Repulsa
Contexto personal: vivo en Canóvanas, un pequeño sector llamado Las Yayas. Para darles perspectiva, me tardo entre 25-30 minutos en llegar al los Outlets Mall del mencionado municipio y aproximadamente una hora en llegar a la universidad, sin tapón. Servicios básicos, como energía eléctrica, agua potable e internet, después de casi 8 meses del huracán, son inexistentes (en el caso de internet) e intermitentes en el caso de la luz eléctrica y el agua. Los caminos han mejorado poco a poco, pero las complicaciones de infraestructura dificultan el acceso.
Este solo es mi caso. Pero existen 375 historias más de compañeros y compañeras estudiantes que sufren igual, o peor, porque nuestro gobierno ha demostrado ser incapaz en resolver y atender problemas apremiantes; el gobierno aparenta desconocer que existe una isla fuera de los muros de urbanizaciones cerradas con control de acceso de algunos municipios cercanos a Fortaleza. La crisis es real, y si bien definimos un buen gobierno como aquel que busca el máximo bienestar de sus ciudadanos, que utiliza herramientas contributivas cuyo origen son las ganancias de nuestros padres y madres para subsidiar nuestros gastos para que podamos crecer y producir y convertimos en herramientas para sacar el país de la consistente crisis, la realidad corruptiva que se ha incrustado en nuestro liderato nos redirige a lo contrario.
Dos años después de la inauguración del nuevo gobierno, parece que su política pública es dirigida a cansarnos y destruirnos. El pasado 1 de mayo ha sido evidencia de la criminalización estudiantil, la reforma laboral justifica reducción de derechos adquiridos laborales porque abogados con conceptos económicos “animalísticos” argumentaron aumentos en el empleo. En la universidad impera la propuesta de los aumentos en el costo del crédito sin mirar otras iniciativas reales de mejorías administrativas y sin tomar en consideración la población impactada; congelación de plazas de docentes y el despacho de estudiantes sin debida justificación como la última novedad. Reuniones con distintos oficiales universitarios han dejado claro que no tienen las respuestas a las preguntas básicas sobre cuándo comenzaría el proyecto, cómo se daría, si existe una línea de tiempo, si realmente se va a convertir en una APP o si es que algún amigo camarón de la administración está pendiente. Otro cuestionamiento es quién ordena el desalojo, pues a pesar de que por reglamento es el Rector quien manda esa ejecución, este también ha sido inútil en contestar de dónde viene la instrucción y el porqué.
“Somos simples obreros”, respondió mirándome a los ojos la decana de estudiantes Gloria Diaz Urbina, “si hubiera sabido que la reunión tenía el propósito de responder a la misma pregunta que he escuchado antes, no hubiera asistido.” Esta es la actitud de esta administración, sacarnos y alzar las manos admitiendo mediocridad sin solidarizar ni empatizar; somos números en una tabla de Excel, que poco importa si nos largamos del país, si morimos (¿cuántos murieron durante la emergencia del huracán?) o si, como trapos sucios, nos tiran a la calle y nos dicen sobrevivan, se los dijimos con tiempo.
Los jaques, Rector, no son jugadas finales.