Sal…
Arbeit Mach Frei
Cómo algunos saben, vivo obsesionado con el mundo de la pesca, y el consumo de pescado, sobre todo, con el bacalao. Por esa razón llegué un día al libro extraordinario de Pierre Laszlo Los caminos de la sal. Laszlo es un químico francés de renombre internacional que ha dedicado una buena parte de su obra a la divulgación, para los legos en las ciencias, de los misterios de la materia y de las sustancias. En 1998 publicó dicho libro, en francés, sobre este compuesto esencial de la vida en el planeta tierra, tan ligado a nosotros geológica y evolutivamente, y parte esencial de lo que somos como seres provenientes de los océanos.
Sin sal, no hay bacalao; por eso me adentré en los secretos y misterios del sodio, de la osmosis, y de las propiedades químicas y físicas de ese mineral maravilloso, sin el que la carne y los vegetables son una masa desabrida o probablemente pútrida. Laszlo combina, como buen químico, las propiedades de la sal con su historia y geopolítica, para construir un texto sobre su pertinencia en nuestras vidas. Hay textos que te marcan, y el libro de Laszlo ha sido uno de esos, sobre todo por un párrafo en el prefacio, que hoy me parece confuso, y que así quiso escribirlo:
“Asimismo me confieso deudor de Primo Levi, autor de un libro magnifico, El sistema periódico, sobre la clasificación de los elementos realizada por Mendeleiev. Aunque por razones que ha tenido a bien llevarse a la tumba, se abstuvo de escribir sobre el cloro y el sodio. Y yo, temerario de mí, me propuse poner remedio a esa laguna, en la medida de mis posibilidades.”
Me pareció en extremo curioso que un libro sobre la tabla periódica –como le conocemos– se eximiera de hablar sobre el sodio y el cloro, elementos responsables por la sal de mesa. Por qué tan desdichada omisión, con un compuesto sine qua non para la vida, sustancia definitoria de los océanos, de los organismos marinos, tal vez una quintaesencia de la evolución. Laszlo advertía que era necesario construir ese saber (y ese sabor) con una poética del saber para entender al mundo que nos rodea, y por eso se lanzó a transitar los caminos de la sal.
Yo me quedé con la duda, pero las causalidades y la Moira llevan a uno a donde tiene que llegar.
En ocasiones compro libros sin pensar, como en un acto de fe. Lo veo en los estantes, el título me atrae, la portada me seduce, el autor me llama, y voilà, lo compro, sin tan siquiera leer la tabla de contenido. Me sucedió un buen día con el libro Historias naturales, en cuya portada aparecían dos tablillas del estante de un apotecario antiguo, con los vetustos envases y frascos para mezclar ingredientes. El autor no era otro que el desdichado que omitió la sal: Primo Levi. Tomé el libro, sin examinar el índice, y decidí llevármelo para ver qué tipo de universo describía este autor sin el gusto de la vida.
Para mi sorpresa, descubrí (debo admitirlo, con una decepción inicial) que no se trataba del mundo natural, sino una colección de cuentos maravillosos traducidos por la novelista española Carmen Martin Gaite, a quien conocía –literariamente– por mi amistad con Lissette Rolón, quien la ha estudiado con detenimiento. Este libro está compuesto por unos cuentos de corte futurista que evocan otro mundo, otras tecnologías que de alguna manera reemplazan lo natural y sus historias. Unos relatos exquisitos, con un sabor cortaziano, cercano a las Historias de cronopios y famas.
¿De dónde salió este autor? ¿Por qué nunca le había leído?
Otro buen día y por los designios de la Fortuna, cayó en mis manos –en inglés– el libro La tabla periódica, al que me lancé a leer de manera impetuosa e inmediata para averiguar, por fin, el asunto de la omisión de la sal: tema al que le perdí el interés una vez empecé a leerle. No creo haber leído nunca un libro tan extraordinario, que hilvanara el mundo de las ciencias naturales, en este caso la química, con la historia, con el quehacer humano cotidiano, pero sobre todo con el mundo alucinante de la ocupación nazi y los campos de concentración.
Cada relato vincula a uno de los elementos de la tabla periódica con un procedimiento industrial o medicinal, que a su vez permea las vidas catalizadas por una fuerza política que las transformó para siempre, incinerándolas, tatuándolas, torturándolas, asesinándolas con el fin de exterminarlas de la faz de la tierra. La tabla periódica nos lleva por el paisaje de una Europa ocupada y trastornada por una agenda fascista empeñada en obliterar a la historia, la cultura y la memoria. Levi combate ese olvido reconstruyendo la memoria a través de los elementos de aquello que es la esencia del mundo en el que vivimos.
El texto de Levi no es el grito lastimoso del encierro, ni de quien maldice su destino, sino la voz del ingenio humano y de la alegría de vivir y de conocer, en cierto detalle, la manera en la que el universo se mueve, al menos en el nivel de los elementos y sustancias que lo componen. Primo Levi, el químico, mira a la naturaleza humana a través del prisma fascinante de las propiedades de los elementos. De esa manera, la gente, judíos y gentiles, asesinos y liberadores, vagos y trabajadores, se nos presentan, algunos inertes como ciertos gases, libres como el mercurio, o resistentes y brillantes como el níquel y la plata. La tabla periódica es un tratado sobre la condición humana, sobre el comportamiento de los seres humanos, todos nosotros, con nuestras luchas internas y nuestras indiscreciones. Levi no fue un químico teórico y sí uno practicante, artífice de procesos en el mundo industrial, observador de cómo la materia se resiste y se doblega, o se domestica y se refina por la destilación. Al terminar de leerlo me pareció conocer mejor a muchos elementos, pero, sobre todo saber más aun sobre la complejidad de los humanos a través de alguien con una sensibilidad asombrosa, y carente de un odio avasallador que yo hubiese encontrado apropiado en un hombre que bien pudo no haberlo sido, después de pasar por la tragedia de los campos de concentración.
Desde entonces busco a Levi por todas partes y me encontré –en mi librería favorita, La tertulia– su libro Si esto es un hombre, una obra sobre su paso por Auschwitz, donde Levi reclama su fe en la humanidad y en la capacidad de no perderla, aun en el mundo aplastante de los campos de concentración, diseñados para hacer esfumar la condición humana. Es allí donde florece, junto con el odio y lo peor de los seres humanos, la compasión, la capacidad para perseverar y la creatividad que hace posible la libertad, la capacidad para ser libre, a pesar de haber llegado, como lo admite en ocasiones, al fondo, a las cenizas. (Pero es ahí donde tenemos la capacidad de levantarnos y superar cualquier adversidad.) Levi no cae víctima del texto adulador del espíritu judío, cómo paragón de la superación del pueblo escogido. En ellos, como en todos los seres humanos, Levi encuentra la debilidad, la maldad y el lado oscuro de los humanos, así como su espíritu de lucha y su resplandor.
Yo no soy persona de cuentos de caminos, ni de literatura de ayuda, o de un optimismo rampante. Todo lo contrario, estoy cerca de admitir que el fin está cerca, que todo es una mierda y que no vale la pena seguir, así que lo mejor que podemos hacer es claudicar. No obstante, trato en la medida de lo posible de perseverar. Por eso me atrae Levi, como la magia del mercurio o la limpidez de la plata. Su narrativa no cae presa del discurso fácil y emotivo; todo lo contrario, se sumerge en la complejidad de todos los seres humanos inmersos en la empresa de dominar y ser dominados, y en describir cómo con el trabajo, la sagacidad, la paciencia y el ingenio, es posible trazar estratagemas para vencer a quienes intentan aplastarnos día a día. Creo (porque es un asunto de fe) que Levi reconoce –con cierto toque de ironía, y de rabia– el truismo detrás de la frase insultante con la que los nazis saludaban a los Häftlings (a los reclusos) de todas las persuasiones políticas y religiosas: Arbeit Mach Frei: el trabajo nos hace libres. Es en ese contexto, en el fondo, en la despersonalización, en quedar convertidos en un número y en un saco de huesos, que Levi apuesta a perseverar, a no dejar de ser un hombre, es decir, a no claudicar en la pesada responsabilidad de ser humano.
Desde que conocí a Primo Levi, creo que soy otro, más humano, alguien que lo piensa dos veces antes de decir, como solía hacerlo antes, que “he llegado al fondo” por cualquier crisis personal o profesional.
Por cierto, no sé por qué omitió la sal en La tabla periódica, pero realmente, ya no importa.
*Agradezco a Carlos J. Carrero y a Cynthia Maldonado Arroyo (del CIEL) por sus comentarios editoriales y de contenido.