Postales desde el ocaso
Acabo de leer la columna (bueno, tiene poco más de 1200 palabras, de modo que no sé si sea una columna, o si su longitud la ubique dentro de algún otro género más laxo en cuanto a la economía textual) del ex-presidente de la Universidad de Puerto Rico José Saldaña. El argumento del autor es, por describirlo de alguna manera, complicado sin ser complejo, rígido sin ser riguroso, gritón sin ser sólido. La cosa es más o menos así:
- Partiendo de la premisa descriptiva de horrendos asesinatos con perfil similar, descritos como una dicotomía entre un criminal “sabandija” y una víctima valiosa con un futuro brillante, pasa a
- “demostrar”, aludiendo a ejemplos como una redada reciente, que la policía está haciendo un buen trabajo a pesar de
- estar intimidada por organismos tales como la ACLU y el Colegio de Abogados, que defienden criminales y que
- no acaban de aceptar que necesitamos con urgencia lo que Saldaña llama “grandes remedios”, entre los cuales destacan la implantación de la pena de muerte, el toque de queda y la eliminación del derecho a la fianza.
La palabra “sabandija” se repite con frecuencia en el texto y repica en mi cabeza. Repica porque funciona y porque no funciona, porque resuena pero es a la vez incómoda, cacofónica. Resuena porque frente a los crímenes que Saldaña elige para anclar su argumento, mi empatía naturalmente tiende a encauzarse en dirección a las víctimas, y especialmente las madres de las víctimas. Como académica y por ende parte de un sector relativamente privilegiado en el país, mi perfil se parece más al de esas madres que al de las madres de los asesinos, y el futuro de mis hijos está más alineado con el de Stefano que con el de sus victimarios. Aunque esa resonancia y esa empatía no dependen del todo de una cierta compatibilidad de clase: Hasta la madre de Alexis, uno de los dos participantes del carjacking, sintió, inevitablemente, empatía por esa otra madre, la de Stefano, que se quedaba ahora sin hijo, arrancado de su lado del peor modo posible.
Puedo imaginarme a Saldaña en otro momento histórico, en otro lugar, liderando o asesorando intelectualmente a una turba dispuesta a linchar a Alexis y a Menor, el otro joven, el que posiblemente le disparó a Stefano en la cabeza. La turba estaría movida por el mismo ímpetu de justicia y venganza que, sin el filtro civilizador del raciocinio y la ecuanimidad, nos convierte a todos en asesinos frente al asesinato, nos promete el alivio de asesinar al asesino, nos impulsa a renunciar a nuestros derechos ciudadanos y civiles para obtener la falsa seguridad de una policía y un ejército que, así amparados por una “necesaria” impunidad (sin ella, nos advierte Saldaña, estamos “castrando” a la policía), podrían protegernos mejor.
Es una pereza intelectual que, viniendo de un ex jerarca universitario, da miedo. Porque sabemos que la pena de muerte no ha funcionado como disuasivo criminal en los lugares en donde se ha impuesto. Porque sabemos también que hay muchos grises, en este pobre y corrupto país nuestro, entre las fuerzas dedicadas a protegernos y aquellas dedicadas a desangrarnos. Porque sabemos que la impunidad no nos protege, sino que nos amenaza más que la transparencia. Porque la marca de una civilización no es convertirse en la asesina formal de los que perpetran crímenes contra ella sino todo lo contrario. Porque la esperanza, la que le quede, a este país está más cifrada en nuestra capacidad, la que nos quede, de buscar soluciones pensadas para los problemas complejos y en evitar seguir disparando de la baqueta, con redadas, intervenciones, y legislaciones (a viva voz, porque la legislatura es cada vez más dada al grito y menos a la aritmética de contar votos) para criminalizar al que disiente. Porque arrestar a un activista disfrazado que protesta no traerá a Stefano de la tumba, y porque un país en donde ese activista puede ejercer su derecho a la protesta es un país en donde es menos probable que maten a un Stefano para robarle un carro, aunque esa realidad a Saldaña no le guste.
Si el asesinato arbitrario y cruel de Stefano de algún modo representa el ocaso de la esperanza en nuestra capacidad y voluntad de país, la columna simplona y grandilocuente de Saldaña representa, para mí, el ocaso de la capacidad y voluntad racional de la elite del país. En un libro reciente, Chris Hayes discute el concepto: La desigualdad extrema reduce el desarrollo psíquico, económico y cultural no solamente de los que menos tienen, sino también de los más privilegiados. Así, nos describe por ejemplo el caso del sur esclavista en la víspera de la guerra civil de Estados Unidos como un espacio donde ubicaban los individuos más ricos del país pero en donde su misma riqueza, y el uso inmoral de la mano de obra esclava para sostenerla, implicó menos riqueza para los estados del sur como región y menor capacidad para sostener su posición frente al norte. Puede leer más sobre el libro de Hayes aquí, y sobre la relación entre la desigualdad y el aumento de los crímenes violentos acá.
El punto es que la columna de Saldaña lee como un rayo de oscuridad, como una postal desde el ocaso de una elite cada vez más distante del grueso de la población, una elite con la capacidad para la empatía atrofiada, una elite que se presenta como intelectual pero a la vez es incapaz de proponer soluciones más allá de la venganza, el odio visceral, y el uso de la violencia para combatir a la violencia. Una elite que descarta el informe de la ACLU sobre la corrupción policiaca como “izquierdista”, que acusa al colegio de abogados de proteger a los criminales para hacer dinero defendiéndolos (!), que menciona los crímenes que afectan a los hijos del privilegio pero opta por no mencionar a los que afectan (y son tantos!) a los pobres: la niña muerta a manos de su padre, las mujeres asesinadas por sus parejas, los niños baleados en tiroteos y los jovencitos que día a día optan por arriesgar la vida propia y ajena en el sucio negocio del narcotráfico. El entrelíneas es que esas víctimas no merecen nuestra simpatía y nuestra acción.
Saldaña prefiere llamar a los asesinos “sabandijas” repetidamente, tal vez porque pensarlos como una plaga no humana, como cucarachas ponzoñosas, sierpes malintencionadas o ratas nucleares, para así matarlos sin reflexión y sin culpa, resulta más fácil para una elite en pleno ocaso que mirar asesinos a los ojos, reconocerlos como nuestro espejo y nuestra creación, y buscar soluciones valientes, cuidadosas, pensadas. Porque es más fácil destruir sabandijas que construir país. Porque es más fácil azuzar a las masas que contribuir a que las masas piensen. Porque hemos renunciado a pensar y esa renuncia es la misma que pone a mi vecina a ver la comai en lugar de leer un buen libro, la misma que pone a Saldaña a exigir la pena de muerte en lugar de usar sus 1200 palabras en un periódico de circulación amplia para ponernos a pensar con alguna profundidad, la misma que pone a Alexis y a Menor a buscar un carro a tiros en lugar de sentir empatía por el joven que han decidido matar, la misma que hace que el policía prefiera rajar una cabeza que investigar un crimen, la misma renuncia, es la misma renuncia, es la misma, y nos está asesinando al país.
* Reproducido del blog de la autora, con su autorización.