San Guivin
El ruido de las planchas de zinc al rozar con la brea y el canto de los gallos son la obertura del día de Acción de Gracias. Sin tener que mirar, sé que mis tíos están montando el horno donde asarán los pavos. Las chancletas de Mami ya se pasean sobre el piso helado de mi casa. Por costumbre, toda la comida de este día se prepara en casa de mis abuelos y Mami ayuda a mi abuela a hacer el arroz con gandules. Pero este año Mami decidió hacerlo ella sola en casa porque quiere ir a la misa y porque le duele caminar con las rodillas peladas, luego de sufrir una caída cuando trató de separar una pelea de perros hace unos días.
Miro por la ventana y veo a Nei, el menor de mis tíos, llevando la última plancha de zinc. Después se retira a su casa a dormir porque trabaja turnos rotativos en el área metropolitana. En la cocina, Mami sofríe el achiote y los demás ingredientes del arroz en un caldero tan grande que apenas cabe sobre la estufa. A su lado el pesado caldero se ve más inmenso. Ella es pequeña y delgada, pero con curvas, su piel es olivácea, su corto pelo marrón está cubierto por un paño.
Salgo de casa. Me flanquea un sol blanco y estridente como el flash de una cámara. Siento sobre mi piel la caricia de un viento frío y feroz. Son las primeras brisas fuertes del año, llegaron con exactitud hoy como si supiesen que comenzó la Navidad. Bajo la cuesta de mi casa, cierro el portón de la verja para que mis perros no escapen y salgo a la entrada embreada de la parcela donde vivimos.
Parcelas Vázquez, nuestro barrio, está ubicado en las montañas del norte de Salinas, un pueblo costero al sur de Puerto Rico. Por la altitud de nuestra parcela se puede ver casi todo Salinas hasta el mar en el horizonte. La entrada para llegar aquí está en el comienzo de una cuesta tan larga y empinada que es imposible ver su fin. No tenemos salida porque al otro extremo hay un risco igual de largo y empinado. Una vez se entra se ve a la izquierda la verja de cemento de mi casa, y a la derecha la casa de mis abuelos, y más adelante las casas de mi tía Bruni y Nei.
Entre la casa de madera azul de Nei y la casa de mis abuelos hay un techo de zinc para guardar carros. Cuando hay una celebración especial como hoy, se mueve el carro que esté estacionado ahí y se usa ese espacio. Debajo de este techo, mi tío Jimmy le da vueltas a la vara donde hay tres pavos ensartados. Es imposible verlos porque el horno está tapado con una plancha de zinc en la parte de arriba para evitar que el viento apague el fuego y espolvoree con cenizas la carne. Al lado del horno, picando ajicitos para el pavo guisado, están mi abuela Mamá Marta y mi primo Charlie Gabriel.
Mamá Marta es pequeña y monumental. Es trigueña, con el pelo blanco, y tiene un cuerpo cálido y robusto. Con sus manos, le saca las semillas a los ajicitos y los pone dentro de una olla. Cuando los dedos se le llenan de pepitas amarillas, sacude las manos para librarse de ellas. “Bendición”, le pido sonriendo. “Dios te acompañe”, me responde con una sonrisa dulce. Luego de saludar a Charlie Gabriel y a Jimmy, Mamá Marta me pregunta sobre unos amigos haitianos que tengo. Conversamos un corto período sobre eso. Es curiosa e inquisidora, quiere saber con detalles toda la historia.
Los hijos de uno de mis primos se acercan a ver los pavos. Mientras Jimmy se los enseña un gallo molongo blanco se para sobre una mesa detrás del horno. El gallo comienza a pavonearse como si le tuviese una envidia suicida a los tres pavos. ¡Pam! Jimmy lo ve y le tira con algo, no sé con qué. “Ave María Jimmy, bendito”, dice Mamá Marta mientras el gallo sale corriendo aterrado. “Ese está bueno para comérselo frito, hace tiempo que quiero comer pollo frito”, Charlie Gabriel ya idea un fin para el gallo molongo.
Todos nos viramos para mirar el carro que ha entrado a la parcela. “Mira Mami, llegó el Chef Piñeiro”, bromea Jimmy cuando ve a mi tío Charlie bajarse del carro con un delantal negro. Mamá Marta ríe, le pregunto por qué llaman a Charlie como el chef de la televisión. “Ah, porque ayer vino con ese delantal puesto, iba a echarle la mantequilla al pavo y por poco no acaba”. Charlie nos saluda a todos y le echa la bendición a Charlie Gabriel. Del carro también se bajan Brian y Katicha, los dos hijos menores de Charlie.
Mamá Marta entra a la casa a buscar otros ingredientes para el pavo guisado. Jimmy busca un pequeño abanico blanco y lo coloca al lado suyo sobre una silla para alejar de su cara el humo que se escapa del horno. La silla y el abanico son parte del conjunto de cachivaches que mis abuelos tienen bajo el techo de zinc. Un radio sobre otra silla sintoniza a Radio Hoy, que ofrece su especial de música navideña. Entremedio del horno y un tronco hay una mesa improvisada. Pegada al tronco hay una llave de agua y más arriba está enganchado un pedazo de espejo.
Me acerco a los niños y les pregunto si corrieron en la carrera del pavo. Todos niegan con la cabeza. En las escuelas hacen diversas categorías para esta carrera en la que se premia al ganador con un pavo. Es un evento que se hace como preámbulo al día de Acción de Gracias, celebración que comenzó en Estados Unidos en el siglo 17, como un festival de cosecha en el que se agradecía a Dios por los frutos. Thanksgiving como se conoce en Inglés, gira en torno a la cena, especialmente el pavo asado. Se celebra el cuarto jueves de cada noviembre, luego que el presidente Franklin Delano Roosevelt lo secularizara para darle impulso económico a su País.
El viento sigue soplando y levanta el humo que sale del horno. Los rayos del sol pintan las nubes que se forman. Charlie decide tapar la corriente de aire frente al horno. Ya hay una plancha de zinc cubriéndolo, pero no es suficiente. Primero Charlie busca una cortina vieja que el viento hace ondear como bandera. Guarda la cortina y va debajo de la casa de Nei a ver si encuentra algo. Cuando regresa, trae consigo unas puertas de clóset de aluminio. Papá Chole, mi abuelo, llega para ayudarle, no sin antes echarnos la bendición y darme un abrazo.
Hacía rato que me extrañaba la ausencia de mi abuelo, que estaba buscando leña para el pavo guisado. Papá Chole es un hombre bajito y trigueño, su pelo parece algodón. Tiene un físico muscular forjado por los años que trabajó en la industria azucarera. La ruinas de la central azucarera en el barrio Aguirre y cortadores de caña como él, son lo único que queda de esa era.
Mi primo Gaby trata de ayudar a Papá Chole y a Charlie, pero las puertas de clóset son inestables. Finalmente, encuentran debajo de la casa de Nei otra plancha de zinc y la amarran, aunque el viento la mueve como una hoja. Mami y Papi pasan, me echan la bendición y se van a la misa.
Papá Chole busca la leña y comienza a partirla. Al lado del horno, sobre una plancha de zinc, Papá Chole hace una montañita de leña con un par de palos gruesos y ramas finas. Luego derrama sobre la madera aceite para lámparas, con un fósforo prende el fuego y lo cubre con un enrejado hecho con varillas. Busca la olla y la coloca encima del enrejado, pero cuando va a buscar el pavo se lleva una sorpresa.
“Esta abuela tuya es más pasmá, sacó un pollo en vez de sacar la carne del pavo”, me cuenta Papá Chole riéndose, “ahora hay que esperar a que se descongele”. Mamá Marta y Papá Chole ponen en la olla el pavo congelado. “Por culpa de Marta”, continúa Papá Chole molestando a mi abuela. “Sí, culpa mía fue”, dice ella sacudiéndose la responsabilidad. Para no perder tiempo, deciden tirar en la olla los ingredientes que formarán el guiso.
Papá Chole vierte en la olla el vino de cocinar y Charlie junto a sus hijos van agregando el recao, el orégano brujo, las aceitunas, las papas y demás condimentos. Los agarran de una olla pequeña, los sostienen un momento para que suelten el agua en la que eran lavados y los ponen dentro del guiso. El gallo molongo observa desde lejos. Charlie y Brian lanzan la salsa de tomate Goya y dejan al pavo reposar. Da la impresión de ser un guiso sangriento. En mi familia se cocina como si en las ollas se cuajaran hechizos.
“¡Cuidado!”, me advierte Jimmy, pero como quiera tropiezo con el cable del abanico. “Mira lo vi como si fuera con toda la mala intención”, me dice señalando el pedazo de espejo enganchado en el tronco por el que vio mi tropiezo.
En una mesa, Mamá Marta y Papá Chole ya están picando el jamón de cocinar que le echarán al pavo guisado. Miro sus manos surcadas de arrugas. Aunque me cueste, he aceptado que los años han pasado y que ellos ya no son como cuando yo era pequeño. El tiempo ha abierto nuevos surcos en sus rostros, ha traído padecimientos. A Mamá Marta a veces le tiemblan las manos cuando coloca el jamón picado en un plato.
Jimmy abre el horno y coloca adentro más piezas de carbón. Los pavos aún están amarillos, les falta para estar hechos. Después de agregar el sofrito y el jamón al pavo guisado, Papá Chole lo mueve y lo trata de despegar. “Está pegado, está muy duro”. Charlie busca un cuchillo y comienza a separar las presas. “Pa, faltan diez, los cigarrillos”, dice Johnny, otro de mis tíos, pidiendo los dos cigarrillos que mis abuelos le administran cada hora. “Voy ahora”, contesta Papá Chole. Johnny es paciente mental, nació sano, pero sufrió una sobredosis mientras vivía en Nueva York en los años ochenta y desde entonces es así. Se pasa el día caminando por la casa, fumando sus cigarrillos y bebiendo café.
Entro a la casa de mis abuelos. Es una casa pequeña, sin pretensiones arquitectónicas. Aquí me cuidaban de pequeño. En el estante y en las paredes de la sala ha habido fotos de casi todos los nietos. Mamá Marta está en la cocina preparando el caldero para hacer arroz blanco, porque a algunos de mis primos no les gusta el arroz con gandules. Antes de salir observo un instante la reproducción de La última cena de Da Vinci que está enganchada en una de las paredes. Ya ha perdido los colores y ha adquirido un tinte verduzco.
Mis primos conversan en el balcón. Papá Chole busca en el risco sus cabras y su oveja, y les da de comer las cáscaras de las papas. El gallo molongo trata de picar una de las cáscaras pero las cabras no se lo permiten. Charlie Gabriel y Neito, el hijo mayor de Nei, juegan ping pong en una mesa improvisada con dos drones, una tabla y una malla pequeña que divide el espacio de los jugadores.
De casa llega mi hermana Yanci, la única en la familia graduada de la universidad. Rápidamente cierra el portón y Biscuit, mi perro, ladra para apelar su pena. Lili, hija de Titi Bruni, aparece en ese momento repartiendo pedazos de lechón frito y pan. Las dos se sientan en el balcón de la casa de mis abuelos a ver los “shoppers” de la venta del madrugador. Charlie se les une, porque mañana madrugará para comprar una computadora. Los tres hablan de lo loca que está la gente que acampa desde hoy para aprovechar los descuentos. “Es que la gente está loca, todavía ayer por la noche había gente en Ralph’s comprando pavos, porque los pusieron a 59 chavos la libra”, comenta Lili sobre el supermercado donde trabaja.
“Mira sabes que Jeanelly se ganó un pavo en la escuela”, cuenta de repente Lili sobre una de mis primas. “¿Jeanelly?”, pregunta Mamá Marta medio incrédula, “¿En la carrera?”. Lili asiente. “Katicha iba a correr y le compramos los tenis pero se enfermó…” dice Charlie desilusionado. “Yamil mira, mira”, grita Lili a uno de sus sobrinos mientras señala al cielo. Dos guaraguaos planean sobre el cielo.
Ya los ingredientes del pavo guisado se han mezclado en un caldo anaranjado en el que nadan los trozos de carne, papas y jamón. Papá Chole lo menea y le da a Mamá Marta un pedacito de carne para que pruebe. “Todavía le falta”, dice Mamá Marta. Luego miran los pavos asados. Mamá Marta regresa a la casa y Papá Chole me pide que le verifique en el periódico si su billete de lotería ha ganado. “No, salió el 00063 y tú tienes el 00083”, le digo. “Chequeaste bien”, me pregunta con la última esperanza de ganarse algo. “Sí”.
Desde el balcón, Lili toma una foto con su celular y se la envía a Edda, una de mis tías. Edda vive en Nueva Jersey y en estos días siempre añora estar acá. Biscuit sigue ofreciéndonos sus ladridos como música de fondo. “Mira ese día de la pelea de los perros”, empieza Lili, “yo quería ayudar a Titi (Mami) pero los perros me daban miedo y yo no me acerqué. Titi se dio una caída bien fea. Ella cogió el cubo para echarle agua a los perros y el cubo, yo no sé, como que se le cayó de las manos y ella se fue con el cubo para el piso”. “Todavía tiene las rodillas peladas”, comenta Yanci, “lo que pasó fue lo que dijo Nei, que los perros ya habían discutido dos veces antes de la pelea”, las dos se ríen.
Mami y Papi llegan de la misa y Yanci se va para aguantar a los perros antes de que abran el portón para que pase el carro. Todos los presentes miran cautelosos, porque Randy peleó hace unos días con el perro de Nei y porque le tienen miedo a Biscuit aunque es del grande de un chihuahua. Voy un momento a casa para saludar a mis padres. Mami ya prepara la pasta, este año conchas porque no había coditos. Luego prepara el puré que adereza la pasta, una mezcla de vegetales con mayonesa que todos comen por queso.
Cuando vuelvo al techo de zinc, ya Nei y su hijo Yomar se han levantado. Yomar lee en el periódico la sección de deportes en la que se da gracias por los juegos Centroamericanos Mayagüez 2010. Tío Ego llega de la misa, saluda a todos y se va. Mamá Marta prueba por última vez el pavo guisado, le añade sal y lo deja reposar. Ya el guiso está listo. “Mamá Marta, ¿antes se celebraba esto?”, le pregunto. “No, antes lo que se celebraba era la Noche Buena”, responde pensativa, “San Guivin se empezó a celebrar como para el tiempo en que yo tuve a Ego (1957)”.
“Acaba Chef Piñeiro que van a sacar los pavos”, le grita Nei a Charlie que amuela un machete. El hijo mayor de Charlie, Abraham, le ayuda a Jimmy a sacar la vara y ponerla sobre una mesa. Los tres, junto con Papá Chole, sacan los alambres y varillas que mantienen a los pavos sujetos a la vara. Jimmy agarra el machete, lo deja caer con velocidad, el machete rebota y la carne queda cortada.
Eric, uno de mis primos, se pregunta si en la cárcel harán una cena de Acción de Gracias. Lo dice porque el Ito, el hijo mayor de mis abuelos, está preso. “No sé”, le contesta Mamá Marta. “Sí’, le contesto yo. “Le hacen porque hay gente de las iglesias que van y le llevan”,.
Mami y Yanci traen la pasta y el arroz. Papi trae una mesa para colocar los alimentos. El resto de mis familiares llega poco a poco, como si por sincronización supieran que la comida está lista. Usualmente, en este momento todos nos retiraríamos para vestirnos bien, pero este año todos teníamos hambre así que nos olvidamos de la ropa bonita y nos sentamos a comer con la ropa y el pelo olorosos a humo. Sólo Yanci se vistió bien.
Mami les sirve a todos en platos plásticos la comida que se acompaña con la Coca Cola que lleva un Santa Claus en la etiqueta. Mamá Marta llena recipientes y latas usadas de mantequilla con comida para los que no están. “Mira pero, se nos olvidó dar gracias”, dice Eric. “Es verdad”, responde Mami, “pues cada cual haga en su mente una oración y den gracias”.
Después de comer, el sol y los apetitos se han apaciguado. Charlie apaga la candela del horno con el chorro de la llave que está en el tronco. Voy con mi hermana a mi casa a buscar un bizcocho de zanahoria que preparó. Yanci siempre prefiere la confección de postres a la de platos principales. Con una cuchara va cubriendo el bizcocho con crema.
Al bajar le cantamos cumpleaños a Charlie Gabriel, que cumplió ayer. Mami parte el bizcocho y lo distribuye. Papi y varios de mis tíos y primos se retiran al balcón a hablar sobre deportes, caballos y negocios de comida. Los niños juegan y el resto se queda conversando en la mesa. El gallo molongo pasea por la entrada de brea mirándonos. Papá Chole muda las cabras. Desde el panorama que ofrece el risco, veo que en casi todas las casas de mi barrio hay un humito.
El día se estanca. El viento amenaza con tumbar bandejas, platos y vasos. Mi tía Gilda le ayuda a Mamá Marta a recoger las sobras. Con lentitud todos nos marchamos a nuestras casas.
[Primero de una serie de colaboraciones de estudiantes del curso Apreciación y Redacción de la Crónica Periodística, del Departamento de Comunicación de la Universidad del Sagrado Corazón.]