Nada que heredar
A veces una cita vista de reojo en el periódico me sobresalta y me hace retroceder en las páginas hasta encontrar lo que captó mi atención de esa manera. Hace unos días, en un recuadro en medio de un artículo sobre las luchas estudiantiles en Chile, leí estas palabras, atribuidas a la escritora chilena Isabel Allende: Los jóvenes no tienen nada que heredar… Si no toman el poder, no tienen vida futura. En otro tiempo, esta cita no me hubiera llamado la atención, incluso es posible que la hubiera considerado efectista y algo cursi. Pero la leí cuando los llamados indignados se derramaban por los recovecos del bajo Manhattan, y poco después de una sombría conversación entre amigos—varios de ellos, abuelos—que giró en torno a la falta de futuro que parece amenazar a los jóvenes de nuestro País. ¿Será posible que nuestra generación, tan dinámica y optimista en su momento, deje a la que sigue sin nada que heredar?
La manifestación más patente de esta pobreza de futuro es la falta de empleos. La tasa de desempleo entre los jóvenes siempre ha sido más alta que la de otros grupos, pero ahora estamos viendo que desaparecen muchas de las oportunidades que antes existían para los graduados de universidad, incluso los que tienen grados profesionales. No es inusual que un adulto joven con una maestría que perdió su empleo en una agencia del gobierno debido a la Ley 7 se encuentre todavía buscando trabajo, o que se haya tenido que colocar en un empleo de tiempo parcial con condiciones que rayan en lo inaceptable. Se ha creado así, en la nueva generación adulta, una clase profesional sumida en la desesperanza del desempleo o en la precariedad del subempleo. No sería sorprendente si se convirtiera en una clase colérica, presta a tirarle tomates—o peor—a los que todavía, tras un lustro de crisis, los quieren aplacar con peroratas sobre la “economía del conocimiento”.
La precariedad del trabajo que todavía queda es otra dimensión de esa pobreza de futuro. Antes se decía que el Gobierno pagaba poco, pero lo compensaba con seguridad de empleo y un surtido razonable de beneficios marginales. Hoy el Gobierno es un mal patrono; propenso al atropello laboral y a menospreciar el valor del trabajo en el servicio público, todo ello sumado a la inseguridad que conlleva trabajar hoy en una entidad gubernamental. En el sector privado la situación no es mucho mejor, ya que la crisis ha provocado una ola de destrucción de empleos como no se había visto en Puerto Rico desde los tiempos de la Gran Depresión en el siglo pasado. Poca gente está consciente de que la pérdida de empleos en el sector privado desde que comenzó la recesión ha sido de tres a cuatro veces mayor que la que se ha dado en el Gobierno, aún con los despidos en masa de la Ley 7. Y la pérdida de empleos privados quizás es peor también en términos cualitativos, en el sentido de que el sector privado no deja de emplear por razones ideológicas, sino por falta de rentabilidad actual y prospectiva. En otras palabras, porque no le ven mucho futuro al futuro.
Una parte muy importante de ese futuro—a la cual, curiosamente, los jóvenes no le dan mucha atención—es la calidad de la jubilación y el retiro. Una vida de trabajo productivo debería generar no sólo los ingresos para vivir con decoro (y, en un país desarrollado, hasta con cierta holgura), sino también los ahorros necesarios para evitar la indignidad de la dependencia en el descanso merecido de lo que hoy llaman la tercera edad. Pero ésta es precisamente una de las áreas en las que más se manifiesta la precarización del trabajo. Los planes de pensiones, especialmente en el gobierno, pero también en la empresa privada, solían basarse en el principio de la solidaridad inter- e intra-generacional, y con frecuencia se veían secundados por la red de seguridad del Estado benefactor. En cambio, la idea de la solidaridad en las pensiones ha perdido casi todo el terreno que una vez tuvo; en el ámbito del ahorro para la jubilación se impuso ya la noción neoliberal de “every man for himself”. Los que todavía estamos cobijados por el viejo sistema no nos podemos dar por seguros, ya que los planes de pensiones han perdido mucho de su valor con la reciente crisis financiera (amén de la imprudencia en el manejo de beneficios, hay que reconocerlo) y la red de seguridad del Estado benefactor está también acosada por adversarios cada vez más envalentonados. Pero aun sí, hemos sido agraciados en este aspecto en comparación con lo que se perfila para la actual generación de adultos jóvenes.
Y, acercándonos más al drama de los jóvenes chilenos, tenemos que preguntarnos si en la herencia menoscabada de nuestros jóvenes en Puerto Rico quedará algo parecido a lo que nosotros hemos llamado “La Universidad”. Soy de los que piensan que es una pena que los estudiantes hayan perdido la batalla contra la cuota especial que les impuso la administración universitaria. La Universidad tiene un cuadro fiscal preocupante, pero me preocupa más que haya colapsado la resistencia a un proyecto autoritario de reorganización. La crisis fiscal universitaria debería ser una oportunidad para refrescar el proyecto intelectual, cultural y social que es querer tener, en un país pequeño y pobre como éste, una universidad pública de alta calidad. En lugar de eso, la crisis se ha convertido en la excusa de algunos para atacar la esencia misma de ese proyecto. Si los estudiantes hubieran ganado la batalla de la cuota, nos hubiéramos visto precisados a buscar otras vías para salir del problema fiscal, pero hubiéramos emplazado a las autoridades a entablar un diálogo de concertación. A la larga, eso es mejor para la Universidad y para el País. Cuando Isabel Allende dice, refiriéndose a los jóvenes chilenos, que “si no toman el poder, no tienen vida futura”, me parece que exagera un poco, si lo tomo en sentido literal; pero como metáfora para el proyecto moral de una generación, entiendo que tiene toda la razón.
Los economistas solemos hablar de “justicia intergeneracional”, un tema que invariablemente trae a colación, entre otras cosas, la calidad del medio ambiente natural que quedará para las generaciones futuras. En este aspecto, la herencia puertorriqueña también se presenta disminuida. Personalmente pienso que uno de los dilemas más urgentes a los que nos enfrentamos los puertorriqueños es el de cómo acomodar el desarrollo físico que todavía necesitamos en el espacio natural apretado, y ya bastante maltratado, que tenemos. Las generaciones que vienen tendrán que lidiar con problemas de agua, de terrenos y de otros recursos aminorados por el desarrollo sin planificación de la generación de “Manos a la Obra”. El mal ejemplo es una parte de la herencia que les haría bien desechar.
Ciertamente, este cuadro de falta de empleos, de trabajo precario, de inseguridad en la jubilación y de otros peligros que amenazan a la juventud, no es único de Puerto Rico, sino que lo vemos en Europa, buena parte de América Latina, e incluso en Estados Unidos. Tan generalizado es que algunos estudiosos hablan de un punto de inflexión en la historia del capitalismo, y algunos incluso aventuran que se trata del fin de este sistema. Es irónico, por lo tanto, que uno de los ídolos de las generaciones jóvenes, el recién fallecido Steve Jobs, sea precisamente el ícono del empresario schumpeteriano en nuestros días; la cara alegre del capitalismo dinámico y emprendedor. En el mismo periódico donde leí la cita de Isabel Allende vi también una caricatura de Steve Jobs en la que tenía en sus manos una iPad que mostraba en su pantalla una variante genial de la famosa fórmula de Einstein: i = mc2. Sin duda, esa identificación de la imaginación con la energía explica en gran medida la longevidad del capitalismo. Su contrapeso, donde el sistema carga “el germen de su propia destrucción”, es la tendencia del conflicto de clases a despojar a las mayorías de una participación decente en los beneficios del progreso técnico. Puede ser que la retórica añeja de la lucha de clases haya desaparecido, pero se reinventa en la aritmética persuasiva del 99% vs 1% que esgrimen los indignados de Wall Street. Los jóvenes no ceden el poder, por lo que sí tienen vida futura.