Puerto Rico y la Argentina en dos libros de reciente publicación
¿Qué relación pensar entre Puerto Rico y la Argentina, dos países con más diferencias que semejanzas en el diverso mundo cultural latinoamericano, amén de compartir una lengua y el común legado hispánico? Arcadio Díaz Quiñones define en El arte de bregar la brega como “la estrategia de poner en relación lo que hasta entonces parecía distante o antagónico” (2000: 22). Los dos libros bregan entonces con ese desafío: comparar y situar, entre los varios escenarios globales visitados en sus páginas, dos lugares ubicados en dos extremos del universo hispanoamericano pero poseedores sin embargo de numerosas afinidades. Puerto Rico como sabemos fue uno de los primeros puntos donde los españoles se establecieron. La Argentina, en las antípodas del hemisferio, inició su contacto efectivo con la metrópolis española mucho después, y tuvo un lugar marginal en la estructura colonial española hasta la independencia. No obstante, esa ubicación espacial opuesta puede iluminar algunas analogías: la posición fronteriza tanto de Puerto Rico, a partir de 1898 frontera lingüística donde el español y el inglés comenzaron a convivir, como de la Argentina de comienzos del siglo XX, percibida como una frontera donde el español se encontraba amenazado y en peligro de “impureza” debido al flujo inmigratorio europeo. Se trata de contextos donde tanto desde los Estados Unidos como desde España, en un momento de renovación de la ciencia española, el soporte lingüístico ganó en América Latina un valor significativo. Junto a la lengua española también la ciudad adquirió creciente importancia como escenario y herramienta de intervención política. El rápido proceso de urbanización convirtió a los barrios pobres en testimonio del atraso que la modernización y el desarrollo desplegado desde los centros urbanos prometían corregir. La transición de la hegemonía española a la norteamericana afectó distintos lugares del continente. Los estudios literarios y la imaginación urbana operan en estos dos libros como plataformas y soportes ideológicos empleados para estudiar distintos escenarios mundiales (Argentina, Puerto Rico, Nueva York, Madrid, Chicago, casi toda América Latina en el libro de Gorelik) en torno a dos significantes: la ciudad y la lengua.
Ambos estudios resultan en este sentido hasta cierto punto complementarios: el primero con foco en el intento realizado desde España, con la actividad del Centro de Estudios Históricos de Madrid liderado por Ramón Menéndez Pidal, de intervenir y proyectar su influencia sobre el continente americano (incluyendo a los Estados Unidos) con el aval de la Universidad de Buenos Aires que solicitó y apoyó esa relación y la participación de las universidades de Columbia y Puerto Rico. El segundo libro examina y revisa la relación entre Estados Unidos y América Latina en torno a la cuestión urbana pensada como nodo conceptual, pero sugiere también que esta relación es mucho más extensa, compleja y anterior a la Revolución Cubana, como la historiografía ha tendido a considerarlo.
En el proceso analizado en Amado Alonso en la Argentina Nueva York, donde Federico de Onís, delegado del Centro de Estudios Históricos de Madrid en la Universidad de Columbia, buscaba consolidar una influencia política y cultural hacia América Latina, ocupa una posición central. Esto se debe también por la relación de la ciudad con Puerto Rico, que fue empleado como cabecera de playa y laboratorio, algo que también ocurriría con los experimentos de planificación urbana en que la isla ocupó un lugar privilegiado. Federico de Onís “en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras en la década del 20 apoyó la creación de un departamento de español avalado por la universidad neoyorkina, que comenzó a desarrollarse por medio de la creación de una escuela de verano que llegó a contratar a los nombres más importantes de la filología española, entre ellos, Américo Castro y Tomás Navarro Tomás -este último, prestigioso fonetista de la escuela de Menéndez Pidal” (2019: 26).
Amado Alonso llegaría en esos mismos años, en 1927, a Buenos Aires para dirigir el Instituto de Filología pero su llegada fue precedida por una temporada en Puerto Rico en el marco de la creciente internacionalización de la actividad del Centro de Estudios Históricos. La correspondencia entre los filólogos españoles revela la importancia de la isla como lugar de entrenamiento en el imaginario de colonización intelectual. Podemos observar así como los estudios de lengua y literatura funcionaron como un arma política y diplomática en esta disputa en la que diversos centros académicos tuvieron un papel central, incluyendo las Universidades de Puerto Rico y Buenos Aires, donde Amado Alonso dirigió el Instituto de Filología por casi 20 años y ofició como un agente cultural y diplomático. Al mismo tiempo crecía en los Estados Unidos un interés por América Latina que se aceleraría con la Good Neighbor Policy. Este proceso puede pensarse como una etapa de la expansión global del conocimiento que reconfiguró campos disciplinarios, incluyendo los estudios de literatura, y el afianzamiento del urbanismo y la sociología como saberes de intervención territorial.
Los debates estudiados por Miranda Lida en Amado Alonso en la Argentina forman parte de un problema que ha sido visitado en numerosos trabajos recientes donde se revisa la formación de la literatura comparada en relación con la migración de académicos europeos que abandonaron el continente durante la primera mitad del siglo XX (Apter, Catelli, Konuk). Leo Spitzer, catedrático e hispanista afín a muchos de los filólogos que protagonizan el libro de Lida, precedió a Eric Auerbach cuando abandonó Alemania con el advenimiento del nazismo y se estableció en Estambul, una ciudad comparable a otras ciudades de frontera estudiadas en el libro. San Juan, Buenos Aires o la capital turca funcionaron así de modo análogo, como ciudades refugio en el tránsito entre diversos destinos del sur global que terminaron casi siempre en la academia norteamericana. Puerto Rico fue, como sabemos, uno de los destinos de mayor receptividad, donde enseñaron numerosos filólogos y especialistas en literatura, incluyendo Ángel Rama, sobre quien se detiene el libro de Gorelik.
La formación del latinoamericanismo no es por supuesto ajena a este mismo proceso donde el interés de la academia norteamericana por los vecinos del sur crece bajo la sombra de la guerra, ante la amenaza de la influencia germánica primero y la soviética después, como lo estudia Fernando Degiovanni en otro libro de publicación reciente. Los académicos españoles funcionaron a menudo como agentes dobles, como en el caso de Federico de Onís, trabajando para Columbia y Madrid al mismo tiempo y a partir de 1936, con el cierre del Centro de Estudios Históricos como consecuencia de la guerra civil en España, las universidades norteamericanas, sobre todo las de la costa Este, fueron su principal base de operaciones. El nombre de Albert Hirschman, otro prestigioso economista, sociólogo y teórico de origen alemán radicado en la Universidad de Princeton (como Richard Morse y Américo Castro), apasionado estudioso de América Latina y crítico implacable de los modelos gestados desde los Estados Unidos con los que él mismo colaboró, revela otros itinerarios comparables donde la academia norteamericana ejercerá una atracción irresistible entre profesores y especialistas de todo el mundo. Hacia allí también se encaminaron a partir de 1946, con el cierre del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires con el advenimiento del peronismo, varios de sus miembros. Además de Amado Alonso que terminó por aceptar la oferta de Harvard, se encuentran los hermanos Raimundo y María Rosa Lida, materia de un libro anterior de la misma autora, nieta y sobrina nieta de los prestigiosos hispanistas que previo paso por México (Raimundo) también se radicaron en los Estados Unidos. Resulta interesante aquí verificar la posición intermedia, el entrelugar puertorriqueño en el mapa latinoamericano y su función como puente, bisagra y contrapunto clave, tanto para latinoamericanos como para norteamericanos y europeos que transitan en una u otra dirección. El rol de Puerto Rico en esta coyuntura, como lo revelan estos dos estudios, ha sido a menudo soslayado en la historia cultural latinoamericana pero resulta imprescindible para entender la circulación y producción de saber sobre la región.
La ciudad latinoamericana. Una figura del imaginario social del siglo XX de Adrián Gorelik recorre, como dijimos, un paisaje que se superpone por momentos con el del libro de Lida. Aquí ya no quedan huellas de una presencia española como insumo intelectual, pero se verifica un proceso que el otro volumen anuncia: la formidable producción de conocimiento e investigación sobre América Latina que se genera ya a partir de la década de 1940 desde los Estados Unidos, cuando América Latina provee de materia prima a un extenso contingente de scholars norteamericanos interesados en la desigualdad social y el atraso, con la ciudad como actor y escenario centrales.
La Universidad de Chicago cumple en la primera parte del libro un lugar preponderante. La investigación revisa y deconstruye un archivo de experimentos, teorías y formación de institucionales que tienen a la ciudad como un eje muy amplio y lo hace, como el libro de Lida, alejado de cualquier prisma ideológico. Es decir toma distancia de posiciones que impidieron reconocer la riqueza, complejidad, espesor y el valor, incluso en sus diagnósticos errados, de los conceptos e hipótesis desarrollados por investigadores de distintos orígenes radicados en instituciones transnacionales o universidades norteamericanas como las de Chicago o Princeton. Es decir, Gorelik reconstruye un recorrido disciplinario, el del urbanismo, y propone leer las contribuciones a esa conversación atento a la densidad conceptual y los fundamentos de ese esfuerzo por emplear la ciudad como insumo para entender algunos problemas latinoamericanos. Su esfuerzo resulta comparable al de Lida, que reconoce en el protagonista de su libro, Amado Alonso, un interés y una voluntad en producir conocimiento local. Como los urbanistas de Chicago, Santiago de Chile o San Juan de Puerto Rico, el filólogo español alentó un estudio genuino de formas culturales y verbales americanas, entre otros (diccionarios, estudios lexicológicos y literarios), malgré Borges y sus diatribas contra el Dr. Américo Castro.
La ciudad latinoamericana por su parte, es una investigación que cubre un vasto radio de lugares, ciudades y problemas. Se detiene en instituciones como la CEPAL de Santiago de Chile, y visita debates planteados en torno a la ciudad en Colombia, Venezuela, México y el Caribe, Brasilia, Buenos Aires, Lima y también repara en la crítica cultural (Rama, José Luis Romero, Morse) que desde los trabajos de Walter Benjamin sabemos que emplea a la ciudad como teatro y herramienta para pensar la cultura y el mundo. Tanto la literatura, el cine y los debates culturales como los problemas sociales, los debates teóricos y la emergencia del “urbanismo científico” ofrecen un recorrido fascinante, en el que Puerto Rico ocupa una posición central. “Puerto Rico constituyó un eslabón decisivo de todo el ciclo de la planificación reformista que, de ambos lados del Río Grande, va del New Deal a la Alianza para el Progreso” (2022: 58). Dada la centralidad de las agencias norteamericanas (Fundaciones Ford y Rockefeller) como de las universidades y el flujo de recursos conceptuales y económicos desde los Estados Unidos para analizar e intentar resolver cuestiones urbanas, Puerto Rico ofrecía por su condición geopolítica una oportunidad inmejorable y funcionó como un laboratorio y un centro de experimentación para las políticas de desarrollo imaginadas desde las matrices urbanísticas.
Uno de los conceptos más prolíficos y tensos del libro, desplegado en la segunda parte, es el de planning. El plan floreció como insumo conceptual en la segunda posguerra y se multiplico en asociaciones como la SIAP (Sociedad Interamericana de Planificación, creada en Bogotá pero que se radicó en Puerto Rico hasta 1971) o en diversas organizaciones regionales que debatieron estrategias de planificación siempre con el objeto de atacar a partir de soportes espaciales (ciudad, región y más frecuentemente cuenca formada por un río) problemas de desarrollo y desigualdad. El modelo fue la TVA, Tennessee Valley Authority, que se implementó en una región atrasada del sur de los Estados Unidos, el valle regado por el río Tennessee. Esta asociación tuvo réplicas en todo el mundo y también en América Latina. Así florecieron asociaciones tan disímiles como la Corporación del Santa en Perú, la Autoridad de los Recursos Hidráulicos de Puerto Rico o la Cibpu (Comissâo Interestadual da Bacia Paraná-Uruguay en Brasil) todos nombres de organizaciones en que el saber urbanístico y los planes regionales de desarrollo prometían resolver desigualdades estructurales. En este contexto resalta la figura de Rexford Tugwell, ex funcionario del gobierno de Roosevelt identificado con el New Deal (y como muchos miembros del gobierno de Roosevelt, de posiciones progresistas), gobernador de Puerto Rico (1941-1946) y creador en la Universidad de Chicago de un posgrado en planificación luego de su ejercicio como gobernador de la isla. Como sabemos, Tugwell y Muñoz Marín trabajaron juntos y Puerto Rico (y su universidad) se consolidaron entonces como “centro de adiestramiento” para estudiantes y funcionarios del Caribe. Se trata del mismo período estudiado por Lida, un momento en que Rio Piedras se vuelve un centro internacional y puente entre América Latina y el mundo. “Así Puerto Rico se asume como una suerte de traductor simultáneo entre los Estados Unidos y América Latina, un intérprete que, por lo rotundo de su caso ejemplar (…) puede volver virtuosa una relación hasta entonces marcada por la desconfianza y la sospecha, para no hablar de las invasiones o las conspiraciones que, lejos de ser cosa del pasado siguieron constituyendo el horizonte último de las relaciones interamericanas” (2022: 222).
Estos dos libros reconstruyen una historia poco recorrida que permite reconocer tanto las vicisitudes y altibajos en la producción y circulación de conocimiento social y humanístico, siempre ligada a cambiantes coyunturas políticas, como también la importancia de algunos actores en ese proceso, así como la deuda que muchos latinoamericanos tenemos con Puerto Rico como espacio para pensar nuestro mundo. Para los que continuamos hoy trabajando sobre la región, incluso desde la escasez de las universidades latinoamericanas, recorrer la experiencia de trabajo de campo, misiones dedicadas a estudiar ciudades, aldeas, valles o cuencas hidrográficas, contextos rurales o urbanos y el volumen de conocimiento que entonces se publicó y se produjo a partir de la ciudad como problema físico y metafísico no deja de resultar asombroso. Acaso un proceso semejante haya ocurrido y esté ocurriendo ahora en otras regiones del sur global (el sudeste asiático, África) de las cuales América Latina fue precursora, por su ubicación y la evidencia que las ciudades revelaban: la convivencia de la miseria y la opulencia, la modernidad y el atraso, el bienestar y la carencia, un fenómeno que sigue allí a pesar de los intentos por revertirlo y que incluso afecta a las grandes urbes en el próspero Occidente.