Fake Politics
Por supuesto, eso de basar las campañas partidistas en mentiras también se da, desgraciadamente, demasiado a menudo. Vemos ya, sin asombro alguno, como Pablo Casado en España —y otros dirigentes del Partido Popular español— basan su campaña contra Pedro Sánchez del PSOE en la supuesta intención de Sánchez de “contemporizar” con las exigencias de los independentistas catalanes. Es evidentemente una mentira descarada, pues el Gobierno de Pedro Sánchez solo intentó propiciar el diálogo con los políticos de Cataluña, y cuando al fin y al cabo ellos, al igual que la derecha, votaron contra los presupuestos más sociales y de beneficio al Pueblo que se han presentado en España en muchos años, a Sánchez no le quedó más remedio que adelantar elecciones generales para abril de 2019. Una vez llamadas las nuevas elecciones, es totalmente improcedente, además de falso, alegar que si el pueblo vota más a favor del PSOE que del PP un nuevo gobierno del PSOE estimulará la lucha independentista en Cataluña. La verdad se ha observado muy bien y ha sido todo lo contrario. Fue realmente el gobierno de Mariano Rajoy —con sus desatenciones y su represión ante el diferendo catalán— el que avivó al independentismo en Cataluña como reacción de los catalanes ante la actitud del Gobierno Central de España. Las fake news en España están a la orden del día. Igualmente la derecha ha intentado difundir la “noticia” de que los dirigentes de UNIDOS PODEMOS apoyan a Maduro en Venezuela y que Maduro es un dictador que tiene presos políticos. Al mismo tiempo —a Dios rogando y con el mazo dando— la derecha del PP encarceló como “políticos presos” a diversos dirigentes importantes de los movimientos democráticos catalanes. Ninguno de ellos hizo la violencia que llevó a la cárcel a los venezolanos de la oposición que el gobierno de Maduro encarceló. Pero cuando lo hace Maduro es “dictadura” y cuando lo mismo lo hace Rajoy era “lucha por la democracia y la Constitución”. La derecha en España se jacta de ser muy constitucionalista, pero cuando Maduro en Venezuela cita la Constitución para avalar su derecho a seguir como presidente de su país, lo critican por “antidemocrático”. La “costura” de todas esas mentiras es cada vez más evidente.
En Inglaterra, Theresa May se da el lujo de declarar falsamente que un nuevo referéndum en torno a la Brexit sería una violación a los principios democráticos, pues ya se votó a favor de la salida del Reino Unido de la UE. Sin embargo, en Inglaterra y dondequiera sabemos que demasiada gente votó a favor de la Brexit en Reino Unido, sin un conocimiento certero sobre cómo se podría perjudicar su propio país con tal decisión. Un nuevo referendo sobre ese tema —como el que recién ha respaldado el líder laborista Jeremy Corbyn— permitiría conocer cuántos ciudadanos están todavía a favor de la Brexit a pesar de las complicaciones que ha traído desde hace un tiempo al Reino Unido el primer voto a favor de su salida de la UE. En nada se afecta realmente el proceso democrático por recurrir a más de una consulta, sobre todo cuando hay circunstancias que han cambiado. Pero Theresa May, de lo más tranquila, enunció tal falsedad.
Más cerca de nosotros, en Estados Unidos, el presidente Trump alega que la construcción de un muro en la frontera con México resolverá un problema tan complejo como el de los inmigrantes hispanos indocumentados. Y a esa falsedad añade otra para tener acceso al dinero para continuar sus obras de ingeniería en la construcción del muro: la declaración de una “emergencia nacional” que puede fácilmente perjudicar a los más afectados y vulnerables: las víctimas de desastres naturales tanto de Puerto Rico como de California.
En nuestro escenario inmediato, el gobernador Rosselló ya nos tiene acostumbrados a sus espectáculos mediáticos basados en la falsedad o en suposiciones que no están garantizadas. El presidente de Estados Unidos, le dijo recientemente que atenderá el asunto de Puerto Rico cuando regrese de Vietnam, más por salir del paso que por otra cosa, pero Rosselló lo da por sentado, y se proyecta falsamente como el líder hábil —e insistente— que consiguió la atención de Trump. Ya veremos…
Estas y muchas otras falsedades en las declaraciones de los políticos tienen a media humanidad muy escéptica sobre lo que dice cualquier miembro de la clase política. Desde que George Bush, hijo, engañó al mundo con las supuestas “armas de destrucción masiva en Irak”, para justificar la invasión a ese país desde verdaderas motivaciones petroleras disfrazadas de “la defensa de Occidente”, lo que dicen los “líderes mundiales”, y otros políticos, anda crecientemente en entredicho. Pero como señalé al comienzo, más grave es la tendencia hacia la fake politics que las fake news.
La verdadera médula de la vida política democrática
Para comprender cabalmente a qué me refiero al hablar de fake politics es necesario saber bien qué es lo medular del proceso político en una democracia. Los medios a menudo nos hacen creer —y los políticos se hacen eco de eso— que lo más importante en la vida política democrática son las elecciones. Las elecciones libres y limpias, con verdadera competencia entre diversos partidos, es sí, un requisito para que se pueda dar la vida política democrática. Significa que quienes están en los cargos de mando del gobierno, sobre todo en las ramas políticas ejecutivas y legislativas
—centrales o municipales— han sido avalados con los votos del pueblo, luego de una campaña electoral inteligente y realmente competitiva. Hace bastante tiempo que las campañas eleccionarias en Puerto Rico no son ni inteligentes ni competitivas. No son inteligentes porque no se utilizan a fondo por los partidos para discutir de verdad sus diferencias de enfoque en cuanto a las políticas públicas que llevarían a cabo si acceden a controlar mayoritariamente el gobierno. Y no son realmente competitivas porque el bipartidismo cerrado PPD-PNP —combinado con el “voto de castigo” de los votantes— lo impide. Más bien lo que ha existido desde hace un tiempo es una alternación entre dos partidos principales dirigidos por facciones de una misma clase política. Más recientemente —y con posterioridad a la ley PROMESA del Congreso— a todo eso se ha añadido que las elecciones resultan más un “fake” que otra cosa. El supuesto gobierno elegido en 2016 no ha estado ahí para ejercer a plenitud sus poderes constitucionales, sino para obedecer los dictámenes sobre política pública de la Junta de Supervisión Fiscal federal no electa, y muy poco más. Por eso un 65% de los electores inscritos o se abstuvo de votar en 2016 (45%) o votó por candidatos independientes aparte de los partidos principales (20% adicional).
Pero además de la ignominia de la subordinación colonial agravada para que paguemos las deudas del ELA a los bonistas americanos, hace un tiempo que la vida política democrática en Puerto Rico se ha convertido en fake politics. No es el único país donde esto ocurre, por supuesto, pero es el que tenemos delante. Y es que la verdadera médula del proceso político democrático no se supone que se realiza en el primer momento de cada cuatrienio: las elecciones. La verdadera médula de la política democrática se produce o no se produce en el segundo momento. Pasadas ya las elecciones, llega entonces el momento de gobernar. Ángela Merkel, esa avezada líder política alemana, dijo recientemente que la política tiene que ver con intentar mirar las cosas como otros las ven. Y es que debe ser así en una democracia porque la esencia de la vida política democrática es decidir luego de una discusión nacional fructífera entre el partido de mayoría y los de las minorías, y con amplia participación también en la discusión de diversos grupos de la sociedad civil, las políticas públicas que habrá de ejecutar un gobierno central o nacional durante una nueva gestión pública de 4 años. La verdadera gestión pública democrática conlleva discusión pública amplia, examinar diversas posibilidades y propuestas, y finalmente decidir las cuestiones importantes de política pública para en el resto del período y, claro está, ejecutarlas según lo que se ha decidido. Esa es la función principalísima de las administraciones públicas: implantar o ejecutar las políticas públicas según se han decidido en las instancias políticas. Por supuesto, en tiempos modernos los administradores públicos pueden hacer más que meramente implantar y ejecutar. La propia experiencia que ganan en el proceso de implementación de las políticas públicas les capacita —a los administradores y administradoras públicas— para emitir públicamente opiniones y sugerencias sobre cómo pueden mejorarse dichas políticas públicas. Muy poco tenemos de eso en nuestro país, lamentablemente, porque nuestros políticos acostumbran a ver a los administradores de las agencias públicas, como meros ejecutores obedientes, no como entes pensantes que pueden cuestionar la sabiduría de hacer o no las cosas de una manera en lugar de hacerlas de otra. Por eso mismo ha habido tantas renuncias de jefes de agencias en nuestro país.
Hasta el tiempo de dedicación a una cosa y otra nos lo indica. El primer momento transcurre durante unos meses y durante las elecciones. Una vez determinado un partido ganador, viene una transición necesaria y comienza el período de una nueva gestión de gobierno. La mayor parte de los 4 años de un período gubernamental debe dedicarse por tanto a gobernar: a la gestión pública. Y la gestión pública no es otra cosa que el manejo de diversas opiniones en conflicto para finalmente determinar cuáles serán las políticas públicas más importantes a implementarse mediante la acción gubernamental, la cual cada vez viene más acompañada de delegación de funciones por parte de los gobiernos centrales a los municipios, a las organizaciones no gubernamentales sin fines de lucro y hasta a actores del sector privado mediante contrataciones o mediante las llamadas alianzas público-privadas.
Pero es justamente por eso que es importante la cita anterior de la señora Merkel: “Die Politik besteht darin, Dinge wie andere Menschen zu sehen“. “La política requiere ver las cosas como otras personas las ven“. Es así porque en la verdadera política democrática —no así en la fake politics— el buen político democrático no impone sus puntos de vista a rajatabla sino que estimula un proceso de discusión, en la legislatura y en el país, para que, tomando en cuenta las diversas consideraciones que surgen, se decida finalmente por la política pública que se estima más conveniente. Esa es la médula del proceso político en una verdadera democracia: dialogar, negociar, y forjar consensos.
Recientemente el único ensayo verdaderamente abierto a discusión de diversos sectores del Pueblo ha sido la aprobación de un nuevo código civil para nuestro país. Es casi la única ocasión en que hemos salido de las fake politics para esforzarnos por lograr consensos y enmiendas justas y apropiadas a los tiempos a la redacción original del proyecto de ley de un nuevo código civil. Aun en este caso excepcional, hemos atestiguado como abogados prestigiosos y organizaciones cívicas han solicitado más vistas públicas. Evidentemente, algunos de ellos ya depusieron en las audiencias públicas sobre el proyecto, pero los políticos de la Legislatura a penas les hicieron caso alguno. ¿Para qué queremos vistas públicas proforma, puro “fake” publicitario, si después lo que plantean diversos sectores del Pueblo cae en oídos sordos? Un código civil es algo demasiado importante y toca demasiados valores e intereses en conflicto, como para que se pueda imponer la aplanadora del partido mayoritario, como suele ocurrir en Puerto Rico. O los puntos de vista interesados de sectores muy particulares. No. En la democracia verdadera la discusión debe tomar tiempo y darse lo más abiertamente posible para que, finalmente, los contenidos en la ley queden expresados en modos apropiados a los tiempos y cónsonos con las directrices internacionales y federales sobre derechos humanos.
De lo contrario, tendríamos un código civil anticuado que se enfrentaría a numerosos casos en los tribunales porque violaría derechos ya generalmente aceptados, como los de las mujeres, los homosexuales y las minorías étnicas, las personas impedidas y otras. Como existen valores e intereses en conflicto, precisamente por eso es imperativo, si queremos hacer un proceso realmente democrático, negociar y mediar entre diversos sectores, de modo que se busquen soluciones apropiadas. La propia legisladora por el PNP María Milagros Charbonier tuvo que decir claramente que aunque tiene sus convicciones religiosas, como abogada, no puede apoyar un código que contraviene las disposiciones de avanzada del Tribunal Supremo de Estados Unidos. Su profesión de abogada y su credo estadista han de estar por encima de las mojigaterías religiosas, en otras palabras.
Con el código civil estamos todavía en el proceso y ya veremos si se adoptan o no las medidas adecuadas a las nuevas realidades de nuestra propia sociedad. Estamos pues a tiempo de hacer un verdadero proceso democrático y no uno de fake politics.
La atrevida sustitución de la fake politics en lugar de la verdadera vida política democrática
Lo que hemos observado con mayor frecuencia, en nuestro sistema político —y en el de muchos otros países— es la tendencia nefasta a sustituir la gestión pública por la imposición. Esto ocurre cuando se aprueban medidas legislativas o políticas públicas de los gobiernos sin discusión democrática suficiente. Ocurre “falsa política” cuando, por ejemplo, un partido pretende aprobar algo porque lo prometió en su campaña eleccionaria, prácticamente sin discusión. No se puede inferir correctamente que porque un partido ganó las elecciones, el Pueblo favoreció todas las promesas o posiciones que asumió dicho partido al competir en las elecciones. Máxime cuando la determinación de qué se hará si se llega al gobierno tampoco está abierta a mucha discusión democrática al interior del partido. En otras palabras, cuando se pretende imponer una medida sin discusión, solo porque el partido mayoritario la prometió, se presume que el Pueblo con su voto les ha otorgado una especie de “cheque en blanco” para abolir la gestión pública democrática, reducir al mínimo toda discusión, con tal de implantar lo que desean ejecutar los líderes máximos de ese partido mayoritario. Eso no produce democracia sino partidocracia.
Igualmente, toda nueva idea que se desee implantar como política pública por quienes detentan la mayoría, debe pasar por el crisol de la discusión amplia, con participación democrática por aquellos sectores afectados, de los partidos de minoría y de diversos grupos de la sociedad civil que deseen intervenir. De lo contrario, el proceso decisorio se convierte más en una aplanadora decisoria por el partido de turno en el poder, que en una discusión pública democrática donde se tomen en cuenta sugerencias de diversos sectores. Nuevamente, no es otra cosa que hacer un “aguaje de vida política” que es en su fondo una falsedad. Se trata de un engaño publicitario, que se aproxima más a una dictadura de partido que a una vida democrática activa y dinámica. En lugar de “vida política” no es otra cosa que la “muerte política”, la muerte de la verdadera gestión pública.
Se sabe que el regreso al colonialismo burdo por parte de la metrópoli ha acotado muchísimo los poderes autónomos de nuestro Gobierno. Pero si además de tener la autonomía muy recortada —debido a ese proceso de reforzamiento del poder colonial en Puerto Rico con vistas a cobrarnos las deudas— en las pocas áreas donde todavía queda alguna autonomía (es decir, algo de gobierno propio) se evade de esa forma grotesca la gestión pública democrática, se reduce a su mínima expresión la discusión ciudadana, o se desconocen y se desatienden las contribuciones al proceso decisorio que desean aportar sectores importantes de los ciudadanos, estamos entonces muy mal encaminados. Se sustituye con esa mala práctica el verdadero proceso político democrático que queda suplantado por una “performance” mediática de un sector de la clase política privilegiada. Con ello estamos socavando las bases mismas de nuestro ordenamiento constitucional y de los principios democráticos. Se produce como tal una “falsa vida política” porque todo proceso político se convierte en el reino casi exclusivo de los políticos, para beneficio de los políticos. Cuando ello ocurre, no se gobierna con el bien común como objetivo, sino con el bien particular de los políticos, de sus amistades e instituciones partidistas —o de las estructuras gubernamentales existentes y de quienes las controlan— como el verdadero objetivo. Y siempre que el objetivo no es buscar y alcanzar el mayor bien colectivo, sino buscar las ventajas particulares, la función misma del gobierno, se traiciona y se corrompe. ¿Para eso queremos gobierno? ¿Para mejorar las vidas y propiedades de los políticos?
Ante tales circunstancias, lo peor de todo es que no existen muchos grupos organizados en nuestro país que estén reclamando la defensa de la verdadera democracia. Y cuando no sabemos apreciar lo que es la verdadera democracia, y permitimos su creciente deterioro ante los ojos indiferentes de muchos ciudadanos, dejamos que el País se dirija por los mandamases autoritarios, o por el aguaje del populismo, ninguno de los cuales harán algo por lograr un mejor Puerto Rico. No lo olvidemos: según sembramos, eso cosecharemos. El que siembra autoritarismo —sea este partidista, religioso, clasista, machista o de cualquier otra índole— no habrá jamás de cosechar las bendiciones y los beneficios de la democracia.