«Es la hora de los hornos…»

«Es la hora de los hornos y no ha de verse más que la luz»
-José Martí
I
Taxi, metro o bus: de algún modo hay que recorrer los 30 kilómetros que separan el nuevo aeropuerto de Atenas del centro de la ciudad. Nos quedan unos pocos minutos de luz. Frente a la caseta de cambio alguien le pregunta a la chica que nos atiende si tiene dracmas. Con una débil sonrisa responde «Not yet«. En otro mostrador nos aseguran que no hay diferencia entre tomar el metro o el bus; uno sale cada media hora y el otro cada quince minutos. Como toda primera vez, queremos ver, lo que descarta el metro. Cuando al fin salimos a la calle, el paisaje urbano es un esfumato turbio y escurridizo. Todo lo nuevo en Atenas parece estar pintado de smog.Ya no quedaban asientos cuando abordamos el autobús. Sin luz, tampoco quedan rostros. En la inusitada penumbra y prácticamente en silencio esperamos que el conductor y su asistente terminen de cotejar los billetes y emprendan la marcha. Un chico se apretuja contra una pareja joven que le acompaña y le ofrece a mi hija parte de su asiento. Los tres son muy altos y van vestidos formalmente. La mujer porta una abaya de suaves colores y un hiyab que hace juego. Ana, en minifalda, le dice que no. Sonreímos agradeciendo el gesto y Ana se anima a aceptar el minúsculo espacio. Está más oscuro afuera que adentro, así que la miro. No me ve. Tiene la vista puesta en ningún chateau gonflable lado y con las manos se cubre las rodillas. Después de ese trayecto a oscuras no volvió a usar esa falda. «Es que la mente se me ensanchó», nos ha dicho incontables veces sobre el viaje. Sí. Ante un mundo más amplio, la falda debió parecerle más corta. El otro día la encontré doblada en la bolsa destinada a ropa para regalar.
II
Como tantas otras cosas de este país cuyo pasado nos resulta obligatorio y su futuro le parece a Europa cada vez más descartable, no sabíamos que en Grecia la claridad estuviera tan menguada. Algo tienen las crisis que las acerca al arte. Sacan lo habitual de su invisibilidad utilitaria, descomponen el conjunto en sus partes y nos piden que entrecerremos los ojos para ver mejor. En Grecia es el país y no solo los autobuses en el aeropuerto, lo que está a oscuras. Su futuro es francamente indiscernible. Citigroup le atribuye a la salida inminente de Grecia de la eurozona un nivel de probabilidad que raya en la certeza. Esta vez Cassandra tiene la capacidad de contribuir a que la profecía se autocumpla y recomienda a sus clientes limitar la exposición a una economía que se ha reducido un 13% en los últimos dos años. Goldman Sachs parece más optimista en los diarios internacionales. Quizás no se trata de optimismo sino de cautela. La compañía de inversiones radicada en Nueva York obtuvo unos 600 millones de euros maquillando las cuentas del estado griego para que éste pudiera cumplir los parámetros de entrada a la moneda común. Si el proyecto terminara por colapsar después de esta larga agonía, aumentarían las presiones para que algunos funcionarios notables de la imputada compañía –entre los que se encuentra el actual presidente del Banco Europeo, Mario Draghi y el primer ministro de Italia, Mario Monti– tengan que responder por la debacle económica que ignoraron o ayudaron a gestar.
Hay datos que dan cuenta de manera inmediata de la magnitud de la crisis de la economía griega. Uno de ellos es el cálculo que hace Savvas Robolis, profesor de Economía de la Universidad Panteión de Atenas y director del Instituto del Trabajo. Robolis establece que las llamadas reformas laborales, los recortes salariales y los nuevos impuestos han reducido a la mitad el valor neto de los salarios y pensiones si se comparan con los del 2009. El otro, es la cantidad que el gobierno griego ha destinado fútilmente al pago de la deuda. Afirma Leonides Vatikiotis, economista y propulsor de la auditoría internacional a la deuda griega, que en las últimas dos décadas Grecia ha pagado por el servicio de la deuda el doble de los 400 billones de euros que aún adeudan. Los latinoamericanos lo sabemos muy bien: la deuda externa es deuda eterna.
Pero la oscuridad no es solo sobre el futuro o las cuentas amañadas que habrán de esclarecerse algún día. En Grecia peligra la capacidad misma de generar luz eléctrica. La compañía nacional de gas, DEPA, la cual suministra combustible a las compañías que producen el 30% de la electricidad del país, no tenía dinero este verano para pagar a sus suplidores. No tenía dinero para pagar el gas de la italiana ENI, o la turca Botas o la rusa Gazprom, porque las compañías de electricidad a las que le vende no tenían tampoco cómo pagarle y el gobierno había detenido los subsidios a las transacciones energéticas.
Mientras tanto, Grecia sigue esperando una nueva inyección de 31,000 millones de euros si finalmente logra la aprobación de la temible troica: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y representantes de la Unión Europea. El gobierno griego deberá convencerlos de su capacidad para lograr nuevos recortes presupuestarios y privatizaciones que sumen unos 11,500 millones de euros en un plazo de dos años. Se trata de una lógica maquiavélica que resulta además inoperante, como han denunciado reiteradamente los partidos de izquierda y los premios Nobel de Economía Paul Krugman y Joseph Stiglitz. El gobierno podrá gastar cada vez menos en sus ciudadanos y sus instituciones, pero recaudará menos también. Entre más pobre y endeudado esté un país, menos tendrá con qué pagar a sus acreedores y menos de él irá quedando. El otoño pasado ya habían cerrado unas mil escuelas y medio centenar de hospitales. Las horas de luz iban también acortándose.
En una carta para ser leída en una obra de teatro que se estrenó este verano, Yanis Varoufakis, jefe del Departamento de Política Económica de la Universidad Nacional de Atenas, advertía sobre los viejos peligros que se gestan en la nueva oscuridad que les sirve de contexto.
A medida que se apagan, literalmente, las luces en mi país, con familias que optan por desconectarse de la electricidad para poder poner un plato de comida en la mesa, bandas de matones “patrullan” las calles en busca del “enemigo”. La ideología nazi recibe otra oportunidad, como el hambre y la desposesión, para infectar, una vez más, nuestro tejido social. Y a medida que nuestras instituciones, nuestros sindicatos obreros, nuestras normas y organizaciones culturales se están volviendo conchas vacías, poco, si algo, se atraviesa en el camino de esos fanáticos, los racistas, los explotadores del sufrimiento y el desvalimiento universales. Y hete aquí que el huevo de la serpiente se está incubando de nuevo en la Europa de hogaño, y por las mismas razones que en la de antaño.
Cuando el futuro colapsa, la nostalgia se rentabiliza. Para algunos, un pasado sin euros, pero también sin inmigrantes, empieza a parecerles mejor que la diversidad multiétnica del bus que abordamos. En la plaza Syntagma en Atenas, el partido de ultraderecha, Aurora Dorada, hace repartos de víveres solo para griegos. Habrá a quien los principios le obliguen a escoger la solidaridad del hambre; habrá, pero no debe caber dudas que una tragedia se cuece dentro de otra.
Una mañana de domingo, hace solo unas semanas, un joven iraquí de 19 años fue asesinado en Atenas a golpes y navajazos por una pandilla de motociclistas. Fue el tercer intento de conseguir una víctima. Un rumano y un marroquí reportaron haber logrado escapar de amenazas semejantes en el mismo breve periodo. En Creta, una asociación de inmigrantes notificó a los medios que en los primeros seis meses de este año tenían conocimiento de 500 incidentes de agresiones xenófobas. Temiendo la connivencia de las autoridades, pidieron la solidaridad de la ciudadanía.
III
La respuesta de cada uno de los interpelados decidirá el destino de lo que alguna vez quiso ser Europa. Desprovista de los mitos que establecían la equivalencia entre lo universal, sus culturas e instituciones, los residentes europeos deberán enfrentar que no hay más universalidad que la que está siempre por hacerse con la voluntad de incluir a todos. No hay más universalidad que esa, como tampoco habrá más Europa que la que puedan reformular a través de la solidaridad y la democracia.
Lo universal es un horizonte que se expande o se encoge según se sumen a la conciencia los registros de los hechos. El despeñadero que ha sido la globalización del capital financiero nos permite, quizás por primera vez, compartir experiencias y memorias de un expolio que África, Asia y Latinoamérica conocen muy bien y que ahora se universaliza en el sur de Europa. Leyendo la carta de Varoufakis, recordé otra que, como muchos, deseaba irrepetible. En 1977, Roberto Walsh, periodista argentino, escribía una carta abierta a la Junta Militar en la que hacía un detallado balance de aquel terrible primer año. Calculaba ya en 15,000 las víctimas fatales de la guerra sucia, entre ellas, su hija. Sin embargo, denunció que no eran esos crímenes que aún inundan los juzgados y salpican los titulares internacionales
los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que [los militares] incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. […]
Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes solo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe.
«Estos hechos», que en palabras de Walsh «sacuden la conciencia del mundo civilizado» han vuelto a repetirse. Esta vez, no estamos a oscuras.