Luz barata… ¡ahora!
Los retos del siglo XXI exigen respuestas innovadoras, atrevidas, eficientes; respuestas inclusivas, holísticas, capaces de atender varios problemas al unísono y resolverlos sin menoscabo de ninguno. Se requiere, desde luego, creatividad para vislumbrar estas respuestas, imaginación espumante, intención cooperativa y solidaria. Tras varios meses de análisis y discusión en el seno del Consejo Ciudadano de Sustentabilidad Energética, hemos descifrado el enigma de cómo reducir el costo de la producción energética en Puerto Rico cuanto antes, a la vez que solucionamos otra serie de problemas también de urgencia que aquejan a nuestra población. Se trata de una idea atípica, que ofrece, no obstante, opciones viables, rápidas, justas, razonables y abarcadoras; se trata de una opción estrictamente pragmática, que ningún derecho quita y mucho bienestar añade. Si en la solución de una crisis se encuentra la solución de otra, ¿no vale la pena siquiera considerarla? ¿Acaso no es ésta otra instancia del proverbial matar dos pájaros de un tiro, ejemplo por antonomasia de eficacia y productividad? Sin otros preámbulos, entremos en materia.
Es un hecho probado y estudiado que los problemas de salud que padecen los puertorriqueños corresponden, en su mayoría, a su pésima dieta, intervenida hoy por la peor comida que ha producido el ser humano en toda su existencia y hacia la cual hemos demostrado un voraz apetito. También es harto conocido que el costo elevadísimo de los servicios médicos en Puerto Rico está íntimamente ligado al desprecio que demuestra el Estado por la calidad de la alimentación del pueblo y su salud preventiva. Y sabemos, además, que el mal ya no está en el bacalao frito de antes, ni en la alcapurria grasienta de Piñones, ni en la carne de cerdo freída en el friquitín de la orilla, sino en la fritanga mucho más perniciosa que se dispensa en los churches, los kentuckys, los burguerquines y demás establecimientos de comida barata americana, que mata más que las drogas y toda la violencia junta. Resultado: colesteroles encaramados por las nubes, diabetes disparadas como fuegos artificiales, venas y arterias al filo de la reventazón, corazones que piden descanso, en fin: gordura rampante.
Dado que el poder de estos emporios alimenticios es, por decirlo de algún modo, omnímodo, y dado el grado elevadísimo de concubinato entre éstos y la clase política del país, podemos echar al zafacón la idea de limitar el consumo de estos productos en todo el territorio nacional, que sería lo que manda la gravedad de las circunstancias. Para lidiar con el exceso de azúcares y material sebáceo que dejan estos productos acumulados en los tejidos adiposos, proponemos una alianza de esfuerzos en la que nadie pierde, una simbiosis ejemplar, un círculo perfecto. Ni los emporios pierden, ni pierde la clase política; pierde solamente el ciudadano, y en todo caso son libras de más que tenga, chichos y celulitis, mientras gana un alud de salud fresca. Entra en escena el asunto energético, que se enchufa directamente a esta fuente inagotable de material orgánico mediante un perfecto sistema de reciclaje.
En resumen, proponemos una estrecha alianza entre el Departamento de Salud, el Departamento de Recreación y Deportes y la Autoridad de Energía Eléctrica, destinada a sacarle luz a las azúcares y las grasas que corren por las venas borincanas.
La ley que faculta este innovador proyecto comprendería dos sencillas facetas. La primera pondría en manos del Departamento de Salud la ardua pero imprescindible tarea de establecer un sistema de monitoreo de peso e índice de masa corporal para cada ciudadano mayor de edad en la isla. Esta red de centros de pesaje se impone hoy, más que nunca, como una necesidad urgente. Acorde con la propuesta, cada individuo tendrá dos nuevas obligaciones ciudadanas: una será reportarse bimensualmente a los Centros de Pesaje (CP). La segunda será portar consigo en todo momento su tarjeta de condición física expedida por el Departamento de Salud, la cual podrá ser requerida por cualquier oficial del orden público, en caso de violación flagrante sin justificación médica, que deberá estar indicada en la tarjeta. Será una nueva preocupación para el ciudadano, agobiado ya de tanta responsabilidad, pero será también un buen estímulo para mantener la grasa a raya.
La segunda faceta es la energética, y sólo atañe a quienes su índice de masa corporal supere el 85%. Estos ciudadanos tendrán la responsabilidad adicional, so pena de multa y hasta de cárcel, de presentarse bisemanalmente a lo que serán los más gigantescos centros de bicicletas estacionarias que el mundo haya conocido, y convertir allí su exceso de glucosa y grasa corporal en energía compartida. Estudios realizados por especialistas en nutrición y en ingeniería eléctrica, auspiciados por el Congreso de Nutricionistas de América y el Instituto de Ingeniería Alternativa, reflejan el alto rendimiento energético de este tipo de grasa chatarra. Por ejemplo, un sólo Big Mac, indica el estudio, ingerido por un cuerpo promedio, puede producir la energía suficiente para electrificar una casa familiar de cuatro miembros durante dos días. Esos mismos cuatro miembros, si se comen un barrilito extra-crispy de Kentucky Fried Chicken, podrían iluminar un pueblo de siete mil habitantes durante una semana entera, digamos, todo Maricao. Son datos sorprendentes, que apuntan a una fuente de energía inagotable, a un pozo de petróleo secreto que todos llevamos dentro.
Los Centros de Control de Sobrepeso (CCS) serán administrados por la Autoridad de Energía Eléctrica, en colaboración con el Departamento de Recreación y Deportes, que se encargará de los aspectos técnicos del ejercicio. Serán provistos con las conexiones y la tecnología necesaria para transformar en electricidad la energía motriz de piernas activadas por las susodichas azúcares y grasas. La energía que genere cada CCS irá a los centros de transmisión de la red eléctrica de la AEE, que se encargarán de la distribución correspondiente. La alta incidencia de edificios desocupados bajo el control de Fomento Industrial hará sencillo ubicar los CCS a través de toda la isla, sin grandes costos de construcción para el Estado. Vale subrayar esta enorme economía que resultará para el erario convertir de petróleo a bicicleta sus plantas generatrices, en lugar de a gas natural. La inversión en los Centros sería mínima en comparación con la que significaría construir un gasoducto que raje la isla de lado a lado, o un machucador de pájaros o desollador de tierras fértiles que sería un parque eólico. ¡El día será que veamos a Cambalache, Costa Sur, Aguirre y Palo Seco, corriendo todas a fuerza de pedales!
Como quiera que se mire, más que una propuesta rentable y auto sustentable, es un negocio redondo. Gana la población general, que recibe un alivio inmediato en su factura de luz; gana el Estado, que invierte menos en los servicios de salud para el pueblo, a la vez que diversifica sus fuentes de energía; gana el ambiente, que se libra de la contaminación que implica quemar combustibles fósiles; y ganan los emporios de comida chatarra, al no verse restringidas sus ventas, lo cual, a su vez, garantiza que las fuentes de energía sean renovables. Lo mejor del sistema es que el ciudadano no pierde ninguno de sus derechos; su libertad individual para comer lo que quiera, cuando quiera y donde quiera, queda debidamente salvaguardada. Nada ni nadie impide que un hombre o una mujer que recién pierde ochocientos kilovatios de peso en una hora de bicicleta forzada, salga y los recupere de inmediato en cualquiera de los establecimientos de su preferencia.
Se estima que para el 2040, el 80% de la población de la isla será obesa o estará en peligro de serlo; uno de cada cuatro niños padece de sobrepeso hoy, y se estima que tres de cada cuatro serán obesos como adultos. Con estos números, tenemos asegurada nuestra supervivencia energética; podríamos inclusive exportar electricidad a las demás islas del Caribe, lo que iría a favor de la deuda externa del país, que como sabemos se multiplica de forma estrepitosa.
El puertorriqueño ama la luz, adora los encendidos navideños, reverencia el aire acondicionado, pero odia que el gobierno le obligue, y menos que se inmiscuya en la vida privada de cada uno. Sin embargo, existen mil obligaciones que aceptamos y cumplimos sin chistar. Unas cuantas más no matarán a nadie; al contrario, salvará a muchos, mientras se reduce, y a saber si hasta eliminamos la dichosa factura de la luz. Digo, ¿queríamos o no queríamos fuentes de energía baratas y renovables? ¡Luz barata ahora!