Los anticonceptivos: una historia memorable
Desde adornarse con huesos de animales hasta insertarse esponjas con ingredientes especiales, hombres y mujeres han experimentado extensamente a través de la historia de la humanidad con el objetivo de controlar su natural capacidad para reproducirse. No es casualidad que el asunto suene un poco a brujería pues, aún en nuestros tiempos, los sectores más conservadores de la sociedad han utilizado sus influencias para darle una imagen malvada y oscura a los métodos anticonceptivos. Sin embargo, la necesidad de tomar control sobre la fertilidad parece ser tan natural como los procesos biológicos que ocurren dentro de nuestros cuerpos.
En un recorrido fotográfico titulado The Greatest Hits in Contraceptive History, la revista estadounidense Mother Jones muestra como ya desde la Edad Media las mujeres estaban tomando medidas que creían las ayudarían a evitar un embarazo. En su caso, dudamos mucho que usar un collar de huesos de gato negro haya tenido resultados positivos pero si algo revela este dato histórico es que la idea de los anticonceptivos no es un desarrollo moderno de una sociedad degenerada y carente de valores, como intentan hacernos creer ciertos líderes religiosos. Más bien, es un reconocimiento del ser humano de que tiene más roles que cumplir en la vida que el de ser padre o madre y de que esa tarea de engendrar otra vida será mejor ejecutada si es bien planificada.
Incluso los hombres llevan siglos discutiendo los diferentes métodos anticonceptivos. La mayoría del comentario masculino que la historia guarda al respecto está acompañada por un tono de condena. Véase para ello el libro de Génesis que narra como Dios mata a Onán porque «cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra» o los escritos de Calvino en los que un acto similar es catalogado como «monstruoso». Sin embargo, Mother Jones nos señala que otro individuo mucho menos conservador, Casanova, habló de condones y diafragmas en sus memorias del siglo XVIII, lo que resulta curioso tratándose de un tiempo en el que la responsabilidad paterna no era la norma. Aun así, la prevención del embarazo continuó estando oficialmente prohibida durante los próximos siglos. Todavía en los años 20, un método como la ducha vaginal era anunciado por Lysol como un producto de higiene femenina que mataba los gérmenes y mejoraba la relación con el esposo, cuando su objetivo real era matar el esperma de éste.
Más adelante, otros hombres estuvieron detrás de inventos que dieron pie a un control más científico de la natalidad. Entre ellos está Gilmore Tillbrook, el creador del Ritmómetro, un complicado reloj que intentaba predecir la fertilidad a través del ciclo menstrual utilizando el método del ritmo. Aunque éste sigue siendo una de las herramientas preferidas por aquellas personas que no creen en anticonceptivos artificiales, la realidad es que el riesgo de que falle, entre 10 y 25 por ciento, es muy alto en comparación con otros métodos.
Hasta entonces, el control de la reproducción había estado en manos masculinas. Pero ya las mujeres comenzaban a exigir que se respetara su derecho a controlar su cuerpo. Es así como una activista del sufragio femenino, Katharine McCormick se cruzó con la fundadora de Planned Parenthood, Margaret Sanger, y juntas desarrollaron una campaña que culminó en la creación de la primera pastilla anticonceptiva, aprobada para uso en los años 60. Aunque el desarrollo de la píldora y otros métodos similares no estuvo libre de escollos y tragedias, hoy las mujeres contamos con anticonceptivos que bien utilizados tienen una eficacia casi perfecta y que están totalmente bajo nuestro control.
Sin embargo, la lucha por la planificación de la reproducción con anticonceptivos continúa no por falta de ciencia que la apoye, sino en el plano económico y moral. Por un lado, los costos de la píldora y métodos similares son prohibitivos para mujeres de clase trabajadora y pobres que muchas veces son las que más necesidad tienen de planificar su maternidad. Al día de hoy, parece increíble que las aseguradoras cubran gran parte del costo de medicamentos para que hombres con disfunción eréctil puedan disfrutar de su sexualidad, y dejen sin anticonceptivos a mujeres que desean gozar de la misma libertad, planificar su familia o simplemente evitar dolores debilitantes durante la menstruación. Agraciadamente, en nuestro contexto, esta práctica está por acabarse gracias a una ley aprobada por el Congreso estadounidense, después de gran presión a favor y en contra por parte de activistas, que obliga a las aseguradoras a incluir los anticonceptivos en su cubierta de medicamentos. La batalla continúa entonces en el plano moral frente a los ataques a los derechos ya adquiridos, por la implementación eficiente y abarcadora de las leyes aprobadas y por una educación sexual que ponga información veraz y segura en manos de quienes más la necesitan.