La verdad dura
En lo que toca a las generaciones que se han levantado, sea la de Albizu o la presente, ese estado colonial es una aplanadora de sueños, una máquina demoledora. Ya sabía yo que cuando el Nuevo Día comenzó a lisonjear algunos aspectos de las movilizaciones recientes es porque el instinto de clase de los Ferré-Rangel les decía que, tras bastidores, allí donde en realidad cuenta, en la intervención callada de las agencias de inteligencia del imperio, se cuajaba otra emboscada para nuestro pueblo. Las movilizaciones que llevaron a la renuncia de Rosselló representan, como otras en el pasado, una primera fase de un posible levantamiento revolucionario de nuestro pueblo, pero solo una primera fase. En ella se universalizaron, como en otras ocasiones (con el apoyo de grandes artistas, como en el pasado, con una efervescencia cultural tremendamente caribeña, como en el pasado), las aspiraciones libertarias de nuestro pueblo. Pero, para lo que está ese aparato colonial es para evitar el tránsito de ese universal preñado de determinaciones, a un particular que cierre el curso obligado del silogismo boricua. Estamos frente a la misma ecuación que confrontaron Albizu, Concepción de Gracia, Corretjer y Filiberto.
Pasada la euforia, se impone la realidad dura de que para afirmarnos como pueblo, no nos queda otra que canalizar nuestros esfuerzos hacia la toma del poder. Y es ahí donde el imperio y sus lacayos del patio tiran la raya. Exactamente 69 años atrás, Albizu Campos, en un clima político y cultural tan magnifico como el presente, rodeado de algunas de las estrellas más grandes de la literatura y música boricua, quiso poner el segundo momento del silogismo libertario: pasar del reconocimiento de la contradicción a su solución, mediante el acto particular de organizar una revolución independentista. Fue un acto valiente y maravilloso, que incluso hoy no ha recibido todo el mérito que tuvo.
En Puerto Rico, por la vocación de un hombre de pequeña estatura física pero inmensa talla revolucionaria se dio inicio al gran ciclo de movimientos insurreccionales de América Latina en la segunda mitad del siglo XX. De hecho, la acción del 30 de octubre de 1950 fue, incluso en sus logros inmediatos, más impresionante que el ataque al cuartel Moncada en Cuba. Y si bien una buena parte de la intelectualidad liberal en esa hermana nación condenó las acciones de Albizu, tres años después celebrarían las de Fidel. ¿Cuál fue la gran diferencia entre el fracaso de una y el logro de la otra? El hecho increíble de que la dictadura de Batista, el neocoloniaje en Cuba, era en 1953 sorpresivamente más vulnerable a la presión del pueblo que el aparato colonial en Puerto Rico en 1950. Batista cedió, por un instante breve, en lo que el imperio nunca ha cedido en Puerto Rico. Fidel fue eventualmente liberado. Nuestros líderes revolucionarios, por el contrario, tal como los de Haití, han sido siempre asesinados, de una manera u otra, en cárceles oscuras o a media noche a manos de expertos francotiradores. Este estado colonial, que hoy se ajusta para una vez más darle un golpe a nuestro pueblo, es un estado duro, que no permite, ni por un instante, vacilar acerca de quién manda en la colonia. Lo que en realidad es único, particular, de la presente generación, es que le toca la dura tarea de emprender lo que las generaciones anteriores no han logrado, no por falta de vocación de lucha, sino por la dureza misma del aparato estatal colonial. Ahí está de nuevo esa realidad inamovible, una y otra vez cuestionada por nuestra gente. Es una verdad dura y de nada nos sirve ocultarla…