Puerto Rico en el siglo americano
Economía, política y cultura son los tres vectores por los que transcurre la historia relatada por César J. Ayala, profesor de sociología de la Universidad de California, y Rafael Bernabe, investigador de la Universidad de Puerto Rico, en su libro Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898 . Aunque los autores, al referirse a estas tres áreas, advierten que “no se puede escribir de todo a la vez” y que, por tanto, estos campos de actividad se dividen en distintos capítulos y apartados, la claridad expositiva de su trabajo le permite al lector ver muy bien el tejido de tres hilos. Se logran conjugar los tres vectores en una sola historia.
Se trata de una historia general cuyo objetivo, según sus autores, es “familiarizar al lector con la historia de Puerto Rico desde 1898”. Lo logran. Logran mucho más que meramente “familiarizar”. Logran educar. Logran que el lector reinterprete el pasado, reflexione sobre el presente y haga esfuerzos por atisbar el futuro. Invitan al debate.
Desafortunadamente, lo que sí es imposible es hablar de todo a la vez. No es posible que en esta presentación pueda hacer referencia y, mucho menos, justicia a todos los temas, debates y acontecimientos cobijados por los tres vectores por los que con buen paso transitan Ayala y Bernabe. Me circunscribiré, por tanto, a resumir sus pasos por los vectores con una breve reflexión con muchas e importantes omisiones. Cualquier traspié es de mi entera responsabilidad.
“La literatura es cosa seria”. Esto solía repetirlo incansablemente con su característico tono autoritario don Pablo García Díaz en sus clases de literatura española hace ya varias décadas. Por cierto, su tono era tan imperioso que sus estudiantes – sobre todo éste servidor – solían agacharse cuando se discutía el Poema del Mío Cid porque temían que a don Pablo se le zafara un tajo épico que pudiera decapitar a algún inocente, cristiano o no. De todas maneras, tenía razón: “la literatura es cosa seria”. Lo es por muchas razones: por su valor estético, por su capacidad de recoger diversas visiones de mundo y por su percepción sociológica y psicológica, entre otras.
Poco después de haber tomado el curso de don Pablo cayó en mis manos – no recuerdo si por asignación o por accidente – un libro editado por un profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Puerto Rico, Gabriel Franco, titulado Historia de la economía por los grandes maestros que incluye un artículo de Henri Francotte sobre la economía de la época homérica. Dice Francotte: “La epopeya se escribe a la gloria de los nobles, pues corre por sus venas la misma sangre que discurre por las de los dioses”. Pero junto a esa gloria aparece la miseria. La Ilíada – que antes era lectura requerida en el curso básico de Humanidades – está llena de botines, de rescates ofrecidos por los prisioneros, de muertos despojados de sus armas, de carnicería, de pillaje… Homero, apunta Francotte, no oculta lo que está en la sombra, casi como escenografía: y así aparecen los diversos estratos sociales: trabajadores domésticos, obreros errantes, artesanos, esclavos… De la descripción de un escudo, como el de Aquiles, pueden inferirse los lazos comerciales de la época, casi indistinguibles de los de la piratería.
Por cierto, a manera de nota al calce, el profesor Gabriel Franco fue el traductor y el autor del estudio preliminar de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith para la conocida versión en español que publicara la editorial Fondo de Cultura Económica de México. Traigo a colación lo de la traducción porque el libro que hoy nos ocupa fue escrito originalmente en inglés y es una traducción excelente de Aurora Lauzardo Ugarte.
Cuando comencé a leerlo recordé a don Pablo y al artículo a que he hecho referencia. Ciertamente, “la literatura es cosa seria” y así la asumen Ayala y Bernabe a lo largo del vector cultural. No ocultan lo que está en la sombra. Todo lo contrario. Son muchos los velos que descorren.
Justo en el primer capítulo, cuando se refieren a las esperanzas liberales que nacen en la segunda mitad del siglo 19, comentan, como de pasada, un texto menor de Alejandro Tapia y Rivera, Puerto Rico visto sin espejuelos por un cegato, de evidente pertinencia:
“… un lector miope busca a Puerto Rico en una enciclopedia y se regocija sobremanera al leer la descripción de una isla dotada de un puerto activo, un eficaz sistema de carreteras y ferrocarriles, sectores agrícolas e industriales diversificados, amplia distribución de propiedad agrícola, prensa libre, varias universidades y un campesinado próspero que participa activamente en el gobierno local. Pero esta visión de un Puerto Rico organizado política, económica y culturalmente en esferas dinámicas e interactivas y vinculado al mundo mediante un comercio diversificado de productos e ideas resulta ser un espejismo: cuando el lector se pone los espejuelos, descubre que no hay siguiera una entrada para Puerto Rico en la enciclopedia. Desde la atalaya de la modernidad, Puerto Rico era, sencillamente, invisible.”
Hoy día abundan los lectores miopes. ¿Puerto activo de trasbordo rodeado de empresas generadoras de valor añadido y de empleo? Si visitan al Puerto de las Américas, luego de una inversión de cientos de millones de dólares, encontrarán unas magníficas y modernas grúas que no han cargado ni una sola quenepa ponceña. ¿Sectores agrícolas e industriales diversificados? La agricultura prácticamente no existe y el sector manufacturero se caracteriza por su falta de diversificación: una sola categoría industrial (productos químicos y derivados) constituye el 71.3 por ciento del total del ingreso neto interno de este sector. El ingreso neto interno de dicha categoría se subdivide en $1,896.5 millones en pago de nómina y en $27,589.8 millones clasificados como ingresos procedentes de la propiedad (Junta de Planificación, (2010), Ingreso y Producto, tabla 13). ¿Amplia distribución de propiedad agrícola? Ni la hubo – como muy bien demostrara Clara Lugo Sendra, científica social que los autores rescatan del olvido – ni la hay. Para colmo, no se cuenta ni con un plan de uso de terrenos. Valga destacar, ya que de propiedad de medios de producción se trata, que más del 90 por ciento de los activos del sector manufacturero está en manos de capitalistas no residentes. El mismo camino ha estado siguiendo el sector comercial. Y todo esto, como señalan Ayala y Bernabe al referirse a las ironías de la realidad puertorriqueña que aparecen en la obra de René Marques, “bajo la égida de un partido creado en nombre de la reforma agraria y el fin del control económico ausentista”.
¿Un Puerto Rico “organizado política, económica y culturalmente en esferas dinámicas e interactivas y vinculado al mundo mediante un comercio diversificado de productos e ideas…”? ¿Qué organización? ¿Qué productos? ¿Qué ideas? ¿Qué diversificación? Baste advertir que el 68.9 por ciento del valor total de las exportaciones de Puerto Rico es de productos farmacéuticos y medicinas.
Como el personaje miope de Tapia y Rivera, el país tiene ante sí un espejismo. Pero se niega a ponerse los espejuelos. No quiere descubrir que todavía no aparece en la enciclopedia.
Son muchos los debates que contiene el vector cultural: los que provoca la política de americanización, los que parten de diversas interpretaciones nacionales, los que nacen de la hegemonía del Partido Popular Democrático y los que giran en torno al posmodernismo, entre otros. Los autores destacan las ideas de numerosas figuras literarias de ayer y de hoy y las ubican en la compleja urdimbre política y económica del país.
Por el vector político desfilan, naturalmente, los consabidos cambios formales del andamiaje institucional: Ley Foraker, Ley Jones, Ley Pública 600 y Estado Libre Asociado (ELA). El ELA queda muy bien resumido como “el debate sin fin”. También están presentes los diversos partidos y movimientos políticos desde la invasión de 1898, los juegos de alianzas y coaliciones, la prolongada hegemonía del Partido Popular Democrático a partir de 1940 y la nueva “ofensiva de la estadidad” representada por el Partido Nuevo Progresista (PNP). El independentismo en sus distintas épocas es, claro está, parte integral de este vector. Aparecen otros actores sociales como, por ejemplo, los sindicatos. Pero no es el desfile de los distintos actores, por importante que éste sea, lo fundamental sino la red interactiva que se configura entre el vector político y los vectores de la economía y de la cultura. Éste, a mi juicio, es el sello distintivo del libro.
En esta historia se incluye el desenvolvimiento de la diáspora puertorriqueña: primera emigración en los inicios del pasado siglo, formación de El Barrio en Nueva York, activismo comunitario, migración masiva durante la época de Operación Manos a la Obra, incursión en la actividad política, expresiones culturales, reciente migración hacia el estado de Florida… Constituye un acierto de los autores tratar el desenvolvimiento de la diáspora en “interacción” con el de Puerto Rico, como “proceso histórico único” y no como un apéndice o un proceso paralelo ajeno a los acontecimientos insulares.
Aquí se abre otro debate. ¿Es Puerto Rico una “nación dividida” o una “minoría nacional” dentro del Estado y la formación social estadounidense? ¿O, quizás, no es ninguna de las dos? Lo que se piense que sea o, más bien, lo que en efecto sean los contenidos de los vectores económicos, políticos y culturales definirán el sendero. Ambos, el debate y el sendero, permanecen abiertos.
Estos senderos no son utópicos ni perfectos ni puros. Aquí cabe citar otra de las figuras rescatadas por Ayala y Bernabe, Rubén del Rosario, que al criticar el purismo lingüístico establecía la analogía con el racismo: “el valor ni la utilidad de una lengua dependen de su limpieza de sangre”. Para del Rosario, recalcan los autores, la identidad es “abierta, dinámica y porosa”.
Tal argumento se puede trasladar al terreno político y económico. Ni a la sociedad civil ni al Estado, ni al mercado ni a la planificación, deben adjudicársele virtudes que en realidad no tienen puesto que, en todo caso, es del reconocimiento de sus imperfecciones que puede gestarse la política más acertada. Mucho cuidado con el pensamiento único, con el partido único y con el líder iluminado. Pero la tara utópica pesa y empuja a muchos, desde la izquierda hasta la derecha, desde oriente hasta occidente, a posiciones fundamentalistas.
¡Pero ojo! Una cosa es la crítica al purismo y otra es que en nombre de ella se justifique el sendero que conduce a la liquidación. Ayala y Bernabe establecen claramente que del Rosario, desde su perspectiva anticolonialista, favorecía la independencia a la misma vez que se oponía a las concepciones puristas y estáticas de la cultura. No se puede descartar la lucha en contra de la desigualdad, de la subordinación, de la explotación o de la degradación ambiental como si éstas fueran meras impurezas que hay que tolerar.
El vector por el que transita la economía de Puerto Rico se vincula al contexto de la economía capitalista mundial. Ciertamente, el auge y la decadencia del azúcar, como luego de la industria textil y de las petroquímicas, como ahora del sector farmacéutico, no son independientes de los vaivenes del capitalismo global. Mucho menos cuando se trata de una economía de enclave tan íntimamente entrelazada con la de Estados Unidos. Estos lazos se traducen en elevados pagos a los factores externos y también en un significativo flujo de fondos federales, desde el Nuevo Trato hasta los programas de asistencia social del presente. Este vector cierra con el estancamiento de la economía y con los conflictos que ha suscitado el llamado neoliberalismo, sobre todo sus políticas de privatización.
Ayala y Bernabe plantean, acertadamente, la ausencia de un reto efectivo al neoliberalismo tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico. En esto ha pesado el hecho de que la doctrina keynesiana – adoptada por los liberales en su versión más conservadora – se articuló sobre las bases de acceso al consumo. La redistribución del ingreso, las orientaciones hacia la equidad y las políticas de gasto se concibieron para aumentar y estabilizar la demanda. ¡Ahora ni eso! Probablemente esto explica – al menos en parte – la debilidad del sindicalismo y de partidos de orientación laborista. No ha estado presente un modelo que efectivamente, desde el lado de la oferta, reconcilie la equidad y la eficiencia como lo intentó el keynesianismo por el lado de la demanda. Tal modelo tendría que partir de la propia organización del aparato productivo y del trabajo.
La percepción que se tiene en Puerto Rico de la base material se puede resumir en un hecho: Estados Unidos es un país rico y poderoso que la mayoría de los puertorriqueños representa como abundante fuente de capital, seguro destino de migrantes en calidad de ciudadanos y generoso proveedor de prestaciones sociales. Sobre esta base material se ha apoyado el discurso de “progreso” y “seguridad” de los integrantes del bipartidismo gobernante.
La inversión directa externa, que tiene el efecto de reducir la urgencia de generar ahorro interno, ha logrado montar un enclave económico apoyado eminentemente en privilegios fiscales provistos por Puerto Rico y en el libre acceso de sus exportaciones al mercado estadounidense. Ningún enclave genera suficientes empleos. Su permanencia – en realidad nunca son permanentes – depende de grandes masas de ganancias que son remitidas al exterior. Su incapacidad para generar suficientes empleos siempre se intentó compensar con actividad gubernamental financiada básicamente mediante el sistema impositivo (erosionado por los privilegios fiscales), los ingresos generados por los servicios de las empresas gubernamentales, la emisión de deuda y las aportaciones federales al sector público. La insuficiencia de tal compensación es patente. También se ha recurrido a dos salidas definitorias del orden vigente: la emigración o válvula de escape de los que se van y la asistencia social o válvula de escape de los que se quedan. A todo esto se suma la incalculable economía informal o subterránea que incluye tanto a innumerables gestiones productivas, socialmente útiles, como a la industria criminal en la que sobresale el trasiego de drogas.
Sobre tal andamiaje institucional se monta un alto nivel de consumo acompañado del consecuente bajo ahorro y creciente endeudamiento. Esto nutre a un amplio, diverso y moderno sector comercial crecientemente compuesto por grandes cadenas de Estados Unidos.
No en balde Ayala y Bernabe concluyen: “Así las cosas, en 2006, el estado de los movimientos sociales y laborales en Puerto Rico ofrece pocas posibilidades de cambio en el futuro cercano.” No obstante, postulan la necesidad del cambio. El deterioro económico y social va tornando más evidente tal imperativo tanto aquí como fuera de aquí.
Todavía las tres válvulas – el enclave, la dependencia y la migración – les resultan funcionales a muchos puertorriqueños o, al menos, las perciben como tales. Pero con el prolongado estancamiento de la economía, traducido durante los últimos cinco años en franca contracción, y con la profundización de la descomposición social su disfuncionalidad se hace cada día que pasa más patente. Cuando la disfuncionalidad de las válvulas se haga intolerable estallará la olla. Entonces, quizás, puedan abrirse vías de verdadero cambio institucional en este país.
Los protagonistas de tales cambios son los seres humanos en acción. No los libros. Pero los libros cuentan… ayudan… Puerto Rico en el siglo americano es un libro necesario.