Los cimarrones de Nelson Sambolín coronados de pájaros neobarroqueños
yo quisiérida
ser pajárido
brillantíbidi
y en la tiérrida
de la lúnida
construyíbidi
una cásida
–Anjelamaría Dávila, “Las barándanas de la lúnida”
- Nelson Sambolín, Cimarrón I (2012)
- Nelson Sambolín, Cimarrón II (2012)
Por varios años he tenido la fortuna y el privilegio de poder mirar, escudriñar y apreciar a mi gusto dos piezas de Nelson Sambolín que forman una unidad, como sus títulos apuntan: “Cimarrón I“ y “Cimarrón II”. Estas son cuadradas (22 pulgadas) y están fechadas en 2012; están pintadas en acrílico sobre papel y lienzo con algunos pocos toques de esgrafiado. Sus colores son pocos pero brillantes: dominan el negro y un rojo algo anaranjado. Hay pequeñas notas en amarillo y verde especialmente en el área central de cada pieza. Estas notas de color contribuyen a darles a las piezas un tono tropical pues se pueden leer como representaciones de hojas de crotón, imagen que el pintor usa en diversas otras piezas. Las figuras centrales son el perfil de un hombre (“Cimarrón I”) y el de una mujer (“Cimarrón II”). Están pintados en un negro casi sin matices con pincelas que no les dan volumen a las figuras. El hombre, que parece representar una escultura y no un ser humano, lleva un pájaro, también negro, en la cabeza; la mujer lleva dos. Los perfiles, pintados sobre papel, quedan enmarcados por amplios bordes rojos pintados en el lienzo y que se convierten en marcos. Son estos marcos dentro de marcos ya que las piezas están protegidas por un sencillo borde de metal que no sólo sirven para resguardarlas sino para definir y acentuar más aún su sentido de unidad. Pero esos marcos o bordes de pintura roja quedan en ciertos pasajes traspasado por los pájaros, las hojas, algunas pinceladas sueltas difíciles de leer como objetos concretos; hasta el cuerpo de la figura femenina lo rompe al salirse de los cuadrados que contienen su perfil. También hay imágenes que parecen penetrar ese espacio central, como pasa con las hojas. Las formas negras en el marco rojo al penetrar el cuadrado central adquieren color; quedan transformadas como si entraran a un espacio mágico. ¿O es que al salir las formas de color al marco rojo se ennegrecen? El borde rojo, donde hay unas poquísimas pinceladas de otros colores, especialmente en “Cimarrón I”, confina las figuras, pero sin crear un espacio completamente clausurado. Este espacio es ambiguo: no sabemos qué entra ni qué sale. Este hecho demuestran la importancia del borde rojo para entender las piezas ya que el mismo les da un ambiguo sentido de cierre y apertura al mundo que representa la pintura y que se concentra en los perfiles.
Creo que tan importantes como la representación de los humanos son los pájaros negros que pueblan las piezas. El color sirve para asociar y hasta identificar los perfiles con las aves. Es imposible identificar estos pájaros con exactitud y decir con certeza que perteneces a tal o cual especie ya que el pintor presenta aves esquematizadas o idealizadas. Hay una en la parte inferior derecha de “Cimarrón II” que es casi fantasmal. Pero dado que Sambolín en muchas otras obras ha pintado, dibujado y grabado pájaros negros que identifica con nuestro chango o mozambique – “quiscalus niger” es su nombre científico –, pájaro que abunda en nuestro país y en el resto de las Antillas Mayores, no creo que sea arriesgado decir que estos representan aves de esta especie privilegiada por el artista.

Nelson Sambolín, “Edgar Allan Poe” (2001)
Recordemos que de manera muy lograda, Sambolín sustituyó el cuervo del emblemático poema de Edgar Allan Poe por este pájaro nuestro cuando creó las excelentes ilustraciones a una edición especial de la obra en prosa de este maestro, traducida por Julio Cortázar y publicada en el 2009 por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Con estas ilustraciones también el artista produjo un portafolio de grabados. En este se vale de ese cuervo transformado en chango hasta para crear el retrato del poeta y cuentista.

Nelson Sambolín, “Arte antibélico” (1985)
Sambolín también ha producido múltiples dibujos de esta ave. Además, en uno de sus muchos carteles, “Arte antibélico” (1985), este pájaro se convierte en símbolo de la resistencia y la lucha contra el opresor. No cabe duda, pues, que nuestro humilde chango es en la obra de Sambolín una imagen privilegiada y que hasta adquiere el carácter de símbolo en algunas de sus obras que se pueden leer como alegorías.
Por ello no sorprende que estos dos perfiles de cimarrones estén acompañados, identificados y hasta coronados por changos. Estos negros rebeldes que huyeron del infierno de la esclavitud aparecen aquí coronados por aves que simbolizan para el artista la constante resistencia de los de abajo. Se puede decir que en estas dos piezas el chango de Sambolín se convierte en símbolo de la lucha por la libertad.

René Portocarrero, “Flora” (1973)
Estos dos perfiles de negros coronados por pájaros esconden para mí múltiples referencias artísticas que nos hacen posible colocarlos en distintos contextos de la historia del arte. Por ejemplo, veo en ellos rasgos neobarrocos que me hacen pensar en los dibujos, acuarelas y óleos del pintor cubano René Portocarrero (1912-1985), piezas conocidas generalmente por el título de “Flora” y que presenta perfiles femeninos decorados con flores y pájaros. Sin llegar a crear figuras como las de manierista italiano Giuseppe Archimboldo (1526-1593), el artista cubano creó múltiples piezas con estos perfiles femeninos que han llegado a convertirse en figuras emblemáticas de su producción. El paralelismo entre las “Floras” de Portocarrero y los cimarrones de Sambolín son evidentes y en ambos casos el resultado es una imagen de marcados rasgos neobarrocos. Pero en el artista cubano, sus delicados perfiles, tan finos como las líneas y colores que los componen, se convierten en una invitación al goce vital, al “carpe diem” o al aprecio de la belleza y al desfrute de la vida y de la sensualidad dentro de una revolución socialista. Propongo que los perfiles neobarrocos de Sambolín son también alegóricos, pero tienen un carácter distinto al de las “Floras” de Portocarrero.

Máscara yoruba

Echú/Eleguá
Tampoco cabe duda de que estas piezas aluden a ciertas manifestaciones del arte africano. Esto es especialmente evidente en “Cimarrón I”. La cabeza alargada de este perfil nos hace pensar en esculturas africanas. Nótese, por ejemplo, que esta cabeza no tiene orejas y el cráneo posterior está alargado, lo que rememoran algunas de las magistrales cabezas de metal hechas por artistas yoruba. Ese alargamiento del cráneo también podría asociarse a las representaciones de Echú/Eleguá y se pueden asociar también a este oricha el predominio en las piezas del rojo y el negro. Aunque en la gran mayoría de sus representaciones el alargamiento de la cabeza se debe a la representación de una gorra puntiaguda o de un peinado muy elaborado. Pero hay otras donde la cabeza misma aparece alargada.

Escultura yoruba del palacio real de Ifé
Más directamente estos perfiles de cimarrones coronados por pájaros hacen referencia a imágenes del rey (“arijale”) que aparece con un gorro/corona que culmina en un pájaro, símbolo de su poder. En la misma cultura yoruba el cetro o la vara de autoridad también muchas veces queda adornada por figuras de aves. Las semejanzas entre estas icónicas piezas yoruba y los cimarrones de Sambolín, aunque el artista no hubiera estado consciente de ello, son evidentes.
Un modelo o una fuente de inspiración más cercana para estos perfiles la hallamos en su obra misma. Me remito a una pieza suya relacionada con Anjelamaría Dávila (1944-2003). La poeta y el pintor fueron grandes amigos y este ilustró La querencia (2006), el poemario póstumo de Dávila. La portada de este libro se basa en una serigrafía del artista que podemos leer como un retrato de la poeta. Por ello mismo se hace necesario comentar esta pieza.
Esta serigrafía presenta dos perfiles de la poeta. En este sentido es una obra paralela a los perfiles de los cimarrones. Pero contrario a las pinturas, esta presenta dos veces a una misma persona. El gesto de estos perfiles, especialmente el más elaborado, el de la derecha, podría leerse como de agresividad, lo que no ocurre en las pinturas donde los perfiles son fuertes pero no agresivos. También los de la serigrafía, los que son retratos de la poeta, parecen representar un cierto desorden. Creo que la intención de Sambolín en esta obra era representar la condición de la poeta al final de su vida. Por eso, en uno la cabeza o la melena se compone o descompone por áreas de colores sin patrones definidos y en el otro toda la figura está compuesta por manchas imprecisas o desordenadas. En las pinturas, a pesar de cierto aparente desorden, hay un orden, un patrón, un sistema que se logra, sobre todo, por el marco rojo que define los espacios, aunque no los encierra por completo. Esto no ocurre en la serigrafía donde los perfiles no parecen estar en un contexto fijo.

Anjelamaría Dávila, La querencia (2016)
Hay que anotar también que la poeta misma, en varios pasajes de su obra, se refiere a sí misma como una negra rebelde, como cimarrona. En un poema acertadísimamente titulado “epítetos ¿injuriantes? (en estricto orden alfabético)” Dávila enumera términos que fueron aplicados a su persona: “¿cabecidura, cabestra, cafre, cerrera, Cimarrona, COMUNISTA / cueridura y chauvinista?”. El adjetivo cimarrona aparece significativamente aquí con mayúscula. En otro poema el mismo término no es un aparente insulto –tampoco en el fondo lo era en el ejemplo ya citado– sino que adquiere claro sentido de homenaje: “móviles constelados cimarrones felices / traspasamos galaxias mirándonos a fondo” (“poema de amor para heroínas y héroes”). ¿Esos cimarrones felices son semejantes a los de las pinturas? El término “Cimarrona” que la poeta misma se atribuye nos puede llevar a identificar el perfil de la pintura con el de la serigrafía: ¿Será “Cimarrón II” también un retrato de Dávila? Sea como sea, no creo que quepa duda que los perfiles de la serigrafía y los de las pinturas están relacionados; se podrían ver los primeros como fuentes de inspiración o modelos de los segundos. La serigrafía tuvo que ser más temprana porque ilustra un libro de 2006, mientras que las pinturas están fechadas en 2012.
La poesía de Anjelamaría Dávila también participa de la estética neobarroca y tiene rasgos parecidos a los que detecto en las piezas de Sambolín. Y hasta se podría decir que en el uso de esta la poeta es mucho más arriesgada que el pintor. Probablemente ella llegó a la estética neobarroca por sus lecturas de los poetas vanguardistas, especialmente por Vallejo, y por los surrealistas, aunque parece que la poeta halla también esa estética en la cultura popular. Este elemento, el empleo de la lengua considerada vulgar y su rescate de la música popular, es un aspecto de la obra de Dávila que todavía queda por explorar. Su fino oído la llevó a darse cuenta de cómo un cantante tan poco apreciado como Mon Rivera expresa en algunas de sus piezas una estética vanguardista por medio de la transformación de la lengua de todos los días en un vocabulario inventado que mucho tiene de neobarroco: el “gallo espuelérico” de Rivera está en los orígenes del “pajárido brillantíbidi” de Dávila, pájaros hermanos a los que coronan a la cimarrona de Sambolín.
Ya me he referido a “Cimarrón I” y “Cimarrón II” como obras neobarrocas. Creo necesario, pues, justificar, aunque sea sucintamente, el empleo de este adjetivo que aparece bastante frecuentemente en la crítica de las artes plásticas y la literatura de nuestros días. Aclaro de entrada que el término es muy difícil de definir con precisión ya que esta encarnación del barroco en el Nuevo Mundo “… is a chameleon-like phenomenon that never coalesces into a integrated pattern”, como establece una de sus más importantes estudiosas, Monika Kaup. (Neobaroque in the Americas: alternative modernities in literature, visual arts, and film, Charlottesville, University of Virginia Press, 2012, p. 3) Por ello y por cuestión de espacio me limitaré a apuntar sólo algunos de los que veo como rasgos neobarrocos en estas dos piezas de Néstor Sambolín.
Para mí el juego de contención y apertura que se crea a través del borde o marco rojo que ya hemos comentado es el más evidente de estos rasgos. Recordemos que el centro de estas, donde se presentan los perfiles, está pintado sobre papel con un fondo de pinceladas difusas en colores claros que contrastan con el negro de los perfiles y los pájaros y con el rojo brillante del borde. Pero ese borde a veces corta las figuras, como es el caso de la cola del pájaro que corona el perfil femenino; pero a veces el borde es poroso y permite la entrada o la salida de imágenes del centro o del marco mismo. Nótese como el torso de la imagen femenina se sale del centro y continúa en el borde mismo. Este es un marco que lo es y no lo es o, mejor, es un marco que cumple su función y que no la cumple o, mejor, cumple la función de ser ambiguo y contribuir a crear una obra abierta. Hay que recordar que el concepto de obra abierta, propuesto por Umberto Eco, se usa muchas veces para definir el neobarroco.
Además, estos perfiles no son representaciones realistas y por eso uno de ellos, “Cimarrón I”, se asemeja a una escultura. Mucho del arte neobarroco se construye a partir de otras obras de arte y esta estética no teme, como ocurre en este caso, revelar sus herramientas y sus técnicas, al dejar claramente las huellas que la identifican en la obra. Por ello algunos pasajes de estas piezas están construidos con pinceladas que parecen inconclusas o indefinidas; son pasajes que intentan representar el proceso de la producción de la obra misma. Recordemos que el neobarroco lleva en casos a imponer el arte sobre la realidad: “Ricura, ricura, la vida imitando a la literatura”, exclama la voz narrativa de La guaracha del Macho Camacho, obra definitivamente neobarroca.
Muchos estudiosos de esta corriente estética han apuntado a su empleo de una “…aesthetics of fragmentation and allegory” (Kaup, p. 15). Como ya he apuntado, para mí las aves en “Cimarrón I” y “Cimarrón II” son símbolos de la resistencia, de la lucha, de la libertad. Por ello funcionan como coronas de estos cimarrones. (Lo que define al cimarrón es haber alcanzado la libertad.) Veo, pues, estas dos piezas como homenaje a una lucha en el pasado y como alegorías de toda lucha, aún las presentes. Muchas veces se ha visto el barroco como un arte sin compromiso político. Pero el neobarroco, el que nace en “nuestra América”, es un arte comprometido, aunque a veces no lo parezca. Por ello Sambolín se vale de un símbolo que él mismo ha creado, el chango o mozambique, para presentar una alegoría política: estos seres que fueron esclavos ahora son libres, son cimarrones y aparecen coronados no por un águila ni un cóndor sino por un común chango que se ha transformado en el símbolo de la libertad. Esto me lleva a leer estas dos piezas como alegorías.
La lectura de una colección de ensayos sobre el neobarroco latinoamericano [https://www.80grados.net/nuestros-angeles-maraqueros-o-sones-neobarrocos-de-aca/] me hizo recordar como en otros países de Hispanoamérica se postulaba la existencia de una estética neobarroca propia, suya. Así en Chile se habla de un “neobarrocho” y en Argentina de un “neobarroso”. En ese comentario postulaba la existencia de una corriente neobarroca en nuestras letras y artes visuales y la llamaba “barroqueña” o “neobarroqueña”. Postulo la existencia de un neobarroco puertorriqueño. Esta es una propuesta arriesgada que necesita que se investigue más a fondo. Pero hoy me atrevo a decir que “Cimarrón I” y “Cimarrón II” de Sambolín son piezas “neobarroqueñas” y que, como las obras del neobarroco latinoamericano, estas exaltan la hibridez, el sincretismo y el mestizaje al hacernos recordar que la negritud es parte esencial de nuestra cultura.
Los cimarrones de Sambolín está coronados por pájaros comunes, pero que constituyen una corona de libertad. Por ello mismo cuando observo estas piezas pienso en los cimarrones a los que les canta la poeta cubana Nancy Morejón: “…dulces niños de una libertad ya conquistada” los llama. (Nancy Morejón, “Madrigal para cimarrones”).
Nuestros cimarrones neobarroqueños coronados de changos o mozambiques prueban, sin así decirlo, que el arte que se apoya en esa estética puede parecer apolítico pero en el fondo no lo es. Para mí es el sentido más profundo de estos dos perfiles que desde hace ya tiempo he tenido el privilegio de observar, escudriñar y admirar.