Miércoles de *
¿Por qué esta multitienda-multinacional quiere competir con el happy hour que como semillero de parcha se ha desparramado por el país? ¿Sus estrategas de ventas habrán identificado como vital conciliar los conflictos sentimentales entre libertad y responsabilidad entre sus consumidores? ¿Cuán atractiva resulta esta oferta para quien suele refrescarse con una cervecita después del trabajo en el cafetín de la esquina, la tiendita, el garaje o el liquor store?
Al pensarlo, no es tan asombroso que la Bestia de Bentonville aceche a los más pequeños. Tras comprar Amigo y fundir la tienda de electrodomésticos, farmacia, ropa y accesorios del hogar con el supermercado, Walmart ya se había convertido en una plaza del mercado. El bar solo añade un detalle que anacrónicamente lo asemeja la plaza del mercado que los centros comerciales habían sepultado como la ruina folclórica. Para recuperar las pérdidas de las ventas cibernéticas, “la mayor empresa de ventas minoristas del mundo”1 acude a la seducción de nuestra vena alcohólica.
Pero aun así no salgo del asombro y pienso en la vestidita de novia que saca Fede del freezer. A dos cincuenta o dos por cinco, porque ya lo decían Chucho y Nydia Caro: “es mejor cuando se toma más de una”. Sobre todo, si es en compañía. O la de Papo, igualmente fría, dos calles más abajo. Allí en el Barrio, los negocios sobreviven las malas decisiones de los gobiernos mientras conviven en sana competencia: vendiendo más o menos al mismo precio los mismos productos, comparten clientes, penas y alegrías.
Lo admito, peco de costumbrista posmoderno: ¿en qué se diferencia la nostalgia del cafetín de la nostalgia del quinqué?2 Quizás solo en que aún no lo es. En primer lugar, porque no se trata de una costumbre abandonada por la población sino de una práctica común. La bebelata es cultura viva que ha sobrevivido las hipocresías clínicas de intelectuales y autoridades que la celebran como folklore y mientras tanto la persiguen por perniciosa a la salud y la economía del país. En los fundamentos de la literatura nacional se aprecia el conflicto de la letra con la tradicional botella de jerez.3
Yerba bruja o brega resistente, hoy la bebida es promovida y aceptada a nivel de orgullo nacional. Las licorerías nacionales y extranjeras auspician fiestas de todo tipo y hasta nuestra identidad nacional, como acertara Arlene Dávila (Sponsored Identities: Cultural Politics in Puerto Rico, 1997). Aunque anualmente se pierdan millones de dólares en fondos federales para las carreteras, ningún legislador, ni siquiera la más fundamentalista, se atreve a proponer bajar la edad mínima para comprar (y consumir) alcohol por no perder votos y auspicios.
Es lógico considerar que la multinacional busque compensar las pérdidas causadas por la competencia cibernética que la forzó a cerrar 269 tiendas y cesantear cerca de 10 mil empleados, en enero de 2016. Pero me intriga el efecto retro de su estrategia neopopulista. ¿Puede la incursión del monstruo global erradicar la ancestral tradición de la pulpería y convertirse en su más reciente mutación translocal?
Dudo mucho que algún gerente se atreva a empezar un jangueo de miércoles social con sus asociados por motivo de una bonificación o un cumpleaños. No sé, soy de la provincia de Bayamón, y nunca janguié en diners. Tengo vagos recuerdos del de Woolworth, pero allí no se vendía alcohol. Y la Bombonera y la cafetería de González Padín son memorias que conozco de otras personas. No sé por qué pensé en un grupo de maridos aburridos aprovechando el happy hour mientras sus esposas hacen la compra como un remedio al aburrimiento del joven esposo, según lo expresa la Orquesta el Macabeo en “Supermercado” . Quizás así se promueva reformar a papá —como a Pancho, Ramona— para que “ayude” en las bregas de la vida doméstica y acompañe a “su doña” en la compra. Algo así como el efecto comercial que tuvo Iris Chacón en los sábados familiares.
Prefiero pensar que ese happy hour será ignorado por bebedores y bebedoras como yo. Total, si el anuncio era solo en la radio global, muchos ni se habrán enterado. Y no es que todos sean bebedores y bebedoras de cafetín como en una escena costumbrista; se pasa bien en Chili’s o en la Plaza de Santurce. Y no es que vea al jíbaro de Lloréns diciendo ‘nju’ enfrentando la penetración global, ni que deje de comprar televisores a quien más barato me los venda. De culturas y mercados híbridos está repleta mi vida cotidiana. La búsqueda del mejor balance continúa siendo nuestro mayor dilema colonial. Mientras tanto, mi cervecita donde Fede o donde Papo o donde doña Luz…
* Este escrito debió titularse “Miércoles de Walmart”, pero preferí no hacerle la publicidad a la multinacional.
- Copio palabras de Pablo Pardo, corresponsal en Washington de El Mundo, España, 20 de mayo de 2016: http://www.elmundo.es/economia/2016/05/20/5735b874e2704e347c8b46a1.html . [↩]
- Tomo prestada la frase de la pieza multiperformática de Teresa Hernández, La nostalgia del quinqué, 1999. [↩]
- Uno de los puntos comunes de la historiografía literaria puertorriqueña es la cita del “Prólogo” del Aguinaldo Puerto-Riqueño (1843) en la que los colaboradores de lo que Salvador Brau llamó “primer vagido de la Musa “puertorriqueña” (“Al que leyere”. Manuel Alonso, El gíbaro, 1884, primera edición conjunta) exponen su manifiesto de componer “un libro enteramente indíjena” que reemplace “con ventajas la antigua botella de Jerez, el mazapán y las vulgares coplas de Navidad”. [↩]