La estocada mortal de McConnell a Trump

Como Pablo al recobrar la vista en la novela Marianela, o el pintor Basil Hallward al descubrir cómo el retrato de Dorian Gray se deformaba a medida que descubría sus perfidias, los Estados Unidos están enfrentando la fealdad que habita en el espejo en el que se mira la mitad de sus ciudadanos. La nación, que durante dos siglos se ha enamorado de sí misma al igual que Narciso frente a su reflejo en el estanque, ha comenzado una especie de suicidio en masa. La epidemia de suicidios, las conductas de alto riesgo, incluyendo la obesidad y los deportes “extremos” las masacres contra minorías y entre los jóvenes, la infatuación con las armas y la formación de milicias armadas a través de las cuales adiestrarse para una guerra civil moderna, son algunas de las manifestaciones de este desesperada auto inmolación por cuentagotas y a través de una insurrección y destrucción del estatus quo. Como en una versión norteamericana del poema homónimo de Ovidio, Narciso se suicida al no poder tener el objeto de su deseo, la incuestionada e incuestionable supremacía blanca que promete subrepticiamente el “sueño americano”.
La lucha por la permanencia del imperio de la supremacía blanca, ante los embates de los cambios en su composición étnica y su creciente desigualdad social, les ha divorciado de la consciencia de que la pobreza, en una sociedad que no se cuestiona las raíces y los porqués de la desigualdad económica, obedece al afán de lucro de sus propios pares raciales en vez de a las demonizadas minorías no-blancas. Obcecados por retener esa cada vez más insostenible supremacía mundial (de ahí que tenga tanta resonancia el eslogan Make America Great Again), han decidido entregarle el poder al GOP y a un líder, despojados de los inconvenientes de su definición fundacional: el único gobierno legítimo es el que se reconoce sujeto al imperio de las leyes. A partir de Trump, el imperio del líder supremo, es suficiente.
No todos los que asaltaron el Capitolio pertenecen al lumpen-precariado, ese estrato social de desempleados, subempleados y dependientes de las mismas ayudas federales que arguyen se aprovechan las minorías, a pesar de que @ 51.2% de los recipiendarios de Welfare son blancos vs 48.8% compuesto por todas las minorías juntas. Anticipadamente, cerca de la mitad de los insurgentes han experimentado problemas económicos graves como desempleo permanente, quiebras y expropiaciones por falta de pago.
Pero no todos los sediciosos pertenecen a las clases más desventajadas, de igual forma que no todos son blancos. Por ejemplo, Enrique Tarrio, de origen cubano y con múltiples convicciones por robo, es uno de los líderes de los Proud Boys. Se han identificado negros e hispanos como miembros de los Boogaloo Bois. Múltiples medios han reseñado que entre los insurrectos se encuentran empleados gubernamentales, abogados, militares, pequeños empresarios y hasta congresistas estatales. Incluso hay oficiales policiacos colaboran y entrenan con algunas de las milicias, como un teniente del buró de la policía de Portland. De estos, la inmensa mayoría ha respaldado el abierto cortejo de Trump con el nacionalismo blanco y la inclinación a coartar los procesos democráticos, tanto electorales de servicios gubernamentales, con tal de ejercer un poder que descualifique, margine y disponga de sus “enemigos étnicos” sin someterse al debido proceso de ley.
Al igual que en el caso de los juicios contra el KKK y sus adeptos, los hechos y testimonios inculpatorios no hacían mella en la decisión de los jurados de exculpar a los violadores y asesinos blancos por ultrajar negras y linchar negros de ambos sexos, la incitación de Trump a sus sediciosos para asaltar el Capitolio, ultimar policías y buscar a Mike Pence y a Nancy Pelosi para lincharlos, no inmutaron a los 197 congresistas que votaron contra el residenciamiento y a los 43 senadores que lo exoneraron del mismo.
No obstante, la reacción del poder institucional Republicano a la apropiación del partido por parte de Trump que le eximió de su responsabilidad por el intento de golpe, no se hizo esperar. El mismo sábado 13 de febrero, Mitch McConnell, en una astuta movida política, prácticamente emplazó al aún no confirmado próximo secretario de justicia federal, Merrick Garland, a la procuradora del estado de Nueva York Letitia James, al de la ciudad de NY, Cyrus Vance, al procurador de Washington, D.C., Karl Racine, y la procuradora del Condado de Fulton en Atlanta, Fani T. Willis, a radicarle cargos al ex presidente Trump por sus múltiples delitos municipales, estatales y federales.
“No hay duda, ninguna, de que el presidente Trump es práctica y moralmente responsable de provocar los acontecimientos del día… Las personas que irrumpieron en este edificio creían que estaban actuando según los deseos e instrucciones de su presidente”, dijo McConnell. “El líder del mundo libre no puede gritar durante semanas que fuerzas oscuras se están robando nuestro país y luego fingir sorpresa cuando la gente le cree y hace cosas atroces. […] Las personas que irrumpieron en este edificio creyeron que estaban actuando según los deseos e instrucciones de su presidente…“
“Y [el] que tuviera esa creencia fue una consecuencia previsible del creciente crescendo (sic) de declaraciones falsas, teorías de conspiración e imprudente hipérbole que el presidente derrotado seguía gritando en el megáfono más grande del planeta Tierra… No se trata solamente de su endoso de las expresiones en las que un asociado suyo urgió a un ‘juicio por combate’. También fue la entera atmósfera manufacturada de inminente catástrofe, los crecientes sanguinarios mitos sobre una abrumadora elección revertida, que de alguna forma estaba siendo robada [en] un golpe de estado secreto, por nuestro actual presidente y cuyas expresiones insultan a millones de votantes. Esa es una absurda distracción. Setenta y cuatro millones de americanos no invadieron el Capitolio. Cientos de amotinados, sí. Setenta y cuatro millones de americanos no diseñaron la campaña que lo provocó. Una persona lo hizo. Una persona.”
“El 6 de enero fue una desgracia. Ciudadanos estadounidenses atacaron a su propio gobierno. Utilizaron el terrorismo para tratar de detener un proceso democrático específico que les disgustaba… El presidente Trump sigue siendo responsable, como ciudadano común, por todo lo que hizo mientras estuvo en el cargo. No se salió con la suya, todavía. Todavía”, añadió. “Tenemos un sistema criminal en este país. Tenemos litigación civil. Y los ex presidentes no están exentos de enfrentar responsabilidades en ninguno de los dos.”
Por su parte, el senador Republicano Rob Portman de Ohio, quien votó para exonerar a Trump dijo: “He dicho que lo que hizo el presidente Trump ese día fue imperdonable porque en su discurso alentó a la turba, y que tiene cierta responsabilidad por la trágica violencia que ocurrió. También he criticado su lenta respuesta cuando la turba irrumpió en el Capitolio de los Estados Unidos, poniendo en riesgo la seguridad del vicepresidente Pence, los agentes del orden y otras personas que trabajan en el Capitolio. Incluso después del ataque, parte del lenguaje en sus tuits y de un video, mostraba simpatía por la violenta turba. En respuesta, pedí al presidente Trump que ‘inste explícitamente a sus seguidores a permanecer en paz y abstenerse de la violencia’».
“Pero la pregunta que debo responder no es si el presidente Trump dijo e hizo cosas imprudentes y alentó a la turba. Creo que eso pasó. La pregunta inicial que debo responder es si un ex presidente puede ser condenado por el Senado en el contexto de un juicio político… En cambio, el lugar apropiado para abordar la conducta de los ex funcionarios es el sistema de justicia penal. De hecho, la Constitución deja en claro que los ex presidentes están sujetos al sistema de justicia penal. Ahí es donde deben abordarse las cuestiones planteadas por las acciones y palabras inexcusables del presidente”, añadió.
Con estas declaraciones, McConnell y Portman, le administraron una estocada que anticipa sea mortal al ex presidente. Tras atrasar el juicio hasta que Biden ocupara la presidencia para luego escudarse con que no se le podía expulsar de ella pues ya no la ocupaba, el presidente del Senado, retuvo su liderato al aliarse con la mayoría Republicana que quería exonerarlo por temor a su poder de convocatoria sobre la base del partido, pero se lo entregó en bandeja de plata a los Demócratas para que lo enjuicien “por todo lo que hizo mientras estuvo en el cargo”. De esta forma, anticipa que las múltiples acusaciones, amén de las demandas civiles y la posible bancarrota por el impago de cientos de millones de dólares que vencen en los próximos años, lo descualifiquen, sobre todo ante los sectores conservadores no radicales del partido. De esta forma, el GOP, y él como líder que desterró al vapuleado ex presidente, anticipa ganar las elecciones congresionales y añadir 34 senadores más en el 2022, así como controlar ambas cámaras y el Ejecutivo en el 2024.
Nadie sabe a ciencia cierta, cuánto poder retendrá Trump tras su exoneración y como resultado de la embestida de McConnell y Portman. Sin Tuíter, Facebook, Instagram y algunos de sus principales aduladores de Fox News para espolear su base de incondicionales, no es posible asegurar cuánto recobrará su liderato anterior. Envalentonado por la acción del Senado, se lanzará en un “tour del desquite” para castigar detractores y apoyarle contrincantes en primarias. Pero, simultáneamente, a medida que miles de Republicanos abandonan el partido en repudio a su persona, y que decenas de patrocinadores detienen sus contribuciones a los comités de campaña, habrá que ver cuántos de los que le retaron prevalecen, brindándoles un hálito de confianza a los indecisos que lo odian pero le temen, para desafiarle y respaldar a McConnell como líder indiscutible del GOP.
El partido no aprobó una plataforma para las elecciones del 2020, quedándose sin política pública que impulsar que no fuese lo que improvisase Trump. Su histórico compromiso con recortar las contribuciones ha triplicado en vez de reducir la deuda pública, otro de sus estandartes. Su defensa de los valores morales se ha visto impúdicamente mancillada por la conducta de un presidente que personifica los siete pecados capitales. El respaldo incondicional de los evangélicos blancos ha expuesto la hipocresía de sus postulados moralizantes y socavado su credibilidad. Su errática política externa lo ha colocado del lado de los tiranos más vergonzosos del planeta y ha vulnerabilizado la nación a sus desafiantes ataques ideológicos y cibernéticos.
En este primer asalto por el título de “líder supremo”, McConnell, a coro con Portman, le descargó un golpe mortífero al ex presidente. Gane quien gane, si Biden no comete algún error imperdonable, los Demócratas serán los indiscutibles ganadores de la contienda. Con Trump, el Partido Republicano, como reveló Isabelo Zenón en su Narciso descubre su trasero, no podrá evadir el hecho de que detrás del narcisismo del ex presidente se gangrena el racismo como raíz de las disfunciones y catalítico que impulsa al suicidio a los EEUU a como sociedad.