Racismo fantasmal o la opresión de lo desconocido
Al mismo tiempo, existe una negación de esa misma negritud. Hay muy pocos negros en la isla. Hay «trigueñitas», «prietos», «morenas», «quemaditos», solo por mencionar algunas de las formas en que el lenguaje oral dominante en Puerto Rico invisibiliza y excluye la negrura de la puertorriqueñidad. Negro o negra en ese sentido se convierte en una mala palabra. Es casi un insulto, una palabra que recibe la respuesta «¿por qué lo llamas así?».
En esta reflexión no tengo intención de evaluar si hay racismo o no en la isla. La premisa es que hay racismo. El interés es comprender mejor las relaciones raciales en la isla. ¿Cómo es posible que la gente piense que todos son al mismo tiempo blancos y negros? ¿Por qué es que nadie quiere ser negra, que en los puntos de vista tradicionales de las relaciones raciales muestra un claro racismo, pero la mayoría de las personas (al menos en la vida cotidiana) tampoco se referirán a sí mismas como blancas?
El análisis tradicional sobre raza, racismo y relaciones raciales en Puerto Rico ha girado en torno a categorías binarias y estáticas de raza. El blanco y negro han sido las categorías nominales dominantes por las cuales ha sido explicado y entendido. Como resultado de la relación con los Estados Unidos, el tema de la raza se ha librado en dos campos de batalla diferentes. Por un lado, hay quienes dicen que los puertorriqueños son grupos homogéneos en los que el tema de la raza no es importante. Para alguna gente hay cuestiones más importantes. La clase social, el género y, la lucha por la independencia y la lucha contra el imperialismo se constituyen como elementos que deben tener la atención de una puertorriqueñidad militante. Son muchas las personas que argumentan que el racismo es un problema en los Estados Unidos y no en Puerto Rico. Por lo tanto, hablar de racismo es copiar los discursos imperialistas y parte del procesos de imperialismo cultural de los Estados Unidos sobre Puerto Rico. El racismo es un problema de los Estados Unidos, no de Puerto Rico, dicen.
Otras personas argumentan que hay un obvio racismo en la isla. No hablar de ello es aceptarlo y perpetuarlo. Sin embargo, ese discurso también utiliza las categorías binarias negro y blanco como el paradigma dominante. Similar al análisis de las relaciones raciales en los Estados Unidos, se argumenta que hay una lucha racial entre negros y blancos en Puerto Rico.
Este discurso racial denuncia que hay relaciones sociales racistas en la isla. Sin embargo, la continuidad de las categorías binarias limita las posibles explicaciones a la diversidad de situaciones sociales en torno a las relaciones raciales en la isla. El prejuicio racial parece ser un proceso social mucho menos objetivo y estático de lo que se pensaba. La raza, el racismo y las relaciones raciales deben analizarse dentro de una coyuntura histórica, comenzando por las categorías raciales.
La llegada de personas esclavizadas a Puerto Rico tiene similitudes con el desarrollo de la economía esclavista en los Estados Unidos, pero el proceso colonizador español tuvo un carácter menos segregacionista que en lo Estados Unidos. Esta integración racial, marcada por la explotación, opresión y el abuso, sentó las bases para una serie de complejidades en las relaciones raciales en Puerto Rico que se magnifican a través del paso de los años.
El sistema esclavista definió la raza y las relaciones raciales durante el período en que dominó el espectro económico en la isla. Los esclavistas tenían la capacidad y la voluntad de definir y nombrar quién era blanco y quién no, de acuerdo a los intereses económicos de su clase. La diversidad de tonalidades entre la población negra no impedía la definición de personas como mercancía/trabajo esclavizado. La regla de una gota de sangre (one drop of blood) aseguraba mano de obra esclavizada para mantener procesos económicos.
El proceso abolicionista y la eventual abolición de la esclavitud, van haciendo las relaciones socio raciales en la isla un asunto más complejo. La raza deja de ser el elemento definitorio de mercancía/trabajo y pasa a convertirse en identidad socio/racial desarrollada desde una sociedad racializada. Esa racialización de la sociedad contiene todos los prejuicios desarrollados como parte de la economía esclavista para convertirse en capitalismo racializado en donde las relaciones de identidad racial son espacios de opresión y resistencia al mismo tiempo. La “hibridez” se convierte entonces, en un instrumento de reproducción de relaciones racistas al tiempo que también se constituye como la potencialidad de escapar el racismo y sus ramificaciones sociales.
La raza y sus categorizaciones se convierten en un asunto político. La mayoría de los/as puertorriqueños se definen como blancos en los espacios de la oficialidad. Para esto solo tenemos que ver los resultados de los últimos dos censos. A pesar de que el discurso hegemónico racial habla de mezcla, la oficialidad del/a puertorriqueño/a dice blanco. Nos encontramos, pues, con la ausencia de definiciones estáticas y consistentes propias de las relaciones raciales inmersas entre la opresión y la resistencia.
Las concepciones raciales en Puerto Rico son maleables, contradictorias y, a veces, eclécticas. Los/as puertorriqueños/as definen las categorías raciales a medida que avanzan en las relaciones sociales. La raza, al igual que los orígenes étnicos no son un dado. Estos se producen. No existen hasta que se acepta socialmente que tienen algunas delimitaciones u opciones raciales o comportamiento voluntario[1]. En ese proceso social, los individuos actúan roles raciales independientemente de sus características físicas. En el caso de Puerto Rico, con su alto nivel de integración racial, el proceso de desarrollo de «identidad racial» se relaciona intrínsecamente con el proceso de desarrollo de procesos culturales.
A principios del siglo XX en los Estados Unidos, Marcus Garvey decía que su piel negra era su «distinción y orgullo». En los años 60, Stockely Carmichel dijo que solo «los negros podían proporcionar la idea revolucionaria de que los negros podían hacer cosas por sí mismos». Solo ellos pueden crear en sus comunidades una conciencia negra que sienta las bases para el poder político. En otras palabras, podrían hablar de y para las personas negras fácilmente definidas por el proceso social, particularmente la segregación. La regla de «una gota de sangre» en su máxima expresión.
Ese proceso no es posible en Puerto Rico. Si aplicamos la regla de una «gota de sangre», todos seríamos negros. Por otra parte, debido al hibridismo racial, todos podríamos ser blancos también. La pregunta es, entonces, ¿qué somos? ¿Somos negros, negras, como quisieran decir muchos activistas raciales? ¿Somos todos blancos, blancas? ¿Somos realmente una raza mixta especial, como dicen algunos nacionalistas?
En Puerto Rico se habla de «pelo malo» para referirse al cabello que es rizado. Muchas de las personas en Puerto Rico con «pelo malo» se alisan el cabello. Sienten que el cabello liso se ve mejor, más formal y es más manejable. Pueden tener el pelo rizado hasta que tengan que salir formalmente. Esa situación requiere «el tratamiento». La «cosa blanca», en este caso el pelo lacio, se ve como lo bueno en oposición a lo malo. Por otro lado, en realidad no están tratando de ser blancas. El cabello completamente liso, «sin vida», como dirían, no es su estándar de belleza[2]. Lo que quieren es algo que no es negro pero no es blanco tampoco. Es un proceso altamente ambivalente que se niega a ser estrictamente definido. Es el juego de la conveniencia para la supervivencia en un país atravesado por el racismo.
De la misma manera, la gente en la isla llama a los negros «trigueñito» (oscuro) o «negrito» (negrito o niño negro). Siempre se evita llamar a alguien negro, negra. Incluso podría considerarse un insulto hacerlo. Es una negación clara de la negrura. Sin embargo, no es extraño que la pareja casada se llame «negro» y «negra», usando el término negro como símbolo de amor y afecto entre ellos. Eso sucede incluso si no son de piel oscura.
Lo que vemos es un proceso que niega y al mismo tiempo reafirma algunas características raciales. No es solo una forma de prejuicio; también es una forma de resistencia. Implica al mismo tiempo prejuicios raciales y resistencia racial. Por otra parte, tal vez no sea una forma de resistencia ni prejuicio. Tal vez sea solo la forma en que desarrollamos las relaciones raciales. Bailan salsa, merengue, bomba y otras representaciones culturales de la cultura afro caribeña. Incluso las nuevas generaciones no se llamarán negras sino que se identificarán con reggaetón, que combina patrones musicales afro caribeños con hip hop afroamericano. Nuevamente el proceso de «sí somos pero no somos».
Si bien los puertorriqueños niegan ser negros, aceptan ser descendientes de negros. Por supuesto, ser descendientes de negros en la isla, particularmente si no se nota mucho, no implica problemas de motivación racial. Por lo tanto, puede ser aceptado. No causará ningún problema. Esto nos deja con categorías raciales dinámicas que se acomodan, reacomodan, ubican se reubican. Se usan y reutilizan de acuerdo a la coyuntura social en un proceso acomodaticio. Por eso también se cambian constantemente. Puede ser beneficioso ser blanca o negra según la situación. Claro que esta meleabilidad está más disponible para personas que no sean evidentemente negras.
Los/as puertorriqueños/as usan las categorías raciales de distintas maneras. La negrura se afirma y se niega. La blancura se asume y se rechaza. La hibridez permite el manejo acomodaticio de los prejuicios raciales. Esto crea situaciones de interacción social en donde los/as puertorriqueños/as son, al mismo tiempo, víctimas y los autores del comportamiento racialmente prejuiciado. La capacidad de los puertorriqueños de ser de cualquier raza en un momento particular nos ayuda a lidiar con las consecuencias del prejuicio racial. Por otro lado, esa misma maleabilidad de las categorías raciales también crea un racismo igualmente maleable. Cambia, se mueve. Se integra en cada parte de la vida social. Se vuelve fantasmal. Está aquí pero nadie lo ve. Nadie acepta ser una víctima porque no son realmente negros o un perpetrador porque tampoco son blancos. Lo que tenemos entonces es que el prejuicio racial en Puerto Rico es el discurso de lo nunca nombrado, nunca aceptados, pero siempre presentes.
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[1] Gear-Rich, Camille (2014). Elective Race: Recognizing Race Discrimination in the Era of Racial Self –Identification.
[2] Godreau, Isar (2004) Peinando Diferencias: El Alisado y el Llamado Pelo Malo.