I hope you live long, darling
Carta Abierta a la Jueza Laura Taylor Swain:
Sra. Jueza Laura Taylor Swain:
No niego que, al conocer de su designación como jueza a cargo del procedimiento de quiebra del Gobierno de Puerto Rico, mucha gente en nuestra isla experimentó cierto alivio con respecto de la demoledora carga que ya significaba el que en ese proceso nos representaría la Junta de Control Fiscal; un cuerpo antidemocrático que nos impuso el Congreso de Estados Unidos conforme su “derecho” a disponer a voluntad de los asuntos de sus territorios. Y es que, a pesar de las distintas caretas con que durante más de un siglo la metrópoli norteamericana disfrazó la naturaleza de nuestra relación de sujeción política a los Estados Unidos, luego de que nos invadiera militarmente y nos tomara como botín de guerra en el 1898; ahora esa misma metrópoli reconocía oficialmente que siempre se trató de una relación colonial, en la cual el Congreso mantenía poderes plenipotenciarios para gobernarnos. Ese tardío acto de candidez imperial, tuvo el conveniente propósito de legitimar la imposición por parte del Congreso de la Junta de Control Fiscal legislada bajo la ley cínicamente nombrada como PROMESA, para que actuara como un aparato administrativo directamente sobrepuesto al gobierno de la isla en protección de sus acreedores, por sobre todo derecho de los y las boricuas a las mínimas garantías de una vida digna.
Por eso, la designación como jueza a cargo del caso de la quiebra de Puerto Rico de una mujer afroamericana fue recibida por no pocos como una especie de bálsamo. Un respiro ante aquel torbellino de atropellos y de ninguneo colonial del que estábamos siendo víctimas. Muchos inocentemente pensaron que usted, al ser provenir de dos amplios sectores históricamente oprimidos e ignorados como lo son las mujeres y los afroamericanos; podría tener algo de sensibilidad para entender las repercusiones para la gente común, de las determinaciones financieras y presupuestarias que negociarían los “Big Players” ante sí en el caso de la quiebra gubernamental, al amparo de la ley PROMESA.
Lamentablemente, dicha quimera era evidente que no tendría muchas posibilidades de materializarse. Eso es así, porque usted aquí no representa una persona proveniente de ningún grupo marginado. Usted aquí representa el privilegio absoluto del imperio opresor que domina y mantiene sometido al más abyecto colonialismo a nuestro pueblo. Son los intereses de esa metrópolis y sus sectores dominantes los que usted viene obligada legalmente a representar bajo la dictadura de la ley Promesa. Así lo ha confirmado usted con sus determinaciones judiciales. Usted no vino a hacer justicia; usted vino a imponer la ley de la metrópolis que la designó, como una especie de tribunal imperial del santo oficio, con autoridad plena sobre el destino de nuestro pueblo. Si a algunos les quedaba duda al respecto, su validación de los acuerdos con los bonistas de COFINA, ignorando la evidencia sobre la insuficiencia de capacidad de pago en el acuerdo, y privando de participación real y significativa a los sectores representantes de quienes habremos de pagar con falta de oportunidades, opresión, miseria y hambre la susodicha deuda; dibujaron otra imagen de su persona, muy distinta a la que muestra su amigable foto oficial. Quedó confirmado lo evidente, que aquí su presencia representa a los que mandan, oprimen y expolian a este pueblo, y no a las víctimas de las inequidades del sistema y del desgobierno colonial.
Como profesionales del derecho, ambos sabemos que sus determinaciones pueden ser legales desde el punto de vista formal, pero que ello no las hace necesariamente justas. Como bien puntualizó ese gigante de la humanidad, Martin Luther King Jr. en su famosa carta desde la cárcel de Birmingham de 16 de abril de 1963:
Alguien podría preguntar: “¿Cómo pueden ustedes defender que se incumplan algunas leyes y se respeten otras?”. La respuesta está en el hecho de que existen dos tipos de leyes: las justas y las injustas. Yo soy el primero en defender que se obedezcan las leyes justas. Todos tenemos la responsabilidad, no solo legal, sino también moral, de obedecer las leyes justas que se promulguen. Pero, a la inversa, todos tenemos la responsabilidad moral de desobedecer las leyes injustas. Estoy de acuerdo con San Agustín cuando dice que “una ley injusta no es ley”.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre los dos tipos de leyes? ¿Cómo determinar si una ley es justa o injusta? Una ley justa es una norma hecha por el hombre que está en consonancia con las leyes morales o con la Ley de Dios. Una ley injusta es aquella que no está en armonía con las leyes morales. En palabras de Santo Tomás de Aquino: una ley injusta es una ley elaborada por los hombres que no hunde sus raíces en las leyes eternas y en el Derecho Natural. Cualquier ley que engrandezca la personalidad es justa. Cualquier ley que degrade a las personas es injusta. Y así, todas las leyes de segregación racial son injustas, porque la segregación distorsiona el alma y daña la personalidad. Esas leyes proporcionan a los segregadores una falsa sensación de superioridad, de la misma manera que proporciona una falsa sensación de inferioridad a los segregados. La segregación racial, usando la terminología del filósofo judío Martin Buber, sustituye la relación “Yo-usted” por una relación “Yo-ello” y termina relegando a las personas al mero estado de cosas. Por tanto, la segregación no es solo inadecuada desde el punto de vista político, económico y sociológico, sino que es moralmente inaceptable y pecaminosa.
La invito a que sustituya en la cita anterior, el concepto de segregación por el de colonialismo (históricamente entrelazados), y vuelva a examinar sus actos desde el estrado imperial. Por eso, no alcanzo comprender cómo aparentemente le sorprendió tanto el que quienes nos sentimos indignados por la situación de opresión que significa la subordinación colonial de Puerto Rico (ahora en esteroides); en nuestra desesperación ante la palpable certeza de un futuro de desgracia y falta de oportunidades, expresemos animosidad hacia su persona, de diversas maneras. Desde los comentarios cibernéticos, las caricaturas y manifestaciones callejeras, hasta las comunicaciones directas demostrativas de esa indignación, como la decorosa comunicación, claramente figurativa, de la maestra pública Elimar Chardón Sierra con su mensaje telefónico de “I hope you die, bitch”. Era de esperarse, pienso yo, por cualquiera que tuviese, no la sensibilidad, pero al menos la conciencia básica de su condición de representante de un sistema de imposición externa por sobre toda aspiración de derechos democráticos por nuestro pueblo. En cambio, usted no demostró ni siquiera ese mínimo estado de conciencia al querellarse al FBI y pedir el arresto de la indignada y valiente educadora. Ello, a pesar de que evidentemente se trató de un grito de decepción demostrativo de la rabia silente que pesa sobre el ánimo colectivo de un pueblo al que se le ha negado cualquier oportunidad significativa de incidir democráticamente sobre su propio destino; al ver como, desde afuera, se le imponen abusivamente soluciones que no tendrán otro efecto que promover la destrucción de esta nación sometida.
Y claro que nuestra situación actual no es una responsabilidad suya. Es el producto de 120 años de coloniaje. La responsabilidad suya la conoceremos de cara al futuro. Será nuestra descendencia borincana, quien sufrirá más fuertemente en carne propia las repercusiones de sus frías determinaciones jurídicas de hoy cercenando sus potencialidades y esperanzas de una vida digna. ¿Serán ellos y ellas quienes preguntarán dentro de algunos años ¿quién fue la Jueza Swain, que desgració y condenó a este pueblo?
Y por eso mismo, sinceramente le deseo, estimada Jueza Swaine, larga vida. Larga vida, para que pueda ver con sus propios ojos cómo se continúan cocinando las intenciones de destrucción prácticamente genocida de nuestro pueblo por parte de EU, con las cuales habría usted colaborado. Larga vida, para que aprenda a reconocer que los puertorriqueños somos víctimas de similares relaciones de poder e historia de opresión y sometimiento por las clases dirigentes norteamericanas como lo son las comunidades afroamericanas, y que igualmente tenemos el derecho a luchar contra las mismas y de desobedecer sus leyes injustas. Larga vida para que algún día pueda tener la oportunidad de reconocerse en nosotros, y de arrepentirse de las consecuencias de sus determinaciones judiciales sobre este pueblo irredento. Larga vida, para que lo que puede ser hoy una estrellita adicional en su impresionante currículum vitae, llegue a convertirse en una espina punzante sobre su conciencia, martillada por la lucha de un pueblo dispuesto a no desaparecer. Porque como dijo King en el citado texto: “Por desgracia, es un hecho histórico que los grupos privilegiados raramente renuncian a sus privilegios de manera voluntaria”. Por eso, I hope you live long, darling. I really do.