La continuidad de los parques
Uno no pierde de vista que está en un parque.
El amontonamiento de casetas dibuja un sendero sinuoso para el paseo, a veces llegas a un rincón sin salida, das marcha atrás y recuperas lo que piensas sea una ruta, aunque de verdad no sepas para dónde vas.
Una señora teje tranquilamente sentada en una silla de aluminio, como si estuviera en el balcón de su casa, mientras contesta las preguntas de la prensa, sin inmutarse. No alcanzo a escuchar las preguntas ni sus respuestas. Las casetas, de un azul plástico y unánime, reflejan el sol resplandeciente de la mañana, un sol cálido e insólito de noviembre.
Me encuentro con la carta de Cindy, dirigida a Dear Family, pegada de un cordel y escrita con marcador negro. I simply want you to know all is going well. Repaso en mi mente otra carta, la de José Luis González, o debería decir la del jíbaro de los cuarenta que emigra del campo a San Juan loco de contento con su cargamento para la ciudad y le escribe a su vieja I simply want you to know all is going well.
A veces reculo, avanzo, retrocedo o me precipito. Nadie parece darse cuenta. It is ignorant money I declare myself free from. Dinero sin conciencia, inmerso en el sueño profundo de la oscuridad de la bóveda, en una cripta remota, a pasos de distancia, en una calle convertida en muro, en pared, una calle hecha de cifras que se suman y se restan y se suman otra vez en la pantalla parpadeante. Voodoo money.
Sigo mi camino y me detengo ante el gato. Con una patita recostada del cuello de la camiseta azul, el gato y el hombre se miran con los ojos casi cerrados, compartiendo el ritmo de una intimidad compartida hace mil años, envueltos en el ardor de los amantes y la austeridad de los sabios.
El indio me mira con ojos de sospecha. El de la gorra azul también. I don’t belong, I know. Prosigo más descolocado que antes, con la vaga impresión de que todos parecen ver, debajo de mis acostumbrados mahones y mi camiseta negra un traje a rayas con una camisa blanca de Brooks Brothers. Recuerdo la frase contundente de una amiga sabia: la colonización del sujeto es una condición, pero también es una circunstancia.
El joven de manos cruzadas, con gorra y guantes de algodón azul (todo es azul hoy, desde el cielo hasta el fondo del mar) me sonríe con demasiada prestancia, con una sonrisa para nadie en particular. La recibo como si sólo hubiera sido para mí. El vocerío ensordece. Los gritos, los murmullos, las quejas, los improperios, los ladridos, los chasquidos, los bocinazos, los vendedores ambulantes, las grúas del Freedom Tower, los pitos de la policía, las agujas enredando la madeja.