¿Qué país?
a Ángel Lorenzo González y Héctor Matías Torres, qdp
“Sombras son la gente. ¡Ah lalá lalá lalá la!”
–Catalino Curet Alonso
Vientos de más de 150 millas por hora, torrentes de agua medidas en pulgadas, 100% del sistema eléctrico y no sé cuántas antenas de comunicación en el piso, resaltan en la matemática que intenta cifrar lo incontenible. La naturaleza pudo más que la maravillosa tecnología y como en un viaje de Star Trek o de El túnel del tiempo, nos transportó casi cien años atrás. Me decía un vecino que cayeron algunos árboles que habrían sido niños cuando San Felipe y San Ciprián, otros serían hijos de Hugo o de George, le respondo, menos ingenioso. ¿Cuántos huracanes habrá enfrentado El Yunque?
El caso es que ni la medida exacta ni la palabra precisa pueden recuperar la sonrisa perfecta tras el paso de la fucking María, the bitch. Todo es día a día; cada mañana te impone la agenda, aunque el jefe te pida que te reportes para tratar de restaurar una normalidad que todos presentimos no será nunca la misma. Hoy, al tapón cotidiano hay que añadirle horas para la gasolina y el cash para pagarla, mientras el Gobe y sus amigos repiten su cantaleta de que hay de esto y de lo otro. Sí, hay. Hay angustia, ansiedad, desesperación, incertidumbre; hay millones de llamadas y mensajes sin respuestas: Ay y ayes en casi todos los rincones.
Hay también esperanza. Total, poco puede ser peor, para contrariar el viejo refrán español. Pero para mantenerla sosa y débil, a alguien se le ocurrió extender una ley seca por más de diez días en un país auspiciado por cervezas y licores. Claro, hay que mantener las diferencias y durante ese tiempo los hoteles disfrutaban de su privilegio turístico, atendiendo rescatistas y voluntarios y cerrando puertas a los locales. Claro, el estado de emergencia es prioritario al estado de derecho y por vender alcohol en el restaurante frente al hotel te arriesgabas a perder la licencia que la orden le garantizaba a tu vecino.
Claro, ¿por qué no?, la colonia deslumbra en sus virtudes y contradicciones. La atención federal acentúa su lentitud y la disfraza tras el océano. Su ejército, repleto de boricuas, responde con parsimonia y reportan sobre el país desde su Centro de Convenciones, cuya convencionalidad mayor es que goza de la electricidad de la que carece la población a la que quieren rescatar. No es para menos, están mejor preparados para destruir Bagdad que para salvar a sus familias en Morovis y Barranquitas.
El pobre Gobe oculta su incapacidad colonial tras una serie de comandos y de jefes que deslumbran con su ineptitud y lentitud, mientras familias esperan para que al menos recojan sus muertos, ni soñar con una botella de agua.
Pero el país se resiste, brega y se levanta, aseguran los optimistas. ¿Cuál país? Si ya en el siglo pasado habíamos dado prueba de las diferencias y divisiones que nos unen (cinco plebiscitos que no resuelven nada, es el más obvio de los ejemplos), la gansería alerta nervios en todas las filas y piratas, corsarios y aprendices juegan a Pirates of the Caribbean y a Wild Wild West, mientras otros nos resguardamos en nuestros calientes y oscuros hogares y refugios, rogando a la luz eléctrica y otros santos criollos e importados para que nos amparen. Y pronto llegará el Payaso mayor en su avión, sin que le cancelen el vuelo, y Miss Dairy Cream, lo acompañará para envidia de miles de enfermos y sus familiares, quienes se quedarán esperando la insulina, el agua, el antibiótico, el suero, el oxígeno, la cama…
Hace más de medio siglo José Luis González imaginaba un país que —como yerba bruja, diría Corretjer— volvía a ser gente al rescatar su contacto con las estrellas y la naturaleza, una noche en que la electricidad se interrumpió en Nueva York. Hoy, ese país, se siente perdido y desorientado porque la naturaleza echó abajo su motor eléctrico y la comunicación celular. Para quienes perdieron sus hogares, no tienen agua, carecen de alimentos y maneras de preservarlos y cocinarlos, su “ser gente” está más próximo de alcanzar la señal para mentirles a los suyos diciendo que están bien, por el mero hecho de que estamos vivos. Las bregas sobre las que filosofaba Arcadio Díaz Quiñones se contradicen: mientras unos resignadamente duermen frente a una gasolinera, otros aprovechan que algún amigo o familiar les puede facilitar su privilegio laboral, ¿por qué no?
¿De qué país estamos hablando cuando decimos Puerto Rico? ¿El país de los policías que murieron ahogados en su ansiedad por regresar donde los suyos o del que asalta ciudadanos desesperados y gansea privilegios? ¿El de la secretaria de educación, quien desde su privilegiada vivienda en Santurce pide colaboración a empleados de comedores y maestros y vaticina que las clases pueden empezar sin luz eléctrica? ¿O el de los vecinos de Playita aún hundidos en dos pies de agua? ¿El del celador de línea o el del sediento bonista que altruistamente ofrece un nuevo préstamo sabrá dios con cuáles intereses? ¿El de las familias sin hogar o el del inversionista con sus cálculos de ganancias en la reconstrucción?
Hoy los integrantes del #teamrubio lloran de pena y no de emoción, y la sonrisa de Barea parece una mueca frente a millones de botellas de agua que no sabe cómo hacer llegar a quienes más la necesitan.
Pero no se apuren: mañana será otro día.