Lewis Carroll más Quevedo: la difícil tarea de definir a Carlos Monsiváis
Carlos Fuentes (1928-2012), quien también cabe perfectamente bien en esa misma línea de intelectuales públicos, definió a su tocayo como el producto de la suma de Lewis Carroll y Francisco Quevedo. Aunque la ingeniosa ecuación de Fuentes no es completamente acertada, sí apunta a rasgos esenciales de la obra y la personalidad de Monsiváis. Por un lado, no cabe duda de que este, como el gran poeta y prosista español del siglo XVII, tenía una inmensa capacidad para la crítica y la sátira; también tenía una aguda chispa y una sofisticada imaginación que llevaban a Fuentes a asociarlo con el autor de Alicia en el país de las maravillas.
Pero esta ingeniosa ecuación de Fuentes no define por completo a Monsiváis, ya que muchos rasgos de su obra se quedan fuera de la misma. Para mí, al menos hay dos esenciales de su persona y de su labor intelectual que habría que, por necesidad, añadir a esta ecuación que solo intenta, en verdad, ser brillante pero no completa; no tenía por qué serlo porque es la dedicatoria de una foto. El compromiso de Monsiváis con la liberación sexual y su pasión por la cultura popular, donde hallaba rasgos esenciales que ayudaban a definir la cultura mexicana en el sentido más amplio, son al menos dos de esos elementos necesarios que, entre otros, habría que añadir a la ecuación propuesta por Fuentes.
Quizás sea imposible llegar a una definición sintética de tan compleja figura como es Monsiváis. Quizás por ello mismo nos valga más la no tan ingeniosa pero sí certera aseveración de otro gran intelectual público mexicano, Fernando Benítez (1912-2000), quien apuntaba que “quien no lo ha leído no conoce el país ni a su gente.” (“¿Quién es Carlos Monsiváis?, La Jornada, 15 de julio de 1995) Claramente Monsiváis es una figura imprescindible en la cultura mexicana de su momento y, por extensión y dada su visión continental, de la latinoamericana también. Por ello, entre otras razones, es que le presto atención especial a su obra y a lo que sobre ella y sobre su persona se escribe.
Desafortunadamente, la tarea de mantenerme al tanto de lo que en nuestros días se publica de y sobre la obra de Monsiváis es difícil dada la escasa circulación de esos nuevos textos fuera de México. Sus libros canónicos —Días de guardar (1970), Amor perdido (1976), Los rituales del caos (1985), entre otros— son accesibles fuera del país. Pero hay algunos de su autoría que no se consideran canónicos pero que son imprescindibles y que son de muy difícil acceso. Peor es la situación de textos acerca de su obra. Por ello, cada vez que viajo a México traigo en mis alforjas todo lo que de él y sobre él encuentro y aún no tengo. Y esa tarea, aún en México mismo, no es tampoco muy fácil. Recuerdo como deambulé por librerías, especializadas y populares, en busca de una guía de la Ciudad de México que crearon varios amigos suyos tras su muerte —¿A dónde vais, Monsiváis? Guía del DF de Carlos Monsiváis (México, Grijalbo, 2010)— que se agotó casi inmediatamente y que no circuló fuera del país. (¡Eureka! La hallé, por suerte y maroma, “of all places”, entre postales y discos en la pequeña tienda de un restaurante en la periferia del Centro.) Hay otros textos sobre él que nunca he podido adquirir ni hallar en bibliotecas no mexicanas. Mantenerme al tanto de su obra y de lo que sobre la misma se publica no es tarea fácil; a veces hasta resulta imposible.
Por ello mismo cuando vi en la estantería de una librería en Oaxaca —hay que aprender a navegar por las librerías mexicanas porque tienen su orden propio que, a veces, no parece ser muy lógico o, mejor, que tiene su propia lógica— un libro compilado por Francisco Vidargás titulado Monsiváis y sus contemporáneos (México, Museo del Estanquillo, 2017), no vacilé un segundo en adquirirlo. Sabía que tenía entre mis manos un tesoro, aunque el libro no resultara ser tan bueno como imaginaba o quería que fuera. Y por esa certeza de que la obra de Monsiváis es de interés e importancia para todos los latinoamericanos lo leí de inmediato y de inmediato también lo comento.
Monsiváis y sus contemporáneos es un libro fallido, pero de interés e importancia. El texto es el catálogo de una exposición en el Museo de El Estanquillo que trata de contextualizar a Monsiváis en su momento y entre sus coetáneos. Este museo, recordemos, se fundó a partir de las colecciones de arte, artesanía y objetos que no parecen ser dignos de un museo que el mismo Monsiváis, quien tenía fama de acaparador y coleccionista de todo, acumuló por años. El museo, por ejemplo, atesora la más completa colección de gráfica de Leopoldo Méndez (1902-1969) en todo México, una muestra muy significativa de piezas del gran maestro José Guadalupe Posada (1852-1913) y una amplia de la de Francisco Toledo (1940), las tres figuras más importante de la gráfica mexicana. La colección del museo, en general, refleja los gustos e intereses del coleccionista y, por ello, sirve para presentar una precisa imagen de este. El Estanquillo es una especie de collage o montaje que retrata a Monsiváis y, por ello, las exposiciones que allí se organizan siempre son de importancia para conocerlo. Por ejemplo, recientemente allí se presentó una magnífica exposición sobre el 1968 en México y la Masacre de Tlatelolco en la que se rastreaban los antecedentes del arte de denuncia del momento en el pasado mexicano —con piezas de Posada y de Méndez— a la vez que se presentaban expresiones populares que denunciaban la masacre, como fotos de los hechos y una placa oficial destruida por participantes en manifestantes del momento. También se resaltaba la labor del propio Monsiváis, su denuncia de los hechos y su apoyo a las víctimas. Las exposiciones de El Estanquillo son, pues, una representación a través de objetos de diversa índole que crean, directa o indirectamente, un retrato del coleccionista.
Monsiváis y sus contemporáneos presenta un retrato directo del intelectual. No es una biografía en el sentido más estricto del género, pero servirá para cuando esta se escriba. Y por ello mismo falla, pues el retrato de Monsiváis que ofrece es muy limitado y prejuiciado; es parcial y no es crítico. El texto de Francisco Vidargás, que compone el cuerpo del catálogo, es una especie de prosificación del “curriculum vitae” de Monsiváis. Aunque se nos ofrecen datos de interés, el texto no está escrito con gracia —no se diga humor—, algo que nunca faltaba en los de Monsiváis. La información que se nos ofrece repite la ya conocida; no se adentra en la vida del autor. Recordemos que Monsiváis escribió una temprana y tímida autobiografía en 1967. Hay quien dice que el autor buscaba copias de la misma en todas las librería de viejo de la Ciudad de México para destruirla porque estaba profundamente insatisfecho con esa obra. (Nunca he conseguido una copia para comprar, pero la pude leer, por suerte, en una biblioteca local.) Leída de manera superficial, esta autobiografía parece un texto descartable, aunque en el fondo no lo es, al menos no lo es para los interesados en el autor y su obra y los que la lean explorando lo que se dice entre líneas.
Muchos de los datos que se ofrecen en esa temprana autobiografía, llena de gracia y humor, se repiten ahora en el texto de Vidargás. Pero la vida de Monsiváis, más allá de lo que escribió y de con quien se asoció en sus labores editoriales, queda a oscuras en este libro. Pero para mí uno de sus aspectos más positivos de este es que nos da una imagen de Monsiváis como un ser gregario que participaba activamente en la vida intelectual y social del país y que mantenía fuertes lazos de amistad con figuras claves. Las fotos de Monsiváis con sus amigos —José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elena Poniatowska—, con figuras de renombre internacional —García Márquez, Saramago, Borges— y con estrellas del cine y la música popular —Chabela Vargas, Juan Gabriel, María Félix— son reveladoras y retratan a ese intelectual que no diferenciaba entre lo popular y lo elitista, ni entre lo mexicano y lo extranjero, un intelectual que podía ofrecer una erudita conferencia a latinoamericanistas de todo el mundo o ser jurado en un concurso de dragas que se vestían de Frida Kahlo.
¿Por qué falla Monsiváis y sus contemporáneos? Hay que recordar que este es un texto oficial —es el catálogo de una exposición del museo fundado por el mismo Monsiváis— y, por ello, parece que tiene que ser un libro comedido y parco, un libro que debe seguir ciertas normas. Y parco es en extremo. Poco se dice, por ejemplo, sobre el impacto de la religión protestante en la persona de Monsiváis, más allá de que aprendió a leer con las primeras traducciones de la Biblia al español, la de Casiodoro de la Reina (1569) y la de Cipriano Valera (1602), dato que el mismo Monsiváis ofrece en su temprana autobiografía y que se ha repetido en múltiples ocasiones. Nada, absolutamente nada se dice de su madre, doña Esther, figura importantísima en su vida, ni de la del padre, ausente por completo en todo texto acerca de Monsiváis. Pedirle a Vidargás que trate estos temas quizás sea injusto, ya que su texto no es una biografía sino un recuento de la relación de Monsiváis con sus contemporáneos. Pero en muchos momentos el autor mismo abre su discusión a estos temas y hace referencia a la mencionada autobiografía; por ello creo que la crítica es válida.
Nada, absolutamente nada se dice tampoco de la vida sexual de Monsiváis. Aclaro de inmediato que no se piden chismes. Es que este vacío es grave porque es tema muy importante en su obra. Recuérdese que este dedicó parte de su acción política y muchas de sus páginas a combatir la homofobia, que define acertadamente como “ese escudo de la fe machista, ese sello de intolerancia como aureola de integridad” (Proceso, 12 de mayo de 1990). En sus últimos meses de vida Monsiváis preparó una edición de abundantes textos suyos de temática gay, Que se abra esa puerta: Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual (México, Debate Feminista, 2010), libro que no llegó a ver pero que es central para entender el sentido de su obra y su profundo compromiso político con la liberación gay y los temas de género en general. Recuérdese que Monsiváis fue quien prologó las memorias de Salvador Novo, texto inconcluso pero donde el poeta habla muy francamente sobre sus aventuras sexuales. Nada se dice sobre la importante relación intelectual de Monsiváis con Novo, tema que sí cabe directamente en la temática estudiada por Vidargás. Hay que recordar también que en El Estanquillo se organizó una exposición sobre manifestaciones de la sexualidad en México en términos muy amplios con el título de ¡Que se abra esa puerta! (México, Museo El Estanquillo, 2016), el mismo que la colección de textos sobre temática gay de Monsiváis, solo que con signos de exclamación. Todos estos hechos —hasta el pequeño detalle de los signos de exclamación que denotan gran entusiasmo por el tema— hacen mucho más sorprendente y criticable la timidez de Vidargás al tratar la temática sexual en su libro.
En fin, Monsiváis y sus contemporáneos no es el libro que esperaba y que aún espero leer algún día. Este es un libro que no se atreve a salir del clóset intelectual, a romper con los parámetros de la oficialidad, a rebasar la norma establecida, límites todos que parecen imponerse al ser obra publicada por el museo que el propio Monsiváis fundó. ¿Será así? Tiendo a dudarlo y tiendo a culpar a Vidargás mismo. Es que el hecho sorprende y decepciona porque Monsiváis siempre estuvo dispuesto a romper con las normas, a explorar campos en los que otros no osaban entrar, a explorar lo que otros no habían tocado.
En el fondo, lo que espero es que alguien adopte las posiciones críticas del mismo Monsiváis —no las del joven de esa parca y tímida autobiografía escrita a sus 29 años, no las del intelectual que titubeaba ante la perspectiva de salir del clóset— y nos dé una biografía amplia, sincera y reveladora, la biografía que queremos y que Monsiváis se merece. Este libro no lo es, pero, a pesar de ello hay que darle la bienvenida porque viene a confirmar, una vez más, que Monsiváis es un escritor canónico, un intelectual público y una persona privada a quien hay que conocer y estudiar porque mucho tiene que decir de México y, por extensión, también de nosotros.