La guerra de las falacias: la cultura geek dentro del derrumbe social
Episodio I: El imperio se escocota
Es un tiempo de grandes conflictos. La caída de muchos de los mitos geopolíticos y culturales estadounidenses forma parte de nuestra actualidad. La tierra de la libertad cada día patina más y más al protofascismo, y lo digo para no comprometerme con decir fascismo propiamente. La era del presidente Donald Trump es meramente un síntoma, no la enfermedad, que aqueja a nuestros colonizadores. El problema surge de las raíces de la hegemonía política en decadencia, y una economía neoliberal que reduce la calidad de vida de la inmensa mayoría de las personas en ese país, creando conflictos de clase agudos y difíciles de enfrentar. Los puertorriqueños, como propiedad de Estados Unidos, conocemos muy bien la creciente precariedad que acecha, aun si muchos no podemos articularla.Quedándonos en el orbe cultural estadounidense, vale la pena hacer énfasis en cómo la caída de un imperio se expresa culturalmente, en específico en la siempre creciente toxicidad de las redes sociales (que creo abarca todos los ámbitos). Claro, hablar de esto también es otra excusa para hablar de Star Wars, o como la conoce el mundo hispano gracias a la misma gente que tradujo Home Alone como Mi pequeño angelito, La guerra de las galaxias.
En este ensayo pretendo expresarme y, en ocasiones, dar a conocer el lado oscuro (pun intended) de los llamados fandoms en la internet, pero específicamente el de Star Wars. Este aspecto no solo puede mirarse dentro del contexto más amplio del hostigamiento online, que mencionaré de forma general, pero también nos dice mucho del estado actual de la cultura estadounidense donde, mientras la ciencia ficción continúa su misión de sensibilizarnos ante las diferencias, la susodicha cultura, amante de la ciencia ficción, parece rechazar este paradigma. Es la lucha contra la aceptación y la diferencia dentro de la aceptación y la diferencia mismas. ¿Esto es una expresión meramente de disonancia cognitiva o, peor aún, síntomas complejos y, en casos, tenebrosos del estado actual de la cultura popular estadounidense?
Puede sorprender a un observador que no esté inmerso en la cultura geek saber que esta, al menos su manifestación en las redes sociales como Facebook, Twitter (la cual estoy comenzando a usar y ya me ha detonado par de neuronas) o Instagram, es sumamente venenosa. Este fenómeno ha sido estudiado académicamente, pero en general, las redes sociales han creado un espacio donde, a través de la relativa seguridad que provee la distancia entre usuarios con una conexión a la internet, personas pueden expresarse de una manera muy distinta a como lo harían bajo el ojo de un público tangible que podría romperle la cara a la persona que se expresa. Imagínese que en la fila del banco, la persona detrás de usted le propicie epítetos racistas, le amenace, le diga que está gordo, insulte a su progenitora, le empuje y tome su lugar en la fila. Supongo que, si la circunstancia lo permite, usted intentaría defenderse. ¿Y si no pudiera defenderse? Si esta persona le insulta y le humilla sin que usted pueda detenerlo, ¿no cree que el otro sentiría algún incentivo de continuar haciendo lo que está haciendo?
Esta situación describe mucha de la interacción que se da en las redes sociales, no solo entre desconocidos comunes y corrientes, sino entre fans de cine, series, y todo el mundo del espectáculo, los creadores, productores, directores y escritores que trabajan en estos ámbitos. Incluso periodistas, en el mundo cibernético, reciben amenazas no solo de las mafias nacionales aliadas a los grupos de poder, sino también de personas comunes que se sienten ofendidas. En situaciones extremas de abuso o, como usualmente le dicen, bullying, estas personas se ven obligadas a cerrar sus cuentas en redes como Instagram o Twitter, y abandonar por un tiempo su aparición en otros medios de comunicación.
Bueno, pero todos sabemos esto, que la gente puede ser estúpida, intolerante y, en el peor de los casos, racista, sexista, y todos los ismos que demuestran la peor incapacidad de reconocer una pizca de dignidad en otro ser humano. Veamos, por ejemplo, un caso reciente en la comunidad online de gaming (los videojuegos), la cual se ha vuelto insoportable luego del caso del #GamerGate. Los videojuegos grandes, llamados AAA por su calidad (y el dinero invertido en su producción), han tenido la tendencia últimamente de depender de microtransacciones, a modo de las aplicaciones de teléfono. Un nuevo juego de Ubisoft, Assassin’s Creed: Odyssey (que está a punto de llegar a mi buzón y no puedo esperar a jugarlo), utiliza unas microtransacciones que han causado controversia. El periodista de tecnología y juegos, Jason Schreier, se expresó sobre el asunto, comentando que no sentía que el juego le obligaba a gastar dinero extra en estas transacciones, y aludió a cómo la cultura de YouTube lleva a algunos creadores en esta plataforma al sensacionalismo sobre estos temas para sacarle views, y por ende dinero, a estas controversias. Por expresar su opinión sobre este tema, Jason Schreier recibió un ataque en su Twitter que rápidamente evolucionó a un ataque antisemita contra su persona. Todo esto, notará un observador externo, solamente por expresar su opinión sobre videojuegos.
El tema al que quiero llegar con esto difiere de los videojuegos en un aspecto muy importante: Star Wars, al igual que otras series de ciencia ficción como Star Trek y Mass Effect (un videojuego), basan sus premisas narrativas en temas como la aceptación, la diversidad, la lucha contra la tiranía y un ethos sobre la búsqueda de un contenido humanista dentro de un mundo tecnocrático. En Star Trek y Mass Effect vemos temas sobre racismo y xenofobia, donde claramente los escritores se posicionan en contra de estas tendencias. En Star Wars, que comienza como una crítica a la era de Richard Nixon y la guerra de Vietnam, vemos una crítica a lo largo de la saga al totalitarismo, el belicismo, el profiteering en la guerra y la esclavitud (con referencias a la Guerra Civil estadounidense, nombrando a los villanos de la Guerra de los clones como “confederados”). Estos temas y otros de la misma envergadura forman parte de los valores de la saga que hasta el día de hoy comprende once lanzamientos teatrales y tres series animadas de televisión (The Clone Wars, Rebels y Resistance, que estrenó el pasado 7 de octubre de 2018). Supongo que es difícil concebir, tomando esto en cuenta, que incluso la comunidad de fans de Star Wars está infectada de tendencias político-sociales nacionalistas (en el contexto estadounidense), racistas y misóginas que, desde el principio, la saga se ha posicionado en contra.
¿Cómo es posible que un género como la ciencia ficción, que históricamente ha cuestionado al poder y ha abogado por la diversidad, albergue fans que la consumen pero que se expresan tan hostiles a sus manifestaciones tan esenciales? ¿Estaremos mirando un caso extremo de disonancia cognitiva?
Quiero hacer la salvedad de que estas tendencias sociales, que suelen estar emparentadas a políticas de derecha (en términos sociales, no necesariamente económicos), no tienen un carácter unitario como, digamos, la areté griega, que poseer una parte de ella implica poseerla completa. Para nada. El hecho de que un fan se exprese de manera racista contra un actor, como ocurrió luego del anuncio de que John Boyega sería uno de los protagonistas de The Force Awakens (2015), no quiere decir que este fan recoge todas las otras tendencias (como la misoginia). Sería una expresión de un liberalismo bipartidista burdo y grotesco de mi parte el querer reducir las complejidades políticas a etiquetas al estilo Coca Cola y Pepsi. Sin embargo, es útil, para propósitos de análisis, tratar de ver la relación ideológica que tienen todas estas tendencias entre sí.
El acoso cibernético que se ha vuelto común en la vida del fan de Star Wars, como hemos visto en el caso de la actriz principal Daisy Ridley, pero también de Kelly Marie Tran y Ray Park, se dan en el contexto de un fandom cuya premisa de entrada es la diversidad y la aceptación. Poco a poco, no obstante, los elementos tóxicos de la vida online se entremezclan y conviven con valores completamente contrarios. ¿Por qué ocurre esto? Dejando de lado la posibilidad de análisis e interpretaciones literarias, prefiero en este momento hablar de cómo estos elementos tóxicos tienden a vincularse con la derecha política, en especial cuando se ha tratado de campañas de bullying hacia autores y creadores de Star Wars que buscan incluir diversidad de personajes (como ocurrió con Chuck Wendig por su novela del 2015, Aftermath, donde introdujo a un personaje homosexual y fue recibido con acoso cibernético por parte de homofóbicos). Estos sectores específicos del fandom reflejan el estado actual de la cultura estadounidense, la cual ha paulatinamente perdido hegemonía política y se apega a los discursos identitarios tradicionales, emparentados en este contexto a una cultura bélica con una definición particular de lo masculino. Con esto, tal cultura busca algún tipo de soporte en tendencias de carácter nacionalista, en especial el contexto nacional-imperialista, “patriótico”, tan cargado históricamente con los traumas del destino manifiesto y la esclavitud. ¿Qué otra cosa pueden hacer los individuos que no sea aferrarse a estos discursos que, con mucho artificio retórico, los invitan a revivir las glorias del pasado?
En el pasado no había Star Wars. Ahora sí. Deben entonces, estos individuos, buscar la manera de unir ambas cosas: su inquietud frente a la pérdida de la hegemonía, que ha sido robada por “enemigos exteriores” (inmigrantes, chinos, rusos, musulmanes) y algunos internos (ciudadanos estadounidenses de extracción hispana, asiática, árabe, mujeres, afroamericanos, etc). Muchos, naturalmente, no articulan estas ansiedades de esta manera, sin embargo, se identifican con la dimensión ideológica que apela a estos sentimientos, que suele ser la derecha política.
Para ver esto, es importante hablar sobre The Last Jedi (2017), la más reciente de las películas episódicas de Star Wars. A pesar de recaudar $1,332,539,889 mundialmente, algunos fans en las redes sociales la consideran un completo fracaso. Sabemos que las redes sociales albergan grandes expertos en ciencias forenses, química, biología y escritura de guiones (vamos, es sarcasmo), y no hay escasez de videos en YouTube, grupos en Facebook de shitposting y personalidades extremadamente tóxicas en Twitter que crean la impresión de que este es el sentimiento general sobre la película dentro del fandom. Algunos hasta promueven teorías de conspiración sobre un supuesto ataque concertado por parte de Disney y Lucasfilm hacia cierto grupo de fans (como es el caso de canales de YouTube como Geeks+Gamers y Mike Zeroh). ¿Por qué esta reacción, que ha llevado a algunos a hostigar a los actores de la película, e incluso al director, Rian Johnson?
Entre las razones citadas como evidencia para destacar lo “horrible” que supuestamente fue esta película, en su mayoría se encuentran comentarios cargados políticamente y que tienden a estar identificados con la derecha política. También, vemos discursos atados a la mal llamada “Alt-right”, la derecha “alternativa”, que es simplemente la derecha de siempre diciendo las mismas cosas, pero con mejor marketing. Cualquier fan que participe de las actividades del fandom en la internet se ha topado con comentarios de índole misógina y racista al leer las razones por las cuales estos grupos detestan la película. Ben Shapiro, un comentarista de derecha y un completo desconocedor de virtualmente todo tema que cubre, ha tenido una campaña en contra de las películas nuevas de Star Wars en su plataforma mediática. Una simple búsqueda de su nombre atado con el nombre de las películas resulta en enlaces a un sin número de “análisis” incoherentes sobre la “agenda izquierdista” de las películas nuevas en contra de los valores conservadores (obviando que las películas originales ponían como villanos a hombres blancos con acento británico deliberadamente).
La evidencia sobre estas tendencias en la comunidad de Star Wars está frente a nosotros constantemente y, como fan inmerso en grupos y foros de discusión, siento que es risible negar su existencia. Sin embargo, un artículo reciente de Morten Bay, titulado Weaponizing the haters: The Last Jedi and the strategic politicization of pop culture through social media manipulation, publicado a través de ResearchGate, estudia los tweets dirigidos a Rian Johnson entre el 13 de diciembre de 2017 (cuando la película estrenó en Europa) y el 20 de julio de 2018. El estudio demuestra que los comentarios negativos dirigidos al director suelen ser, en su mayoría, de índole racista en contra de los actores negros, asiáticos y latinos prevalecientes en la película, y en contra del rol protagónico de las mujeres, incluso quejándose de la representación masculina, que ellos entienden fue una torpe para así resaltar valores femeninos (cosa que la película no hace en lo absoluto). Concluye que una gran parte de las personas que expresaron comentarios negativos politizados sobre la película estaban más inclinados a compartir noticias asociadas a una vista positiva de Donald Trump y el bagaje discursivo que este representa. Definitivamente, esto no quiere decir que si a usted no le gustó la película, usted es admirador de Donald Trump. Lo que quiere decir es que la muestra analizada de sobre 900 tweets (o cuentas de usuario, no es muy claro, ya que entre los errores del autor está el confundir ambas cosas, lo cual afecta sus conclusiones) dirigidos a Rian Johnson tenían estos contenidos políticos.
El artículo, aunque interesante y digno de toda una discusión en torno suyo, tiene lamentablemente un aspecto que raya en el absurdo. Aunque en su misma conclusión se ve que esto es mínimo, el autor insiste en la narrativa de que esto tiene que ver con una intervención por parte de Rusia para desestabilizar la cultura estadounidense. No solo que la paranoia del establishment neoliberal demócrata sobre Rusia es más discursiva e ideológica que fáctica, sino que me parece absurda la narrativa que intenta exportar la responsabilidad sobre las tendencias protofascistas que se están dando en el imperio estadounidense, así como el gobierno de Estados Unidos exporta drones, armas y terror. En vez de reflexionar sobre la misma sociedad estadounidense, autores que miran el alza del “Alt-right” tienden a buscar un chivo expiatorio extranjero para no tener que enfrentarse a las realidades imperialistas, racistas, sexistas y xenofóbicas bajo las que se ha construido la identidad estadounidense. Para un estudio sobre cómo la cultura de internet ha alimentado a estos grupos de derecha, y que no busca chivos expiatorios extranjeros, recomiendo las discusiones en torno al libro de Angela Nagle, Kill All Normies, como por ejemplo, el documental Trumpland.
En su artículo, Bay expresa que desde sus inicios, como ya hemos visto, Star Wars parte de ideas o preocupaciones que se identifican con la izquierda política. Esta aseveración debemos tomarla con pinzas, considerando que la definición que tiene la cultura estadounidense sobre qué es izquierda es sumamente amplia (mientras que su definición de la derecha es bastante cerrada). Digamos, mejor, que Star Wars ha expresado preocupaciones de índole progresista y liberal (en el sentido estadounidense). Estos valores que forman parte de la temática de Star wars dependen de premisas que, en definitiva, son contrarias al patriotismo estadounidense, según definido por los discursos culturales que lo sustentan. La crítica al imperialismo en la saga es clara, pero la indagación a este tema va más allá, pues el Imperio Galáctico tuvo un pasado, un pasado en el que, al igual que Roma, el poder no estaba centralizado alrededor de una figura única y sus influyentes allegados. El imperio fue una república. El fascismo fue una vez una democracia.
Así es que vemos en las precuelas de Star Wars, episodios I-III (recordemos que la saga no está contada en tiempo lineal), y en la serie televisiva The Clone Wars, ubicada en la misma época de la República, una crítica al corporativismo y la avaricia, representados en el ejército mecánico que invade el pacífico y edénico planeta Naboo, evento que lleva a la galaxia a una guerra civil donde se forma un gobierno rebelde (Confederado) que busca separarse de la República (que representa la federación estadounidense y no a la ONU, como a veces se interpreta). La tensión entre lo natural y lo artificial, entre vida y automatización, entre fines y medios, define este periodo de la saga y extiende las críticas a un secularismo tecnocrático que se avisan ya desde la película original de 1977. Este tema forma parte integral del personaje Darth Vader, quien es un cyborg que ha perdido, aparentemente, toda su humanidad.
Igualmente tenemos, dentro de la lucha contra el totalitarismo, posturas divergentes y conflictivas que crean un universo narrativo complejo. No todos los confederados separatistas son esclavistas, y solo quieren que la República reconozca la soberanía del senado separatista (y la insistencia de continuar la guerra por los senadores republicanos muestra los comienzos de la estructura corrupta imperial). Algunos confederados, que técnicamente son los villanos en las precuelas, se volverán héroes en la Alianza Rebelde, el heroico grupo de libertadores de la trilogía original (un ejemplo de esto es el personaje del actor mexicano Diego Luna,Cassian Andor, uno de los protagonistas de la pelicula Rogue One de 2016). La ambigüedad moral sirve, al igual que en los dramas trágicos, para mostrar la necesidad imperante del diálogo y el acuerdo si es que la sociedad llegará a la concordia y a ponerle fin a la injusticia.
Dentro de todo este entramado de significados y mensajes, vemos un fandom en las redes que muestra una convicción en valores muy distintos. Claro, no somos, como espectadores, reflejos de las historias que recibimos, consumimos y disfrutamos. Tampoco es una obligación (tal vez) reflexionar sobre ellas. No obstante, es sumamente desconcertante que un fandom, que debe caracterizarse por el compartir apasionado de contenido y medios entre personas con un gusto similar que toma la forma de un nicho (Star Wars siendo el nicho más grande del mundo), manifieste unos rasgos tan problemáticos como estos. Si en espacios donde se le permitió ser a jóvenes que alguna vez se sintieron raros, excluidos e ignorados se permite la conducta exclusiva, abusiva y tóxica, ¿qué función cumple dicha manifestación de la cultura? Si los fandoms pierden esta característica de recoger a los excluidos para volverse excluyentes ellos mismos, su idiosincrasia se nulifica.
Esta es una de las pruebas de fuego que la cultura pop en los Estados Unidos debe enfrentar en esta época tan incierta en la que han salido al sol las ratas más apestosas de las cloacas. La crisis en todos los órdenes de la sociedad impulsa un cambio en el que si no participamos, seremos arropados por el devenir del momento. No se trata de una guerra cultural, sino de luchas de clase dentro de la cultura. En un país que no está muy, muy lejano, la lucha por conquistar una nueva identidad está germinando. En lo que esto ocurre, yo solo cuento los días para ir a Celebration Chicago, la convención de Star Wars en el 2019 y para por fin presenciar el final de la saga en Episodio IX. Mientras tanto, los fans siempre estamos pendientes a quién será la próxima víctima del hostigamiento dentro de la familia de Lucasfilm; como es muy sabido, nadie odia más a Star Wars que un fan de Star Wars.