Falangistas en Borinquén
La lectura de un reciente y voluminoso libro sobre las repercusiones de la Guerra Civil Española en Puerto Rico, “Volverán banderas victoriosas…”: Historia de la Falange en Puerto Rico (1937-1941) (San Juan, Publicaciones Gaviota, 2019), de Rafael Ángel Simón Arce, hace patente para mí este dilema que traigo a colación. Parece ser que Simón Arce no pudo descartar ningún dato hallado. Y de inmediato hay que apuntar que hizo una muy minuciosa investigación y que encontró datos y datos y más datos que le sirvieron para construir su argumentación y probar su tesis. Pero al no desprenderse de muchos de los descubiertos (¿de ninguno?) nos abruma con la información que nos ofrece que es, en muchos momentos, hasta excesiva.
Ofrezco un solo ejemplo, pero el libro está repleto de páginas como esta que servirían para probar mi punto. Simón Arce examina el directorio de la revista Puerto Rico Comercial de 1914 a 1915 y halla que “…las empresas regentadas por residentes españoles y dedicadas a la importación/exportación de productos eran una amplia mayoría: Avelino Vicente & Co., (Importación y consignaciones), Alonso Riera & Co. (Comerciantes, almacenistas y exportadores de tabaco en rama), B. Fernández y Hermanos Sucs. (Comerciantes importadores y exportadores), Cadierno Hermanos (Comerciantes importadores y exportadores), Cerecedo Hermanos & Co. Sucrs. (Comerciantes importadores y exportadores. Comisionistas en general) …”. Y sigue enumerando compañías tras compañía tras compañía y hace un listado, en las páginas 57 y 58, de un total de 26 de estas empresas. Parece ser que incluyó todas las que halló en dicho directorio. La evidencia ofrecida es excesiva. Un resumen de una o dos oraciones —al máximo tres— y una nota al calce con la referencia a la fuente bibliográfica hubieran sido suficientes para probar efectivamente el punto sobre la preponderancia de comerciantes españoles en Puerto Rico aún tras el 1898. El libro está lleno de datos y datos y más datos que para algunos lectores podrían ser excesivos y, por ello, podrían dificultar o hacer menos agradable su lectura.
También entorpece la presencia de múltiples erratas y, sobre todo, de errores de sintaxis. Por ejemplo, el autor usa frecuentemente fragmentos de oraciones y no oraciones completas:
“Referencia ambigua que bien se podría referir a los conflictos existentes dentro de las colonias de residentes entre aquellos que habían optado por el bando franquista frente a los que habían optado por mantenerse leales a la República y que acabada la guerra perdían buena parte de su significado o hacer referencia al conflicto que también se había dado en Cuba entre la representación diplomática y la jerarquía falangista en esa isla.” (483)
Todas esas palabras no forman una oración; este es solo un fragmento, una oración incompleta. Los ejemplos de este tipo de problemas de sintaxis se pueden multiplicar, como también los de oraciones que funden dos en una. Simón Arce no escribe con elegancia (“referencia ambigua que bien se podría referir…o hacer referencia al conflicto…”); todo esto le resta mérito a su trabajo. Recordemos que la historia es también literatura y Tucídides ya lo sabía.
A pesar de ello, leí ávidamente las 664 páginas de este libro y apunto que con el mismo, Simón Arce hace una contribución al estudio de un momento de la historia de Puerto Rico y hasta de la de España. Aunque pueda parecer una contradicción de mi parte por lo que ya he apuntado, recomiendo la lectura de esta obra a quien se interese por el complejo problema de nuestra relación con la antigua metrópoli y con el del nacionalismo como ideología que marca nuestra historia. Mi lectura de “Volverán banderas victoriosas…” estuvo guiada por estos dos puntos y, sobre todo, por ver cómo el periodo que el autor estudia está relacionado con la Guerra Fría de la década de 1950 y cómo los conflictos de este momento repercuten en nuestros días.
Aunque Simón Arce tiene como objetivo principal el estudio de la Falange en la Isla, su libro es, además o por ello mismo, una investigación acerca de la élite comercial española desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX. Su centro de atención está en ese grupo porque, como él mismo apunta, hay abundante documentación para estudiarlo y fue esta la comunidad que marcó más directamente la política puertorriqueña del momento. El autor mismo reconoce que los obreros y campesinos españoles que vivían entonces en Puerto Rico, ignorados por los miembros de esa élite, son más difíciles de estudiar ya que, como en tantos otros casos de este tipo, aquí los documentos que tenemos hablan de las clases poderosas y no de los más pobres. A pesar de ello, tenemos que preguntarnos, por ejemplo, qué pensaban de la Guerra Civil Española los campesinos canarios de Isabela y de Quebradillas. Pongo este ejemplo porque uno de esos era mi bisabuelo; nunca había asociado a este con estos acontecimientos. ¿Qué pensaba don Adrián González sobre la guerra en España? Me quedaré para siempre con esa duda porque, desafortunadamente, no hay mucha documentación para explorar este interesantísimo tema. Además, esos campesinos no protagonizaron casos legales que tuvieran repercusión en Puerto Rico, en España y en los Estados Unidos, como ocurrió con las familias Trigo y la Durán y la de Galo Hernández, entre otras pertenecientes al grupo dominante.
La lectura del libro de Simón Arce es de gran interés, entre otras razones, porque los descendientes de muchos de los protagonistas de sus páginas están aún entre nosotros o los protagonistas del libro ocuparon puestos de importancia en Puerto Rico después de la Guerra Civil. Veamos algunos casos.
Descubrimos en las páginas de “Volverán banderas victoriosas…” que el fundador y director de la Orquesta Sinfónica de San Juan y de la Orquesta Filarmónica de Puerto Rico, Arturo Somohano (1910-1977), compuso, durante los primeros años de la Guerra Civil Española, un pasodoble titulado “Franco”, obviamente en homenaje al Generalísimo. Durante la Segunda Guerra Mundial, Somohano, quien hasta tiene su estatua conmemorativa en el Viejo San Juan, detrás del Teatro Tapia, deleitó a las tropas estadounidenses con su música y su pasado falangista, tras esa actuación y, sobre todo, tras sus aportaciones a la música en Puerto Rico, quedó olvidado o se pretendió olvidarlo.
Hay que apuntar también que la letra del pasodoble de Somohano fue obra de Enrique Trigo, sobrino del coronel Orbeta, jefe de la policía de Puerto Rico entonces, e hijo de Dionisio Trigo, el representante de la Falange en la Isla y cabeza de una familia que estableció una red de importantes relaciones con el poder económico y político boricua a través de estratégicos matrimonios. Los Trigo se unieron por esa vía a los Ferré, de la misma forma que habían entablado relaciones con el poder policiaco con el matrimonio con una Orbeta. La figura de Dionisio Trigo es casi omnipresente en el libro de Simón Arce y así tiene que ser ya que este, quien, casi de manera alegórica, muere en la Alemania nazi en 1938, fue el centro de la Falange en Borinquén. Dionisio Trigo “era representante de Franco, hombre fuerte de la Falange” (475) en Puerto Rico. No cabe duda: Trigo y otros miembros de su familia son centrales para el estudio de la ultraderecha puertorriqueña de ese momento. Valdría la pena hacer un estudio de esta familia, de sus ramificaciones hasta hoy y de las uniones con otras de esa élite española en la Isla y, particularmente, estudiar a su patriarca ya que este desempeñó un papel muy importante en ese momento, papel que no deja de incluir situaciones conflictivas y hasta violentas que llevan a Simón Arce a hablar de tendencias mafiosas por parte del gran patriarca del clan de los Trigo.
Aparecen en las páginas del libro otras figuras que más tarde desempeñaron roles de importancia en la política y la educación de la Isla y cuyo pasado falangista se ignoró o se ocultó. Para mí hallar aquí como colaboradores del falangismo a Alberto Cibes Viadé, quien más tarde fue profesor de historia en la Universidad de Puerto Rico, y a Vicente Murga, sacerdote que llegó a ser investigador en la biblioteca de la misma universidad, me sorprendió muy tristemente. (Recuerdo a Cibes Viadé caminando por el pasillo de Humanidades y a Murga trabajando diligentemente entre libros como personaje de un cuento de Borges.) También Simón Arce descubre un poema de elogio a una batalla que se convirtió en simbólica para el franquismo, escrito nada más y nada menos que por Evaristo Ribera Chevremont y también una entrevista a Carmencita Durán, hija de una de las familias más representativas de la Falange boricua, de Emilio S. Belaval. Este texto de Belaval, en parte irónico como muchos de los suyos, no hace al autor colaborador con la Falange, aunque sí lo marca profundamente como hijo de su momento y de su clase; también hay que apuntar que Ribera Chevremont, arrepentido, no recogió jamás en libro el poema que Simón Arce desentierra o apunta que se escribió.
Pero, más allá de Dionisio Trigo, el centro de atención y de comentarios del autor de “Volverán banderas victoriosas…” es Eladio Rodríguez Otero (1919-1977), el ideólogo principal de la Falange entre los boricuas que observaban atenta y orgullosamente lo que pasaba entonces en la Península. Ya conocía las conexiones con la ultraderecha de este irredento y peligroso reaccionario. Pero Simón Arce atinadamente estudia en detalle sus escritos del momento, lo que es una contribución para entender la ideología de Rodríguez Otero y el pensamiento reaccionario de su época, especialmente la relación que este establece entre la hispanofilia, el catolicismo, el anticomunismo y su visión particular de los movimientos independentistas puertorriqueños. El autor descubre, por ejemplo, que cuando la familia de Rodríguez Otero recopiló, tras su muerte, sus obras completas, espulgó su producción y dejó fuera textos de esos años que lo retratan de cuerpo entero como un fascista neto y completo. Se conocía ese pasado ultraderechista de Rodríguez Otero porque este nunca negó su esperpéntica hispanofilia, su catolicismo ultramontano, ni su conservadurismo político, especialmente su galopante anticomunismo que encuadraba perfectamente bien con la ideología dominante en la Guerra Fría. Pero, a pesar de ello y como otros simpatizantes boricuas de la Falange, Rodríguez Otero llegó a desempeñar roles de importancia en Puerto Rico; llegó hasta ser presidente del Ateneo Puertorriqueño, institución que había dirigido antes Nilita Vientós Gastón quien abandonó la misma por las posiciones reaccionarias del nuevo presidente. En cierta medida Rodríguez Otero expulsó a Nilita del Ateneo. (Habrá que consultar —lo que no puedo hacer al escribir este comentario— la tesis de Jesús Manuel Hernández para apuntar mejor los detalles de este proceso.) Desde entonces esa organización, que desempeñó un papel tan importante en nuestra historia desde el siglo XIX, no ha podido ser la misma, no ha podido ser lo que fue. Rodríguez Otero desarticuló el Ateneo con su ideología derechista.
Este caso es representativo o, mejor, emblemático de la actuación de estos falangistas que se reinventaron a sí mismos tras la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, durante la Guerra Fría. Y sus descendientes y sus nuevas encarnaciones —¡Las hay, las hay! ¡Ahí están!— conviven con nosotros. El catolicismo de ultraderechas, la hispanofilia desorbitada, el anticomunismo macartista y el nacionalismo muy mal entendido son terreno fértil en el cual vuelven a aparecer otros nuevos derechistas que quizás no saben qué fue la Falange, pues jamás han oído de ella, pero la siguen y la imitan, aun sin saberlo.
“Volverán banderas victoriosas…” también apunta a otros puertorriqueños que adoptaron posiciones muy distintas frente al conflicto español. Aunque ese no es el campo que Simón Arce estudia, en las páginas de su libro aparecen también defensores de la República. Tomás Blanco —el desgraciadamente poco leído clásico de nuestras letras— y Luis Palés Matos son dos distinguidos boricuas que apoyaron la lucha de los españoles leales a la República y que acogieron a los refugiados que llegaron a Puerto Rico tras la Guerra Civil. Hay que apuntar —y así lo hace Simón Arce— que Jaime Benítez acogió a muchos de estos exiliados y les abrió las puertas a nuestra universidad, aunque, paradójicamente, Benítez acogió también a falangistas como Murga y Cibes Viadé. (¿Un acto de fe liberal: los unos y también los otros?) El autor además apunta que Muñoz Marín “se mostró siempre partidario de la causa republicana” (496) y que también ayudó a los exiliados españoles.
Pero, para mí, un ejemplo notable de gran valentía en la defensa de la República que se dio en ese difícil momento en Puerto Rico y que Simón Arce acertadamente recoge, fue el del padre Martín Berntsen, dominico holandés, amigo de Pedro Albizu Campos. Berntsen en las páginas de El Piloto, una revista católica, atacó a la Falange y defendió a la República con lúcidos argumentos basados en sus principios religiosos. Tras la publicación de su texto la revista misteriosamente dejó de aparecer por un tiempo. Este, como otros dominicos holandeses, pero no los españoles, adoptó posiciones políticas que iban en contra de la práctica de su iglesia, organización que se destacó en este momento por su amplio y fuerte apoyo a Franco y a la Falange. La foto del entonces obispo de Ponce (¿será el de la plena?), Monseñor Willinger, saliendo de la catedral de esa ciudad entre dos filas, no de negras caras, sino de falangistas uniformados —hombres a un lado y mujeres al otro, como tenía que ser dada su ideología machista— que saludan con el brazo extendido es ejemplar y hasta simbólica de la actitud de la Iglesia católica en Puerto Rico frente a este conflicto. La foto todavía impresiona y hasta nos sacude. Por ello mismo aparece en la portada del libro.
Otro tema de importancia que Simón Arce comenta de manera detallada es la confrontación entre las estrategias políticas que durante la Guerra Fría tanto Estados Unidos (política de buen vecino) como España (hispanismo) desarrollaron con la intención de llevar a los países latinoamericanos a seguir sus directrices para colocarlos dentro de sus respectivas órbitas de poder. El caso del hispanismo español, renacido como la idea de imperio cultural en la Falange, es particularmente relevante para nosotros porque es una vieja semilla —José de Diego, José Enrique Rodó, Antonio S. Pedreira— que cae en nueva tierra fértil, semilla antigua que todavía sigue viva y sigue sirviendo de base para algunas definiciones de nuestra identidad cultural. Por ejemplo, hoy la descabellada propuesta de la anexión de Puerto Rico a España es muestra de cómo la tesis de ese imperialismo cultural ideada por la Falange y adoptada por el franquismo está viva entre nosotros. Y es que sorprende darse cuenta de cuántas de las propuestas que se debatían durante los años de la Guerra Civil Española y de la Guerra Fría están aún vivas y cómo muchos no se dan cuenta de sus peligrosos orígenes.
Estos son algunos de los múltiples y diversos datos, datos y más datos descubiertos o desenterrados por Simón Arce en su libro; estos y, sobre todo, sus comentarios sobre las bases de los falangistas boricuas en términos prácticos (Trigo) y en términos ideológicos (Rodríguez Otero) hacen valioso este texto, a pesar de sus fallas formales. Estoy seguro de que en “Volverán banderas victoriosas…” otros historiadores hallarán puntos de partida para nuevas investigaciones. De así ser, se irá creando un cuadro más complejo y amplio de los años que aquí se estudian y de la repercusión que ese momento aún tiene entre nosotros.
Es por ello que leí con interés y atención las 664 páginas de este libro.