Floyd Tzu
Para Ricardo, Diana y Ángel… por la revelación
Poco conozco del boxeo como disciplina deportiva. Comencemos por lo obvio: 1. El que firma esta nota no es Hermes Ayala, Jaime Vega Curry o Jorge Pérez; 2. Ante mi confesión en el punto número 1, no tengo argumentos para entrar en los méritos de la legitimidad o la ética del boxeo profesional como disciplina deportiva. En ese sentido me parece clara la ecuación: boxeo=guerra.
Así las cosas ayer acudí a la casa de un matrimonio amigo, al cual se le dedica una buena parte de esta columna. La esposa de Ricardo, que a la sazón se llama Diana, cumplió años ayer. Creo que Diana -con su nombre de cazadora mitológica- llegó a esa primera decenia que comienza a preocupar a todos nosotros por la fuerza enunciativa de la cifra representativa: cuarenta es un número serio, importante, transformador, no obstante prometedor y esperanzador. Basta con observar el trabajo que los labios y las quijadas deben pasar para enunciar 4 décadas.
Pues, decía que allí estábamos todos para celebrar en familia y entre amigos. Y como parte de la jornada, observamos con detenimiento, euforia y alevosía la pelea entre el afroamericano Floyd Mayweather y el mexico-americano Víctor Ortiz.
Decía que conozco poco de estrategia boxística y de igual forma desconozco los chismes y comentarios, por lo alto y lo bajo, que se hacen de la ética del púgil afroamericano. Sin embargo, me llamó la atención la meticulosidad con la que Floyd comenzó el combate: estudiaba a su rival; medía la fuerza de su pegada al dejarse conectar unos cuantos golpes, mientras utilizaba su brazo cual aparato agrimensor con el que medía el territorio al cual tenía que adentrarse, en tanto atisbaba el posible resultado de los golpes certerísimos que enviaba a su rival.
De hecho, Floyd líderaba los primeros dos asaltos iniciales -tal vez hasta sin darse cuenta- con un lenguaje boxístico justificado por aquella máxima del filósofo militar chino Sun Tzu:
Los que llegan primero al campo de batalla y esperan al adversario están en posición descansada; los que llegan últimos al campo de batalla y entablan la lucha quedan agotados. En consecuencia, los buenos guerreros hacen que los demás vengan a ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su campo. (Vacío y lleno, El Arte de la Guerra)
Véase cómo Floyd bajaba la guardia por ocasiones de uno de sus flancos, interponiendo su hombro como posible receptor del golpe rival, e invitando a Ortiz a que se adentrara en su terreno y lo atacara. Así fue como el mexico-americano se nubló con la posible perspectiva de su victoria. Floyd parecía guiado por el conocimiento ancestral que hace del enfrentamiento bélico una dinámica que oscila entre la estética y la estrategia:
Cuando proyectes un ataque en los alrededores, aparenta que te dispones a ir lejos; cuando proyectes atacar un lugar distante, finge que vas a hacerlo muy cerca. Desanímalos [a los enemigos] con la perspectiva de tu victoria, sospréndeles mediante la confusión. (Criterios estratégicos, El Arte de la Guerra)
Y más adelante donde dijo Tzu:
Utiliza la cólera para confundirlos. Utiliza la humildad para que se muestren arrogantes. Cánsalos huyendo e introduce la división entre ellos. (Criterios estratégicos, El Arte de la Guerra)
A contracorriente de lo que gran parte de los observadores de la pelea puedan decir, sin ambages puedo estipular que quien se mostró arrogante en esta pelea fue Víctor, no Floyd. El mexico-americano vio su oportunidad en ese fatídico y culminante cuarto asalto. Decidió entonces lanzar a su rival contra las cuerdas y darle cabeza al asunto. Peleó con la cabeza y decidió de dejar de meterle mano al issue; su determinación parecía traida por los pelos, guiada por las patas.
Y claro, ya antes Floyd se había burlado una y otra vez de su rival: respondía a los golpes apocalípticos del mexicano con una sonrisa satánica que parecía murmurar entrelabios provocadores un así es que ES, dios te bendiga, hermano/ right on, god bless you bro!
Luego del cabezazo, Víctor estaba engolosinado por SU deseo mayor: la perspectiva de su victoria. Quizás se emborrachó de manera intuitiva con el significado de su nombre. Entonces cometió su GRAN error. Se acercó a Floyd, lo abrazó y lo besó.
Víctor intentó derrotar a Floyd con el upercut de un posible acto honesto (el abrazo y el beso); cargando la conciencia de su oponente con la culpa proyectada del bad mine/ mala mía bro, que podría haberle evitado la respuesta fulminante con la que su rival lo acabó a él y a la pelea.
A partir de ese momento, Víctor era un hombre muerto. Ya estaba bien acomodadito en su ataúd. Faltaba que Floyd le pusiera los dos clavos finales al catafalco y lo lanzara a las profundidades de la tumba de la derrota. A partir de ese instante, creo que Víctor dejó de ver la luz y su ceguera le bloqueó el consejo ancestral de otros tiempos, ese rayo verbal de Sun Tzu:
La formación y los procedimientos utilizados en la estrategia militar no deben ser divulgados previamente. (Criterios estratégicos, El Arte de la Guerra)
Fue así como Víctor se creyó invencible porque se había construido a sí mismo desde la perspectiva de la victoria, alimentada por el perdón y el arrepentimiento que le había demostrado a Floyd. Su fortaleza ética momentánea parecía demostrar, quizás sin lugar a dudas, que se había hecho a sí mismo invencible, para descubrir la vulnerabilidad de Floyd: su humanidad, su capacidad de perdonar.
Ingenuo, el muchacho Víctor. El boxeo es un simulacro de guerra subjetivado en dos individuos, no un etéreo debate parlamentario-académico. Esto Floyd lo sabe muy bien.
La invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario. Por esto, los guerreros expertos pueden ser invencibles, pero no pueden hacer que sus adversarios sean vulnerables. (El orden de batalla, El Arte de la Guerra)
Contrario a la opinión mayoritaria (y que conste que mi análisis no es un juicio valorativo de lo sucedido, trato de ser un estudioso de estos hechos, no un moralista), quien intentó construir su victoria fue el Víctor, quien a su vez construyó castillos en el aire, pues confundió la percepción de su triunfo con una victoria que él ya creía fabricada.
Por esto es por lo que se dice que la victoria puede ser percibida, pero no fabricada. La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad una cuestión de ataque. Prever la victoria cuando cualquiera la puede conocer no constituye verdadera destreza. Todo el mundo elogia la victoria ganada en batalla, pero esa victoria no es realmente tan buena. (El orden de la batalla, El Arte de la Guerra)
Luego vino la orden del árbitro Joe Cortez: Box! Hubo un ligero roce de guantes y…¿qué esperaban? ¿qué esperaba Víctor? Allá fue en pos de Floyd para un segundo abrazo y quizás hasta otro beso. Pero ya era muy tarde. Víctor se creía Víctor pero no se sabía Morticio, pues habían quedado previamente retratados los procedimientos y la formación que utilizaba el mexico-americano en su estrategia contra el afroamericano: el perdón (genuino, o no) como elemento de su negociación, el chantaje emocional para sacarle la alfombra de abajo de los pies al Maywheather.
Súbito, como dos relámpagos de lluvias de mayo, llegaron al rostro del mexico-americano dos bimbazos de Floyd.
En la antigüedad, los que eran conocidos como buenos guerreros vencían cuando era fácil vencer. En consecuencia, las victorias de los buenos guerreros no destacan por su inteligencia o su bravura. Así pues, las victorias que se ganan en batalla no son debidas a la suerte. Sus victorias no son casualidades, sino que son debidas a haberse situado previamente en posición de poder ganar con seguridad, imponiéndose sobre los que ya han perdido de antemano. (El orden de batalla, El Arte de la Guerra)
Víctor creía que su barrecampo era su ética, sin embargo olvidó que en demasiada ocasiones en el boxeo, así como en la guerra: se valé tó, tó, como en un sangui de salchicha. Y lo anterior dicho, repito, Floyd lo sabe. Tan obnubilado estaba el Víctor en su artificio ético-emocional que olvidó la máxima que rige la profesión a la que le dedica su vida, el boxeo; la misma que rige a la vida vista como un gran campo de batalla:
Protect yourself at all times
Y allá fue al suelo el Víctor, mientras Floyd celebraba su Maywheaterzazo. El referí Cortez contó hasta diez, pero el mexico-americano apenas recordaba la tabla de multiplicar del número cero, probablemente tampoco se acordaba ni del nombre de su madre, ni qué carajos le había pasado ni dónde estaba.
Por eso conviene recalcar que así como sucedió en este combate pugilístico, y en la vida vista como un gran campo de batalla, con su debida estetización de la acción y el cambio, eso que llamamos el arte de la política, es vital entender, saberse y saber del otr@ rival que
Cuando se entabla una batalla de manera directa, la victoria se gana por sorpresa. Así pues [los recursos de], los expertos en métodos heterodoxos son infinitos como el cielo y la tierra, inagotables como los grandes ríos. Cuando llegan a un final, empiezan de nuevo, como los días y los meses; mueren y renacen como las cuatro estaciones. (La fuerza, El Arte de la Guerra)
Años y milenios pasaron para que el conocimiento más básico de la naturaleza humana llegará a instalarse en la imaginación y el intelecto de Sun Tzu, transmutando el pensamiento en experiencia estética y la belleza en pensamiento estratégico y experimentado. Nada que ya no supieran los primeros boxeadores chinos o los prehistóricos humanos que batallaron mediante la confrontación a puñetazos. Esa es la máxima que al Víctor apenas le bastó milésimas de segundos para olvidar y con lo que quedó sellada su derrota.
Protect yourself at all times!