Frida Kahlo, viva la vida en el Theater Row de New York
Frida Kahlo vivió la Revolución mexicana, la lucha entre los zapatistas y los carrancistas en la llamada “Decena trágica”. Creía en el comunismo, en las ideas de León Trotsky, con quien tiene un affaire, y fue solidaria con los soldados republicanos durante la Guerra Civil española. En 1925 es seriamente herida en un accidente entre un tranvía y el autobús en que viajaba de regreso a casa de la Escuela Nacional Preparatoria. En 1928 se hace miembro del Partido Comunista Mexicano (PCM) donde se encuentra con Diego Rivera por segunda vez, se enamoran; en 1929 se casan. La vida de Kahlo estuvo llena de eventos dolorosos: tiene tres abortos naturales; una deformación en la pierna derecha; pierde algunos dedos del pie; Diego Rivera tiene un affaire con la hermana menor de Frida, Cristina. En 1950, se somete a siete operaciones de espina dorsal; en 1953 le amputan la pierna derecha.
Evidentemente el cuerpo, y su relación con el dolor, es uno de los mayores símbolos de la obra de Kahlo. Los eventos que componen la urdimbre de su vida indudablemente quedan materializados en la obra de la pintora mexicana. La intimidad y la maternidad cercenada son algunas de las imágenes que emanan de su pintura autobiográfica. Varias son las biografías, documentales, películas y obras de teatro que han capturado la vida de Kahlo. Frida Kahlo: viva la vida del autor mexicano Humberto Morales, es una de las versiones teatrales latinoamericanas de la vida de la artista. La obra fue puesta en escena en el United Solo Festival del Theater Row en la ciudad de New York el 15 de septiembre y el 6 de octubre de 2018. La puesta en escena, dirigida por el director puertorriqueño residente en New York, Luis Caballero, fue uno de los bestsellers del festival. La obra de Morales habla de varios de los aspectos de la vida de Khalo, interpretada por Susan Rybin, pero se centra en la relación de ésta con Diego Rivera y la decadencia del cuerpo como símbolo del dolor vital.
“Tuve dos accidentes en mi vida,” son las primeras palabras de Frida a los espectadores. Uno, el accidente de autobús, el otro, Diego Rivera. Con una gran sobriedad, nos describe el accidente detalladamente. “Ese día,” enfatiza, “la muerte bailaba alrededor de mi cama”. En este momento, como espectadores de la pieza teatral, sabemos que la presencia de Perséfone, la diosa de la muerte, será invisible pero constante como un fantasma en el drama. De lo contado por Frida en escena emana una poética de la muerte que entrelaza de manera profunda y conmovedora la muerte con una narrativa de la vida. Es una poética de la muerte que surge de un ajuste de cuentas con la vida.
En este monólogo, Frida parece decirnos que la muerte no es la negación total de la vida, sino que, por el contrario, la vida es inclusiva de la muerte. Al igual que en su pintura, la Frida de esta pieza lleva la muerte y la decadencia del cuerpo a un espacio de conocimiento, específicamente el de la memoria individual. De hecho, la metáfora de la visión atraviesa la puesta en escena entera. El espacio escénico está habitado por espejos: el espejo en que se mira Frida y los espejos rotos, de los que solo quedan marcos en pedazos.[1] Los espejos transmiten la yuxtaposición de puntos de vista que permea la obra. En términos del discurso de la protagonista abundan las antítesis, las paradojas y las ironías. En cuanto al aspecto emocional del personaje, los espejos reflejan su complejidad: la sobriedad y la embriaguez; el dolor y la pasión. La presencia de los espejos crea un juego de símbolos que sustentan el discurso fragmentado de Frida, el cual rompe la cuarta pared para que el espectador entre, asimismo, al espacio íntimo y descubra sus heridas: “Pongo mis heridas al descubierto,” exclama. Como espectadores, intentamos hilvanar también la urdimbre de esa vida que nos muestra, intentamos recordar con ella porque hemos entrado junto a ella a lo que la artista llama “la mansión del olvido.”
Esa “mansión del olvido,” paradójicamente está habitada por objetos que almacenan su vida y que le recuerdan el paso del tiempo. La memoria individual de Kahlo —la muerte, la pérdida, las pasiones, el deseo— queda materializada en la concreción de los objetos. La relación entre vida, muerte y memoria se manifiesta en la puesta escena mediante el vínculo de la pintora mexicana con los objetos. Se trata de objetos que la transportan al pasado, como la pierna de madera que tiene guardada en un escaparate antiguo, o el retrato del Diego Rivera sobre un caballete, al que le habla y le increpa continuamente, convirtiéndolo así en un personaje de la puesta en escena. Los objetos de “la mansión del olvido” representan el paso tiempo: están usados, desgastados, rotos; son vida y contienen la vida.
Como un recordatorio de su propia mortalidad, la cama-ataúd en formal vertical que se encuentra en el centro del espacio escénico, funciona como un camino de transición entre la vida y la muerte. Es una cama-ataúd que está adornada con flores, con la máscara de la muerte en el umbral y un autorretrato de Frida al fondo. Particularmente, el autorretrato en el fondo de la cama-ataúd crea la sensación de un mise en abyme tanto del espacio escénico (teatro dentro del teatro) como de la historia que nos cuenta Frida, puesto que el autorretrato da forma también a la idea de Kahlo de su propia persona y su identidad al mismo tiempo que todo autorretrato se transforma en un automortrait [un autorretrato de muerte]. Al comienzo del monólogo Frida sale de esta cama-ataúd vertical para contarnos su vida y dejarnos entrar en su intimidad. Al final de éste, junto a la música de Chavela Vargas, regresa a la cama-ataúd y se sienta frente a su autorretrato diciendo las mismas palabras del comienzo: “Tuve dos accidentes en mis vida.” Entre la pasión y el dolor; la memoria y el olvido, la actriz Susan Rybin y el director Luis Caballero lograron entregarle al espectador una imagen-espejo de una de las artistas más complejas del arte latinoamericano.
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[1] La brillante escenografía estuvo a cargo de Gabino Trujillo y Aaron Tapia.