Patria: formación de la comunidad puertorriqueña en Nueva York
Tras la aparición de Memorias: contribución a la historia de la comunidad puertorriqueña en Nueva York de Bernardo Vega en 1977 la imagen de nuestra historia, particularmente la de nuestra presencia en los Estados Unidos, cambió drásticamente. En su libro Vega documenta los orígenes de esta comunidad en la segunda mitad del siglo XIX y nos hace pensar aún en tiempos más remotos, en el siglo XVIII; hay que recordar los importantes contactos comerciales entre las Antillas y las entonces colonias inglesas en Norte América. Tras la aparición del libro de Vega, otros estudiosos han ampliado lo establecido por este y hasta han abierto nuevos caminos en ese campo. Es en ese contexto donde hay que colocar el nuevo estudio de Edgardo Meléndez, “Patria”: Puerto Rican revolutionary exiles in late nineteenth century New York (New York, Centro Press, 2020). No me cabe duda alguna de que hay que darle la bienvenida a este nuevo libro que, a pesar de ciertas pequeñas fallas y algunas ausencias bibliográficas, es una importante contribución para el mejor entendimiento de la formación de la comunidad boricua en Nueva York.
El centro del libro es el periódico Patria (1892-1898) fundado por José Martí como otro medio más para organizar la lucha por la independencia de Cuba. El editor de este periódico fue un tipógrafo negro puertorriqueño, Sotero Figueroa (1851-1923), amigo íntimo y fiel colaborador de Martí. Los tres adjetivos que uso para describir a Figueroa – tipógrafo, negro, puertorriqueño – apuntan a aspectos claves de la lucha que Martí fomentaba entre los emigrantes antillanos en los Estados Unidos. Tipógrafo: Sotero Figueroa pertenecía a una élite de obreros ilustrados – tabaqueros y tipógrafos – que, dados su conciencia política y su desarrollo intelectual, era la base de los que apoyaban a Martí en su lucha. Negro: para Martí era importante la unidad de todos los antillanos que, en el fondo, estaban divididos por prejuicios raciales que él mismo denunciaba y que quería erradicar, como lo postula en su conocido ensayo “Mi raza”. Puertorriqueño: la lucha por la independencia de Cuba que dirigía Martí estaba fundada en una visión panantillanista que tenía sus orígenes en las ideas y los ideales de Betances, que fueron desarrollados por Hostos antes de ser aceptados por el prócer cubano. Sotelo Figueroa era, pues, una figura representativa y hasta emblemática de la lucha independentista que trataba de unir a la vanguardia de los obreros cubanos y puertorriqueños, sin que importara su razas. Por ello – y dada la estrecha amistad entre los dos – es que este puertorriqueño ocupó un puesto tan importante en el aparato político creado por el prócer cubano.
Meléndez en este nuevo libro se enfoca en la presencia de Puerto Rico y la colaboración de los puertorriqueños en Patria. Para hacerlo estudia en el primer capítulo de su libro el ambiente político de las colonias antillanas en Nueva York en ese momento y, al hacerlo, presta atención especial a la participación de los boricuas en el “Partido Revolucionario Cubano” fundado por Martí el mismo año que el periódico. Recordemos que este partido tenía una sección puertorriqueña cuyo objetivo era fomentar la independencia de nuestra isla mientras se preparaba la lucha armada para obtener la de Cuba. Sotero Figueroa no fue el único boricua que se destacó en esa lucha con base en Nueva York; múltiples otros compatriotas suyos – Pachín Marín, Schomburg, Hostos, Henna, Rius Rivera, entre otros y otras – desempeñaron roles de importancia en esta.
En el capítulo central del libro, Meléndez examina la presencia de Puerto Rico y los puertorriqueños en Patria. Presta atención especial, dado su acercamiento historiográfico, a la economía del momento y su impacto en la lucha y vida de los cubanos y boricuas en Nueva York. Meléndez nos recuerda que esta ciudad se convirtió en el centro del proceso de refinación del azúcar caribeño y en una gran productora de cigarros, industrias ambas que impactaron a los antillanos emigrados a Nueva York y a las Antillas mismas.
El último capítulo de la primera parte del libro, el que más me interesa, intenta ver cómo las comunidades boricuas y cubanas en Nueva York quedan retratadas en las páginas de Patria. Aquí, como en todo el estudio, la labor de Meléndez es rigurosa y nos ayuda grandemente a entender mejor la historia de los antillanos en la segunda mitad del siglo XIX en Nueva York. Por ello, la primera parte del libro – la segunda, la más amplia, es una utilísima recopilación de documentos, especialmente de artículos publicados en Patria – termina con las siguientes palabras que establecen claramente el propósito central de su estudio:
… the newspaper can be used to document the historical record of the nascent Puerto Rican community in this city and remind current generations that the origins of Puerto Rican presence in New York goes back years before the US invasion of their patria in 1898. (96)
Con esta oración Meléndez afirma que parte de una mirada amplia de la historia de los boricuas en Nueva York y que, como Bernardo Vega ya había propuesto y adelantado, hay que ver la continuidad de la historia de los puertorriqueños en Nueva York como un proceso, como una secuencia que, a pesar de los cambios o por estos mismos, sirve para explorar el pasado y para entender mejor el presente. Por ello me interesa especialmente este capítulo final donde se esboza la situación de los puertorriqueños en Nueva York en ese periodo de formación.
Uno de los rasgos más destacados de ese retrato de esta comunidad en el siglo XIX es la división de clases: obreros y profesionales. Meléndez hasta marca la presencia física – viviendas y negocios – de esos puertorriqueños en la ciudad y esto le sirve para ilustrar mejor esta división. Por un lado, estaban los profesionales de clase acomodada como Henna y Todd y, por otro, los obreros como Marín y Figueroa. Esa división se manifestaba no sólo dónde vivían o trabajaban sino también y sobre todo en sus respectivas ideologías políticas: muchos de los primeros querían la separación de Puerto Rico de España para asimilarse a los Estados Unidos, mientras que los segundos tenía como objetivo último la creación de una nación independiente. Esa misma división se ve entre los cubanos y, por ello, tras la muerte de Martí y al alcanzar el poder del Partido Revolucionario Cubano Tomás Estrada Palma, domina el ala conservadora de este, lo que tiene como consecuencia que disminuya en Patria el interés por Puerto Rico, que se proponga la asimilación de la Isla a la nueva metrópoli como solución política y que sea menor la colaboración de los puertorriqueños en el periódico.
Como ya señalaba, Meléndez comienza a rastrear el desarrollo de los comercios en la comunidad puertorriqueña en Nueva York. Para hacerlo nos ofrece al principio del libro un revelador mapa de Manhattan donde aparecen identificados las residencias y los negocios de muchos de los puertorriqueños que son protagonistas de su estudio. Este es un trabajo que hay que continuar, pero ya aquí se ofrece una base sólida para futuros investigadores. En este mapa Meléndez señala la presencia de tres “boticas”. Poca información adicional se nos ofrece sobre estos negocios que, desafortunadamente, confunde con “botánicas”. En el siglo XIX todavía las manifestaciones religiosas que no fuesen expresión ortodoxa de la cultura dominante estaban en un proceso de formación y no tenían la posibilidad de manifestarse abiertamente. Por ello esas “boticas” tenían que ser farmacias o negocios afines a estas y no “shops for spiritist products and practices” (91), como sugiere Meléndez. Faltarán todavía muchas décadas antes de que esas manifestaciones religiosas que en el momento eran secretas pudieran aparecer públicamente y pudieran tener ámbitos propios para comerciar. Pero, a pesar de pequeños errores como este, Meléndez nos ofrece una base sólida para estudiar la comunidad boricua en Nueva York en la segunda mitad del siglo XIX.
Sorprende también la ausencia de ciertos estudios que pudieran servir para sustentar y ampliar la tesis central de este estudio. Por ejemplo, Lisandro Pérez, a quien Meléndez cita, aunque por un trabajo temprano pero que resume los importantes hallazgos que más tarde ampliará en un libro, Sugar, cigar and revolution: the making of Cuban New York (2018), es otro historiador que ha hecho una contribución de importancia al campo. Pero sorprende que Meléndez no haya consultado el importante libro de Lillian Guerra sobre la transformación de la figura de Martí en Cuba tras la guerra del 98, The myth of José Martí: conflicting nationalisms in early twentieth-century Cuba (2005). Ese trabajo le hubiera ayudado a entender mejor la transformación del Partido Revolucionario Cubano tras la muerte de Martí y, particularmente, el final de la vida de Sotelo Figueroa y Lola Rodríguez de Tió en Cuba. Otra ausencia que sorprende es el excelente libro de Patricia A. Cooper, Once a cigar maker: men, women and work culture in American cigar factories, 1900-1919 (1987), libro que, aunque se sale algo del marco histórico de este estudio, podría haber ayudado a crear un mejor cuadro de esa industria tan importante en el desarrollo de la comunidad antillana en Nueva York. Tampoco aparece el estudio de Josianna Arroyo sobre la masonería antillana, Writing secrecy in Caribbean freemasonry (2013), libro que estudia el gran e importante impacto de la masonería en los intelectuales antillanos del momento, mucho de los cuales son los protagonistas del libro de Meléndez. Para desarrollar el tema central de su libro, Meléndez depende sobre todo de las memorias de Bernardo Vega. Esta es una excelente fuente, pero siempre cabe la posibilidad de ampliar el panorama con el trabajo de otros investigadores, como los que menciono.
A pesar de estas pequeñas críticas y ausencias, no me cabe la menor duda de que tenemos en nuestras manos un excelente libro que hace un aporte importante a la construcción de la historia de los puertorriqueños en Nueva York. Hay que felicitar a Meléndez por su trabajo y la mejor forma de hacerlo es leyendo su libro.