La dignidad de la indignación
(¡Indignaos! Stéphane Hessel)
Desde hace unos meses el espectro de la indignación asedia a Europa. Desde Grecia, España, pasando por numerosas capitales del continente, las calles y plazas simbólicas, ya sea la Plaza Sintagma, Puerta del Sol o la Bastille, se encuentran impregnadas de algo que los cuerpos despiden, además del sudor, llegados a un límite insoportable: la cólera de la indignación. Cientos, miles de personas, en su mayoría jóvenes, se han autoconvocado para ejercer lo que se conjura en la expresión “democracia real”.
Todos estos movimientos se parecen. Se trata de convocatorias abiertas, es decir, fuera de los partidos y sindicatos tradicionales y que circulan a través de las redes virtuales. Con recelo se desea no ser reivindicado por ningún partido. Como si los partidos políticos ya no tuvieran nada que ver con la posibilidad de la democracia y lo que debe acompañar su ejercicio –que es una distribución más equitativa del bienestar en las sociedades modernas. Los políticos hablan del déficit del presupuesto y los indignados de justicia social. El banco central europeo aplica políticas de rigor presupuestario para prestar dinero a los estados con intereses que los endeudan aún más mientras la gente en las calles no tiene trabajo o trabaja en precario en sus edades productivas, no puede pagar los créditos de sus hipotecas y los bancos los expulsan. La cacofonía es real entre los dignatarios y la gente. Entonces un sentimiento comienza a recorrer el cuerpo social, una cólera se ampara de muchos, de los más y se concreta en los espacios públicos. Miles de personas abarrotan las plazas y congestionan la circulación de las ciudades. Transforman el día a día alegre y banal de las grandes capitales modernas en manifestaciones de resistencia que son el gesto de la desesperanza. Los estados vuelven a sus trincheras clásicas y no ofrecen otra respuesta más que el macanazo, no se les ocurre otra cosa que no sea sacar a la calle sus fuerzas del orden represivo. ¡Pues se necesita una fuerza violenta para imponer el orden de la desigualdad! ¡A dónde te has ido democracia!, casi exclama uno convertido en el personaje de lo que siempre será nuestra tragedia griega: la democracia. Podríamos entonces decir que el origen de la democracia se encuentra en ese sentimiento de indignación y que estos acontecimientos masivos de reunión espontánea a través del mundo -y Puerto Rico tuvo el suyo en la huelga de la Universidad que duró casi un año 2010-2011-, intentan retomar los legados de una modernidad que hizo del pensamiento de la libertad y de la justicia social sus baluartes. Todos esos movimientos apelan a la letra, al principio de lo que la letra, la palabra y su historia han infligido a ideas como «democracia», «libertad», «justicia» y sus implicaciones recogidas en expresiones como «mejores condiciones de vida», «derecho a la educación», «derecho a la salud». En fin, la expectativa de poder vivir dignamente. La indignación es la respuesta de aquel que ha sido puesto en el límite de lo digno, que ha sido expulsado de la esfera de la dignidad. ¿Cómo vivir cuando se pierde casi la dignidad? ¿Qué es lo que se resisten a perder aquellos que protestan? La pregunta puede parecer un tanto vacua en cuanto la palabra dignidad apela a una abstracción, a lo sumo a un afecto, al parecer, más allá de lo razonable. «Democracia», «libertad», «justicia» son abstracciones en tanto y en cuanto no son productos de la naturaleza. Todas ellas son ideas que el ser humano ha pensado y concretizado por medio de convenciones, así toda la organización política y sus mecanismos de participación. La democracia no nace; se hace. ¡Nadie ha encontrado la democracia colgando de un árbol! No. Es una idea que los seres humanos han elaborado y concretado a través de grandes ficciones jurídicas, la organización de estados, convenciones y declaraciones sobre los derechos humanos. Así también son la «justicia» y la «libertad». En la actualidad observamos la letra muerta de esas ficciones jurídicas. Por eso la insistencia de los indignados en una vuelta a la letra. Por eso la democracia tiene que ser “real ya”.
La dignidad es un atributo abstracto que acompaña, valga la redundancia, la humanidad del ser humano. La palabra dignidad viene del latín dignitas, y esta a su vez de dignus, es decir, aquel que es digno, merecedor. La misma raíz etimológica poseen palabras como dignatario, dignificación e indignar. Por tanto, los indignados resisten porque no quieren perder aquello que les queda, la dignidad, y que les permite reclamarse miembros no sólo del contrato social sino de la humanidad. El reclamo es que se les permita tener acceso a aquello que se merecen no sólo para mejorar las condiciones de su existencia cotidiana y económica, sino eso mismo que les permite permanecer dignamente humanos. La vitalidad de la dignidad de los indignados contrasta con la usura del discurso político oficial, con sus repeticiones y sus lugares comunes. Los indignados llaman la atención por su despreocupada actitud en cuanto a los mecanismos de poder organizativo mientras los partidos políticos sólo viven pendientes de los sondeos de cara a las próximas elecciones. Asimismo, no hay un solo día en que se abran los cotidianos sin descubrir un nuevo escándalo de corrupción política, financiera o sexual … Murdoch en Gran Bretaña, Dominique Strauss-Khan en Francia. ¡Y habría mucho que decir sobre la sexualidad de los políticos de hoy! Cuando hablamos de sexualidad hablamos de deseo. Es el deseo y no la fe la que mueve montañas, es el deseo el que mueve las bolsas de valores y la imaginación.
15-M o Movimiento de los indignados, cuyo centro es la Puerta del Sol, hasta la semana pasada cuando fueron desalojados para que Madrid pudiera recibir a las juventudes católicas (del 16 al 21 de agosto) y al papa Benedicto XVI, comenzó siendo una protesta universitaria. El 30 de marzo de 2011 el Sindicato de estudiantes españoles organizó un paro general. Los estudiantes protestaban en contra del desempleo o el empleo en precario, en contra del plan Bolonia, en contra de los recortes en la educación y del aumento de matrícula. El 7 de abril la plataforma Juventud sin futuro, que también proviene de los medios universitarios, realizó a su vez una manifestación para denunciar el bipartidismo español y su ineficacia para hacer frente a la crisis política y económica. Se unieron además otros colectivos como el movimiento internauta No les votes, Attac (Plataforma de los afectados por las hipotecas) y por fin Democracia real ya, organizadores de la manifestación del 15 de mayo y autores del Manifiesto del Movimiento 15-M, en el que declaran:
Las prioridades de toda sociedad avanzada han de ser la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas. Comunicado de prensa de “Democracia real YA” (17/05/2011)
Otro texto sirve de base al Movimiento de los indignados: ¡Indignaos! de Stéphane Hessel. Este viejo resistente de origen judío, tiene 93 años, sobrevivió a los Campos de concentración nazi de Buchenwald y Dora-Mittelbau, y fue redactor de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. En las navidades del 2010 publicó en francés este corto panfleto que se vendió en 1,5 millones de ejemplares, y que, traducido al español, se ha convertido en el centro simbólico del malestar político de los españoles y, gracias al 15-M, de toda Europa. Curiosamente, la palabra circula en la prensa europea, a pesar de las diferencias de idiomas, en español, – «indignados» -, y esto es así hasta en los periódicos franceses. La palabra circula como un schibolet que la gente se da para reconocerse. Como quien dice, cuando la dices, se pertenece al mismo lugar, somos ciudadanos de la indignación, nos indignamos, todavía reclamamos el derecho a la esfera de la dignidad humana, es decir, de lo que puede producir el acto de la justicia, de la democracia y de la libertad.
No es casualidad que sea Hessel, un sobreviviente de la barbarie nazi, el que haya escrito este corto texto de protesta en un tono y estilo escueto pero indignado. Su indignación nos recuerda la de otro sobreviviente, Robert Antelmo, recogida en un libro que es casi imposible de leer ya que recrea para el lector el límite de lo humano: La especie humana. Una de las tesis que se desprende de esas memorias del campo de concentración y que confirma la necesidad de escribirlas es que el régimen nazi organizó un sistema para destruir a ese otro diferente y su diferencia. Pero no se trató tan solo de eliminarlo –en cuyo caso hubiera procedido a matar inmediatamente- sino de destruir al otro lentamente por medio de la humillación, la vejación y la privación hasta colocarlo en un límite en el que ese otro ya no es humano pues se encuentra reducido a los restos del cuerpo. Se trata de expulsarlo de la humanidad, de despojarlo de aquello que lo iguala con el nazi, su humanidad. No obstante, Robert Antelme escribe para afirmar que aún en ese extremo aquello que el nazismo no logra destruir en su otro diferente es precisamente aquello que ambos comparten: la humanidad. En esa situación de privación de dignidad en la que es colocado el prisionero del campo de concentración, permanece como un resto aquello que de forma inquebrantable se niega a abandonar la conciencia. Algo así como esa cólera justa: la indignación.
No sólo la España de hoy se indigna. Hay indignados a través del mundo. Si pensamos en la primavera de las revoluciones en el mundo árabe, en los estudiantes chilenos, en los jóvenes griegos, en los estudiantes ingleses, en los universitarios puertorriqueños… podemos decir que el mundo se indigna. ¡Indignémonos!, para que la democracia no sea solamente un sistema de organización de poderes, sino que sea real ya, es decir, un ejercicio constante y responsable que tiene como su horizonte la justicia. Será real no porque se presente como contraria a la ficción sino justamente porque reivindica lo que la une con el espacio de la imaginación, del deseo y de la vida.