In Barr We Trust

Kelly Caminero
William Barr o el “fixer” para rescatar los EE. UU. de Vladimir Putin
Tengo una hipótesis que puede que sea descabellada (no sería la primera vez que me equivoco) pero me parece que la nominación de William Barr como secretario de justicia por Donald Trump es una estrategia generada por el famoso «estado permanente» de los EE. UU. La misma pretende asegurar una continuidad tras la debacle que se asoma, a medida que crecen las especulaciones de que DT es un “asset” (que no es agente pero que actúa como tal) de Vladimir Putin. Las revelaciones más recientes de que DT ha estado proponiendo sacar a los EE. UU. de la OTAN, alimentan la sospecha de que está actuando por instrucciones del presidente ruso.
¿Por qué planteo esto? 1) Los recientes reportajes del NY Times y el Washington Post que aluden a que DT escondió o destruyó las pocas notas que tomó una traductora de sus cinco conversaciones con Putin, parece ser una forma de comenzar a socavar el apoyo al presidente entre los republicanos; 2) La investigación de Mueller parece apuntar en esta dirección, lo cual representaría una crisis de inconmensurable magnitud si descubriese que nada menos que el presidente de los EE. UU. ha sido un agente de los rusos, la improbable trama de la novela y filme The Manchurian Candidate; 3) La única forma de atajar la intención de DT de detener la investigación o esconder los hallazgos es contando con un secretario de justicia dispuesto a no obedecerle ciegamente; 4) A estos efectos, Barr, quien es amigo de Mueller y fue secretario de justicia bajo GHW Bush, sometió una opinión legal cuestionando las razones por las cuales se nombró a Mueller y se comenzó la pesquisa; 5) Ese memorial legal sirvió de solicitud de empleo para un DT ávido de contar con un secretario con credibilidad después de nombrar interinamente a Whitaker, cuyas credenciales le hubiesen descalificado ante cualquier otro presidente; 6) Barr, en las vistas de confirmación el martes 15 de enero, envió tremendos mensajes. A los republicanos: a) soy republicano; b) apoyo algunas de las políticas del partido impulsadas por DT; c) no me voy a recusar, por lo que DT puede estar tranquilo; d) no me comprometo a entregar el informe de Mueller en su totalidad. A los demócratas: a) no me voy a dejar «bullear» por DT; b) voy a seguir los reglamentos al pie de la letra; c) no creo en el cántico de «lock her up» ni de que la investigación es una farsa (hoax); d) no me voy a recusar, lo cual significa que tendré control del informe para proteger al gobierno; e) no rechazo la posibilidad de encauzar al presidente si este interviniese con testigos o destruyese evidencia o violase (breach) sus responsabilidades constitucionales.
Barr parece ser un intermediario entre los sectores con mayor poder político y económico de ambos partidos, las agencias de seguridad nacional y las fuerzas armadas. Este rol le permitiría mantener el imperio de la ley cuando DT sea acusado por Mueller, residenciado por el Congreso o cree una crisis constitucional negándose a responder a las exigencias del poder legislativo. Barr sería el alter ego de Mueller dentro de un departamento de justicia que DT ha desmoralizado, parcialmente deslegitimado, y cuya credibilidad ha lacerado. Lo mismo aplica al FBI como agencia de inteligencia y mecanismo federal para detener los sectores más propensos al terrorismo interno como su brazo policial, un daño a su imagen que tomará años, sino décadas, restaurar.
Los demócratas, algunos conscientemente, otros adversarialmente, van a cuestionar a Barr y exigirle ciertos compromisos dirigidos a servir de mecanismo de control del presidente. Los republicanos, algunos conscientemente y otros por disciplina de partido, harán todo lo posible por acelerar su confirmación.
El resultado será que Barr, una vez confirmado, acordará con Mueller el curso a seguir en cuanto al informe final. Su respuesta a la pregunta de un senador sobre si haría público el informe total, telegrafía que no lo hará en su totalidad por cuestiones de seguridad nacional. Me explico:
¿Qué pasaría si, como se sospecha, tanto Pence como McConnell y, antes Ryan, están “comprometidos” con los rusos porque recibieron aportaciones a sus campañas o personalmente a través de la NRA u otra entidad? ¿Cuan grande sería la crisis si se confirma que el presidente, el vicepresidente y los presidentes de la Cámara y el Senado han estado en el bolsillo de Putin? ¿Cómo se repara la imagen, integridad y reputación de la nación si todo esto se hace público? ¿Con qué fuerza moral podrían los EE. UU. continuar proyectándose como la sociedad excepcional que es modelo para el mundo entero como república democrática? ¿Cuánto le podrían reclamar a Hasán Rohaní, Mohammed bin Salman, Bashar al-Asad, a Kim Jong Un, a Recep Tayyip Erdogan o a Rodrigo Duterte que sus políticas son antidemocráticas o que están obedeciendo o cayendo en la(s) trampa(s) de Putin?
El sistema tocó fondo con DT. Barr es su “fixer”. Si no tiene éxito, el rol de los EE. UU. en el mundo definitivamente se podría afectar a muy largo plazo, si no permanentemente. Este abogado conservador, económicamente independiente y cercano a Mueller es el mecanismo legal para rescatar la nación de una inevitable debacle. La crisis creada por su propia laxitud hacia el racismo de las clases blancas marginadas y el capitalismo desenfrenado de las clases más altas al margen de la ley, han llevado al país, no solo dejar de ser lo excepcional de que siempre se ha ufanado, sino a ingresar en la comunidad de naciones sujetas a sus corruptos sectores económicos y sus descontrolados lumpen proletariat. La plegaria del poder permanente parecería ser In Barr We Trust.