La caja de Pandemia
“…solo quedó dentro la esperanza”, Hesíodo
I. El Hombre de Wuhan: la fábula

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Todo comenzó en noviembre, una tarde despejada y fría del año 2019. Un hombre –llamémosle el Hombre de Wuhan– regateaba a viva voz en un rincón ruidoso de uno de los mercados dedicados a la compra y venta de animales exóticos que suplen la demanda del lujoso mercado de la gastronomía de “riesgo”.
Acostumbrado a comerciar con los intermediarios de exigentes sibaritas chinos y millonarios del exclusivo jet set mundial, el Hombre de Wuhan, mostraba en la vitrina de su tienda, escrito en inglés y mandarín, el insólito menú de animales vivos, muertos y moribundos de una fauna extravagante: zorros de nariz chata, salamandras translúcidas, monos de Szechuan, ciervos de labios blancos, ardillas voladoras del sureste de China, cachorros de lobo azul, dragón de Komodo, pangolines de Xinjiang, faisanes dorados, YaKs del Tíbet, cisnes negros de Tasmania, pichones de avutardas, nidos blancos de vencejos de las cuevas del Archipiélago de Phang-nga; huevos de Grulla Coronada de Uganda, Calaos de Borneos, Urogallo Cantábrico y otros pájaros y reptiles en vías de extinción.
En fin, la tienda de Wuhan exhibía, en anchas neveras, una perturbadora variedad de carnes lechosas de manatís, de careyes, de okapis; carnes grisáceas de jabalí, de ancas de sapo concho, de nacarados roedores; carnes cobrizas de cebras, de patas de oso; oscuras vísceras de tigre siberiano, de puercoespín malayo; carnes pastosas de conejillos de India, de gatos lampiños; carnes azulosas de cocodrilos de agua salada, de víboras de coral azul y de anguilas rayadas.
Colocados sobre firmes estantes se exhibían oscuros frascos grasientos de aceites de pitón de Malasia, de cascabel, de cobra india; aletas de delfín del Yangtzé y de tiburón toro de orilla. Cada uno debidamente identificado. En otros envases flotaban garras, púas y aguijones; ojos de erizos, de pez piedra, de pez dragón, cucarachas de mar, escorpiones de cola gruesa.
En la trastienda, en armarios apiñados en tabaqueras de plástico y en pequeños cofres de nácar, se leía: “guano mucilaginoso de Indonesia”; “polvo de colmillos de elefante”; cuerno pulverizado de rinoceronte; mohos de trufas; carapachos de grillo carnívoro. ¡El mercado de la gastronomía de riesgo del Asia milenaria puesta a disposición de sibaritas y curanderos de todo el orbe!
Mientras, el Hombre de Wuhan negociaba treinta kilos de nido blanco de Phang-nga, sintió extraña la respiración. Satisfecho de su venta y visiblemente agotado, estornudó sin querer, sobre los hombros de su cliente Yun-Cheung, volvió a toser sobre los filamentos de saliva del vencejo Real. Secó su cara con el mango de la camisa, al tiempo que envolvía cuidadosamente el costoso nido blanco para un viaje largo.
Cerró la tienda más temprano de lo usual y se dirigió un tanto sofocado a la atestada bodega del mercado. Saludó cansino a sus conocidos. Pidió un vino de serpiente para levantar el ánimo y celebrar la venta. Tosió seco, carraspeó más duro para coger aire. Pidió fatigado otro vino, esta vez de arroz de Shaoxing para recuperar fuerzas. Hacía calor. Sudaba copiosamente. El humo del tabaco flotaba denso en su cabeza como un vaho de turbación. Un conocido le prestó su paño. Se enjugó desorientado, lo devolvió y le dio las gracias. Se despidió. Regresó a su casa volado en fiebre. Aturdido por la falta de respiración, se tumbó en la cama.
En esa tarde esplendente de diciembre, el Hombre de Wuhan incubaba la funesta enfermedad. Bajo el húmedo crepúsculo de ese ominoso anochecer, comenzó la despedida del año de 2019 y la aciaga premonición de una nueva década. Así empezó el Año Nuevo de la Rata Dorada y lo demás es historia. El día después fue un día menos y el planeta ardió como una llamarada.
Alguien podría imaginar otra fábula en la misma ciudad, más corta y con otro desenlace. Nuestro Hombre de Wuhan viste ahora bata blanca, guantes, visera y mascarilla. Negocia taciturno en voz baja, en un discreto rincón de un laboratorio bio-farmacéutico de alto riesgo en Wuhan. Regatea, bajo la resolana del neón, muestras de patógenos humanos. El Hombre de Wuhan, sustrae cuidadosamente de una humeante gaveta fría, un pequeño tubo de prueba y se citan en un concurrido bar del mercado. Así empezó el Año Nuevo de la Rata y lo demás es historia. El día después fue un día menos y el planeta ardió como una llamarada.
Ya sea en el “wet market” o en el “dry market” esta fábula no podría imaginar las consecuencias del estado de fragilidad y de incertidumbre en que nos encontramos.
II. Encrucijadas: el minotauro en su laberinto
1. Buscamos las causas estructurales del virus, el misterio de su origen, lo que está por venir. Hay muchas encrucijadas posibles. Los caminos conducen a otros caminos que conducen a otros caminos interconectados. Es fácil entrar, pero difícil salir. Estamos en el laberinto de los códigos genéticos. El minotauro muta, nos acecha en todos los caminos a la vez. Le sobra el tiempo que nos falta. El minotauro es un antropozoono que mata y el laberinto su casa y su prisión.
La primera encrucijada nos lleva al problema de la violación de los reservorios de animales salvajes, para suplir el lucrativo mercado ilegal de los “bush markets” del sureste de Asia, alterando significativamente el hábitat natural y la diversidad biológica. Una de las causas principales de epidemias y pandemias proviene de la interacción animal-humano. Se estima que cada año aparecen de 2 a 4 virus relacionados con la zoonosis. El estrecho vínculo biológico con el mamífero reclama la animalidad de nuestra común biología y la adaptación para la sobrevivencia del rebaño social.
De los 1,415 patógenos humanos (virus, bacterias, hongos y parásitos) el 61% son de origen zoonótico. Algunos de los más conocidos: ébola, salmonella, influenza [Sars y Mers], triquinosis, tuberculosis, sarna, encefalitis, encefalopatía espongiforme, fiebre amarilla, rabia, zika, monkeypox, peste bubónica, gripe aviar, fiebre porcina y, por supuesto, el coronavirus, entre otros mil cuatrocientos más. No solo en los “wet markets” ilegales se contagian de mamífero a mamífero, sino y sobre todo, en los mataderos industriales de animales.
Recordemos los estragos causados en este siglo de la gripe aviaria (H5N1) y la fiebre porcina (H1N1). La gripe aviar de 2003 tenía una tasa de letalidad animal de 57%. La fiebre porcina (2009-2010) mató a cientos de miles de personas. Millones de pollos y cerdos murieron de la enfermedad y otras decenas de millones más fueron sacrificados.
La industria de la carne mata diariamente más de 3 millones de aves de corral y alrededor de 37 millones de mamíferos. Al año se matan unos 53 mil millones de aves, peces y mamíferos para cubrir la demanda alimentaria de una población mundial de aproximadamente 8 billones de personas. Esta maquinaria inconcebible e insostenible de matanza a nivel industrial supone una intrusión in extremis al equilibrio ecológico. El planeta no puede sostenerse así por mucho tiempo más. Sin embargo, a pesar de la asombrosa matanza –en tiempo y cantidad– de millones de animales, alrededor de una quinta parte de la población mundial padece de hambre.
2. Hay un no sé qué, perturbador, con esta pandemia. Parecería que la novel cepa zoonótica del COVID-19 está mutando de humanos a animales. El zoológico del Bronx de la ciudad de Nueva York registró tres tigres y un león contagiados. También en Nueva York, dos gatos domésticos se contagiaron con el virus de sus amos. Estamos –tal parece– ante otra modificación en el comportamiento del virus. El Dr. Li Lanjuan, investigador geneticista de la Universidad de Zhejiang, ha identificado 33 mutaciones en el genoma del virus SARS-CoV-2. De estos 19 son nuevos que pueden cambiar el componente patogénico en los humanos.
Estamos ante un virus (que algunos llaman el “mataviejos”) completamente atípico, que afecta el olfato y el sabor, con un alto número de asintomáticos. Se han detectado lesiones extrañas en pulmones de niños (parecido al síndrome Kawasaki) que parecen estar relacionados con el coronavirus. Sin embargo, a pesar que el COVID-19 cuenta con una extensa literatura científica, no hay suficiente data para detener el minotauro que llevamos dentro. Tanteamos a ciegas la salida del laberinto.
Siguen apareciendo nuevos síntomas que traen nuevas preguntas: ¿el recuperado está inmune? ¿por cuánto tiempo?, ¿puede volver a contagiarse?, ¿porqué unos no tienen síntomas? ¿cuándo podremos salir, abrazar, besar, bailar sin peligro, sin miedo al contagio? ¿cuánto tiempo más seguirá contagiando? ¿habrá una tercera ola?, ¿cuándo habrá una vacuna? ¿es realmente un virus creado?
3. La tercera encrucijada –que es un entrecruce– plantea el serio problema de la alimentación a nivel mundial. La Organización Mundial de la Salud (WHO) lleva años alertando de una inminente pandemia de hambruna de proporciones bíblicas. Se calcula que la escasez alimentaria afectaría a cerca de 140 millones de personas. Advierten que las condiciones objetivas para esta pandemia ya está ocurriendo: interrupción de la cadena de distribución de alimentos, (en especial la industria cárnica), sequías, inundaciones, plagas, pobres cosechas, ciclones, terremotos, enormes incendios forestales, calentamiento global, colapso de los precios del petróleo, depresión económica, combates regionales, guerras de precios entre potencias, motines al interior de las grandes ciudades, desempleo masivo, estado de “excepción” militar, guerra cibernética y bioterrorismo, son parte de posibles escenarios caóticos de una premonitoria catástrofe humanitaria.
A esta ominosa realidad, se suma el agravante de no contar con una vacuna. Tal parece que el coronavirus llegó para quedarse. Podría juntarse con la influenza estacional y el dengue, provocando un terrible rebrote del COVID-19 y un aumento epidémico de influenza común y dengue. En cuestión de meses nos obligaría a otro cierre económico más estricto, con un posible cerco militar de zonas contagiadas dentro de las ciudades, golpeando más duro a las economías en desarrollo y reprimiendo por la fuerza la libertad de movimiento.
4. El regreso a una supuesta normalidad con 31.5 millones de desempleados solo en los Estados Unidos, no pinta bien. Hay quienes auguran “un estado de excepción indefinido”, asistido por la omnipresencia digital: ciudades patrulladas por drones; robots y carros eléctricos de rastreo que delatan desobediencia a la cuarentena. Un regimiento de enfermeros, informáticos y localizadores, haciendo rastreo de contactos; cámaras en las viviendas; alarmas que detectan por el aliento a un positivo. Toda la maquinaria de sofisticados artefactos electrónicos haciendo vigilancia civil “around the clock”.
Todo un sistema organizado en función de la cooptación de la privacidad y de la obediencia social. El éxito de este modelo asiático de control responde –según Byung- Chul Han– a la “mentalidad autoritaria”, a la “tradición cultural” y a una falta de “conciencia crítica” de la población, que permite coacciones como el “reconocimiento facial” (Chul Han, 2020). Esto sumado a una fascinación del mundo digital y a la inteligencia artificial que raya en el paroxismo. Según Chul Han en los países asiáticos a diferencia de occidente prevalece el colectivismo sobre el individualismo. Cabe recordar la crítica de Paul Virilio al mundo virtual, sobre “la pérdida del espacio real…” y el peligro del “control total de las poblaciones, utilizando la informática y la robótica [para la] “colonización del cuerpo por la tecnología….por los virólogos, infectólogos, biotecnólogos…” (Virilio, 2000). Se trata del paradigma de la vigilancia digital, un mundo “distópico” en el que “la digitalización sustituye la realidad…”. (Chul-Han, 2020). En el “new normal” del estado de excepción se gobierna por decreto y la vigilancia se democratiza. Todos somos parte del panóptico colectivo. La pesadilla orwelliana se hace realidad.
5. Esta pandemia –afirman algunos– nos nivela pues no distingue raza, sexo, origen, credo, estado social o condición económica. En efecto, la enfermedad “nos nivela a todos” pero, es evidente que a unos los nivela más que a otros. La pandemia del coronavirus le ha quitado la mascarilla a la impostura de la igualdad. Para todos los panes, no están todos presentes. La precarización del trabajo se ha agudizado. Vemos consternados el otro lado oscuro de la pandemia, cebándose de muertes en proporciones alarmantes, en comunidades pobres de negros, latinos, blancos, indigentes, inmigrantes. Otros mueren solos en las égidas de ancianos por falta de recursos para llegar al hospital o en sus casas por miedo al contagio en el hospital.
Al presente prevalece la perplejidad. Se habla de expedir un “certificado de inmunidad” que autoriza la movilidad de ciudadanos con anticuerpos. Con este carnet inmunológico de identidad (una especie de visado para la circulación social), te permite alquilar apartamentos, conseguir trabajo, entrar a restaurantes, a cines y teatros, pasear el perro, comprar, entrar a la ciudad, socializar, viajar. Será una suerte de pasaporte, de salvoconducto urbano.
6. Mientras, entramos a la sexta encrucijada del laberinto. El minotauro del capitalismo financiero sigue depredando sin mayores regulaciones. Los índices bursátiles suben, siguen haciendo “business as usual”. El capital de riesgo tiene vía franca, el neoliberalismo se acelera. El laberinto de la desinformación se dispersa a niveles macros. Dice Giorgio Agamben que “El capitalismo es una religión cuya fe [el crédito] ha sustituido a Dios…una religión cuyo Dios es el dinero (…) la religión capitalista proclama un estado de crisis permanente….la anarquía del capital coincide con su necesidad incesante de innovación”. (Agamben, 2018). No hay soluciones fáciles contra la cleptocracia bancaria.
Hay falsos negativos que se diluyen en la complicidad del silencio. Hay un terror de la vejez a la vejez; los ancianos se ven en el espejo oscuro y deformado de otros ancianos. Una estela de pobreza y duelo colectivo. Una conciencia del dolor, del amor; a vivir una muerte anunciada, un hueco en el viento contaminado que corta la respiración. Es el miedo al contagio del otro. Darwinismo social. Rebaño inmunizado en el redil cercado por el riesgo. No hay nada más arriesgado que vivir. Solo angustia y esperanza. Pérdida y resplandor. La nuda vida es una herida en la carne del cuerpo incompleto, en la singularidad de nuestra humanidad. Nadie sabe realmente qué va a pasar. En el umbral del laberinto se lee: “entre a su propio riesgo”.
III. El pánico: bienvenidos al siglo XXI
La pandemia estalló como un desgarrado grito de fuego en un cine repleto. Estalló la histeria de una estampida de la que todavía estamos tratando de salir a empujones. Los medios de comunicación desataron la epidemia del pánico mediático. Un pánico que le afecta los nervios a todo el mundo. Un pánico que compartimos con el mundo entero. Un pánico en el que no hay desnudez donde meterse. Un pánico en tiempo real.
La conmoción de hora en hora y de día a día, en torno al progreso de la curva de contagio en las redes, en la radio, en la televisión, en la prensa escrita, en las conferencias de prensa, ilustradas con sórdidas imágenes de hospitales colapsados, de enfermeras contagiadas, de camillas con cuerpos cubiertos con sábanas blancas; filas de gente con desolación y fatiga en la frialdad de la calle; filas para hacerse pruebas, para buscar comida, para procurar medicamentos. Entrar a un hospital es como entrar al “inferno” de Dante: “dejad atrás toda esperanza”, sin despedirte de tus seres queridos, solo un puchero de adiós silenciado, sin besos, ni abrazos.
Los recuperados parecen regresar, de la mano de Perséfone, de la tierra de los muertos. Cuando salen en silla de ruedas les cae un aguacero de aplausos. Son milagros de la ciencia que estremecen y enternecen. A otros los embarga el sin sentido; no habrá más un cuándo, ni un dónde, solo la extraña tristeza de lo inexplicable, de los que no pudieron salir. Esos muertos sin funeral irán a engrosar las estadísticas, a rellenar las fosas comunes de un improvisado cementerio en el parque. Es el vértigo incomprensible de un duelo inesperado.
Se habla de nada más que no sea de la pandemia. Todo lo demás se desvanece. La información satura la atmósfera de cierto morbo noticiario. Mientras, las muertes por hambre se acumulan, se apilan en Yemen, en República del Congo, en Afganistán, en Sudán, en Somalia, en Siria, en Palestina. Se están matando en guerras territoriales, condenados a emigrar masivamente para escapar de la hambruna. Mientras, el Pentágono prepara bloqueos y ataques militares a Irán y Venezuela. Mientras, el mundo lucha por detener el contagio de 4 millones de personas y más de 350 mil muertos. Los nacionalismos de extrema derecha avanzan con amenazadora fuerza al interior de las “democracias representativas” con políticas proteccionistas, muros, fronteras, delirios de soberanías autocráticas y odios xenofóbicos. Se dispara la desconfianza en la información oficial. Percepción de que nadie sabe lo qué está pasando. Se activa el sentido de sobrevivencia. La ansiedad de enfermarse. El miedo atávico a morir por contagio.
Hay un “box score” diario de muertos, contagiados y recuperados. Registra a nivel global, el país que lidera el epicentro de la pandemia y cuál país superó al otro: China, Italia, España, Inglaterra, Rusia. En un “dash board” aparecen mapas y gráficas diversas de casos nuevos; la curva empinada, el pico de la curva, la curva aplanada.
También aflora con pasión la creatividad, el cuido de sí, la solidaridad y el amor en estos tiempos del coronavirus. Los combatientes de esta guerra desigual contra enemigos invisibles son el personal de la salubridad pública. Los nuevos héroes y heroínas que arriesgan su vida al frente de la batalla son las enfermeras, los médicos y paramédicos de emergencia. Son las figuras humanas, muy humanas, que han emergido como símbolos de esperanza en este nuevo imaginario dantesco.
Ante el pánico de una reapertura “prematura” del comercio y de la vida social, se disparan los dilemas políticos-existenciales de cortes hamletianos tales como libertad o seguridad; salud o economía; vida o economía; privado o público. Dilemas espurios, que dejan fuera la complejidad de lo que cada uno de estos conceptos se significan. Una libertad sin seguridad no es libertad, la seguridad sin libertad es confinamiento. Una economía sin salud es una economía enferma. La defensa de la privacidad como derecho del individuo es posible a partir del fortalecimiento del ámbito público. La simbiosis de estos conceptos polisémicos es lo que les da sentido. Y es que en tiempos del coronavirus y de emergencias humanitarias apretamos el botón de los extremos.
El ser humano siempre ha estado expuesto a epidemias. Desde hace miles de años las civilizaciones de oriente y de occidente lucharon para detener epidemias catastróficas que diezmaron poblaciones completas. Para poner un poco en contexto histórico el COVID-19 veamos otras pandemias del s XX y comienzos del s.XXI:
1918-1919.Gripe española. Virus H1N1.
Contagios: 500 millones. Muertes: 50 millones.
1957-1959. Gripe Asiática. Virus H2N2.
Muertes: 1.1 millones
1968-1969. Gripe de Hong Kong. Virus A-H3N2.
Muertes: 1 millón
2003-2004. Gripe Aviar. Virus H5N6.
Muertes: 48,614
2009-2010. Estados Unidos. Virus A-H1N1 (pdm09).
Contagios: 60 millones. Muertes: 575mil.
2016-2017. Influenza Estacional.
Contagios: 27 millones. Muertes: 38 mil.
2018-2019. Influenza Estacional.
Contagios: 5 millones. Muertes: 61 mil.
2019 (noviembre). Virus SARS- CoV2-COVID-19, – (al presente 12 de mayo de 2020)
Contagiados: 4.300 millones. Muertes: 290,300.
Estas son las principales epidemias del s. XX y lo que va del s. XXI (sin contar el ébola y el cólera). El ébola (2014-2016) por ejemplo, con un 40% aproximado de letalidad, mató 12,000 personas en países del África Occidental. El SARS-Cv2-COVID-19 sin embargo, tiene solo un 5-7% de letalidad.
La gripe española surge en el contexto de finales de la I Guerra Mundial. Parecería que entre la pandemia de la gripe española y la pandemia del coronavirus hay una ¿casual o causal continuidad? Ambas son pandemias de principios de siglo. La gripe española termina en 1919 y el coronavirus retoma en 2019, justo un siglo después. Si miramos el contexto de las epidemias/pandemias, cada diez-veinte años aproximadamente sufrimos el embate de alguna epidemia grande. En comparación con el COVID-19 parecería excesivo –aunque entendido– el montaje mediático de los medios de comunicación. Eso sí, la globalización nos pasó factura. La metáfora de “el mundo” como “aldea global” cobra un nuevo significado. La pandemia sigue golpeado durísimo a las ciudades y sobre todo a las grandes ciudades.
Sin desestimar la gravedad de esta pandemia, la influenza común es epidémica, afecta al mundo entero. A pesar de que hay vacunas, las mutaciones (cepas) matan anualmente a miles y miles de personas de todas las edades. Si fuéramos a hacer un “box score” mediático global de la influencia común, estaríamos con los nervios de punta bailando la danza de la muerte todos los años. Lo dicho no significa incumplir con las recomendaciones salubristas, con el aislamiento y la distancia social, usar mascarilla y protegerse lo mejor posible a uno y a los demás. Esta pandemia es seria, muy seria, va a durar todo el año y sospecho que llegó para quedarse.
Adiós a lo político: el trabajo nos hará libres
La frase “el trabajo nos hará libres” es la siniestra rúbrica en la entrada al campo de concentración de Auschwitz en Polonia. La utilizo (con rigor irónico) fijando su sentido en la crisis actual de (lo político) y su relación con el trabajo. Las condiciones laborales que se están cocinando a fuego lento para este siglo que comienza, augura un aciago escenario laboral. La pregunta de ¿qué va a pasar –políticamente hablando– en la sociedad pos-coronavirus?, exige una discusión urgente y permanente. Anhelar una vuelta a la llamada “normalidad” pre-COVID-19 es quizá la fantasía de los que viven muy bien o más o menos bien, que es más o menos mal. Son, quizá, los que se conforman con el estado de situación presente.
La precarización del trabajo seguirá aumentando a la par con la tecnocracia y el modelo de acumulación desmedida del capital. Las multitudes de emigrantes seguirán huyendo del hambre, de la persecución de las guerras tribales, de las narco guerras y de la falta de trabajo remunerado. Si algo la epidemia ha recrudecido es la desigualdad económica. La crisis actual consolida, paradójicamente, los mercados financieros. La consolidación de las megas corporaciones de informática, de consumo y de telecomunicaciones serán los soberanos del mundo. La catástrofe sigue siendo un gran negocio.
Ante este escenario me pregunto, dónde están las fuerzas políticas capaces de hacerle frente a este capitalismo depredador; dónde están esas fuerzas capaces de galvanizar un cambio cualitativo de vida para el planeta. Dónde están las estrategias para matar al minotauro del exceso y salir del laberinto. El coronavirus ha diezmado el demos, el espacio de la polis. La cleptocracia neoliberal aprovecha para evangelizar la polis y confinar el demos.
En la caja de pandora quedó revoloteando la esperanza. Hay que ser ovejas negras, brincar el cerco y sacarla de la caja.