Plantarse para construir
Todo el país está claro en la gravedad del problema, en los últimos días hemos escuchado los testimonios de mujeres sobrevivientes de violencia machista, los medios de comunicación ya están hablando de la necesidad urgente de organizar un plan que erradique esta situación y sin embargo, el primer mandatario todavía no ha hecho ninguna expresión oficial. En 1989 las compañeras feministas impulsaron la Ley 54 para que se prohibiera la violencia doméstica, la que se ejerce en la intimidad de un hogar. En un momento en el que se decía que “los trapos sucios se lavan en casa”, las compañeras supieron identificar el problema y traer propuestas concretas. Inspiradas en la lucha de las compañeras, la Colectiva Feministas en Construcción se dio a la tarea de formular una acción contundente, un Plantón que apunta al problema de raíz: la violencia generada por la desigualdad.
La orden ejecutiva, que es parte de los reclamos aprobados por la Asamblea Feminista #NiUnaMenos llevada a cabo el 3 de junio de 2017, establece un plan de acción a nivel nacional que involucra a todas las agencias gubernamentales, desde el Departamento de Educación hasta el Departamento de Justicia, para que se atienda el problema de forma transversal. Es decir, más allá de asistir de forma adecuada a las sobrevivientes de violencia machista, se trata de erradicar la violencia machista. En una sociedad que nos sigue educando que las personas somos diferentes, y por lo tanto el trato que reciben es distinto, por nuestros genitales, color de piel y lugar de nacimiento, urge empezar a impulsar otra forma de pensar a las nuevas generaciones. Como muy bien han explicado las compañeras feministas negras tanto el género como la raza son construcciones sociales de la realidad, por lo tanto, para erradicar esa violencia hay que construir otra realidad.
Como organización feminista que estudia y practica el feminismo negro radical, la Colectiva Feminista en Construcción sabe que la violencia patriarcal y racista no se erradica con una firma y unas medidas impuestas por un estado que ejerce sobre sus ciudadanos una violencia marcada por la clase, la raza y el género. Ejemplos de esta violencia los conocen en carne propia las mujeres racializadas de clase pobre o trabajadora cada vez que salen a la calle y tienen que bregar con la violencia patriarcal y racista que empieza por el mismo estado cuando contaminan sus tierras, como en Peñuelas y en las comunidades del G8 en el Caño Martín Peña, cuando les cierran escuelas, cuando reducen los cupones, cuando la policía interviene en sus comunidades, entre, desafortunadamente, muchas otras instancias. Sin embargo, apostamos a ir mejorando nuestra vida y a utilizar cualquier estrategia de lucha para tener una vida más digna.
Stuart Hall explica en su entrevista “Race, the Floating Signifier” la importancia de arriesgarse en la lucha política sin garantías, “politics without guarantee”, tenemos que salir de nuestros espacios de “confort” en nuestro activismo político si queremos obtener otros resultados. Arriesgarnos a que las cosas no salgan como teníamos pensado y aun así seguir apostando a mucho más.
En la lucha en contra de la violencia machista lo único que sí tenemos claro, y seguro, las feministas, es que el gobierno jamás tomará cartas sobre el asunto para acabar con la violencia machista a menos que nos organicemos y se lo exijamos. Por eso, este viernes, 23 de noviembre de 2018, nos encontraremos en la plaza Colón y marcharemos hasta Fortaleza donde nos quedaremos plantadas hasta que el gobernador firme una orden ejecutiva declarando un estado de emergencia nacional contra la violencia machista.
Audrey Lorde en su texto “The Uses of Anger” establece que la rabia, no el odio, puede ser un motor de cambio importante; la rabia creada por la opresión es una energía que puede construir resistencia. Nuestra rabia nos lleva a plantarnos, a resistir sin garantías, esperanzadas que cosecharemos otra vida.