La nueva época del odio

Es claro que el nacimiento y desarrollo de todos los países de las Américas tiene vínculos inseparables con el racismo que se usó como la justificación para el colonialismo. Pero cuando te enfrentas con un espectáculo pensado y planeado por el asesino de 48 musulmanes en Nueva Zelanda hace unas pocas semanas, se puede decir que hemos entrado en una nueva etapa de odio. Una etapa en la cual se ha fusionado el racismo extremo con los efectos oscuros del internet: el mass killing convertido en un meme.
El día después del ataque los medios estaban hablando de cómo antes del ataque el asesino había publicado un manifiesto de 87 páginas llenas de burlas y vulgaridades impronunciables. Pero mucho era parte de un código de memes establecidos como referencias a otros ataques anteriores, como el de Pittsburgh, el genocidio en Bosnia, y Anders Breivik, el noruego neo-nazi que mató 77 personas en 2011. Es más, llevaba una bolsa con el símbolo del “Black Sun,” el mismo que fue usado por racistas en la conflagración en Charlottesville en 2017.
Y para colmo, por supuesto, puso el link a la página donde hizo su asquerosa transmisión en vivo de la masacre por Facebook Live. Este acto–incluso que se ha revelado que exigió a la audiencia subscribir a la página de PewDiePie, una estrella de YouTube que hace reseñas de juegos de video—indica que toda la acción de la masacre se podía interpretar como un meme para compartir con un mundo poblado por racistas extremos.
¿Qué conclusión sacamos de todo esto? El proyecto de “white supremacy” se ha transformado de una red desorganizada y caótica a un fenómeno cultural que refleja lo más banal de la vida común, la adición al internet. De esa manera puede expandirse a un proyecto de odio generalizado con la posibilidad de ser adoptado por cualquier consumidor.
Aunque todo parece lejano desde el punto de vista que tenemos en el mundo caribeño, latinoamericano, y quizás hasta en los barrios de Nueva York, este fenómeno surge con un peligro significativo. En esta nueva época, el odio se reproduce en la lógica de white supremacy a través de su circulación cibernética. Aunque surge desde el miedo de la mayoría blanca de los Estados Unidos de ser reemplazados por gente de color (“You will not replace us,” gritaron los neo-Nazis en Charlottesville) el odio se generaliza como especie de clickbait.
No tenemos que ir más lejos que la controversia reciente sobre la caracterización estereotípica racista de la comediante Yeka Rosales sobre la actriz indígena de México Yalitza Aparicio, y también su paisano Sergio Goyri. Ahí está la presencia sorprendente de americanos de ascendencia latina en discursos de Trump, los estadistas que gritan “USA”—ahora frecuentemente interpretada como un código de intolerancia– para abuchear a Carmen Yulín Cruz durante la sesión del Comité de Recursos Naturales de la Cámara, y la ascendencia del racista y homofóbico Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil. ¿Y cuántos conocen la historia de Alex Michael Ramos, un boricua de Nueva York que se mudó a Atlanta, se unió con un grupo racista y fue encontrado culpable de un ataque racista durante los hechos de Charlottesville en 2017?
Hay un montón de teorías sobre por qué ha surgido esta nueva época de odio. La globalización exacerbó la pobreza de los países en desarrollo, forzando una migración hacia el norte y causando resentimiento de europeos y norteamericanos. Le echaron la culpa de la caída de los salarios a los migrantes, la imagen de la nación se sintió amenazada, y llamaron al cierre de las fronteras. O quizás tiene más que ver con la violencia de siglos durante las conquistas de las Américas, y las colonias en África y Asia, por las cuales nadie ha asumido la culpa. La violencia del pasado no falla en regresar a casa.
Quizás Trump no colaboró directamente con Rusia y quizás no ha afectado tanto el dicho hacking que hicieron ellos hacia las elecciones de 2016. Pero lo que tienen en común Trump y Putin es la necesidad de distraer mientras proceden a robarse toda la riqueza para sus amigos oligarcas. Puede ser que la distracción más efectiva no es el sexo y las drogas sino el auge y la amplificación de la intolerancia.
Todos los marketers lo saben. La gente enojada, llena de odio, hace más clicks. Y así es que ganan Facebook, Twitter y todas las plataformas de las redes sociales. Compartiendo la nueva época de odio.