Lenguaje y techné: la gramática de las Américas
Tengo el defecto de ser americano.
—Simón Rodríguez, Extracto sucinto de mi obra sobre educación republicana (1849)
Sociedades americanas
A nivel histórico, dos modelos republicanos de independencia —el de Estados Unidos (1776) y el de Haití (1804)— marcaron las posibilidades y al mismo tiempo las fronteras, los miedos y las inseguridades del proyecto latinoamericano. Para Rodríguez, el “defecto de ser americano” alude entonces a la posibilidad de crear nuevos ciudadanos, de ciudadanos que no tienen miedo de crear un lenguaje propio de gobierno y modernidad.Este ensayo es una mirada a la conexión entre lenguaje, política y utopías sociales en la obra de Simón Rodríguez y su visión de una gramática de las Américas.[1] Su proyecto filósofico, cultural y moral, centrado en los preceptos del Iluminismo, parte de una techné o tecnología social de inclusión de las poblaciones subalternas —negros e indígenas—, dando así forma a un emancipatorio proyecto de educación. A partir de su visión de una “gramática de las Américas”, Rodríguez plantea una perspectiva crítica con respecto a los modos de gobierno y, al mismo tiempo, elabora una propuesta de inclusión ciudadana. La primera parte de este ensayo se centra en la gramática a partir de la definición de techné como el arte de gobernar bien, y la segunda parte es un análisis del proyecto de educación pública de Rodríguez, sus posibilidades y sus limitaciones. El ensayo concluye con una meditación sobre la visión de ciudadanía en Rodríguez y sus conexiones con un proyecto liberal-iluminista.
La crítica latinoamericana ha visto el proyecto de Rodríguez desde ángulos complementarios que lo sitúan como una figura de formación iluminista y de ideales republicanos. Susana Rotker señala que la gramática de Rodríguez se constituye como una parodia de las reglas de la Real Academia de la Lengua Española y, particularmente, del estilo neoclásico del filólogo y estadista Andrés Bello. En su Gramática castellana, Bello, junto con otros filólogos de la época —como Andrés García del Río— define una visión “americana” de la lengua, en la cual “pintar las palabras” se asocia con la práctica de un vocabulario sencillo y conectado al uso (120). Para Rodríguez, la representación de la oralidad, el uso y la sencillez se relaciona también con el modo en el que se organizan las palabras en el texto, en el uso de columnas, letras mayúsculas e interjecciones. Para Beatriz González-Stephan, aunque Bello y Rodríguez tienen estilos distintos, es en su interés por definir “lo americano” en donde radica su aporte y novedad.
Leo la gramática de Rodríguez como una tecnología de “oposición”, en la cual la palabra, concebida en tanto techné y fundada en ideales republicanos, liberales y masónicos de la Revolución Francesa, busca “armar” las conciencias ciudadanas por medio del buen gobierno. Esta gramática de buen gobierno es crucial para los proyectos de fundación republicana en Cuba y Puerto Rico, y será clave para entender los modos de inclusión de la población negra y mulata en proyectos tardíos como los de Ramón E. Betances o José Martí[2]. Para Rodríguez, el discurso político y en general la escritura constituyen la base de la gramática social. Su lema principal —“escribir es pintar con palabras”— resume su ideal filosófico y asimismo define la visión del lenguaje de otros pensadores de su tiempo, como Andrés Bello o Juan García del Río. En un artículo para la Biblioteca Americana o Miscelánea de Literatura, Artes y Ciencias (1823), estos autores definían el concepto de pintar con palabras al modo de Rousseau, señalando lo siguiente: “Se forman las cabezas por las lenguas, dice el autor del Emilio, i los pensamientos se tiñen del color de los idiomas” (“Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América”, 50).
Si Andrés Bello es el ejemplo de una gramática fundacional a nivel del estado-nación, y de un proyecto educativo racional (como el de la Universidad de Chile), Rodríguez estuvo aliado a los planes estatales de Bolívar por un período muy corto de su vida. En ese sentido, puede afirmarse que contrario a Bello, Rodríguez fue una figura “marginal” y, al mismo tiempo, una voz crítica de estos mismos proyectos de fundación nacional. Su visión de “colonizar con los mismos habitantes del país” creó muchos choques con las élites republicanas, en particular por su visión de una educación mixta (de ambos géneros) y, al mismo tiempo, pública e integrada (racialmente). La conciencia crítica o doble (double consciousness) del discurso de Rodríguez refleja los giros de un americanismo crítico y, por lo tanto, condenado al exilio y al “insilio”, dentro y fuera del país y del continente que lo representa.[3]
La conexión entre oralidad y escritura no surge en los pensadores Iluministas sino que ya está presente en el mundo clásico. Para los griegos en el siglo VI-IV, esta relación se organiza a partir de la belleza de la expresión. La logografía o el “arte de pintar” la prosa surge de este vínculo. En la Grecia clásica la logografía era un arte que ayudaba a recordar, ya que recogía diversos tratados en prosa, como narrativas de viaje, descripciones geográficas, genealogías y otros que anteceden a lo que hoy se clasifica como historiografía. Una de las características principales de la logografía era el uso del espacio y el estilo paratáctico para organizar los elementos en un orden estrátegico. Este orden específico, que organizaba el logoi, ayudaba a preservar las memorias y los detalles de ciertas narrativas. En el año 1793, el primer año de la Revolución Francesa, los escritores practicaban la logografía para copiar los detalles de las convenciones políticas. Este método fue abandonado más adelante y relevado por el de la estenografía de Delsart. Sin embargo, para Rodríguez, la logografía resultaba útil porque ayudaba a definir lo que él llamaba “ortología” u “ortología ortográfica” como “el tipo de ortografía que comienza en lo americano” o la capacidad propia del sujeto americano de representar, recordar e incorporar su realidad. Es aquí, precisamente, en donde radica la definición de la techné o la gramática de las Américas en Simón Rodríguez. Cabría preguntarse, ¿por qué el concepto de techné es clave para entender la gramática republicana en la obra de Simón Rodríguez?
La techné es el concepto griego que define el arte en una profesión, ya sea artesanal, (agricultura, medicina) o por medio del estudio y que hace que la persona se emplee como “maestro” de esa técnica (Roochnik 1998). Como señala Roochnik, el uso del término fue cambiando desde los filósofos neo-platónicos hasta Sócrates y Platón. Para Platón y Sócrates, la techné pasó a relacionarse con características del sujeto, en otras palabras, con la habilidad del sujeto de trabajar por sí mismo y por los demás. Por consiguiente, el término pasó a ser parte de un conjunto de deberes ético-morales. De este modo, para los griegos, el concepto no diferenciaba el tipo de trabajo a realizar —por ejemplo, un artesano versus un médico— ya que toda techné se organizaba como parte de un deber social.
La noción de techné es el eje de la filosofía de la modernidad, y sentó las bases para la relación que establece Martin Heidegger entre el sujeto, la tecnología y la modernidad. Al respecto, William y Harriet Lovitt señalan:
As such knowing, techne is a skilled governance that informs every sort of intentional providing and that does so via immediate human responsiveness vis a vis the happening Twofold (physis and techne). Techne as this provisive discernment is an enabling of that which it concerns itself. It so takes place as to engender, to raise up,i.e. it takes place as knowing and able “bringing forth” (Modern Technology in the Heideggerian Perspective, vol 1, 333).
Es así como la techné inaugura para Heidegger un lenguaje de dominio y maestría sobre “las artes, la poesía, la hermenéutica, la filosofía, el arte de fundar estados, la artesanía, y en la capacidad de los marineros, los cazadores” (336). Por su parte, Rodríguez combina ambas visiones de la techné: la visión (pre-socrática) del arte, junto a la noción relativa al cuerpo cívico y al arte de gobernar.
Para Rodríguez la visión del maestro-artesano parte de la ideología liberal pero tiene también una conexión masónica. La masonería traza sus orígenes y preceptos en la figura del maestro-artesano como eje de la civilización y el desarrollo espiritual. Esta visión del sujeto del trabajo coincide con el rol protagónico que Hannah Arendt le otorga al homo laborans en la historia moderna, una agencia que se encuentra presente en las teorías económicas occidentales, desde Adam Smith hasta Karl Marx. En sociedades como la venezolana, al igual que en el resto del Caribe, mucha de la labor artesanal estaba en manos de la población negra o mulata. Es así como la esclavitud pasa a ser el eje principal para describir las relaciones político-sociales. La gramática fundacional de Rodríguez conecta el factor humano del trabajo con las formas gubernamentales para entender y moldear la praxis social. Michel Foucault señala que el término “razón de estado” y su modo de “evocar una racionalidad específica en el arte de gobernar los estados” es un producto de los siglos XVII y XVIII, que en el siglo XIX se transforma para dar paso a “los instrumentos de control ciudadano por medio de la política (“The Political Technology of Individuals”, 406). En sus obras, Sociedades americanas (1828; 1842) y Luces y virtudes sociales (1834: 1840) Rodríguez define el modo de gobernar por medio del lenguaje. En otras palabras, para Rodríguez escribir bien, hablar bien y gobernar bien son “las bases del edificio político-social” (Sociedades americanas, 226-27). La visión de Rodríguez propone usar la educación popular para “colonizar a América Latina con sus propios habitantes”, un proyecto con una base cultural y educativa, pero sobre todo, económica.
Rodríguez comienza a publicar ensayos de pedagogía antes de su exilio en el año 1797, y llevará a cabo estos proyectos al regresar de su exilio en el año 1821. Muchos de estos ensayos —Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento (1794), Notas para un proyecto de educación popular (1830) y el tardío Consejo de amigo dados al Colegio de Latacunga (1851)— revelan su interés por la educación integrada (de ambos sexos), pública e industrial, en el que niños y niñas deberían aprender un oficio además de las primeras letras. Su visión de las escuelas industriales se hallaba moldeada por los proyectos del socialismo utópico francés, las ideas de Robert Owen (Inglaterra) y sus cortas visitas a Polonia y Rusia[4].
Existe un vínculo interesante entre el modelo de las escuelas industriales en Rodríguez con las escuelas que años más tarde, a partir de los 1870, líderes afro-caribeños y afroamericanos como Rafael Serra (Matanzas, Cuba) y Booker T. Washington, fundarán en Cuba y el sur de Estados Unidos con el fin de preparar a la población esclava recién enmancipada para las estructuras económicas del capital industrial[5]. Esta conexión no es una coincidencia si se piensa que el modelo de la escuela industrial surge a partir de las economías de corte liberal y de la visión Iluminista de educar al ciudadano para las transformaciones del capital. El problema principal que enfrenta Rodríguez es el de tratar de aplicar los modelos ciudadanos europeos y su relación con el capital al modelo de explotación colonial de la economía esclavista y el trabajo forzado propio de las Américas. Es entonces cuando el modelo griego de la techné, presente en la filosofía del trabajo y de gobierno de Rodríguez, le permite formular una visión del sujeto artesano como “maestro” de la obra social. En el giro que hace Rodríguez de la techné gubernamental-ciudadana hacia la tecnología leo también las tensiones de su discurso liberal-iluminista. De cierto modo, es cuando Rodríguez confronta el tema del trabajo y el capital, reconociendo que la gramática de las Américas no se acomoda de un modo fácil a las visiones del discurso del trabajo y el ciudadano del socialismo utópico francés y el sindicalismo inglés sino que requiere de un “giro” social propio. Por ahora, es importante resaltar que, en la obra de Rodríguez, la educación es ciertamente un proyecto social, pero que no se está separado de las economías del capital, y así lo pone de manifiesto en sus escritos sobre obras arquitectónicas e hidrológicas como Observaciones sobre el terreno de Vincoaya. En este escrito, Rodríguez plantea un plan hidrólogico y sostenible, a la vez que, en base a éste, ofrece alternativas para organizar el trabajo de la población indígena. Aunque constituye un texto de contenido hidrológico-científico, el tratado se corresponde con su visión filosófica de la techné y de los usos de la tecnología, particularmente con su visión de colonizar el territorio con el trabajo de los habitantes del país. ¿En dónde entonces radica la diferencia entre el pensamiento de Rodríguez y de las propuestas de estos intelectuales reformistas? ¿Por qué el proyecto de Rodríguez falla cuando los proyectos de estos reformistas se convirtieron en empresas fundadas y apoyadas por el estado?
Algunos críticos utilizan la biografía de Rodríguez para resaltar que contrario a estos pensadores reformistas Rodríguez ofrecía una visión más conectada al discurso ético-iluminista (conectado al discurso de otros iluministas como los cubanos José de la Luz y Caballero y José Antonio Saco). Si Saco y Sarmiento apoyaban la emigración europea con el fin de importar trabajadores blancos-libres, Rodríguez creía que los ciudadanos —negros y mestizos— podían educarse como trabajadores. Rodríguez impulsaba entonces, contrario a Sarmiento, un modelo que no creía en la pureza racial sino en el modelo del ciudadano ideal, un modelo en el que cualquier “diferencia” podía ser superada por medio de la educación. Contrario a muchos pensadores de su generación Rodríguez no entendía las diferencias raciales, lingüísticas o culturales a partir del discurso de la “inferioridad”, aunque sí defendía el ciudadano educado, o “asimilado” a los modos de gobierno, como el único modelo posible de ciudadanía.
Este ideal utópico de inclusión habla entonces de socialización, no de eliminación del otro. Si Sarmiento abrazaba ideales positivistas asentados la “degeneración de las razas” y la eliminación del “otro” bárbaro, para Rodríguez la gramática republicana se centra precisamente en lo contrario, ya que se organiza como una tecnología política de inclusión, disciplina y socialización. La educación se entiende aquí entonces como una disciplina social que busca incorporar al otro en un proceso de asimilación a las formas de gobierno. En su tratado sobre Vincoaya, Rodríguez hará referencias explícitas al estado de la población indígena, a sus lenguas y costumbres, poniendo en evidencia su voluntad inclusiva. Por ahora, es importante resaltar que en este tratado Rodríguez tiene una voz que, contraria a la de Sarmiento, no es ambivalente frente a la lengua, la raza o las costumbres de las poblaciones negras o indígenas. Por el contrario, es una voz que expresamente provee alternativas de “ciudadanía” y de transformación económica por medio del trabajo. La leyenda alrededor de la figura de Rodríguez, su rechazo de las élites letradas republicanas, su ateísmo, su convivencia abierta con una mujer indígena con la que tuvo a su único hijo, la desaparición de mucha de su obra en un naufragio y su muerte en la pobreza, lo definen como un cuerpo intelectual “excéntrico” en las sociedades de la época. Lezama Lima invocará su genio en La expresión americana para describir lo que llamaría, su daimon americano.
En las dos ediciones de su texto canónico, Sociedades americanas (1828; 1842) Rodríguez define dos modos complementarios de la techné. Si en el año 1828, esta se enfoca más en la representación, el arreglo y la impresión de las palabras en el papel, una lectura más atenta del texto en el año 1842 revela que aquí se reproduce aquello que Martin Heidegger denomina “esencia” (enframing) en relación con la techné y la tecnología, o “la esencia de la técnica que tampoco es en manera alguna nada técnica” (that way of revealing which holds sway in the essence of modern technology and which is itself nothing technological) (Heidegger, 20) (Barjau, 9). En otras palabras, para Rodríguez, hablar de gramática no radica solamente en hablar de esta y el orden de la sintaxis, sino del lenguaje del estado en tanto problema filosófico y político. En 1842, aquello que está “enmarcado” o mas bien escondido en el discurso de Rodríguez no se relaciona directamente con el lenguaje sino que habla específicamente del lenguaje del gobierno.
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[1] Este ensayo fue publicado en el volumen dedicado al bicentenario de la independencia latinoamericana en la Revista de crítica literaria latinoamericana año XXXVI.71 (Lima-Boston): 2010, 29-53.
[2] La relación de Simón Bolívar con la Revolución Haitiana como un momento clave en los discursos de fundación y ciudadanía en las Américas, específicamente en el modo en el que se entiende lo negro y lo mulato en los territorios colonizados por España.
[3] Leo la experiencia americana en Rodríguez y su situación contradictoria como intelectual frente al estado a partir de la definición de “double consciousness” que define W.E.B. Du Bois en su canónico ensayo, The Souls of Black Folk (1903). Aunque Rodríguez es un pensador del siglo XVIII y XIX, y Du Bois pertenece al siglo XX, es importante ver que muchos de los planteamientos y definiciones del americanismo en su obra anteceden, desde el punto de vista filosófico, social y político, a los de José Martí, W.E.B. Du Bois y muchos pensadores americanos del siglo XIX y XX. Las obras de estos pensadores parten de la crítica abierta al carácter neo-colonial y moderno de la experiencia americana en su diferencia racial (criollo, mestizo, indígena o negro). En el caso de Du Bois, su teoría del “double consciousness” plantea esta misma relación contradictoria entre la situación neo-colonial del sujeto afroamericano frente al estado y a la modernidad.
[4] Robert Owen (1717-1858) es un reformista social inglés, socialista y padre del cooperativismo. Hizo varios experimentos sociales, uno de ellos en Indiana E.U. en el año 1825. Su filosofía, de corte liberal-socialista buscaba aliviar la pobreza, creando mejores condiciones de trabajo y protegiendo el capital. Algunas obras de Owen que posiblemente influenciaron a Rodríguez son, A New View of Society: Essays on the Formation of Human Character (1813), Observations on the Effect of the Manufacturing System (1815).
[5] Booker T. Washington, escritor, periodista y reformista afroamericano fue el fundador del Tuskegee Institute en Alabama, la escuela industrial más famosa en los años de la Reconstrucción en el sur de los Estados Unidos (1865-1877). Su libro Up from Slavery y el Tuskegee Institute sirvieron como modelos para los modelos de integración y movilidad social en el Caribe hispano, ya que varios afrocubanos y afropuertorriqueños estudiaron en Tuskegee. Rafael Serra (1858-1909), periodista, artesano y politico afrocubano fundó su sociedad de apoyo y escuela La Armonía (1879) en Matanzas Cuba utilizando el modelo del cabildo afrocubano junto con los parámetros de la escuela industrial de Washington en Tuskegee. Ver J. Arroyo, Writing Secrecy y F. Guridy Forging Diaspora