La canción de Sylvia Rexach: guirnalda de ilusión, nostalgia y belleza

Sylvia Rexach, aproximadamente a sus quince años cuando compone sus primeras canciones, “Di corazón” y “Matiz de Amor”.
No siempre la canción puertorriqueña ha sido rica en temática. No siempre la hemos visto revestida de galas de poesía que la hacen de por sí canción de arte. A veces nos une a ella la nostálgica actitud del sentir evocador y la mayoría de las veces nos dejamos correr tras su velo por unirnos a la corriente pasajera que ella lleva.
Hemos tenido muchos ejemplos de canción popular artística en Puerto Rico. Tantos que no vamos a mencionar ninguno. Nos vamos a limitar a la canción de Sylvia Rexach.
Sylvia, sinopsis de su vida
Sylvia Rexach nace en pleno corazón de Santurce en 1921. Cursa sus estudios elementales en diversas academias privadas de la capital y sus estudios secundarios en la Escuela Superior Central.
Una y mil veces quiso disciplinarse en los estudios musicales, pero jamás pasó de la primera cuartilla de solfeo como ella misma verifica más tarde al que estas líneas escribe. Una inquietante vocación por hacer versos se posesionó de su ser en sus tiernos años adolescentes. Ella misma los consideraba canciones. Estos eran versos cortos entretejidos entre suspiros amatorios y diversos estados anímicos de su vibrante personalidad. Estos años de mozos son todavía recordados con ardoroso esmero por todos aquellos que la conocieron entonces. El verso para Sylvia Rexach resultaba cuajo de algún cantar subconsciente, por eso determina pronto llevarlos a la melodía en la medida que su inspiración lo permitía.[1]
De la época de la escuela superior quedan como testimonio “Di corazón” y “Matiz de amor.” Terminados sus estudios en la “Central,” pasa a la Universidad de Puerto Rico y se matricula en el antiguo curso pre-legal.

Hacia la década de 1940, Sylvia creó Las Damiselas, la primera agrupación en Puerto Rico formada sólo por mujeres. En esta foto, aparece Sylvia a cargo del piano.
Quería hacerse abogada. No terminó el año escolar pues en el segundo semestre decidió alistarse con las WACS[2] en el ejército de los Estados Unidos de Norte América. Jamás volvió al aula de escuela. La vida la llevó por el camino de la escuela práctica y se enriqueció de emociones vivas que le dejaron una honda huella que todavía hace eco en su canción desesperada.
Pasada la guerra es licenciada del Ejército. Para esa época contrae matrimonio donde nacen sus tres hijos, William, Sharon y Sylvia Eileen Riley. Se enfrenta a la vida con toda fuerza en el campo de la farándula. Se destaca como libretista de la radio y se especializa en personajes cómicos.
Estos años farandurelos unida a Diplo[3] y Torregrosa[4] marcan una etapa productiva en la carrera de Sylvia Rexach. Su talento como escritora es cotizado altamente por las diversas empresas comerciales de la zona capitalina. Funda su conjunto “Las Damiselas” y lleva sus canciones a los más remotos centros de la isla. La década del cuarenta es el período más feliz de la creación de Sylvia Rexach.
El inicio de 1951 la vimos a cargo de una columna en el Diario de Puerto Rico. Ella misma la llama “A sotto voce”. Dispuesta a cooperar con el compañero necesitado se constituye en salvavidas de muchos amigos de la farándula a quienes extendía su mano misericordiosa. Siempre está pronta a reconocer el talento de la juventud que se levanta y se convierte en marco donde aspirantes se desenvuelven hasta lograr su propia definición.

El formato instrumental y vocal de Las Damiselas era fluido, siguiendo la moda de formatos populares de la época. Aunque no se conservan grabaciones de esta agrupación, con probabilidad Las Damiselas siguieron el estilo de tres voces, dos guitarras y maraca que Los Panchos popularizaron a partir de 1944.
El formato instrumental y vocal de Las Damiselas era fluido, siguiendo la moda de formatos populares de la época. Aunque no se conservan grabaciones de esta agrupación, con probabilidad Las Damiselas siguieron el estilo de tres voces, dos guitarras y maraca que Los Panchos popularizaron a partir de 1944.
La creación de canciones de Sylvia Rexach sigue ascendiendo y no descansa en dárnosla hasta el preciso momento de su muerte acaecida en el mismo Santurce que tanto amó el 20 de octubre de 1961.
Intimidad entre poesía y música
Y bien, ¿qué es la canción de Sylvia Rexach? Porque arte o sortilegio, se adentra en nuestras fibras y vivifica cada día más haciéndose indispensable aún en esta nueva generación, que apenas sí la conoció o que no tuvo contacto directo con ella.
Un curioso fenómeno artístico se descubre en la canción de Sylvia Rexach. Curioso porque es la fusión íntima de poesía y de música. Milagro logrado con suprema destreza y con innegable originalidad. Desglosemos el espíritu de la forma de esta canción. Partimos de la premisa de que es mayormente una canción declamatoria. Es prolongación del antiguo recitativo monódico que siempre ha de desembocar en una cadencia final. El discurso musical de esta canción rara vez es subrayado por el elemento rítmico.
El ritmo es la consecuencia de la fusión de palabra y música hábilmente colocadas. El ritmo parece ser el pretexto para desencadenar la motivación musical. Al efecto, su frase musical está construida por motivos claros y precisos. Hay algo de economía en todos ellos. Jamás la vemos divagando en material superfluo.
El motivo se opera por el procedimiento de la metamorfosis, la mayoría de las veces imprimidos de un tinte elíptico que siempre dan frescura a su decir música. En Sylvia, el motivo no tiene consecuente contrastes y paralelismos. Cuando quiere insistir en uno, lo enmarca en totalidad si lo cree necesario. El motivo se hace frase y ésta se hace período musical, siempre con suma elegancia y con sorprendente fineza.
Procede a iniciar antes del principio los pormenores de su desarrollo musical. Jamás la encontramos exponiendo sus temas centrales al inicio de su canción.
Casi siempre lo que acontece es un recitativo explicativo positivamente arrítmico, pero con cadencia definitiva y gravedad tonal. Esto sirve de exordio como en el caso de “Alma Adentro.” Normalmente el núcleo musical acontece en la sección intermedia. Ella lo hace sentir porque es aquí donde se vale de los recursos de elevación de la honda sonora y la insistencia en sus células melódicas. Terminada esta canción con su debida cadencia, pasa a un interludio instrumental recogido de los motivos principales dispersos del decir ya dado. Aquí da paso la fracción final del núcleo central. A veces la reexposición es paralela; otras es la repetición contundente con estrambote final. Este es el caso maravilloso de “Nave sin rumbo,” cuando insiste en el apóstrofe al viejo lobo de mar.
Dime capitán, tú que conoces las aguas de este mar
Si después de pasar la tempestad
Dejarás sobre la calma un inmenso vacío entre mis brazos
O tal vez un corazón hecho pedazos…
En “Olas y arenas” regresa a la sección central fotográficamente… “Es tarde ya” es el curioso hecho en donde desencadena el motivo musical aliterado al texto poético. “Es tarde ya. Es tarde ya. Es tarde para comprender lo que yo siento. Es tarde pues hace un rato que te fuiste. Es tarde y no vuelvas” y finalmente, “Es tarde y me esperan. Me voy por ahí.” Cada vez que irrumpe el motivo central es elevado a diversos niveles de esferas tonales. Finalmente interrumpe la gama ascendente para pronunciar sentenciosamente, “Me voy por ahí…” Aquí quiebra inesperadamente la tensión de su recitación llena de ansiedad. Al quebrarla, suspende dramáticamente el vuelo de la canción y es aquí justamente donde decide ponerle punto final.

A la muerte de Sylvia Rexach en octubre de 1961, se desconocía de la existencia de grabaciones en las que apareciera ella cantando. Mas tarde se descubrió una grabación en cinta magnetofónica hecha en 1958, en la que se escucha a Sylvia interpretando una selección de sus canciones acompañada del guitarrista Tuti Umpierre. El encuentro en esta foto nos muestra a ambos intérpretes ante una mesa llena de botellas y bebidas que eran parte de la atmósfera bohemia típica de los encuentros con Sylvia
“Alma adentro,” narrativa de un dolor sin tiempo
Algo por el estilo sucede en “Alma adentro,” que se mueve en pasos firmes sobre un esqueleto tonal sólido y equidistante. Posiblemente la más lograda concepción artística en Sylvia sea “Alma adentro,” Es a la vez, el momento de su más profunda soledad metafísica. La recitación fluye ininterrumpidamente valiéndose de la pausa de la prosodia, del verso y del acento musical solamente. La canción contiene dos planos de ubicación artística. La cantilena inicial que surge como un responsorio fúnebre, monódico y austero, el cual se va desencadenando y ascendiendo en espiral hasta cobrar un vuelo de grande esplendor artístico. No hay duda de que es su canción de canciones:
Triste caravana de recuerdos por mi mente ha pasado
Rastro de nostalgia que ha dejado un amor ya fracasado.
La cantilena cobra un cierto ademán de ternura, y aquí asciende la gravitación tonal que hace posible la continuación del patético monólogo.
Realidad:
Ojos que te buscan aún sabiendo que no estarás a mi lado.
Plegaria (la idea musical supeditada la levitación poética):
Ojos que suplican que un milagro te devuelva a mis brazos.
Vemos el dolor hecho creación del arte. El dolor ácrono; es decir sin tiempo, sin espacio, vertido en una sencilla peroración musical que da margen a la austeridad y la gravedad de la herida infligida por la distancia. Aquí podemos decir que termina el primer plano de la canción.
En adelante ha de dar paso a la melodía intrínsicamente unida al lastimero cantar:
Y de noche mi corazón despacio presentará tu imagen perdida en el espacio.
Como si fuera poco, desenvuelve esta sentencia en ademán desgarrador. Eleva la tesitura musical y desarrolla la temática poética para decir,
Y de noche mi corazón te nombra al presentir tu imagen vagando entre las sombras.
Como vemos, son dos terceras elegíacas, inconclusas. Sabe Dios entre qué sombras vagaría esa imagen cuando su corazón la nombra. El momento musical llega aquí al más alto grado de exaltación, y ella misma, con ademán conformista y lastimero, baja la gama de emoción musical y poética para sellar su canción con el desgarrador “triste maldición” que musicalmente nada ha tenido que ver con la sintaxis de la canción; pero es que es suspiro resignado o desgarre desesperado de la consecuencia del texto poético.
Canción de ilusión, nostalgia y belleza
El espíritu de la forma musical tiene un exponente sin precedente en la canción de Sylvia Rexach. Ciertamente, fuera de sus canciones iniciales, tales como “Di corazón” y “Matiz de amor,” nada hay de ellas que la lleve a la forma-danza. Dudamos que, en su concepción original, éstas mismas fueran concebidas para el baile a no ser motivadas por la vertiginosa popularidad que corrieron y el deseo de llevarlas a salas de baile cantadas por José Luis Moneró.
Aunque la canción de Sylvia Rexach coincide en ámbito con la danza de Tavárez. Ambas están moldeadas bajo la égida de Terpsícore.
Pero en la canción de Sylvia Rexach sucede un hecho innegable: esta canción no permite ser adulterada por estilos incongruentes de diversos cantantes. No resiste la dislocación rítmica, ni la variedad en el giro melódico mediante el cual algunas cancioneras y cancioneros del presente pretenden decir que es su estilo interpretando obras que no precisan de esos artificios.
Posiblemente porque esta canción era heráldica en la época de su creación y estaba destinada a llenar el espíritu y la ilusión de generaciones futuras.
Estamos en 1962, cuando el llamado “Te danzant[5]” y la “jarana velloneril[6]” han pasado de moda totalmente. Esta es una época de mayor reflexión en la juventud. Hay más tiempo para intelectualizar. Escuchar la voz de Sylvia siempre trae ilusión, nostalgia y belleza. Su canción es el reposo de esta efervescencia intelectual y artística que precisa la juventud moderna. Nosotros los viejos nos sentimos orgullosos de esta vehemencia y de este nervio con el cual crecen nuestras juventudes. La voz de Sylvia mantiene viva y unida la generación que pasa y ésta que se nos está escapando de nuestras manos. Somos todo uno. Uno solo y uno mismo.
La chispa creativa, los temas y el mundo imaginario de Sylvia
La fibra creadora de Sylvia Rexach ofrece a veces una notable paradoja. No siempre coincide su estado anímico con su disposición creadora. En ciertos momentos anestesiada por el dolor y la incertidumbre, la vemos proyectar “una guaracha, como ‘Chato.” Conviene advertir que no siempre ella es la protagonista de su decir. Hay ocasiones en que sabe volcarse afuera y objetivar sentimientos, los cuales expone narrativamente como es el caso de “Había una vez.”
El artista no crea en la medida de su propio dolor y su propia alegría. Estos estados son circunstanciales y posiblemente den margen al génesis de la idea creadora. La llama de la atención está viva y latente dentro del artista. Brota a la menor provocación y no necesita de apoyos circunstanciales para iluminarse y hacerse realidad. Hay casos profundamente íntimos en la vida de Sylvia que han dejado el rastro certero de amargura: “Alma adentro,” “Yo era una flor,” y “Tus pasos.” “Yo era una flor” es, tal vez, el recuento autobiográfico más hermoso que nos ha dejado Sylvia.
Los temas predilectos de Sylvia son en primer término, el amor distante, a veces fracasado y otras ya muerto, siempre dentro del marco de la evocación, siempre con voz cauterizante que pretende sanar una herida profunda. Un tinte de pureza barniza el tema del amor de Sylvia. Solo en “Luna del Condado” deja asomar matices eróticos en términos de besos y orgías, pero aún entonces el carácter de la canción resulta ser impersonal y no podemos adscribirla al ciclo autobiográfico de Sylvia.

La época dorada del cine mexicano dejo en Puerto Rico una profunda huella a través de sus películas e imágenes visuales de conocidos cantantes como Jorge Negrete y Pedro Infante posando con sus amplios sombreros e indumentaria típica asociada a los mariachis. Con su aire de cantante ranchera a la moda tropical, Sylvia evoca una especie de versión híbrida llevando camisa de cuadros y su sombrero jíbaro verticalmente ajustado hacia atrás haciéndose parecer al típico charro de las películas.
El tema del amor cubre toda su producción creadora. Unas veces personal y otras, reflexivo. El amor se convierte en ademán de sueño desde el despertar de Sylvia en la creación artística. Así nos lo deja saber desde “Di corazón,” “Matiz de amor,” “En mis sueños,” “Mi subconsciente amor,” hasta finalmente en “Planetarium.”
El ensueño es la realidad subconsciente de Sylvia. Es su creación idílica en donde ha de proteger su indefenso ser. Es la concentración de su mundo abstracto donde sólo ella permite a los solos que la acompañan por el paso de su vida. Ese ensueño lo vierte en su vida real y de ahí que se desprenden personajes creados por ella que la circundan y la envuelven en torbellinos frenéticos de alegría inconmensurable. Digo torbellinos porque acontecen inesperadamente como ráfagas de huracán.
El animar esos seres de su creación la hace gregaria al mundo de lo invisible en el cual casi siempre pernocta con la pureza de su alma privilegiada. De ese mundo salen Suncha Lebrón[7], de Adjuntas, Iberia y Mamama, Burgos[8], la turista americana Mrs. Riley y, finalmente el más logrado de todos, Carmencita[9]. Con ellos pasa largas horas de tertulia, los anima, les crea personalidad que jamás se confunden con la suya propia.
En su vida privada, estos seres creados llegan a ser temas predilectos. Por eso la vemos desarrollar toda la vida de sus seres creados. Carmencita llega hasta comprometerse con Fonfría[10]. Suncha Lebrón entabla una disputa con R.E. Saldaña[11] porque éste le habla inglés creyéndola americana, cuando era de Adjuntas. Iberia y Mamama sufren las vicisitudes de la herencia perdida. Mamama tiene achaques que casi la llevan a la muerte. Iberia tartajea y eso la priva a la corte de algunos enamorados.
Ninguno de ellos muere. Para Sylvia la muerte era la transmigración a otra vida. Iberia era reencarnación de una tía abuela suya. Mamama, su madre, a veces la veía distinta, porque creía ver a su tía que tenía una nube en un ojo.
El mundo de fantasía de Sylvia cobra otra dimensión cuando proyecta seres reales dentro del marco fantasmagórico de sus creados personajes. Esto sucede con los pigmeos del Circo de Fenómenos que llegan a San Juan para el 1952. Estos pigmeos, por arte de sortilegio, crecen ante sus ojos y se emparentan con Elia Sulsona[12], Elisa Tavárez[13], Torres Martinó[14], y hasta con Mona Marti[15]. La relación no podría explicarla ahora. Sólo Sylvia sabía por dónde les llegaba el parentesco. Por otra parte, la mujer que tenía la cara de caballo de pronto cambia en mujer hermosa y consigue un puesto de taquillera en el Teatro Matienzo. De ahí salta a un Night Club y se enamora de un pretendiente que tenía la pobre Iberia…
La noche parece ser el segundo tema de Sylvia. La noche la hace criatura del misterio, de la hermosura y del reposo. Todos estos personajes, los creados por ella y los arrimados de la vida real al marco de su proyección fantaseada viven de noche. Jamás vimos a la pobre Mamama quejándose de su irremediable estreñimiento a las doce del mediodía. Las dolamas le sucedían una vez que caía el sol. No creo que Sylvia, ciertamente yo tampoco, ni los que vivieron estos personajes podrían asegurar como se veía la mujer de la cara de caballo a las tres de la tarde. Tampoco nadie la vio en una matinée en el Teatro Matienzo.
El tema de la Noche es el eco lejano y el martillar constante de su canción creada. La noche es testigo de “En mis sueños.” La noche es el receptáculo donde vacía su honda soledad de “Alma adentro.” Es así mismo el diseño para crear el esplendor que nos brinda en “Anochecer.” La luna es el centinela de su noche eterna. Jamás se desprende de ella, ni siquiera para increparla airada como sucede en la ya mencionada “Luna del Condado.” La luna se personifica de tal magnitud que es su mensajera del amor cuando dice: “La luna te lleva un mensaje que te lo he enviado yo” en “Por siempre.”
El último tema significativo es la soledad. Soledad que se agiganta hasta la escena sideral y solitaria que nos pinta a través de sus “Olas y arenas.” También se funde Sylvia a la inanimismo de las cosas y aquí se vuelve arena, para luego volverse flor en otra canción. A veces es por medio de sinécdoque, otras por elipsis, y otras por transnominación. Todos estos tropos eran productos directos de su fecunda imaginación y su fina sensibilidad. De haberlos conocido, jamás los hubiera empleado.
La soledad la invita a seguir caminando por la vida y no detenerse en las huellas de sus días. En el desesperado trasnochar de su existencia, jamás pensó en detenerse. No creía en las cosas yertas e inanimadas. Tal vez por eso le da alma a lo inanimado, al encontrarse claustrada en aquel vacío que nada podía llenar. Al confundirse con lo inanimado, sigue el correr del tiempo que casi casi no quiere marcar su pulso ni su compás. Por eso nos dice en “Es tarde ya” aquel críptico estrambote, “Me voy por ahí…” Si ha de irse sola es con su mundo de fantasía, donde le da la vida a la muerte…
Sylvia diserta sus temas de diversas maneras. Siempre hay el coloquio de su ser con lo distante. Siempre termina en monólogo lo que intenta discutir con la luna, la noche, el milagro, la soledad; y llegan a la culminación cuando desciende a la vida real para hablar con el viejo lobo de mar que irrumpe en “Nave sin rumbo.” También aquí el capitán enmudece. Posiblemente ella no necesitaba respuesta de nada. Jamás le interesó la contestación de las cosas y por tanto la de los seres. Nunca creyó en la antífona.
Ella era una y mil veces Sylvias. Cada una, fragmentos de su poderoso ser. Cada una, una estrella, un pedazo de luna, un cuajo de lágrima, un trozo de sí misma que respondían a mil y una cosas. Ella se sabía responder dentro de la policromía de su polifacético ser. Criatura de la noche, nacida para el amor, que supo prodigar y lo supo recibir, por lo menos en términos de afecto sincero y eterno. Nunca estuvo tan sola como quiso creer. Siempre, a la vera del camino, hubo un árbol cobijador que le tendió los brazos con profunda ternura. Esa ternura que era para ella más necesaria que la luz y el aliento. La ternura era más fuerte que ella misma.
Para Sylvia la canción, su canción, era la única razón de su íntimo ser. Toda su obra es guirnalda que brota transfigurada. Así engalana el decir amatorio, sentimental y triste de esta esta sociedad nuestra, de quien ella era milagroso prodigio.
Ya lo anunciaba ella en sus primeros vuelos melódicos cuando nos habla de aquel “matiz de amor.” Por eso su canción es lamento sin perder el sosiego. Es la canción sin ritmo, parlada y recitada. El ritmo del amor no se puede reducir a efímeros compases. Es lo eterno del sentir en Sylvia; en todo ese caminar a solas y a tientas por su vida deshollada y encaminada al holocausto. Es cierto, ella misma dice al tramontar su estrella: “Ya en este huerto no hay rosas, sólo hay quietud.” Es la serenidad de su alma transida de dolor.
Para protegerse en su desamparo, Sylvia creó su propio mundo de fantasía y de ternura; y cierra las puertas a la realidad desoladora que la rodeaba. Aquél, su mundo tan querido y tan puro de evocaciones y requiebros de infancia perdida, en el tránsito doloroso de su vida.
Lejos de su canción está perdida: “Cuando no pueda componer canciones, tiradme al basurero.” Y luego, sale airosa y se encamina al espacio en dimensiones siderales en su postrer “Planetarium.”
La tragedia de su espíritu inquieto y adorable sepultado a destiempo antes de llegar a su plenitud, nos ha dejado ver sólo un fragmento, tal vez, de lo que ella se proponía llevar a cabo en su canción andariega. Este pedazo de su canción, sin embargo, la coloca en los inmortales de nuestro suelo borincano, es decir la lleva a la alta jerarquía de cantores de amor inarticulado a la humanidad por quien ella supo cantar con tanto esmero y con tanta belleza.
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[1] Se refiere a la Central High School localizada en Santurce, un vecindario de San Juan.
[2] WACS, siglas para Women’s Army Corps, organización de mujeres voluntarias en el servicio militar, destacadas en áreas como trabajo clerical, estenografía y comunicaciones primordialmente lejos de la acción bélica.
[3] Ramón Rivero, “Diplo” (1909-1956), comediante, compositor, y actor en varias facetas en la radio, la televisión y el cine.
[4] Jose Luis Torregrosa (1916-2001), locutor, libretista, productor y actor, primo hermano de Amaury Veray.
[5] El tédanzant es una modalidad de evento muy popular en Puerto Rico y la América Latina en la primera mitad del siglo veinte. Aunque algunos lo asocian con el concepto del “tea dance,” el té danzant generalmente servía como ocasión de baile entre amigos, o miembros de una particular comunidad social, en el que se servían refrescos y entremeses.
[6] Jarana velloneril, en referencia a las fiestas de vellonera, especialmente en bares y clubes nocturnos, fueron muy populares desde aproximadamente 1930. La ocasión es amenizada por la llamada “rockola,” una especie de tocadiscos con un considerable repertorio musical a la disponibilidad del oyente mediante la selección de un número musical a un precio (probablemente de cinco centavos de dólar, en la moneda conocida como vellón) que en Puerto Rico dio origen al nombre de “vellonera.”
[7] Suncha Lebrón, una amiga cercana de la abuela materna de Sylvia y su familia.
[8] Burgos, un personaje ficticio obsesionado y empeñado en labores de ferretería en su casa. Su esposa es Margot, la mujer sumisa que lo llama por su apellido, y espera con sus hijos a que llegue él para la cena, no importa la hora de su llegada, que frecuentemente era a las altas horas de la noche.
S Carmencita Figueroa fue vocalista en el conjunto Las Damiselas en su última etapa hacia 1950. De ella, al igual que del resto de los personajes, se hacían historias de broma, “pasando el macho.” En ocasiones Carmencita sorprendía al grupo mientras se hacían estas historias.
[10] Ángel Fonfrías fue el director de Peer International.
[11] Se refiere al actor Rafael Enrique Saldaña (1924-1993).
[12] Elia Sulsona, escritora y poeta, madre de la actriz Elia Enid Cadilla. Se hizo célebre modelando para escultores en la creación de imágenes de la Virgen conservadas en varias iglesias de Puerto Rico, incluyendo la Catedral de San Juan.
[13] Elisa Tavárez (1879-1960), pianista puertorriqueña, maestra y amiga de Amaury Veray. Hija de Manuel Gregorio Tavárez, que Veray consideró como el “Padre de la música puertorriqueña.”
[14] José Antonio Torres Martinó (1916-2011), artista, pintor, locutor, periodista y escritor puertorriqueño destacado en la organización sindical de la clase artística en Puerto Rico.
[15] Mona Marti (1901-1985), estelar actriz puertorriqueña destacada en el teatro y la televisión.