Entre los tanques y el manto
Aún no llego, pienso que no voy a llegar, pero veo una marcha: multitudinaria, adjetivo que dice poco pero que es signo de victoria; de universitario@s con coraje defendiendo su espacio; de pueblo, o de un grupo grande que no lo es pero que reclama serlo o representarlo; gente buena, honesta, sencilla, noble, combativa, arrojada. Solo algunos se piensan que van al frente y quizás se sientan como sujetos de alguna canción de Silvio o de Pablo (sí, de esos de los setentas). Otr@s dan rienda al desahogo de su angustia y su coraje: hay que pensar en nuestr@s hij@s.
Aún no la veo, pero veo una marcha que anticipa otra de esta semana. La de hoy quiere prevenir el atropello que será el motivo de la futura; ¿o lo quiere provocar? ¿Qué Nébula extraña justificaría esta insinuación? ¿Se delira con el temor o con un deseo que sería monstruoso admitir o confesar?
Leo discursos muy razonables, bien pensados y escritos: el gobierno actual, desde “such is life” hasta “hay que sacarlos a patas”, deja ver con plena claridad el lustre de sus botas totalitarias. Son inevitables las comparaciones con las dictaduras de otras partes, que con prejuicio clasista y racista reiteradamente se llama tercer mundo o repúblicas bananeras. ¿Qué tal si la vemos venir?, para eso sirve la historia, para poder anticipar guerras y holocaustos. La nuestra está moldeada con tonos y matices de nuestros tiempos, aunque este bermejo se parezca demasiado a aquel rojo. ¿Cuán similar y cuán diferente la entrada nocturna de la policía al Recinto de Río Piedras —con su luminosidad azul y sus autos bien lavados— de la de los tanques soviéticos en Praga, en la primavera del 68? La multitud checa lucía tensa pero calmada, pero de las flores pasaron al arma que caracterizó la revolución que ahora invadía sus calles: el coctel molotov. El miércoles se entraba a un recinto vacío: los pocos universitarios presentes parecían escolares desorientados, aunque rabiosos; impotentes ante lo inevitable. Esta vez, sin tener que destronar con tanques y aviones a un valiente Allende, la milicia de Pinochet se apoderó del “país” que defienden estudiantes, profesores y empleados.
Como dije, las comparaciones son inevitables, sobre todo para nosotros que crecimos denunciando aquellas dictaduras. Los ejemplos de nuestra historia pudieran parecer pequeños frente a los miles de torturados, desaparecidos y exilados de aquellos tormentos militares. En el 48, cuando Benítez y Muñoz cerraron la universidad para impedir que se recibiera a Albizu, más de un centenar de esos estudiantes inscribieron al PIP o se sumaron a la revolución nacionalista. Dos años más tarde, esta fracasó, entonces vino el ELA como simulacro democrático y descolonizador; y con él la mordaza y la persecución nacionalista, el carpeteo, la guerra fría y la demonización del independentismo y del socialismo. Crecí en ese periodo. En mi calle ser socialista era ser ateo y ser ateo era ser el demonio; como a otros se me cerraban puertas y se advertía a sus hijos. El simulacro democrático del ela trajo la divedco, un sistema de salud y de educación públicos empobrecidos, tanto o más como su paralelo cubano, y una casa de estudio: la Universidad. ¿Quién ganó? ¿Se puede hablar de derrota pírrica, como habla Carlos Fuentes del 68? De los 68.
El espíritu revolucionario de los 68 empujaba a las izquierdas en América Latina: aquél que entrampó al ángel o profeta en su propio discurso, llevándolo a morir solo en su calvario. Ese espíritu fue aludido una vez como “mística de lucha” cuando en 1980 la FUPI a la que yo entraba quería recautivar las masas y renovar la militancia. Y las comparaciones son nuevamente inevitables: son esos los muertos que se evocan. Pero es poco lo que se recuerda: me asusta la selectividad de la memoria. Esas otras dictaduras aplastaron la izquierda y sojuzgaron varios pueblos, que muchos solo ven como corderos sometidos. Pocos ven el terror de esa sobrevivencia, sin la que hoy no hubiera Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Perú . . . Sí, perdonen, pero a las dictaduras del Cono Sur no las derrotaron los jóvenes revolucionarios, estos más bien fueron la fuerte oposición que para la burguesía rebiosa justificó la bestialidad de su cólera y de su poder. La dictadura argentina fue derrotada por las madres y las abuelas de la Plaza de Mayo. Estas, con su performance de legendario ‘look’ patriarcal y sus mantos de amas de casa o de monjas, silenciosa y religiosamente se sentaron frente al palacio rosa a reclamar por sus hij@s y niet@s desaparecid@s. El objetivo no era derrotar la dictadura: ellas solo querían volver a ver a sus hij@s.
El espíritu del 68 guió la resistencia a la guerra de Vietnam y la oposición al ROTC. Trajo muertes inocentes, muy recordadas en las voces de quienes hoy defienden la universidad. Trajo, otras, cuyos nombres olvidamos: ¿los consideramos menos víctimas de nuestro ensayo de revolución o de guerra civil? No obstante, yo no puedo desprender ese llamado a rescatar “la mística de la lucha” en el 80 del incendio en el DuPont Plaza de 1985 donde murió casi un centenar de inocentes.
Pero también, pienso en el 81: en “La Huelga”. Allí luchamos y nos estrechamos con valor y orgullo contra un pichón de dictador, ya un poco acuartelado sin Cámara ni Senado. Pichón, cuyo poder está demasiado relacionado con la muerte de Carlos Muñiz Varela, Arnaldo Darío Rosado y Carlos Enrique Soto Arriví, para no temer el alcance de sus ínfulas totalitarias. Pichón que solo fue derrocado por el melonismo: por una alianza sin condiciones de una izquierda nacionalista que había visto morir a tres de sus hijos. Así, en parte, se frenó al “gobierno araña”. Freno muy cuestionado, sobre todo por las izquierdas que remplazaron al PSP en la vanguardia de las luchas sindicales y estudiantiles.
Hoy, nuestra casa está tomada, y sin embargo, hay quien dice que para defenderla no debo de entrar a ella. Hoy las tropas del nuevo rector, Figueroa Sancha, anuncian descaradamente que llegaron para quedarse, para quitarnos la universidad. Hoy, una marcha aúna la cólera y la desesperación para enfrentar esos tanques: ¿con el temor o con un deseo inquieto de verlos venir? Es cierto, ya llegaron o vendrán aunque no se haga la marcha. ¿Entonces por qué llamar a estrellarnos contra esos tanques? ¿Cuál revolución voy a incendiar?
Carlos Fuentes llama derrotas pírricas a esos enfrentamientos del 68. Las derechas que los enfrentaron fueron políticamente debilitadas veinte o treinta años después. Pero, así también las vanguardias que los dirigían. ¿Cómo leer, si no, una camiseta con Benicio del Toro figurando al Che? Coincido con Fuentes en que la historia requería de esos valientes rebeldes; pero ante ellos, ¿qué son quienes los siguen como si siguieran la película? ¿Qué ganamos si nos quedamos fuera como muchos proponen?
No puedo quedarme fuera de mi casa, aunque esté tomada. Enseñar con la policía no es igual a acostumbrarse a ella. Sin ser un púlpito sagrado, el salón de clases es el diminuto espacio donde mi voz puede hacer diferencias. Es donde “sobrevivo con un poco de amor”. Es falso que se reanude el calendario con normalidad; y si alguna vez la hay, su cuestionamiento es mi objetivo perenne. Perdón, pero aunque sea simplemente para una denuncia que no alcanza al periódico, un diálogo sin líderes ni gobernantes, sobre Inside Out, de Sylvia Bofill, y La Charca; aunque sea tan simple y humilde que raye en lo pendejo; ese espacio no lo abandono. Que yo lo abandone es el deseo del dictador, sus portavoces y sus milicos.
Quisiera fuera innecesaria otra marcha, esta semana, en protesta por macanazos, gases y arrestos en el Recinto. Quisiera que el camino no condujera a tal encerrona. No deseo victorias ni derrotas pírricas, aunque no sea capaz de imaginar muchas otras rutas. Mi temor es que mi espacio de lucha en un futuro cercano sea un banquillo de la plaza donde me siente silenciosa, aunque dignamente a reclamar que me permitan ver a mis desaparecidos.