Malavé, los infiltrados del 2020 y otros monstruos extraordinarios

23 de enero 2020
Había ocurrido ya con motivo de las protestas del verano de 2019, o de las actividades del 1ro. de mayo, o las huelgas estudiantiles de años recientes. Ocurre ahora a raíz de las protestas de la noche del jueves 23 de enero de 2020. Por redes sociales y ondas radiales, han salido a pasear “monstruos extraordinarios” de nuestro pasado reciente: Alejandro González Malavé, los hechos del Cerro Maravilla y, más generalmente, “los infiltrados” como autores de cualquier acción considerada violenta. Incluyendo, obviamente, los sucesos de ese jueves 23 de enero.
Siempre que se les invoca, estos “monstruos extraordinarios” salen de las catacumbas de nuestra incomprensión y olvido, se sacuden el polvo, y vienen en defensa del viejo y sagrado mito: Puerto Rico es un país tradicionalmente pacífico, enemigo de la violencia, amante y respetuoso de sus instituciones, donde solo una minoría de fanáticos o de agentes pagados serían capaces de desafiar al orden establecido. Le pican los oídos a los vetustos capitanes generales españoles, se jamaquean en sus tumbas, ríen y lo repiten en coro desde el más allá, cual mantra retumbando sobre nuestro presente.
Pero ¿quién fue Malavé? ¿Qué pasó en el Cerro Maravilla? ¿Qué objetivos buscaba el régimen colonial, a través de aquel infiltrado y de aquella matanza? Brevemente, volvamos la mirada sobre los hechos, sobre aquellos individuos, su época y contexto. Acaso nos ayude a entender cómo y para qué les jalan hasta el presente, de manitas de esos otros “monstruos extraordinarios” de nuestros días: “los infiltrados”.
Empezaré por lo menos controvertible: lo ocurrido en la tarde de aquel 25 de julio de 1978, día conmemorativo de la invasión estadounidense en 1898, o del establecimiento del “Estado Libre Asociado” en 1952.
Un comando de tres jóvenes encañonó al chofer de carro público, Julio Ortiz Molina, en Ponce. De ahí, condujeron hasta el monte Cerro Maravilla para “volar” [en realidad, fósforos y combustible para barbacoas][1] las torres de comunicaciones de la Policía, del FBI, las televisoras y radiodifusoras situadas allí. Los jóvenes eran los independentistas Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado. Malavé dirigía el operativo. Este último era agente encubierto de la Policía, cosa que Carlos y Arnaldo ignoraban.
Cuando el comando llegó al Cerro Maravilla, la emboscada estaba tendida. Más de una docena de oficiales, adscritos a las divisiones de Arrestos Especiales y de Inteligencia de la Policía de Puerto Rico, esperaban, desde la noche anterior, armados con escopetas y armas largas.[2] Según el testimonio del chofer Julio, Carlos y Arnaldo fueron desarmados y esposados luego de un breve tiroteo. Malavé, levemente herido, fue apartado de la escena. Momentos después, rodeados en el suelo por los oficiales y rogando por sus vidas, Carlos y Arnaldo fueron golpeados y finalmente ejecutados.
Pero Malavé no cayó de paracaídas en el Puerto Rico del 1978. No se les ocurrió a Carlos y Arnaldo, de la noche a la mañana, que sería buena idea sacar de circulación aquellas torres. De igual forma, la confrontación y la violencia no aparecieron, por arte de magia, en la noche de aquel jueves en el Viejo San Juan. Tampoco ha sido por gusto, ni por deporte, que sectores importantes del país han tomado las calles en los últimos años. Veamos.
Malavé se había infiltrado en los organismos juveniles del Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) en 1974. Desde entonces, remitía informes a la División de Inteligencia de la Policía. Había sido detectado como “chota” por el PSP temprano en 1978, cuando participaba del comité de Villa Prades. Y esto no tiene nada de particular. Las agencias de inteligencia, tanto del régimen colonial como del gobierno federal, perseguían al independentismo y al movimiento obrero de aquellos años con una dureza que, hasta hoy, no ha vuelto a hacer falta.[3]
Es decir, Malavé no se infiltró por aventurero, ni fue un súper espía enviado en una misión especial: como él, hubo un ejército de infiltrados e informantes que, para finales de la década del 80, había “carpeteado” a más de 150,000 personas.[4] La década del 70 cerró con unos 13 militantes muertos y más de 100 encarcelamientos, por no hablar de otras formas de represión.[5] En ese entramado, Malavé fue un simple funcionario más.
¿Y por qué tanta represión? ¿A qué temían? Aquí viene una pieza del rompecabezas que no encaja en la historia de víctimas y “monstruos extraordinarios”.
Para que a Carlos y Arnaldo se les ocurriera sacar de circulación aquellas torres, hicieron falta dos décadas de acciones armadas constantes, y de la existencia de organizaciones clandestinas que retaran, armas en mano, al orden establecido. Entre 1959 y 1978, tuvimos unas ocho de esas organizaciones entre Puerto Rico y los Estados Unidos. El propio PSP tuvo un brazo armado por buena parte de la década del 70, y al momento de la matanza en el Cerro Maravilla, todavía no había entrado en acción el grupo que más ha perdurado en nuestra memoria colectiva: los Macheteros.
Los mismos Carlos y Arnaldo creían ser parte de un grupo, el “Movimiento Revolucionario Armado”, creado por Malavé en aquellos años, cuando ascendieron al Cerro Maravilla.[6] En otras palabras: el régimen colonial, bajo la protección de las autoridades federales, tuvo que inventarse una organización clandestina para poder destruirla aquel 25 de julio del 1978. Lo hicieron para que el gobernador Carlos Romero Barceló pudiera presentarle al país una falsa victoria frente a un movimiento clandestino que, hasta entonces, habían sido relativamente incapaces de infiltrar y desarticular. Para golpear la moral de una izquierda y de un movimiento obrero que, durante esos años, se había apuntado victorias políticas y organizativas importantes. El tiro les salió por la culata, aunque esa es otra historia.
Pero, las otras organizaciones armadas y clandestinas, ¿también las creó y dirigió Malavé? Claro que no. Como tampoco creó las causas y el contexto que motivaron a tantas personas en esos años a arriesgar sus vidas y su libertad. Incluidos Carlos y Arnaldo. De igual forma, los supuestos “infiltrados” en las protestas de los últimos años tampoco crearon la rabia e impotencia que siente este país, frente a la negligencia criminal y la burla cotidiana del régimen colonial. En fin, no son “monstruos extraordinarios”, ni tenemos por qué “regalarle esa grandeza”, diría Galeano.
Había dicho al principio, que cuando se invocaban a estos monstruos, salían, de manitas, para defender aquel viejo y sagrado mito del Puerto Rico pacífico. Veamos cómo lo hacen –por inercia en algunos casos, de manera intencionada en otros.
Cuando se recurre a la experiencia de Malavé y del Cerro Maravilla, para advertir la presencia de supuestos infiltrados cada vez que hay confrontación en nuestras protestas, se logra un doble propósito. Por un lado, se nos hace creer que la confrontación en nuestras protestas ocurre porque la provocan dos o tres infiltrados. Por el otro, se asume que Carlos y Arnaldo no tenían razones para recurrir a la violencia organizada, y que no lo habrían hecho de no haber sido engatusados por Malavé. En otras palabras: al proponer una versión de nuestro pasado reciente libre de desafíos violentos contra el orden establecido –violento por demás–, lo que se busca realmente es desautorizar a quienes se atrevan a desafiar ese orden hoy.[7]
Insinuar que Carlos y Arnaldo tomaron la decisión de recurrir a la violencia organizada porque Malavé les engatusó, es faltarle el respeto a la memoria y esfuerzo de miles de militantes que entregaron sus mejores años, que arriesgaron vida y libertad –perdidas en más de una ocasión– para legarnos un país distinto al que padecemos hoy. Igualmente, responsabilizar a “los infiltrados” por la confrontación de nuestros días, es desconocer la violencia que estamos sufriendo en Puerto Rico. Es faltar el respeto a quienes apostamos a transformarlo.
No es casualidad que se invoque ese pasado reciente de víctimas y “monstruos extraordinarios”, de medias verdades o medias mentiras, en momentos que se nos quiere hacer creer que las únicas alternativas que tenemos para cambiar nuestra realidad, son entrar a una caseta electoral cada cuatro años, o protestar sin molestar. En este callejón sin salida, adueñarnos de las experiencias, los debates, aciertos y desaciertos de quienes nos precedieron –incluidas sus organizaciones armadas y clandestinas– enriquecería nuestro arsenal de ideas y alternativas para encarar, y acaso transformar a Puerto Rico.
______________
[1] El que Carlos y Arnaldo fueran a “volar” las torres fue parte de la versión oficial de los hechos entonces, pero los “explosivos” que cargaban eran fósforos y combustible para barbacoas.
[2] Esta reconstrucción de los hechos se basa, principalmente, en un artículo publicado en la revista Pensamiento Crítico poco después de los mismos. Se utilizaron también otras fuentes citadas a lo largo de este ensayo. Véase: Santos Abril, “Cerro Maravilla” en Pensamiento Crítico, septiembre de 1978, año 1, núm. 8, p. 2. También disponible en: Ángel Agosto, El proceso político en Puerto Rico (Casa Editora de Puerto Rico: Río Grande, 2015), pp. 151-158.
[3] Comparto la posición de Manuel De Jesus González, antiguo miembro de la Comisión Política del PSP, cuando argumenta que la represión en Puerto Rico, si bien nunca desaparece, es proporcional al nivel de lucha. Véase: Manuel de J. González citado en Ché Paralitici, La represión contra el independentismo puertorriqueño: 1960-2010 (San Juan: Publicaciones Gaviota, 2011) p. 16.
[4] Ché Paralitici, Historia de la lucha por la independencia de Puerto Rico: Una lucha por la soberanía y la igualdad social bajo el dominio estadounidense (San Juan: Publicaciones Gaviota, 2017) pp. 375-378.
[5] Ché Paralitici, La represión …, p. 176.
[6] Partido Socialista Revolucionario (PSR-ML), “Apuntes para el desarrollo de una concepción marxista sobre la lucha armada en Puerto Rico” en Pensamiento Crítico, marzo de 1979, año 2, núm. 14, p. 15. Ver también: Fuerzas Armadas de Resistencia Popular (FARP), Comunicado, agosto de 1978. Disponible en: http://www.cedema.org/ver.php?id=6333. Consultado el 29 de enero de 2020.
[7] Una reflexión similar sobre la historiografía puertorriqueña, es expresada por Arcadio Díaz Quiñones en su ensayo “La vida inclemente”. Véase: Arcadio Díaz Quiñones, La memoria rota (Ediciones Huracán: Río Piedras, 1993) p. 27.