Los imperativos de la tecnología inteligente
El repertorio de aparatos inteligentes es abrumador e incluye teléfonos, televisores, timbres, bombillas, relojes, refrigeradores, hornos, lavadoras, altavoces, tostadoras, inodoros, sombreros, calzoncillos, pantaletas, vibradores y masturbadores, entre otros. Estamos rodeados de artefactos inteligentes. Esta tecnología inteligente coloniza activa e intensamente nuestro diario vivir, particularmente nuestros cuerpos y espacio domésticos, como revela uno de estos peculiares aparatos inteligentes, el Veil Comfort Height de la empresa Kholer. Este es un aparato sanitario cuyo fin primordial es recoger y evacuar los excrementos sólidos y líquidos de los cuerpos humanos. Este inodoro, contrario a sus ineptos e inhábiles contrapartes, maneja inteligentemente esos desechos, así como la higiene corporal. Este aparato contiene innovaciones tecnológicas que le permite limpiar a sus usuarios sin usar papel sanitario. El Veil asea a sus usuarios usando un chorro de agua tibia y esterilizada. No sólo higieniza las “partes íntimas” sino que además las masajea haciendo uso de variaciones en el flujo de agua que proviene del surtidor de agua. El usuario, mediante un control remoto con pantalla táctil puede ajustar la posición, presión, temperatura, y pulsaciones del agua. Como si fuera poco el inodoro inteligente también seca al usuario mediante un sistema de secado de aire cálido cuya temperatura también es controlada por este. Pero eso no es todo lo que el aparato puede hacer. Por poco más de cinco mil dólares el Veil, elegante y cortés, levanta su tapa cuando advierte el movimiento de una persona. Este también la baja, suave y silenciosamente, cuando advierte que la persona ha terminado de usarlo. Su forma alargada le ofrece al usuario espacio y comodidad adicional. Es de la altura de una silla, lo que hace sentarse en el inodoro o ponerse de pie más fácil para la mayoría de los usuarios, particularmente los envejecientes.Si el beneficiario lo desea, este aparato calienta el asiento del inodoro. Contrario a la mayoría de los inodoros, el Veil no requiere de un tanque de agua, pues se conecta directamente a las tuberías de la casa. Si el usuario desea conservar agua puede escoger la cantidad de agua usada por el inodoro con cada descarga. El aparato también se limpia y desodoriza automáticamente. El Veil contiene además luces nocturnas. Aunque es eléctrico, este contiene un sistema de emergencias con un solo botón, que, en caso de apagones, le permite al usuario bajarlo unas cien veces.
El alto precio del Veil lo convierte en un bien lujoso, en un símbolo de estatus social, más accesible a las clases altas. De muchas formas, el inodoro inteligente, reminiscente del close-stool, es un inodoro al que se le han delegado las funciones del Groom of the Stool, oficial encargado de las necesidades sanitarias de los monarcas ingleses. Pero el nuevo “mozo,” aparte de no ser un humano, le sirve a cualquiera que pueda comprarlo. Esta innovación sanitaria, el inodoro inteligente, marca entonces un acontecimiento singular en aquello que Frederick Laporte llamó la “historia de la mierda.” Se trata de una nueva, y esta vez “inteligente,” domesticación de la necesidad humana de orinar y defecar, facilitada por la alta tecnología y motivada por el capital y su lógica de acumulación. Sin embargo, la inteligencia del inodoro tiene sus límites. Este aparato, contrario a muchos otros dispositivos inteligentes, no monitorea ni recoge información sobre su uso y tampoco se conecta a la Internet, lo que no les permite a sus usuarios recoger y compartir en las redes sociales información sobre la suma de descargas, la cantidad de agua usada o las veces que orinó o defecó. Tampoco puede contar con Siri, Alexa, Cortana o Google Assistant para usarlo. Pero, otro inodoro inteligente de Kohler, el Numi 2.0, con un precio de más de siete mil dólares, se conecta a la Internet y contiene un sistema de bocinas que le permite a sus usuarios aprovechar los controles de voz de Alexa para escuchar música durante su visita al baño. Y puede hacerlo con iluminación especial, por eso de ambientar memorables eventos como orinar, excretar o bañarse. No pasará mucho tiempo antes de que los usuarios de estos inodoros puedan ordenarle a Alexa que les limpie el trasero. Siri, Cortana y Google Assistant de seguro competirán por el privilegio.
Algunos aparatos inteligentes como El Veil y el Numi son, aparte de inteligentes, ostentosos y extravagantes. Estos inclusive contienen algunas funciones superfluas. Pero para alguno críticos muchos aparatos inteligentes son no sólo innecesarios sino además llanamente ridículos. Para Joel Hruska la tostadora inteligente de Griffin Technology es un indicador de que la Internet de las Cosas ha llegado al pico de la estupidez. Su usuario, conectado a la Internet, puede, mediante el uso de una aplicación, controlar o ajustar la temperatura de la tostadora para obtener, según sus creadores y mercaderes, la mítica rebanada perfecta de pan tostado, inclusive usando distintos tipos de panes. Pero Hruska se equivocó. Otros aparatos ya compiten por el puesto de lo que él llamaría el más estúpido o ridículo de los aparatos inteligentes. Uno de estos le permite al usuario, vía el ciberespacio, y desde su teléfono, repartirle galletitas a su perro. Un bote de basura inteligente puede recordarles a sus dueños cuando pasarán a recoger sus desechos, cuando deben vaciarlo y cuando deben volver a comprar bolsas de basura. El Quirky Egg Minder, usado para guardar los huevos, puede notificarles a sus usuarios cuando estos se les están acabando. Una botella de agua inteligente puede recordarle a su usuario que debe tomar agua y hasta se ilumina cuando este ha bebido la cantidad de agua adecuada para el día. Una jarra para la purificación de agua de Brita les avisa a sus usuarios cuando deben cambiarle el filtro y hasta puede ser programada para que lo ordene vía Amazon. Un dispositivo para cambiarle los pañales a un bebé lo pesa a la vez que registra los cambios de pañales y la cantidad de comida que este consumió. Un cepillo de dientes inteligente, de unos $400.00, manejado con una aplicación, le permite a su usuario fotografiar o grabar videos de su boca con una cámara integrada a este. Puede, si lo desea, compartir las fotos o videos de su boca en la Internet. Los consumidores pueden ahora vestir calzoncillos o pantaletas inteligentes que contienen biosensores electrónicos que en constante contacto con su piel pueden medir su presión arterial, ritmo cardiaco y otros signos vitales. Y también existe un tenedor inteligente que le comunica a su dueño si está comiendo demasiado rápido. No, no le dice nada si está comiendo demasiado lento.
Los aparatos inteligentes también invaden, colonizan y median crecientemente nuestras prácticas sexuales. El i-Con Smart Condom, un anillo ajustable e impermeable que se coloca alrededor de la base del pene monitorea y registra, mientras el usuario tiene sexo, su «velocidad de empuje,» temperatura y las calorías quemadas, entre otras cosas. Le permite además compartir los datos con otros usuarios de iCon. Es algo así como un Fitbit del sexo. Varios vibradores, masturbadores y masajeadores prostáticos inteligentes ya circulan los mercados capitalistas. Sus sensuales usuarios, mediante aplicaciones y conexiones inalámbricas, pueden controlar estos juguetes sexuales a distancia, cederle remotamente el control de estos a sus parejas, y usarlos mientras interactúan con novelas eróticos o películas pornográficas. Algunos de estos juguetes inteligentes les permiten a sus usuarios compartir información de sus actividades sexuales en la Internet.
Si bien algunos artefactos inteligentes son muy útiles, otros, como muchos de los mencionados, son simplemente triviales e innecesarios. Sin embargo, muchos de los aparatos inteligentes que invaden los mercados son recibidos con gran entusiasmo por muchos consumidores, muchos de ellos inclusive dispuestos a pagar mucho dinero por estos. Los artefactos inteligentes son valorados positivamente. Pero estas apreciaciones muchas veces esquivan las indagaciones críticas acerca de sus consecuencias sociales y ambientales adversas. Por ejemplo, las secuelas sociales y ambientales del aumento en el consumo de energía que estas tecnologías implican es raras veces discutido. Las consecuencias de la extracción y agotamiento de minerales como el litio y el indio, muy usados en la producción de varios aparatos inteligentes, que han resultado en una gran destrucción ambiental y en graves desigualdades e injusticas ambientales, es también pocas veces contendido.
La mayoría de las personas, inclusive si están preocupadas por su privacidad, la que la tecnología inteligente muchas veces amenaza, consienten el desarrollo y consumo de estos artefactos. En efecto, la mayoría de las personas rechazarían la apreciación de muchos de estos aparatos inteligentes como excéntricos, innecesarios, disparatados, ridículos e inauditos, afirmando que son, por el contrario, racionales, útiles e incluso geniales. La confianza bastante generalizada en el valor positivo de la innovación tecnológica, un valor que se asume parte de su esencia, impulsa la creciente acogida de la tecnología inteligente entre los consumidores. Muchos de aquellos que la acogen comparten una visión idealizada del futuro, un porvenir en el que se le delegan muchas actividades cotidianas a los artefactos inteligentes. La actitud positiva hacia esos aparatos se debe en gran medida a que estos son mercadeados y comercializados precisamente como contribuyentes al progreso, el crecimiento económico, y a una mejor calidad de vida. Para muchos, el desarrollo de las nuevas tecnologías inteligentes es inclusive inevitable e indispensable, por lo que según estos debemos aceptarlas y seguir adelante. Desde esta perspectiva, la innovación y el desarrollo de la tecnología inteligente posee la cualidad de ser una obligación, una exigencia apremiante de la naturaleza humana. Desde esta perspectiva, innovaciones como las de la tecnología inteligente son un signo de avance. La influencia de la vieja idea del progreso en la gran acogida de los aparatos inteligentes es innegable, una idea que nutre el imperativo tecnológico. Como explica Gary Chapman refiriéndose a este imperativo:
La descripción prosaica de este concepto sería que las innovaciones tecnológicas llevan la «semilla», por así decirlo, de nuevas innovaciones a lo largo de una trayectoria que se revela sólo en retrospectiva. Además, el agregado de estas mejoras incrementales en la tecnología es una flecha que apunta hacia adelante en el tiempo, en un proceso que parece estar acelerándose, acumulando más y más tecnologías una encima de la otra, acumulándose a través del tiempo para construir una civilización global cada vez más uniforme y adaptativa.
La noción del imperativo tecnológico, atada a la ideología del progreso y al determinismo tecnológico, implica que la innovación tecnológica, es la meta social principal, y que la sociedad debe adaptarse o acomodarse al cambio tecnológico. Detrás de la creciente popularidad de la tecnología inteligente encontramos entonces una enorme fe en el imperativo tecnológico. Pero detrás de ambos, de la popularidad de la tecnología inteligente y del propio imperativo tecnológico de nuestros días opera otro poderoso e invasivo imperativo que los subsume: la acumulación de capital.
Con el capitalismo la búsqueda competitiva de ganancias significa que las corporaciones siempre están buscando creer nuevos mercados, desarrollar y mercadear nuevos productos y diseñar tecnologías que reduzcan los costos de producción. La tecnología inteligente es, por un lado, un nuevo e innovador producto que ha abierto mercados enormemente lucrativos. Por otro lado, la tecnología inteligente también ha transformado la producción, distribución y circulación de bienes en los circuitos del capital. La tecnología inteligente es consecuentemente configurada, producida, distribuida y consumida de acuerdo con la lógica del capital. Su subsunción por el capital circunscribe su diseño, producción, difusión, uso y desecho, e inclusive su reúso y reciclaje. Mientras tanto, la comercialización y mercadeo de estos aparatos como entes inteligentes e intrínsecamente positivos, como signos de estatus y progreso, y como garantías de una mejor calidad de vida, oscurece el imperativo capitalista que les guía. Aclararlo es el primer paso en rescatar la tecnología inteligente, y la tecnología en general, de la subsunción que sufre como instante del sistema de valorización capitalista. Así, la meta sería, no la producción y consumo infinito de más y más artefactos inteligentes, sino la producción y uso de la tecnología inteligente cualitativamente necesaria y suficiente. Esta debe ajustarse a imperativos sociales y ecológicos que justos y liberadores salvaguardarían además la calidad de nuestras vidas y del medioambiente.
* Este articulo está basado en una revisión de algunos fragmentos de mis notas para una presentación para el encuentro “Tecnologías Actuales y Futuros Alternos” que se llevaría a cabo el 17 de abril en el Recinto Universitario de Mayagüez, cancelado como consecuencia de la pandemia del COVID 19.