de ahí que le presté tanta atención a la grabación. La que estaba guiando el Fiat parecía una estrella, su pelo y su blusa eran de estrella, pero su cara estaba en blanco, era un perfil borroso, como una de esas películas sci-fi en donde la gente ya no tiene identidad. Entonces pensé, ¿por qué están grabando esto con un equipo y un crew extremadamente costosos si la protagonista es un fantasma?
Ah, esa fue la casualidad, el serendipity, que me puse a mirar exactamente en el momento en que estaban grabando a la comunidad, esto es, el engaño de la autenticidad de J-Lo, protagonizado por un advertising robot, un simulacrum. Cuando ví los anuncios en la tele, me di cuenta de lo que pasó. Hice un post en mi blog solo con la intención de reírme otra vez de la única entrevista que tuve con ella, en la cual se reveló que estaba registrada en un hotel famoso en el Upper East bajo el nombre de Jessica Rabbit.
Pero un mes después, cuando López salió en los American Music Awards perreando con Pitbull, aprovechó la oportunidad para convertir parte del escenario en un anuncio de Fiat, un co-branding con los comericales, que provocó mucho coraje entre la gente. El website Smoking Gun estaba tan empantalonado que reveló que durante el shoot Jenny no se presentó en el “block” que romantizaba. Un amigo del vecindario vio esa nota y me la envió en un email, escribí un comentario a la nota. El editor me conocía, fuimos colegas “periodistas” por un tiempo, y cuando le presté esta foto, tomada en un momento en el cual no sabía el propósito de la grabación, la prensa tuvo prueba de la hipocresía: La J-Lo no estaba en el Bronx, y el carro ni siquiera funcionaba.
Empezó una ola fuerte de historias en el New York Times, Slate, hasta Anderson Cooper de CNN comentó. Aumenta el tráfico de tu blog, y sientes que quizá hiciste algo. Pero se pierde mucho en la reacción de un mundo cibernético que no conoce El Bronx, ni las circunstancias de los nuyorriqueños en general ni de J Lo en particular. Ella viene de un vecindario en el cual viví por un tiempo cuando estaba en la escuela superior. Era un barrio de clase media baja, y sus papás eran dueños de una casa–no se puede decir que eran pobres, pero a la misma vez se puede entender que J Lo se identificaba con la cultura de la calle que establecieron los puertorriqueños y los afroamericanos en los años 60 y 70.
La nostalgia que ella siente por un pueblo que resiste, aunque ella no sufrió tanto como ellos, me parece algo positivo. El proceso de conquistar éxitos en esta tierra norteña muchas veces involucra negar la mancha de plátano. En los términos más favorables, la imagen que J Lo quiere proyectar es de alguien que acepta la “radicalización” que impone la cultura dominante y decir, “sí, soy alborotosa, manifiesto resistencia al proceso que quiere borrar el sabor del país de cuatro pisos”. En el Castle Hill del Bronx, aunque seas dueño de una casa, nunca vas a ser el ejemplo del sueño Americano en la portada de la revista Mainstream American.
La trayectoria de la identidad puertorriqueña y cómo se transmitió desde la isla a esta ciudad se encuentra en lamentos borincanos compuestos en barrios, en contacto con latinos, caribeños y afroamericanos. Por esto J-Lo nos quiere convencer de que no es parte de la cultura de Hollywood, aunque logró acumular el dinero de Hollywood.
El problema es que aunque quizás tuvo buenas intenciones de celebrar los laberintos navegados por Willie Colón, Mon Rivera, Julia de Burgos, Maelo, Sammy Tanco, Sandra María Esteves, Clemente Soto Vélez, Antonia Pantoja, Juan Sánchez, no le pareció necesario dar cara en la calle. Muchas contradicciones entre lo más afortunados y los que están luchando se resuelven con hacer presencia por 15 minutos. Pero en este momento en que aumenta la ruptura entre las clases sociales, Jennifer se encuentra en una plataforma aislada, lejos de las calles a las que quería hacer homenaje.
¿Qué es la identidad puertorriqueña? ¿Un jíbaro casi-negro casi-mulato casi-blanco que se enfrenta al sistema bancario de Nueva York y sale con su asalto navideño sin necesitar la casa en Long Island? ¿Sobrevivir una breve adicción a sustancias prohibidas y conseguir un trabajo de la ciudad con pensión y beneficios y marchar en la parada en la Quinta Avenida cada junio con anuncios de productos Goya? ¿Estar, como yo estaba, en un soiree del vecindario con una casa llena de boricuas gritando “¡empújalo!” cuando parecía que Margarito tenía a Cotto atrapado contra las cuerdas?
Las definiciones son varias. Es que en este momento, en el que pudiéramos ser vanguardia por casualidad, a J-Lo no le cabe ninguna de estas definiciones. Y así es que se deshacen los simulacros.